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paraiso infernal

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Akeli_sam
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Sinopsis

Los ángeles de la muerte transportan las almas mortales a los jardines del edén. Mientras que los recolectores, son demonios que se llevan las almas de aquellos corrompidos por el pecado ¿Qué pasará cuando dos de ellos se encuentren frente a frente? Enemigos por naturaleza, pronto se darán cuenta que sus destinos están entrecruzados.

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Capitulo 1

Se despertó lentamente, no había dormido más de cuatro horas, aún así, no podía seguir tirada en la cama. Se levantó con lentitud, se llevó una mano a la cabeza apartando los rebeldes mechones de cabello azul, que insistían en caerle sobre el rostro.

Sus ojos grises recorrieron la habitación, las baldosas blancas relucían, las paredes del mismo tono reflejaban la luz con intensidad. Se puso de pie, y avanzó descalza por la habitación, fue hasta el cuarto de baño. Con lentitud se fue deshaciendo de la ligera bata que cubría su bien torneado cuerpo. Abrió las llaves del agua y se metió bajo el frío líquido que lentamente resbaló por su figura, refrescándola.

Después de un par de minutos salió de la ducha, envolviendo su cuerpo en una enorme toalla. Secó su cabello sin demasiado cuidado, avanzó hasta el lavabo y se observó en el espejo.

Tenía mil ochocientos años, y llevaba más de cuatrocientos años trabajando como ángel de la muerte. No era una tarea fácil, se necesitaban grandes capacidades para trasladarse entre los diferentes planos y transportar las almas.

Ella había sido un ángel prodigio, capaz de controlar poderes inimaginables para alguien de su edad. Se le había encomendado la sección infantil, así que solamente recolectaba las almas de los niños fallecidos, la mayoría de ellos consumidos por enfermedades terminales, otra pequeña parte muerta en accidentes.

Ella no era un ángel cualquiera, sus ojos grises delataban su ascendencia, provenía de un linaje antiguo y poderoso. Sus antepasados, habían sido los arcángeles elementales del agua por generaciones. Su propia madre fallecida hacia ya varios siglos, había sido el arcángel del agua. Pero ella había preferido seguir los dictados de su corazón y no los dictámenes de su familia.

Se había enlistado en las filas de los ángeles de la muerte a muy corta edad. Fue aceptada de inmediato luego de demostrar sus capacidades. Pese al descontento de su familia, ella no cedió ante sus exigencias de prepararse para ocupar el puesto de arcángel del agua. Sus padres habían muerto hacía siglos, y el pariente vivo más cercano era la hermana de su madre, pese a poseer la misma sangre, ni ella ni su descendencia poseía aquellos ojos grises, ni los enormes poderes de Jibril. Después de infinidad de discusiones, la joven decidió dejar claras sus opiniones, ella seguiría sus propios sueños, no cedería ante sus peticiones. Al final había terminado saliéndose de la casa principal y obtenido un pequeño espacio para ella sola.

No puedes escapar de tu destino, le había dicho su tía, cuando saliera hecha una furia de la casa con maletas en mano y la promesa de no volver a poner un pie en ese lugar. Era un ángel, sí, pero poseía un fuerte carácter y una gran determinación.

De aquel incidente hacía ya medio siglo, y su opinión seguía siendo la misma. Lanzó un suspiró y su mente dejó de divagar por los recuerdos del pasado. Volvió a observarse en el espejo, unos oscuros círculos comenzaban a rodear sus bellos ojos, contrastando con el blanco de su piel.

—Tal vez sí necesito descansar —murmuró, sus compañeros no dejaban de repetirle que necesitaba descansar.

El mismo ángel a cargo no paraba de decírselo, el ir y venir entre el cielo y la Tierra consumía mucha energía, pero ella siempre se negaba con una dulce sonrisa en sus labios, no podía dejar sin consuelo a todos aquellos niños que sufrían, mientras ella descansaba.

Con un largo suspiro se encaminó a la habitación, tomó sus ropas de trabajo y comenzó a vestirse. El atuendo era completamente blanco, una túnica con adornos dorados, unos guantes que dejaban al descubierto sus finos dedos, y unas botas a juego.

Se peinó el cabello con los dedos, nunca le había dado demasiado importancia a su aspecto físico. Tampoco es que lo necesitara, poseía una belleza natural, que la hacía relucir aún si tuviera puesto un costal de patatas. Además de poseer una sonrisa capaz de borrar todos los males y preocupaciones de una persona. A pesar de todo, ella no era consciente de su propio encanto, estaba demasiado ocupada pensando en los demás, para pensar un poco en sí misma.

Cuando estuvo completamente lista, tomó un largo báculo de oro con ambas manos y dio un ligero golpe en el suelo, desapareciendo al instante envuelta en un haz de luz.

Apareció en medio de una gran estructura de mármol blanco, las baldosas relucían reflejando a los transeúntes. Ángeles acompañados de las almas mortales, que eran llevadas a los jardines del edén. En los labios de Jibril se dibujó una sonrisa, era enormemente satisfactorio escoltar a las almas mortales a los jardines del edén. Donde podrían pasar la eternidad o bien, si lo deseaban, tener la oportunidad de reencarnar.

Con paso ligero se dirigió hacia las oficinas principales, donde le asignarían los casos a tratar, saludó a todos a su paso con una encantadora sonrisa.

—Pensé haberte dicho que fueras a descansar —dijo una voz a espaldas de Jibril, quien lentamente se giró sobre sí y sonrió a modo de saludo.

—He descansado lo suficiente —contestó en un tono muy casual.

—Tu rostro refleja lo contrario —observó el ángel.

—¿Tendría que sentirme ofendida ante ese comentario, Ierathel? —preguntó la joven observando fijamente al ángel, que se erguía frente a ella. Era muy apuesto, como mínimo una cabeza más alto que ella. Su cabello rubio caía suelto sobre sus hombros, y sus ojos de un azul cobalto resplandecían. Vestía las mismas ropas que ella, con la diferencia de que en su brazo izquierdo llevaba una cinta con grabados antiguos que lo distinguían como su superior.

—Sabes bien a lo que me refiero, deberías estar descansando, hace más de un mes que trabajas sin descanso. No es bueno para tu salud forzarte tanto.

—Conozco mis límites, agradezco tu preocupación, pero soy yo quien toma las decisiones, en cuanto a mí se refieren. Ahora si me permites, iré a buscar los casos que me corresponden—dio media vuelta y comenzó a alejarse del apuesto ángel, quien la tomó gentilmente del antebrazo para detenerla.

—No es necesario, te conozco demasiado— dijo con una sonrisa triste dibujada en su rostro, con un chasquido de dedos, apareció frente a él, un fajo de hoja blancas con grabados dorados, las extendió y se las ofreció a Jibril.

—Gracias— dijo con una sonrisa, mientras tomaba el fajo de hojas, para luego ponerse de puntitas y depositar un dulce beso en la mejilla del ángel, quien rápidamente se sonrojó.

Se conocían desde que Jibril había ingresado en los ángeles de la muerte, Ierathel era su superior inmediato, y por alguna razón, era él, quien siempre le asignaba los casos, la joven, no hacia preguntas se limitaba a hacer su trabajo.

El rubio, la observó marcharse, lanzó un suspiro, no había forma de hacer descansar a Jibril más de lo estrictamente necesario, no conocía en el cielo, ángel más entregado a su trabajo que ella, era extraordinaria en cualquier cosa que hiciera, volvió a lanzar un suspiro, mientras daba media vuelta, tenía mucho trabajo que hacer, no podía permitirse perder el tiempo, tal vez Jibril lo contagiaba con su entusiasmo, sonrió ante la idea.