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Declaración de guerra

Capítulo 2: Declaración de guerra

El sonido del despertador retumbó en el pequeño apartamento de Lucía, recordándole que, aunque quisiera hacerse la dormida, el mundo seguía girando. Sin embargo, esta vez no fue el cansancio habitual lo que la detuvo, sino un peculiar presentimiento. Algo en el aire no olía del todo bien... y no era culpa de su café matutino.

Habían pasado solo veinticuatro horas desde el encuentro con Sebastián del Valle, pero cada vez que pensaba en él, sentía como si una espina se le quedara atascada entre los dedos. Era esa clase de persona que se colaba en tus pensamientos, no porque quisieras, sino porque te recordaban todo lo que querías evitar: arrogancia, perfección y, por supuesto, críticas.

Con un rápido movimiento, se levantó de la cama, poniéndose su característico delantal de "La Madriguera". Era su escudo de batalla, su uniforme para los días en que el caos prometía ser abundante. Al llegar al café, todo parecía estar en calma, como si el universo le estuviera dando un respiro. Pero en su interior, Lucía sabía que la tormenta aún no había terminado.

—¿Vas a contarme qué te trae tan distraída o voy a tener que adivinar? —preguntó Sofía, apoyada en la máquina de espresso mientras limpiaba una taza con movimientos casi hipnóticos.

—¿Distraída? Yo no estoy distraída. Estoy perfectamente concentrada, gracias —respondió Lucía, aunque su tono la traicionaba.

Sofía levantó una ceja, ese gesto que significaba que sabía exactamente lo que estaba pasando, incluso si Lucía no quería admitirlo. —Ajá. ¿Esto tiene algo que ver con cierto crítico con traje caro y actitud de película de terror?

Lucía soltó un suspiro dramático mientras dejaba una bandeja sobre el mostrador. —Ese tipo... es como un grano en el pastel. ¿Sabes? Es molesto, innecesario y no debería estar ahí.

Sofía soltó una carcajada. —Bueno, parece que dejó su huella. No he visto que alguien te ponga tan de los nervios desde… nunca.

Lucía decidió ignorarla, centrando su atención en el horno. El aroma de los croissants comenzaba a llenar el café, pero incluso ese olor celestial no lograba apaciguar la tensión que sentía. Entonces, mientras colocaba los croissants recién hechos en una bandeja, su teléfono vibró en el bolsillo del delantal.

Al desbloquearlo, vio que el grupo de WhatsApp del pueblo estaba ardiendo con mensajes nuevos. Con el corazón un poco acelerado, abrió las notificaciones y lo vio: una captura de pantalla de la reseña de Sebastián del Valle sobre "La Madriguera".

Lucía casi dejó caer el teléfono.

—¿Qué pasó? —preguntó Sofía, notando su cambio de expresión.

—Publicó una reseña —murmuró Lucía, leyendo rápidamente las líneas llenas de palabras que parecían estar diseñadas para cortar más profundo que un cuchillo de cocina.

—¿Y qué dice?

Lucía alzó la mirada, con una mezcla de incredulidad y furia. —Dice que mi croissant "sabe a arrepentimientos" y que mi capuchino "es una metáfora de todo lo que está mal con la mediocridad moderna".

El café entero pareció temblar mientras Lucía respiraba profundamente, tratando de contenerse. Pero en el fondo, supo que no podía dejarlo pasar. Si Sebastián del Valle quería una guerra, la iba a tener.

Lucía sintió que la furia le subía como la espuma mal calibrada de su capuchino. Cerró el teléfono con un movimiento decidido y se giró hacia Sofía, que ya la miraba con esa mezcla de preocupación y anticipación que uno reserva para un incendio que está a punto de comenzar.

—Esto no se va a quedar así —dijo Lucía, mientras sus manos comenzaban a moverse automáticamente, limpiando el mostrador aunque no hubiera nada que limpiar.

Sofía, acostumbrada a estos arranques, se apoyó en el borde del mostrador y la observó con los brazos cruzados. —¿Qué vas a hacer? ¿Escribirle una carta con un croissant pegado al sobre?

Lucía dejó escapar un bufido, el tipo de sonido que precedía a grandes ideas… o grandes desastres. —Voy a responderle, Sofía. Si él cree que puede pisotear todo lo que he construido con una reseña pedante, está muy equivocado. Esto es personal.

—Ay, no —murmuró Sofía, tapándose la cara con una mano—. Tú y tu instinto de lucha. ¿Sabes que este tipo vive de destrozar almas con palabras, verdad?

Pero Lucía ya estaba en marcha. Sacó una libreta de detrás del mostrador, sujeta con un clip oxidado, y comenzó a escribir. Lo hacía con la intensidad de alguien que estaba decidida a grabar sus palabras en piedra, como si ese simple acto fuera capaz de restablecer el equilibrio del universo.

—Querido señor Sebastián del Valle, crítico gastronómico y destructor profesional de sueños —comenzó a escribir en voz alta. Sofía soltó una risa a medias nerviosa y a medias divertida.

—¿De verdad vas a empezar así? —preguntó, asomándose para leer por encima de su hombro.

Lucía ignoró el comentario y continuó. —Gracias por tomarse el tiempo de venir a "La Madriguera". Es un honor que un crítico de su… reputación haya probado nuestro humilde café. Sin embargo, lamento informarle que su paladar parece estar en desacuerdo con nuestra visión creativa. Tal vez, en lugar de buscar la perfección técnica, debería permitirse disfrutar de lo auténtico. Ya sabe, algo que no venga con un manual de 500 páginas.

Sofía soltó una carcajada. —Si esto no se convierte en viral, me retiro de las redes.

Lucía levantó la cabeza, con una sonrisa decidida. —Eso es exactamente lo que quiero, Sofía. Si este hombre quiere guerra, se la voy a dar con humor, un croissant perfecto y un golpe de realidad.

Mientras Sofía la miraba con una mezcla de admiración y resignación, Lucía abrió su cuenta de redes sociales. Con el texto pulido y ajustado, lo publicó junto con una foto del croissant más hermoso que había salido de su horno esa mañana. Tituló el post: "Los críticos también tienen mal gusto."

No habían pasado ni cinco minutos cuando las notificaciones comenzaron a explotar. Clientes, vecinos y entusiastas del café compartieron el post con una velocidad alarmante, añadiendo comentarios y emojis que iban desde risas hasta aplausos.

Lucía observó la pantalla con una mezcla de orgullo y nerviosismo. Tal vez había cruzado una línea, pero si algo tenía claro era que no iba a quedarse callada. Su pequeño café, su "Madriguera", valía cada palabra escrita.

Y mientras miraba cómo su publicación acumulaba likes, no pudo evitar preguntarse cómo reaccionaría él. Porque algo le decía que Sebastián del Valle no era el tipo de hombre que aceptaba desafíos sin responder.

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