Librería
Español

Un café en la madriguera

88.0K · En curso
DRAS
61
Capítulos
159
Leídos
9.0
Calificaciones

Sinopsis

En "La Madriguera," un acogedor café donde el aroma del café y los pasteles recién horneados prometen calidez, Lucía vive dedicada a su pasión por la repostería. Su mundo da un vuelco cuando Sebastián del Valle, un crítico gastronómico temido por su lengua afilada y su actitud impecable, pisa su pequeño santuario. Lo que empieza como una batalla de ingenio y sarcasmo entre una repostera soñadora y un crítico perfeccionista, pronto se convierte en algo más dulce. Entre capuchinos con poca espuma, croissants que desafían expectativas y secretos que se desmoronan como hojaldre, Lucía y Sebastián descubrirán que a veces, el amor tiene un sabor inesperado.

románticasChick-LitChica BuenaHumormultimillonarioFamosoSociedadComediaAmistadRomántico

Un lunes con extra de crema y drama

Capítulo 1:  Un lunes con extra de crema y drama

El aroma del café recién hecho llenaba el aire, con una mezcla de vainilla, chocolate y esa pizca de tranquilidad que Lucía siempre había querido capturar en su pequeño café, "La Madriguera". Era su santuario, su orgullo y su lugar favorito en el mundo. Pero, como todo lunes, las cosas siempre podían ir mal.

—¡Lucía! ¡El espresso está saliendo como agua sucia! —gritó Sofía, su mejor amiga y barista principal, mientras agitaba una taza frente a ella.

—¿Y qué quieres que haga, rezarle a San Café? —respondió Lucía mientras limpiaba apresuradamente la máquina con un trapo que ya había visto mejores días.

—Bueno, tal vez debas hacer algo más útil que pelearte con el trapo. —Sofía alzó una ceja, como siempre lo hacía cuando tenía razón (o al menos, cuando pensaba que la tenía).

—Okay, okay. Dame un segundo. —Lucía ajustó la máquina, luchando contra un tornillo rebelde. Justo cuando empezaba a pensar que el lunes no podía ir peor, la puerta del café se abrió con un tintineo casual de campanilla.

Y entonces, él entró.

Un hombre alto, de traje impecable, con una mirada que podía congelar un volcán. Se quitó las gafas de sol (¿quién usa gafas en un lunes nublado?) y miró alrededor como si estuviera inspeccionando un zoológico.

—¿Qué clase de café es este? —murmuró, lo suficientemente alto como para que Lucía lo escuchara.

No era su primera mala vibra del día, pero algo en su tono la hizo girar. Dejó el trapo y se acercó al mostrador con la mejor sonrisa falsa que pudo lograr.

—Bienvenido a "La Madriguera", donde servimos el mejor café de la ciudad. ¿Qué puedo traerle? —dijo, con suficiente dulzura como para que su dentista estuviera orgulloso.

Él la miró como si le hubiera ofrecido una taza de veneno.

—Un capuchino. Con poca espuma. Y un croissant. Que sea comestible. —Su tono seco le arrancó un parpadeo.

Lucía no era conocida por su paciencia. Pero podía intentarlo. Tal vez.

—Claro que sí, señor. ¿Algo más? ¿Un curso intensivo de buenos modales, tal vez? —respondió con una sonrisa que no alcanzó sus ojos.

El hombre ni se inmutó. Solo alzó una ceja y se fue a sentar a una mesa junto a la ventana. El lunes acababa de escalar a niveles épicos.

Lucía observó desde el mostrador mientras el hombre se acomodaba como si estuviera en un trono. Sofía apareció a su lado con una expresión de incredulidad.

—¿Es idea mía o ese tipo parece salido de un comercial de perfumes baratos? —susurró Sofía.

—Baratos, no sé. Pero definitivamente le falta un anuncio que diga "Peligro: alta concentración de pedantería". —Lucía suspiró y se puso a preparar el capuchino.

Cuando finalmente llevó el pedido a la mesa, lo hizo con una sonrisa falsa que podría haberle ganado un premio por actuación.

—Aquí tiene, señor. Capuchino con poca espuma. Croissant artesanal. Todo hecho con amor.

—Puso el plato frente a él con un leve clang.

El hombre levantó la taza, tomó un sorbo y se detuvo. Luego, mordió el croissant. Lucía esperó. Y entonces, lo dijo.

—Es el peor croissant que he probado en mi vida.

El café entero quedó en silencio. Incluso la máquina de espresso pareció contener el aliento. Lucía lo miró como si acabara de patear a un cachorro.

—Disculpe, ¿qué?

Él alzó la mirada, con una calma irritante.

—El croissant. Está seco, duro y sabe a arrepentimientos.

Lucía respiró hondo. Contar hasta diez no iba a ser suficiente. Contaría hasta mil si era necesario.

—Bueno, tal vez sus papilas gustativas no funcionan los lunes. Le recomiendo probarlo otro día. O en otra vida. —Recogió el plato con un ademán dramático y se giró, mientras él sonreía ligeramente por primera vez.

Regresó al mostrador con las mejillas ardiendo. Sofía apenas pudo contener la risa.

—Eso fue... épico.

—Si él cree que puede arruinar mi lunes, está equivocado. —Lucía se giró hacia su horno.

—Voy a hacer la tarta más perfecta que haya probado jamás. Y si eso no lo hace callarse, al menos podré usarla como arma.

El lunes prometía. No en el buen sentido, pero prometía.

La campanilla de la puerta volvió a sonar, y Lucía levantó la mirada. Varios de sus clientes habituales entraron, saludándola con sonrisas y pedidos rutinarios.

Su pequeño universo volvía a la normalidad, o al menos eso parecía, hasta que notó que el crítico todavía estaba allí, escribiendo frenéticamente en un elegante cuaderno de cuero. ¿Quién demonios llevaba un cuaderno así a un café? ¿No tenía un celular como la gente normal?

—¿Todavía está ahí? —preguntó Sofía, llevando una bandeja de vasos vacíos al mostrador.

—Como si fuera una estatua viviente. Aunque una de esas que nadie querría en su jardín. —Lucía observó cómo el hombre hacía una pausa, alzaba el capuchino para otro sorbo y luego fruncía el ceño. ¿Qué esperaba? ¿Champán?

Decidida a no dejar que arruinara su día más de lo necesario, Lucía tomó un panecillo de la bandeja recién salida del horno y se dirigió hacia la mesa. Sonrisa lista, sarcasmo cargado.

—¿Todo en orden, señor...? —dejó caer la pregunta como si su nombre no le interesara lo más mínimo. Spoiler: en realidad, no lo hacía.

Él alzó la mirada, sus ojos grises juzgándola como si acabara de ofrecerle un vaso de agua del grifo.

—Sebastián del Valle. Y no diría que todo está en orden. Este capuchino tiene más espuma de lo que pedí. —Golpeó la taza suavemente con el dedo, como si fuera un detective señalando una prueba incriminatoria.

Lucía parpadeó un par de veces, luchando contra la absurda mezcla de risa e indignación que se acumulaba en su pecho.

—¿Y quiere que le traiga una regla para medir la cantidad exacta de espuma o simplemente está buscando algo de atención? Porque, sinceramente, no puedo decidir cuál es su hobby favorito. —Sonrió, satisfecha con su respuesta. Sofía en el mostrador casi suelta una carcajada.

Sebastián, en cambio, no se inmutó. Cerró su cuaderno con un clic preciso y la miró como si analizara cada centímetro de su ser.

—Mi hobby favorito, si quiere saberlo, es identificar negocios que deberían mejorar su calidad antes de seguir desperdiciando el tiempo de sus clientes. —Dejó la taza con un gesto deliberado. —Y me temo que, en este caso, hay mucho por mejorar.

Lucía apretó los dientes, su paciencia colgando de un hilo más fino que el azúcar glas en sus donas.

—Bueno, aquí tiene algo para empezar. —Colocó el panecillo frente a él. —Un regalo de la casa. Tal vez le haga falta un poco de dulzura, porque, sinceramente, parece que se la olvidó en alguna parte de su vida.

Sebastián miró el panecillo como si fuera una bomba a punto de explotar. Luego volvió a mirarla a ella.

—Espero que este no sea otro intento de convencerme. Porque no funcionará.

—No se preocupe. Convencerlo no está en mi lista de prioridades. Lo puse justo después de "declarar la paz mundial" y "entender las películas de Christopher Nolan". —Le guiñó un ojo y se giró antes de que él pudiera responder.

De vuelta en el mostrador, Sofía la recibió con un aplauso sarcástico.

—¿Y bien? ¿Cómo te sientes después de enfrentarte al "crítico del mes"?

Lucía se dejó caer en una silla y soltó un suspiro.

—Exhausta. Pero me niego a dejar que me gane. Si quiere guerra, guerra tendrá.

Y así, mientras Sebastián escribía con esa precisión irritante en su cuaderno, Lucía empezó a pensar en todas las formas en las que demostraría que su café no solo era bueno, sino excepcional. Porque si algo tenía claro, es que ningún crítico con complejo de superioridad iba a derribar "La Madriguera".