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Al menos pasaría toda la tarde en esto, así el día pasaría rápido. Admito que a veces me canso y solo quiero echarme en la cama y descansar un poco. No quiero ser presa de la rutina, no quiero volverme amargada. Si tan solo tuviera alguna ayuda de mis padres no me tendría que matar tanto, pero al parecer tengo que empezar a valerme por mi misma. Como si viviera sola y tuviera que mantenerme. Necesito unas vacaciones pronto, eso sí.
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Después de organizar todo el cuarto de Helena me tocaba organizar las joyas. Las metí en su lugar todas y limpié un poco la mesa. Estaba todo listo, había quedado impecable, como si no hubiera habido un desastre hace unas horas. Tomé mis cosas de limpieza, la ropa sucia de Helena y bajé. En el cuarto de lavandería metí la ropa de Helena, cuidando que no se fueran a manchar o a dañar. Ahí estuve un buen rato. Tenía hambre, después de esto me haré algo de comer.
Mi celular sonó en una llamada.
Contesté sin ver el remitente:
—¿Hola?
—Suenas cansada —era Noah.
—Noah, ¿cómo estás? —sonreí aunque no pudiera verme.
—Muy bien ahora que escucho tu voz. Te extraño.
—También te extraño.
—¿Como vas en clases?
—Bien, hasta ahora voy muy bien.
—Eso me da gusto. Pienso mucho en el fin de semana que pasamos juntos.
—¿Ah si?
—Sí, todo el tiempo. Necesito más días así. Isa, ¿en realidad quieres que me cambie de universidad? Para que estemos juntos, pero necesito tu opinión.
Mordí mi labio inferior porque muchas veces lo había pensado, pero no estaba segura de decirle o no sé si se sentirá mal.
—Noah, allá tienes muchas cosas que quizás no tendrás aquí —le empecé a decir— El equipo, las oportunidades que te dan en él para tu futuro. Tus clases, tus amigos...
—Mis amigos... no son más importantes que tu.
—Yo lo sé, ¿qué le dirás a tus padres? Después de todo ellos te ayudan con la universidad. Además de que ellos quisieron que estudiaras ahí para un mejor futuro. No los defraudes.
—Entonces no quieres —sonó desanimado.
—No es que no quiero sino es que pienso más allá de una chica enamorada.
—Pero yo quiero hacerlo, Isabella.
—Yo te di mi opinión, Noah, ahora queda en ti.
—Sí, tengo que arreglar ciertas cosas aquí antes de todo.
Suspiré.
—Te quiero mucho —susurré.
—¿Me quieres? ¿Sabes, Isabella? He notado que me dices mucho ese "te quiero" ya ni siquiera me dices "te amo" no sé qué pensar de todo esto pero, ¿me tengo que preocupar?
Dudé. No me había dando cuenta de que llevaba varias veces que solo le decía un "te quiero". No quería ni imaginar cómo se sentía Noah con eso.
—Noah, no es eso —me retracté de inmediato— Es solo que no le veo nada de malo a decir te quiero, lo hago, al igual que... te amo —se me quebró la voz en la última oración. ¿Qué me pasaba últimamente? Sentí un dolorcito en mi vientre en ese momento y también sentí humedad aquí abajo. Eso solo podía significar una cosa.
Escuché a Noah suspirar.
—Tranquila, creo que exageré un poco. Confío en ti.
Después de hablar con Noah sequé la ropa, había quedado bien. Subí a la habitación de Helena, la doblé y la acomodé en su ropero. Me sentía cansada y la espalda me dolía un poco. Cerré la habitación y bajé en busca de Martha.
—Isa, no te había visto—exclamó.
—Estaba limpiando la habitación de Helena —me senté— Tenía mucho desorden.
Ella dudó en decirme algo.
—¿Qué pasa?
Se acercó.
—En la mañana, después de que el señor Lee se fuera, Helena quedó echa una furia. Empezó a tirar ropa, aventaba cosas y gritaba. Quizás tuvieron alguna pelea o algo así.
Me sorprendí.
—Seguramente. Peleas de parejas.
—No lo sé, esta fue más fuerte. Trabajo aquí desde que se casaron y jamás la había visto así. Seguro pasó algo grave.
—Qué mal por ellos, igual no me importa —me encogí de hombros— Tengo hambre.
Miré el reloj de pared: eran las seis y cincuenta. Creo que Alberto vendría en cualquier momento y no me gustaría que me encontrara sucia y hedionda a basura. Me puse de pie y me lavé las manos.
—Prepararé algo de cenar —le dije, buscando algunas cosas en la nevera— Un compañero de clases vendrá más tarde, haremos un trabajo.
—No tienes que cocinar, la cena está lista.
La miré.
—Bueno, lo qué pasa es que me da un poco de pena. Tú cocinas para los dueños de esta casa.
—No seas tonta. Con toda la comida que me dan aquí hay de sobra. E incluso a veces se pierde. Además, mi trabajo es cocinar para todos.
Seguí dudando.
—Bueno...
—Ven, te sacaré —Martha buscó un plato y me sacó un poco.
—Gracias.
Seguía sintiéndome incómoda.
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Después de cenar, fui a mi cuarto y me bañé un poco. Me puse ropa casual: short, camisa de tirantes y zapatos. Como estábamos cerca del mar era un poco más caluroso. A lo lejos se podían escuchar las olas romper en las piedras.
Dejé mi pelo suelto para que se secara, tomé las cosas de la universidad y salí a la cocina. Por el pasillo venía Martha y una figura masculina detrás. Era Alberto. Venía con short y una camisa. También traía su mochila. Se miraba más juvenil así.
—Isa, tu amigo llegó.
—Hola, Alberto —lo saludé.
—Hola, Juliette.
Martha frunció el ceño cuando Alberto me dijo así.
—Vamos a la cocina, estudiaremos ahí. Claro, si no te molesta —propuse.
—Para nada, con tal de que sea un lugar silencioso para podernos concentrar...
—Lo es.
Nos adentramos a la cocina y pusimos los cuadernos en la isla.
—No se preocupen, yo estaré afuera. De todas formas mi turno ya terminó—nos dijo Martha— También tengo que estudiar.
