Capitulo 3
Giró con lentitud, el demonio enmascarado estaba cruzado de brazos a unos metros de ella, parado en el techo del hospital. Enarcó una ceja, ¿por qué no desplegaba sus propias alas?, una sonrisa se dibujó en sus labios. A diferencia de los ángeles que poseían alas desde temprana edad, no todos los demonios poseían alas, para hacerlas salir se necesitaba un enorme poder, y si ese odioso demonio no las tenía, significaba que no era un rival digno de ella.
Se acercó hasta él, dejando unos metros de separación. Seguía flotando en el cielo, sus ojos escrutaron al demonio con cierto recelo.
—¿Qué es lo que quieres? —preguntó directamente, no le gustaba andarse con rodeos.
—Nada en especial, me gusta admirar el deprimente paisaje, ¿a ti no?
—Déjate de tonterías, no quiero verte rondando este lugar, no hay nada aquí que puedas llevarte —su voz sonaba autoritaria.
—Te gusta dar órdenes, lástima que a mí no me guste seguirlas, en cuanto a lo de que no hay nada que llevarme, ¿estás segura? —Se podía escuchar el tono malicioso detrás de la máscara. Jibril no cedió ante la provocación, era un ángel después de todo, un ser de luz, bondadoso y lleno de amor.
Levantó la barbilla, dio media vuelta y comenzó a elevarse cada vez más, no cedería ante las provocaciones, no pelearía, no debía, no estaba permitido. Tendría que ser él quien iniciara una pelea, no sería ella.
—¡Nos veremos pronto! —El demonio enmascarado gritó lo suficientemente alto para que la joven lo oyera.
Pasó una semana entera en la Tierra, sus energías se habían debilitado, su aspecto no era nada angelical, los cabellos azules estaban despeinados, las ropas un tanto arrugadas y los círculos negros bajo sus hermosos ojos se acentuaban notablemente.
Sobrevoló el firmamento hasta hallar un enorme lago, descendió con lentitud, se arrodilló cerca de la orilla, junto ambas manos y cogió un poco de agua, frotó su rostro con fuerza, necesitaba despejarse, aún le faltaban un par de rondas, se puso de pie y alisó sus ropas con ambas manos, intentando desaparecer las arrugas que se habían formado.
—¡Qué aspecto más lamentable! —Una voz burlona a sus espaldas resonó por todo el lugar, la joven lanzó un suspiro y se giró con lentitud. Ni siquiera se dignó a posar la mirada sobre el demonio que se erguía a unos metros de ella. Desplegó sus alas y se dispuso a emprender el vuelo. —Si me dices tu nombre, te dejaré en paz un tiempo —ofreció el demonio.
—¡Mmjh!— exclamó el ángel y emprendió el vuelo con una mueca de disgusto dibujada en su hermoso rostro, no le diría su nombre a aquel demonio aun si su vida dependiera de ello. La risa del demonio resonó en los tímpanos de la joven.
La risa burlona de aquel demonio, seguía retumbando en su cabeza. Había intentado distraerse mientras llevaba paz a los niños a punto de morir, pero su ronda había acabado, ya no había más nombres en la lista. Lo que significaba que tendría que regresar al cielo, y realmente lo necesitaba. Se había negado a volver para descansar, y consumido todas sus energías. Por tanto no le quedaban fuerzas para abrir un portal, ya podía escuchar a Ierathel sermoneándola sobre su falta de cuidado.
Necesitaba encontrar a otro ángel de la muerte que pudiera abrirle el portal hacia el cielo, de lo contrario tendría que quedarse más tiempo hasta recuperar fuerzas. Lo cual era poco probable, dado que tampoco había probado alimento.
Lanzó un suspiro, no tenía fuerzas ni para desplegar sus alas. Caminó con paso lento hasta dar con un frondoso árbol, se deslizó por el tronco hasta llegar al suelo. Necesitaba descansar un momento, cerró los ojos, tal vez sí necesitaba dormir.
Un momento después estaba casi dormida, pero una sensación de peligro en su pecho la despertó. Se incorporó con rapidez, y giró en todas direcciones buscando el origen de aquella señal. La vio a lo lejos, una luz azul, tan intensa que podía verse a varios kilómetros de distancia.
No perdió tiempo, reunió las pocas fuerzas que le quedaban y desplegó sus enormes alas, alzando el vuelo a toda velocidad. Aquella carrera desenfrenada duró poco, sus alas desaparecieron luego de unos minutos, haciéndola caer al vacío. Su frente estaba perlada de sudor, su respiración era agitada, pero no cedió ante las protestas de su cuerpo. Aterrizó en el techo de un alto edificio. Sin embargo no esperó a recuperar el aliento, siguió la carrera a pie, saltando con enorme facilidad de edificio en edificio.
Aquella luz azul era una señal de auxilio, cuando un ángel se encontraba indefenso o amenazado, debía lanzar aquella luz. Que sería vista sólo por los seres celestiales, alertándolos, llamándolos.
Jibril corría y saltaba tan rápido como su cuerpo se lo permitía, el sudor había empapado su cuerpo y su respiración se volvía cada vez más agitada. Pero sabía que era el único ángel en muchos kilómetros a la redonda, les tomaría varios minutos a los demás llegar, y esos minutos significaban la diferencia entre vida y muerte.
Su mano ya había ido instintivamente a su cintura, sacando el báculo encogido de su funda, lo aferró con fuerza mientras este tomaba su forma original. No se detuvo en ningún momento, no podía darse el lujo de detenerse, tenía que llegar tan rápido como le fuera posible.
Fueron tan sólo un par de minutos pero se le hicieron una eternidad. Cuando al fin llegó hasta el origen de la señal se quedó helada, a un par de metros en el suelo yacía un joven ángel. Ella lo había visto recién ingresado en el cuerpo de ángeles de la muerte y habían cruzado un par de palabras. Era un ángel encantador y rápidamente habían formado una buena relación. Ahora veía como sus ropas estaban hechas jirones y manchadas de sangre. Su rostro estaba cubierto de suciedad y sus ojos reflejaban un terrible miedo que parecía haberle helado la sangre.
