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El farsante

Hanna

Tropecé dos veces con el felpudo antes de lograr meter la llave. La cerradura parecía más compleja de lo habitual, pero no era la cerradura. Era yo. El alcohol todavía me adormecía la lengua, las piernas. Logan me había dejado unas calles antes. Su risa ronca todavía me vibraba en la nuca y su sabor seguía en mi boca.

Una vez que conseguí dar con el pequeño agujero, me toqué los labios, como si deseara enterrar los recuerdos de lo que había ocurrido.

Debía olvidar lo que hicimos en la camioneta, contra la camioneta y en el motel en el que entramos desesperados para despedirnos, cuando volvíamos.

—Basta—me dije con firmeza, sacudiendo la cabeza —solo fue un error de borrachos y nunca va a volver a repetirse —, me alisé la blusa, como si eso me hiciese sentir menos culpable y giré el pomo.

Cuando por fin entré, la luz del recibidor se encendió de golpe y di un pequeño salto en mi sitio.

Parpadeé, aturdida y me costó un segundo adaptarme a la claridad.

Shane estaba allí, de pie, con los hombros rígidos y la cara desfigurada por la preocupación.

—¡Hanna! —Corrió hacia mí, con los brazos extendidos como si estuviera a punto de abrazarme.

Sin embargo, di un paso atrás, porque no quería que me tocase. Aunque luego de lo ocurrido no estaba segura de si era por la culpa o el asco que me provocaba saber que esas manos, habían estado hasta hacía unas horas en el cuerpo de mi mejor amiga.

Mientras que las mías, recorrieron el cuerpo del esposo de su amante.

—No me toques —. Le pedí y su gesto cambió. Del alivio al desconcierto. Del desconcierto al dolor.

—¿Qué pasa? ¿Estás bien? ¿Dónde estuviste?

No respondí de inmediato. Me quité el abrigo como si eso me diera tiempo para pensar. Su mirada me quemaba la espalda. Se encontraba a centímetros, revoloteándome demasiado cerca. Esperando poder tomarme en sus brazos. Y, sin embargo, lo sentía lejísimos. Tan distante que me parecía una caricatura horrenda del hombre con el que me casé.

—Con Claire. Me pidió que la acompañe a tomar un trago porque rompieron con ella.

Me odié por lo fácil que se me dio mentir. Por lo rápido que fluyó una excusa convincente.

Y por cómo bajó los hombros, aliviado porque ya estuviese en casa, a pesar de que en sus ojos también se podía ver un destello de sospecha.

Porque sabía que algo no iba del todo bien. Me conocía demasiado como para preguntarse la razón por la que no me había lanzado a sus brazos en cuanto crucé la puerta.

—No me gusta ella, te hace hacer cosas que no son propias de ti. ¿Desde cuándo sales hasta esta hora? —Preguntó, intentando sonar tranquilo, no obstante, no pudo disimular la tensión en su voz—. Nunca habías hecho algo como esto. Además, llamé a la fundación y no atendió nadie.

—Me recogió en la biblioteca, ¿y desde cuándo te importa? —Apreté los dientes furiosa, odiaba que fingiese que le importaba, que me quería, cuando aparentemente yo solo era un premio consuelo para él.

La amiga medio pelo, que enamoró para estar cerca de la mujer que realmente amaba.

—¿Cómo que desde cuándo me importa? ¡Son las tres de la mañana, Hanna! ¡Nunca habías llegado tan tarde, mucho menos sin telefonearme!

—Pasé por casa, para avisarte y no había nadie, a pesar de que ya era tarde —repuse, esperando poder ver su reacción de primera mano y no me decepcionó. Sus ojos destellaron y sus labios se volvieron una línea tensa—. Se suponía que debías de estar aquí, porque me dijiste que llegarías a las seis, ¿dónde estabas?

El silencio fue brutal. Él me miró como si lo hubiera abofeteado.

—No tengo idea, de donde estaba cuando has pasado. Quizás venía en camino o yo qué sé… Eso no importa ahora. No intentes dar vuelta las cosas.

Reí, mirando fijamente a sus ojos, intentando ver a través de ellos.

—¿No? —Los músculos de su mandíbula se tensaron—, ¿y, sabes dónde estaba Rachel? Porque llamé a su casa y nadie contestó.

Titubeó. Apenas una fracción de segundo, pero lo vi. La culpa en su cara fue un destello sucio y veloz. Como una cucaracha escapando al encender la luz.

—No sé de qué hablas —murmuró, demasiado rápido —. ¡¿Y cómo voy a saber yo donde estaba tu amiga?! —Se puso a la defensiva —. Yo soy el capataz de los Callahan, no tengo tiempo para sociabilizar con los patrones.

—También es tu amiga y trabajas en su casa.

—¡Pero no soy su niñera, mierda! —Gritó y no me inmuté.

Lo odié. Lo odié con una claridad abrumadora. Aunque también me odié a mí misma. Porque mientras él mentía, desesperado por salir impune. Yo seguía sintiendo las manos de Logan, recorriéndome las piernas en la parte trasera de su camioneta.

Podía escuchar, su voz diciéndome: “no lo pienses más, no les debemos nada”.

Y después, ese plan. Ese maldito plan, que no tenía pies ni cabeza.

Era absurdo, insano. Aunque no del todo imposible y comenzaba a considerarlo, porque la bilis me subía por la garganta de solo pensar en como se estaban riendo de nosotros en nuestras narices.

Una parte de mí, necesitaba verlos sufrir, retorcerse por el dolor.

—¡A veces eso parece!—Le escupí, sintiendo cómo se me erizaba la piel—. ¿O vas a negar que siempre estás disponible cuando te llama?

—¿Qué mierda te pasa? —Espetó, ya harto—. Estás borracha. No sabes lo que dices. Claro que no puedo negarme, porque es mi jefa también y tu amiga —me apuntó con el dedo —. Nunca te había molestado hasta ahora, ¿tiene eso algo que ver con tu estado y la hora en la que has llegado? ¿Esa Claire te has estado llenando la cabeza en mi contra?

Dejé escapar un sonido ronco, cuando sus palabras cobraron sentido.

—Es cierto… Nunca me había molestado —lo pensé por un momento, sintiéndome patética —, ¿se puede ser tan complaciente? —Una risa aguda escapó de mis labios y me doblé hacia adelante, presionando mi estómago —. ¿Se puede ser tan idiota? —Me carcajeé como si fuese lo más divertido del mundo.

—¿Qué? —Frunció el ceño—. ¿Qué estás insinuando? —Negó con la cabeza —. Estás como una cuba.

Alcé el rostro hacia él y lo miré con rabia.

—¿Por qué te pone tan nervioso, Shane? —Susurré, acercándome apenas, saboreando el veneno—. No estoy insinuando nada. Solo pregunté por Rachel. Ya que ninguno de los dos estaba donde se suponía que estarían.

Me sostuvo la mirada; sin embargo, le tembló el labio. Estaba furioso y asustado. Intuía que sabía algo, el problema es que no tenía idea de cuanto o qué exactamente.

Podía ver las preguntas reflejándose en su rostro.

Se preguntaba, si los había visto en alguna actitud sospechosa, si acaso alguien me dijo algo.

—Estás demasiado borracha —dijo finalmente, conteniéndose —, y estás diciendo incoherencias. Ni siquiera entiendo por qué has metido a Rachel en todo este asunto. Es mejor que te lleve a darte un baño y mañana hablaremos.

—Incoherencias —repetí, sonriendo.

Entendí, que contaba con que olvidase todo. Porque todavía existía una posibilidad que continuase siendo la idiota de la que se reían, mientras se revolcaban en mis narices. Después de todo, de saber algo, ya le estaría montando el escándalo de su vida.

Su seguridad y la forma en la que realizaba control de daños, me revolvía el estómago.

—Voy a prepararte el baño y te daré algo de sopa —extendió la mano, para tomarme del brazo y la aparté de un manotazo.

—No necesito de tu ayuda, puedo arreglármelas sola —mi voz, salió más ronca y sombría de lo que esperaba.

Por lo que me miró como si no me conociera, como si estuviera frente a una completa extraña.

—Entonces, haz lo que se te venga en gana, Hanna, porque yo estoy fundido y me voy a dormir—. Se dio la vuelta, fue directo al dormitorio y cerró la puerta tras él.

Y me quedé sola. El silencio era denso, pegajoso.

Mi piel todavía ardía. El perfume de Logan seguía en mi ropa. Y su plan, ese plan ridículo, se repetía en mi cabeza como un eco insistente.

Me dejé caer en el sillón, con la garganta seca y las manos temblorosas. Miré la puerta cerrada y me sentí al borde del abismo.

¿Qué ocurriría cuando todo saliese a la luz?

Así que, murmuré, apenas audible, con la voz rota:

—¿Qué carajos voy a hacer?

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