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Un beso muy real

Hanna

Dicen que el alcohol entumece el dolor. Sin embargo, esa noche, solo encendió una chispa peligrosa.

No necesité de mucho para que la rabia comenzase a tomar mi cerebro saturado por el alcohol.

Tomamos un trago. Luego otro. Y otro más. Hasta que olvidamos por qué estábamos tomando y comenzamos a hablar de todo. A reír. A maldecir. En algún momento, la música nos envolvió y alguien nos arrastró a la pista.

Bailamos una coreografía ridícula con otros borrachos del pueblo. Logan se movía torpe pero divertido, y yo no podía parar de reír.

—Eres pésimo para esto —me burlé, dándole un empujoncito en el pecho, en tanto nuestras botas sonaban en el suelo de madera pulida del bar.

—¡No jodas! —Exclamó con fingida indignación—. Estoy siguiendo tus pasos, señorita experta, eso quiere decir que la única que lo hace horrible, eres tú.

—Mentira. Estás improvisando de punta a punta, porque mis pasos son perfectos —. Me burlé, girando con torpeza.

La verdad es que no sabía bailar, aunque me gustaba moverme como un pato en la pista.

—Tal vez lo estoy. Nunca se sabe —dijo, dándome una vuelta sorpresiva que me hizo reír a carcajadas.

En medio del giro, le arranqué el sombrero de vaquero y me lo puse, echando la cabeza hacia atrás al tiempo que él me tomaba firmemente de la cintura.

—¿Y ahora qué? ¿También vas a criticar como me queda el sombrero? —Pregunté, alzando una ceja.

Logan me miró con intensidad por un segundo, luego me tomó de la mano con decisión.

—No, mi sombrero te queda mejor que a mí, así que, puedes quedártelo—respondió, acercándose—. Solo iba a decir que no tenía idea de que eras tan divertida.

La música seguía sonando, pero su voz ronca y la cercanía repentina me quitaron las ganas de reir.

—Quizás porque mi esposo nunca me saca y no he tenido la oportunidad de demostrarlo —dije, intentando mantener el tono ligero.

La verdad es que con Shane, solo íbamos a las fiestas del pueblo y no mucho más.

—Puede ser, de alguna forma, imaginé que eras… tranquila. Reservada.

En realidad, era justo así, sin embargo, con él de alguna manera me sentía diferente.

—Bueno, hoy no soy yo —susurré, quitándome el sombrero para colocárselo nuevamente.

Él me giró otra vez, más lento, y cuando mi espalda chocó contra su pecho, sentí su respiración en mi oído. Sus manos bajaron con naturalidad a mi cintura y me pegaron contra él. Su cuerpo era duro… , durísimo.

—Y eso —añadió, apenas audible— también me gusta.

Tragué saliva. Algo había cambiado. Ya no estábamos bromeando, ni nos reíamos de nosotros mismos, ni de nuestro despecho. Era algo más. Como si el aire entre nosotros se hubiera cargado de una corriente eléctrica.

Algo se transformó de un instante al otro. Logan comenzó a moverse de forma diferente. Suavemente, rozaba mis caderas y me apretaba con una cadencia sugerente que me cortaba el aliento.

Así que, pronto, un fogonazo que no tenía nada que ver con el alcohol, o el doloroso recuerdo de Shane, tomó fuerza en mi vientre, extendiéndose, en forma de deseo líquido.

Durante un momento, preferí culpar a las circunstancias por los pensamientos inapropiados que invadían mi mente.

Solo que no era cierto, lo que estaba ocurriendo era algo más intenso y abrazador.

Entonces, desee poder sentir la pasión y el subidón que me provocaba la cercanía de Logan un poco más.

¿Cómo Rachel podía ser tan idiota?

Shane, no estaba mal, por supuesto. Era atractivo y lo amaba. No obstante, Logan… Santo cielo…

Era de ese tipo de hombres que pueden moverte el piso, si no estás preparada para el impacto de encontrarte con un vaquero de abdomen marcado, cabello negro como la noche, brazos como troncos y unos ojos tan azules como el cielo justo antes del amanecer.

Mientras bailábamos imaginé sus manos enredándose en mi pelo, sus enormes brazos estrechándome con fuerza. Su cuerpo apretado contra el mío. Y antes de darme cuenta, jadeaba desesperada por aire.

Entonces, su frente rozó la mía y percibí su respiración, pesada y febril, sobre mi rostro. Y con los sentidos embotados por el licor, la razón apagada y el instinto a flor de piel, alcé la barbilla hacia sus labios, dejando escapar un gemido ronco. Consciente del ardor de su piel, la caricia de sus labios contra mi pómulo, el toque de su nariz sobre mi mejilla al bajar a través de la curva de mi mandíbula.

Así que, me quedé muy quieta, conteniendo el aliento, desmoronándome cada vez que él resoplaba contra mi cuello, con un sonido sugestivo, que se encontraba entre un gruñido y un jadeo.

Permaneció así, respirando con dureza, al tiempo que yo me fundía sin darme cuenta contra su torso. Mis rodillas lo tocaron; y la mano que estaba en mi espalda, bajó por mi muslo.

Volví la cabeza hacia sus labios. Olía de maravilla y me sujetó con tanta fuerza que casi me lastimó. Creí que me besaría apasionadamente, antes de arrastrarme al baño, como lo hacía en mi imaginación. Pero, en cambio, acercó los labios a mi oído y susurró con voz ronca:

—¿Y si fingimos que somos amantes?

Parpadeé, confundida por el cambio brusco de actitud.

Con la temperatura por las nubes y la frustración palpitando en todo mi cuerpo.

—¿Qué?

—Es una idea genial, ¿no te parece? —Lo dijo con tanta naturalidad, que comencé a creer que acaba de imaginar todo, puede que hubiese tenido uno de mis lapsus fuera de la realidad —. De esa forma, los haríamos sufrir y los volveríamos locos. A ningún tramposo, le gusta ser engañado. Ellos se han reído de nosotros en nuestra cara, jugando sin ningún remordimiento. Ahora es nuestro turno. Así que, podríamos ponerlos uno contra otro, hasta separarlos y una vez que estén solos, abandonarlos —. Alzó las cejas divertido, cuando yo solo quería llorar al recordar porque estábamos allí y entendí que quería que me besase solo por despecho, para aliviar lo que me ardía por dentro —. Sería una buena forma de vengarnos, porque cuando ya no estén juntos, los exponemos frente a todo Willow Creek. Tú pides el divorcio. Yo también y ellos se quedan expuestos, sin nada, solos…

Lo dijo como si fuera un plan brillante. Como si no estuviéramos ebrios, dolidos y solos. Darles una cucharada de su propia medicina era tentador. Sonaba como justicia. Y, comenzaba a parecerme divertido.

—¿Estás hablando en serio? —Pregunté.

—Muy en serio —susurró, acercándose, sin apartar los ojos de los míos. Se pasó la lengua por el labio inferior lentamente, me agarró por el cuello y me besó en la boca.

Y, no. No lo estaba imaginando. Esta vez, era real.

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