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Mi esposa y tu marido, son amantes

Hanna

Yo estaba segura de que así, no comenzaban las historias.

Porque las que yo devoraba ansiosamente en mis tiempos libres, siempre iniciaban con algo incitante o romántico; con una mirada sutil y cargada de anhelo, con una aventura, un desafío… Quizás un cambio.

Bueno, sí que había un cambio. Porque todo comenzó la noche en que me emborraché por primera vez, después de enterarme de que mi mejor amiga se tiraba a mi marido.

Si eso no era un cambio, no sé qué podía considerarse uno.

Aunque, pensándolo bien, “emborracharse” no es el término correcto. Fue más como sumergirme en un coma profundo e inducido.

Lo que mal comienza, mal acaba. Eso decía mi abuela, al referirse al matrimonio de mis padres y quizás tenía razón. Porque cuando Logan Callahan me llamó a la biblioteca, sentí una pequeña palpitación de culpa que anticipaba el desastre. Y quise ignorarla.

Porque con honestidad, si dejaba de lado el pequeño detallito de que el marido de mi amiga, era mi inspiración.

Nunca había hecho nada inapropiado.

De hecho, Logan y yo apenas nos habíamos cruzado en reuniones, eventos o rodeos, siempre acompañados de nuestras respectivas parejas. Cordiales. Distantes. Jamás solos. Así que, en teoría, no tenía nada que temer.

Aun así, fui con el corazón desbocado y un nudo extraño en el estómago. No sabía qué esperar. Solo sabía que era él, y eso bastaba para ponerme los nervios de punta.

Sentía que llevaba en la frente un letrero de culpable, escrito con letras grandes y rojas.

No había fechas importantes a la vista, y aunque mi esposo trabajaba como capataz en su rancho, Logan nunca me había llamado. Mucho menos a mi trabajo. Y jamás para pedirme que fuera sola.

Sin embargo, allí estaba. Sentado en una mesa de madera oscura, bajo las luces cálidas, esperándome mientras apuraba un vaso de licor. Llevaba la camisa remangada, el sombrero a un lado y la mandíbula apretada. Logan Callahan era ese tipo de hombre que no necesita hablar para imponerse: alto, moreno, con el cabello espeso, la mirada penetrante, los músculos marcados, hecho de tierra seca y fuego. Y supe que me iba a arrepentir de haber asistido apenas crucé la puerta.

De hecho, la culpa comenzó a brotarme por los poros en cuanto me acerqué, al recordar todas las veces que describí su torso esculpido, su rostro cincelado, los músculos marcados de sus brazos, mientras imaginaba como eran recorridos con lascivia por mi protagonista.

—Gracias por venir —dijo con voz baja, indicándome el asiento frente a él.

Obedecí, en tanto sentía su mirada pesada en cada uno de mis movimientos y antes de que pudiera hablar, me sirvió un trago de algo ámbar y fuerte.

—No bebo —murmuré, incómoda. Al tiempo que acomodaba la falda larga que llevaba en la silla.

—Vas a necesitarlo —replicó, alzando su vaso en un brindis silencioso y fruncí el ceño.

—¿Pasó algo con Rachel?

Logan me sostuvo la mirada sin rodeos. Por lo que me acomodé, intranquila, preguntándome si sabía algo, si acaso Shane descubrió mi cuaderno y fue directo a reclamarle. Y mi pecho se agitó.

Entonces exhaló con fuerza.

—Sí, podría decirse que le pasa algo… Tu esposo y mi esposa son amantes.

Reí con incredulidad, sospechando que simplemente había oído mal.

—¿Qué? —Sacudí la cabeza con firmeza—. Eso es imposible.

—Hanna —arrastró mi vaso con el dedo índice, acercándolo a mí —, dime con sinceridad: ¿nunca has pensado que la relación entre Rachel y Shane era, al menos, extraña?

No pude negarlo y un grueso nudo se alojó en mi garganta.

El mundo se detuvo. Lo primero que vi fue el vaso frente a mí. Lo tomé sin pensarlo y me lo bebí de un trago. Sentí el ardor bajar por mi garganta, junto con algo que se rompía dentro.

No era posible. Busqué mil razones para justificar lo que decía y no encontré ninguna. ¿Para qué mentiría con algo como eso? ¿Por qué me lo diría, si no fuese cierto?

—¿Estás loco? —dejé el vaso sobre la mesa de un golpe.

—Ojalá —dijo, sirviéndose otro trago—. Los vi. La primera señal la tuve hace una semana. Fue por pura casualidad. Vi a Shane colocando su mano en el muslo de Rachel cuando creían que nadie los miraba. Aunque fingí que nada pasaba y voy a decirte algo, fue una puta tortura. Sin embargo, valió la pena, porque desde entonces empecé a buscar y encontré notas de amor escondidas en su vestidor, fotos melosas, coartadas falsas —hundió la mano en el cabello, desesperado—. Así que, ya con todo eso, los seguí y los vi entrar juntos a un motel en la carretera sur.

Mi estómago dio un vuelco.

Notas de amor...

Parpadeé. Incrédula.

Eso me golpeó en el centro del pecho. Tal vez porque Shane nunca me escribió una. Tampoco hubo en nuestra relación; flores, ni citas, mucho menos hoteles, ni cualquier otra cosa que me acelerase el pulso.

De hecho, creía que no era detallista y ya. Por lo que me adapté a eso.

Por qué creí que eso solo era una prueba más de lo confiable y sólido que era.

Mis padres eran románticos, empedernidos y no terminaron bien.

Así que, yo no me quejaba. Eso también era cierto. Nunca le pedí nada de eso porque pensaba que era afortunada solo por haberme casado con él.

¡Suerte, un carajo!

No lloré. No podía. Me quedé en silencio, sintiéndome hueca. Mi esposo y la mujer que consideraba mi amiga. Mi mejor amiga… Y, como si eso no fuese suficiente, hacía todas las cosas por ella, que nunca se molestó en hacer por mí.

—¿Los enfrentaste? —Pregunté, después de un instante.

Negó.

—Estuve a punto, pero me detuve. Fui a casa y te llamé.

—¿Qué? —Parpadee con incredulidad —. Me llamaste hace una hora —. Asintió—. Eso significa que… —No hacía falta ser un genio para hacer los cálculos —. Ahora mismo están en el motel. En este momento, mientras nosotros estamos aquí, ellos están follando… —Casi se me cae la mandíbula.

—Sí, así es, mi esposa y tu esposo, están riéndose de lo imbéciles que somos—dijo con amargura y su voz se quebró, apenas. Casi de forma imperceptible —. No lo entiendo. Sé que viene de antes de casarnos, porque encontré una nota con fecha de hace seis años.

—¿Seis años? —repetí—. ¿Por qué me lo presentó si ya estaban juntos?

—Yo también me lo pregunto. Cuando quise dejarla en un lapsus de lucidez, movió cielo y tierra para recuperarme. Creí que si era capaz de amarme así, era la indicada. ¿Para qué hizo todo eso, si se follaba a otro?

Golpeó la mesa con el puño.

Lo miré, aturdida, incapaz de ordenar mis ideas.

—Otro trago —susurré.

Logan me miró con sorpresa.

—¿Estás segura? —Su expresión pasó de la rabia a la diversión en un instante —. Dijiste que no bebes.

Me recorrió con los ojos encendidos. No fue descarado, aunque se detuvo apenas un segundo más de lo necesario en el escote de mi blusa. Por lo que sentí el calor subir por mi cuello. Me pregunté si lo había imaginado. Tal vez lo hizo sin intención, puede que fuese el alcohol, quizás era yo, queriendo sentirme deseada, aunque fuera por un hombre con el corazón roto. Sin embargo, no pude evitar que algo en mi interior se estremeciera.

—Muy segura —extendí el vaso y lo llenó con un brillo divertido en los ojos —. Nunca me he emborrachado —dije, apurando el vaso de un trago—. Y creo que este es un buen momento para empezar.

Volví a ofrecerle el vaso, para que lo llenase, y Logan esbozó una sonrisa ladeada, que me hizo entender que mi primer instinto era cierto. Nunca debí haber cruzado esa puerta.

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