El crítico y su análisis
Capítulo 1.1 El crítico y su análisis
Sebastián del Valle observó el café como un detective en la escena de un crimen. "La Madriguera". Solo el nombre ya parecía un intento desesperado de originalidad, pero él no estaba aquí para juzgar la decoración. Aún no.
El aroma del café flotaba en el aire, mezclándose con un toque de vainilla y algo más que no logró identificar de inmediato. Algo... casero, aunque no precisamente refinado. Caminó hacia el mostrador, sintiendo el peso de las miradas sobre él. Estaba acostumbrado. La gente siempre parecía interesada en ver al "crítico temido en acción". Era un espectáculo, al parecer.
Mientras se quitaba las gafas de sol, dejó que su mirada recorriera el lugar. Mesas de madera con sillas desparejas, una pizarra con un menú escrito a mano y un mostrador que lucía más ocupado que organizado. Todo en este lugar gritaba "modesto", aunque la chica detrás del mostrador parecía absolutamente decidida a compensar con su actitud lo que el café carecía en sofisticación.
—Bienvenido a "La Madriguera". Donde servimos el mejor café le da ciudad ¿Qué puedo traerle? —dijo ella, con una sonrisa tan ensayada que él casi se sintió impresionado.
Casi.
—Un capuchino. Poco espuma. Y un croissant. Que sea comestible. —Respondió con precisión, dejando que sus palabras resonaran entre ellos.
La forma en que la sonrisa de la chica se mantuvo intacta le resultó casi admirable. Era raro encontrar a alguien que no se inmutara bajo el peso de su tono deliberado.
—Claro que sí, señor. ¿Algo más? ¿Un curso de buenos modales, quizás? —La dulzura en su voz estaba claramente medida, como si cada palabra hubiera sido colocada con pinzas para no romperse.
Sebastián arqueó una ceja. Notó el brillo desafiante en sus ojos, y por un momento, casi sonrió. Casi. Pero no era el momento para eso. Sin más, se giró y eligió una mesa junto a la ventana.
Mientras se acomodaba, sacó su cuaderno de cuero del maletín, un compañero leal en sus viajes culinarios. Abrió una página en blanco y escribió el encabezado con una caligrafía precisa: "La Madriguera. Observaciones iniciales."
La chica era algo interesante, pensó mientras anotaba. La mayoría de los dueños o empleados de cafés pequeños solían caer en dos categorías: sumisos que temían su veredicto, o fanáticos implacables que trataban de impresionarlo. Ella no era ni una cosa ni la otra.
Sebastián miró hacia el mostrador donde la chica—Lucía, según el nombre en el delantal—trabajaba frenéticamente mientras charlaba con su compañera. Había algo en su actitud: una mezcla de desdén y desafío que lo intrigaba.
El café llegó poco después, entregado por ella misma con una sonrisa que él clasificó mentalmente como "intencionalmente diplomática". Tomó un sorbo y frunció el ceño. Luego probó el croissant, mordiéndolo con cuidado.
—Es el peor croissant que he probado en mi vida. —La declaración fue rápida, sin adornos, como una aguja perforando un globo.
El silencio que siguió fue casi gracioso. Aunque la expresión de Lucía lo hizo pensar que tal vez había cruzado una línea... o tal vez ella estaba a punto de lanzarle el plato.
Cuando ella respondió con sarcasmo, algo en el interior de Sebastián cambió por un instante. Había esperado una disculpa nerviosa, no ese comentario rápido y afilado. Interesante, pensó mientras observaba cómo se giraba con dramatismo hacia el mostrador.
Sebastián observó cómo Lucía regresaba al mostrador, su energía vibrante llenando el espacio, como si se negara a ser eclipsada por su crítica. Hubo algo fascinante en la forma en que llevaba las cosas: su actitud, un equilibrio entre el desafío descarado y una pasión evidente por lo que hacía, era refrescante. No estaba acostumbrado a ser enfrentado así, al menos no con tanta... ¿chispa?
Volvió su atención a su cuaderno, donde las palabras "El croissant sabe a arrepentimientos" ya estaban anotadas. Esbozó una pequeña sonrisa para sí mismo, satisfecho con la descripción, aunque algo en su mente revoloteaba como una duda persistente. ¿Y si ella tenía razón? ¿Y si mis papilas gustativas están de mal humor hoy? Pero lo desechó rápidamente. No había lugar para inseguridades en su labor como crítico.
Desde su asiento junto a la ventana, Sebastián absorbió más del entorno. Las paredes estaban decoradas con fotografías en blanco y negro de cafés antiguos, estanterías con libros que parecían más decorativos que leídos, y una pequeña planta en cada mesa, como si "La Madriguera" intentara desesperadamente gritar "acogedor" sin saber muy bien cómo hacerlo. Y, sin embargo, el lugar no era desagradable. Había un cierto encanto desordenado que se sentía auténtico, como si reflejara perfectamente a su dueña.
Esos pensamientos lo llevaron de vuelta a ella. Lucía. Su presencia era electrizante, y aunque había algo caótico en su manera de llevar el café, él no podía evitar admirar su compromiso. No era común encontrar a alguien que mostrara tanta dedicación en un negocio tan pequeño.
En ese momento, la escuchó reír. Un sonido claro, despreocupado, que lo sorprendió. Sebastián miró hacia el mostrador y la vio inclinada hacia su compañera, Sofía, compartiendo alguna broma interna que encendió aún más la calidez del ambiente. La manera en que su risa llenaba el espacio hizo que Sebastián se diera cuenta de lo vacío que estaba su propio mundo, lleno de estrellas Michelin, lujos y expectativas, pero sorprendentemente desprovisto de momentos como ese.
Volvió a fruncir el ceño, incómodo con la dirección de sus pensamientos. Había venido aquí para trabajar, no para filosofar sobre dueñas de cafés peculiares y su risas contagiosas.
Con un gesto deliberado, volvió su atención al capuchino frente a él. La espuma no era tan escasa como había pedido, pero el equilibrio del café estaba sorprendentemente bien logrado. Sebastián hizo una anotación rápida en su cuaderno: "El capuchino compensa lo que falta en técnica con una ejecución genuina."
Pensó en llamar a Lucía para hacerle alguna observación más sobre el servicio, pero decidió no hacerlo. No por falta de críticas, sino porque, por primera vez en mucho tiempo, sintió algo diferente al recorrer las líneas de sus pensamientos. Era una mezcla de curiosidad y un ligero cosquilleo de desafío.
Sebastián cerró su cuaderno con un clic preciso y recostó la espalda contra la silla.
Algo le decía que "La Madriguera" iba a ser un lugar interesante, no solo por el café, sino por la mujer que lo dirigía con el espíritu de una guerrera en un campo de batalla de croissants y capuchinos.
