Cruzar la línea
Hanna
Salimos del bar dando tumbos, abrazados como dos viejos amigos. O como dos viejos amigos que, de vez en cuando, cruzan la línea del afecto fraternal. Porque cada tanto, él se detenía para besarme o meterme mano, alzando la botella de vodka que acababa de comprar antes de que nos sacaran a empujones.
Y cada vez que sus manos me rozaban, o su boca encontraba la mía, el aire se volvía más denso. Logan era un imán salvaje, peligroso, imposible de ignorar.
Tropezamos hasta su camioneta, besándonos contra las paredes, acariciándonos con urgencia. Tenía las manos grandes, rudas, y su cuerpo era un muro de calor que me hacía olvidar todo, incluso el hecho de que no estaba bien.
Porque lo sabía.
Muy en el fondo, comprendía que había demasiado alcohol en nuestras venas. Que todo esto era una mezcla de despecho y euforia. Que estábamos solos, dolidos, intentando apagar las llamas con kerosene. Tapar un vacío con placer.
Pero cuando me besaba así, cuando me tocaba con esa mezcla de rabia y ternura, era difícil recordar cualquier maldita cosa. Mucho menos, esa parte mía que siempre intentaba hacer lo correcto.
—No puedo más —jadeé cuando me atrapó contra la puerta de la camioneta y busqué a tientas la manija, que cedió con un clic metálico.
Él gruñó y me besó otra vez. Me hizo sentir viva de una forma que no experimentaba desde hacía años.
—Mmm... Asiento trasero. Excelente idea —murmuró con voz grave mientras abría la puerta de atrás y me empujaba dentro sin dejarme protestar.
Me deslicé al asiento, y él entró tras de mí con una risa suave, perversa, juguetona. Y una vez acomodado, me ofreció la botella con esa sonrisa torcida que me tentaba descaradamente.
—¿Cuál es tu plan, exactamente? —Pregunté, alzando una ceja con coquetería—. ¿Darme más vodka y esperar que nos revolquemos en la parte trasera de tu camioneta como dos adolescentes?
Sus hoyuelos aparecieron con su sonrisa, como si supiera exactamente lo que estaba haciendo.
—Quizás ese sea justo el plan —respondió con desparpajo—. ¿Funcionó?
Rodé los ojos, aunque no pude evitar reír. Era tan atractivo que me resultaba atractivo.
Me gustaba, más allá de los efectos del alcohol e intenté fingir que no estaba asustada, sin embargo, el corazón me latía con fuerza, y los muslos me temblaban.
—¿Y si mejor dejamos las manos quietas? Sé que vamos a arrepentirnos de esto mañana —murmuré, sacando del bolso un salero y unos gajos de limón envueltos en una servilleta—. Mejor concentrémonos en olvidar sin morir intoxicados.
—¿De dónde sacaste eso?
—Lo robé mientras comprabas la botella —reí como una idiota, y sus labios se curvaron en una sonrisa lenta y sensual.
—¿Realmente lo robaste?
—Pues claro —. Casi me atraganté al reír y tragar a la vez —. Esperé que el cantinero se diese la vuelta y tomé el salero.
Logan se echó a reír. Lanzando una carcajada profunda, auténtica. De esas que se sienten en el pecho.
—Dios… —dijo, todavía sonriendo—. Eres un peligro, Hanna. Me he perdido durante años a la mejor compañera de juerga del mundo —me miró con intensidad—. Ya que cometiste un crimen, al menos vamos a emborracharnos como se debe. Una copa más… —Murmuró.
Me mordí el labio. Percibiendo la culpa subiendo y bajando. La opresión en el pecho. Una batalla entre el deseo y la razón.
Sabía que el alcohol hablaba más fuerte que yo. Que lo que había entre nosotros era hambre, impulso, despecho. Y aun así... lo quería.
Quería escucharlo, decir cosas que nadie me decía, sentirlo, tocarme, mirarme con lujuria.
El corazón me palpitó contra las costillas y una centena de luces rojas parpadearon en mi mente.
«Peligro, peligro». Sí, eso ya lo sabía, estábamos rompiendo demasiadas reglas como para salir ilesos.
Cruzando la delgada línea entre la fantasía y la realidad.
—Tal vez sea momento de volver a casa —sugerí débilmente.
—En casa no voy a encontrar a nadie con unas piernas como estas —subió mi falda, me quitó una bota y acarició lentamente mi pantorrilla —. Ni un salero y limones robados —dejó escapar el aire lentamente —. No me voy a ningún lado. No sin ti, Hanna. No me dejes solo esta noche, por favor.
Sin apartar los ojos de los míos, me quitó el salero con una mirada encendida. Tomó mi mano y la lamió despacio, dejando un rastro cálido y húmedo. Me estremecí. Luego espolvoreó la sal y, antes de que pudiera reaccionar, metió un gajo de limón entre sus dientes.
—Vamos a meternos en muchos problemas…
—No tenemos por qué volver. Ellos no han llegado todavía. Solo un trago más… —Dijo tomando el gajo con los dedos.
Sentí un nudo en el estómago. Lo quería. Quería perderme en él y olvidar. No obstante, sabía que estábamos rotos, y esto no podía arreglarnos.
—No deberíamos… —empecé.
—No lo pienses tanto, Hanna. Ellos no están pensando en nosotros —susurró con voz grave y baja.
—No quiero que sea por despecho.
—No lo es… Es porque te deseo y tú a mí.
En ese momento, supe que ya no había marcha atrás.
Chupé la sal de mi mano, tomé un trago largo de vodka ardiente, y cuando fui a buscar un gajo, él negó con la cabeza, apartándolos.
—No —dijo, con esa maldita media sonrisa—. Este —. Colocó el limón en su boca, invitándome a tomarlo.
Me incliné hacia él, despacio, mis labios rozaron los suyos mientras lo chupaba en su boca. Puede sentir el calor, la suavidad, en contraste a la acidez de la fruta. Quise atraparlo con los dientes y separarme. Pero no me dejó alejarme. Lo sacó de su boca, tirándolo a un lado, y me atrapó en un beso salvaje, desesperado, de esos que te roban el aire y la cordura.
Me monté sobre él sin pensar, dejando caer la botella en el asiento. Su cuerpo sólido me recibió como si me hubiera estado esperando. Sus manos rudas se colaron bajo mi blusa, y mi piel ardió bajo su toque.
—Esto es una locura —jadeé.
—Lo sé —susurró, apagando la luz del techo. Y cuando volvió a besarme, ya no hubo juegos.
Liberó mi blusa con manos grandes y firmes, deslizándolas por mi espalda hasta desabrochar el sujetador con un gruñido.
—Necesito follarte ahora mismo, Hanna —jadeó contra mi boca abierta.
Desabotonó mi blusa entre codazos torpes, y una vez que lo consiguió, se inclinó para tomar mis pezones endurecidos con la boca.
La cabeza me daba vueltas y hundí los dedos en su cabello espeso, desesperada por el placer exquisito de su lengua, sus labios, sus dientes, jugueteando con cada caricia.
También quería tocarlo. Avancé torpemente sobre su camisa. Él me ayudó a quitarla, luego se deshizo de las botas y bajó los vaqueros a la fuerza, aunque el espacio era estrecho para quitárselos del todo.
Gemí al sentirlo levantar mi falda y buscar mis bragas. Todo iba muy rápido. Necesitaba pensar.
—Nos vamos a arrepentir de esto…
—Nunca me arrepentiría de esto —gruñó con voz áspera, frotando su erección dura contra mi intimidad—. Nunca he estado tan jodidamente excitado. Si no lo hacemos ahora, voy a estallar.
Sus palabras me hicieron sentir deseada, poderosa. Era consciente de que solo una camisa abierta colgaba de mis hombros, con los senos al descubierto mientras me movía sobre él, contra su dureza.
Era consciente de la humedad y el calor, intensificándose entre nosotros.
Podía sentirlo palpitando, en tanto mi calidez lo envolvía.
El aroma a licor, colonia y cuero.
En la penumbra de la camioneta, no podía verle el rostro, aunque lo imaginaba por los sonidos roncos, las maldiciones entrecortadas. Clavé las uñas en sus hombros, ardiendo por la idea de que un hombre como Logan Callahan no pudiera soportar la idea de detenerse.
Él, con las palmas abiertas, sujetó mi trasero y me alzó, corriendo las bragas a un lado con un solo movimiento. Apoyé la mano en los vidrios empañados y contuve el aliento.
—No me tortures más, Hanna —bramó justo cuando me guio hacia abajo y me penetró de una sola vez. Casi sollocé al sentirlo en lo más profundo, era tan irreal, erótico y salvaje.
Me acarició con labios, lengua y dientes, mientras se hundía una y otra vez. Asió mis caderas, marcando un ritmo desbocado, y yo le devolví los besos con el mismo frenesí.
Nos movimos a contrapunto, perdidos en la urgencia, hasta que él se puso rígido y gritó, hundiendo los dientes en mi hombro al correrse dentro de mí.
Y cuando las sensaciones acumuladas en mi vientre estallaron, me sacudieron por completo.
Sentirlo derramándose, palpitando, me robó el aliento y me dejó temblando. Me aferré a sus hombros como si el mundo estuviera a punto de romperse en pedazos.
Aunque no se movió, continuó dentro de mí. Palpitante. Firme. Como si no quisiera que terminara.
Nuestros pechos subían y bajaban al mismo ritmo, jadeando, con la piel ardiendo de deseo y sudor.
—¿Qué vamos a hacer ahora? —Pregunté sin aliento, con la voz ronca, y la mente hecha un desastre.
Logan me miró con los ojos oscuros de hambre, la mandíbula apretada, los dedos hundidos en mis muslos como si quisiera marcarme.
—Mañana lo pensaremos —gruñó—. Porque todavía no he terminado contigo —. Dijo, antes de devorarme con la boca, con la misma vehemencia con la que me había tomado, como si algo en su interior quisiese reclamarme como suya.
