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Capítulo 3 * No soy Bonita*

Mi amiga acababa de olvidar que, a diferencia de ella, yo no tenía una belleza extravagante y me daba mucha pereza arreglarme. Solo pensar en todo ese maquillaje me dio escalofríos.

-¡Oh! ¡Claro! Voy a encontrar a un hombre soltero dando sopa en la esquina - Me burlé de la situación.

"Si es lindo, házmelo saber", espetó ella.

Rodé los ojos. No puedo creer que estuviéramos teniendo esa conversación.

-Primero tengo que preocuparme por encontrar una nueva fuente de ingresos – dije mientras terminaba mi pan.

-Está bien, por ahora trabajemos – dijo finalmente. - Tienes que demostrarle a Larissa que estás bien.

-¿Y cómo lo hago? pregunté, obviamente con mucho miedo de que ella me respondiera.

-Esa parte me la dejas a mí, amigo mío – hizo esa mirada.

Esa mirada no presagiaba nada bueno. Solía aparecer cuando Ana formulaba una idea que me pondría en un gran lío. Hizo la misma mirada cuando dijo "Vamos a la fiesta de los mayores, será genial". La borrachera que tomó no estaba nada bien y volví con una mujer alta de setenta desmayada en el taxi. Dios sabe cuánto me costó meter ese enorme cuerpo en el ascensor y lo difícil que fue arrastrarlo por el pasillo del quinto piso hasta nuestro apartamento.

-No tienes que poner esa cara – dijo recogiendo su bolso y dirigiéndose a la puerta. - Puedes confiar en mí.

"Eso es exactamente lo que me asusta", dije, siguiendo a la mujer.

A la mañana siguiente, estaba listo para trabajar con anticipación y esperando que Ana me pasara la mantequilla.

-¿Por qué estás hojeando los clasificados? preguntó Ana, mientras se quitaba algunos mechones de cabello de la cara.

"Estoy buscando un nuevo trabajo", le dije.

Ella me miró confundida.

-¿Qué sucedió? preguntó Ana.

No tuve contacto con nadie, ni siquiera con Carlos. Pero la oficina para la que trabajaba iba a cerrar. Mi búsqueda de un nuevo trabajo venía desde hace unas semanas, apenas recibimos la noticia.

Sin embargo, no tuve tiempo de explicárselo a Ana, porque Antonio llegó a la cocina y me quitó el periódico de la mano.

-Oye, estaba leyendo – le grité al tipo.

Me miró confundido.

-¿Los clasificados? - dijo en tono burlón.

Regresé el periódico a mis manos y él se encogió de hombros, como si no le importara.

"Sí, los anuncios clasificados", espeté.

-Si quieres te dejo el currículum en la oficina, vamos – dijo Ana, finalmente entregándome la manteca.

Finalmente, logré untar con mantequilla mi pan. Gratificante para una mañana de problemas.

-Vaya, perder a tu esposo y tu trabajo en la misma semana, que mala suerte tener- dijo Antonio en su natural tono de aburrimiento.

-No todo el mundo nace con suerte – le dije solo.

Sus ojos estaban fijos en mí, pero no cedí a su presión y le devolví la mirada con mucha furia en mis ojos.

"Están contratando en mi empresa", dijo, cediendo finalmente para poder beber su taza de café. - Si quieres, puedo tomarlo por ti.

Estaba pensativo. Deberle un favor a Antonio no me parecía muy agradable, pero al mismo tiempo necesitaba un trabajo, sobre todo si mi intención era encontrar mi propio lugar para vivir.

"Vamos, Rossmery , no seas dura", dijo Ana, probablemente sintiendo mi desgana.

-¿No me vas a decir que quieres ser uno más en las estadísticas del paro? - dijo el hombre en un tono juguetón.

Resopló, derrotado. Era imposible tener una conversación seria con ese hombre.

-Bueno. Te enviaré una copia por correo electrónico más tarde, dije más tarde, pero no esperé dos minutos para reenviar el archivo.

-¿Listo? - preguntó Ana en cuanto terminamos de desayunar.

Preparado no sería una palabra que usaría en ese momento. No en esa situación.

-Si quieres te llevo al servicio – dijo Ana.

-No lo sé, amigo. Todavía tengo que conseguir mi coche —dije.

Sí, en medio de toda esa confusión, había dejado el auto estacionado en el garaje de mi antigua casa. Solo noté la estupidez cuando entré al edificio de Ana, pero ya era demasiado tarde para volver a esa casa.

-Ve con Ana – dijo Antonio. - Te conseguiré el coche.

Dijo mientras tomaba mi llave y salía por la puerta. No hubo tiempo para que dijera que no lo necesitaba o que encontraría la manera. Se fue tan rápido que apenas tuve tiempo de responder.

"Qué niño tan apresurado", dije, levantándome para ir tras él.

Ana fue más rápida y tiró de mí para sentarme.

"Es mejor que se vaya él que tú", dijo. - Sé que no quieres volver a esa residencia y, como amigo, no quiero que te acerques a ese hombre ni un segundo más.

Su mirada era firme y dejó muy claro que no iba a aceptar un no por respuesta.

-Ahora dime la razón de esa cara de mal humor- dijo ella.

Ana tenía un inmenso conocimiento de mí y esa era una de las razones por las que nos llevábamos tan bien. Mis formas explosivas y sarcásticas no funcionaron con ella. Aunque mis rápidas respuestas siempre la dejaban boquiabierta, no se defrauda y volvía (casi siempre) en el mismo tono.

-Esta semana va a ser larga, y hoy todavía es miércoles – dije resoplando.

Su mirada curiosa llevaba un 'cuéntamelo todo pronto', lo cual no me dio respiro y terminé contándole.

-¿Recuerdas que te dije que me llegaron unos mensajes de una mujer al celular de Carlos? - Hablé.

Ella solo asintió.

-Era de Larissa – le tiré la información.

No me pareció sorprendida, de hecho su rostro delataba decepción con la información, como si esperara algo más rimbombante.

-¿Ya lo sabías? - Yo pregunté.

Ella se rió sin humor.

-En la última reunión cuando fuimos a su casa para ese asado, estaba muy claro que se estaba comiendo a Carlos con los ojos -dijo.

Ugh, no me di cuenta de eso.

-Ahora imagina que te echen de casa y al día siguiente tengas que darle los buenos días a la amante de tu marido. - dije desanimado.

Ah, para su aclaración, mi querido lector: Larissa es actualmente mi colega en el trabajo. La consideré una gran amiga hasta que me enteré de su relación con mi 'esposo', pero aparentemente eso no afectó su sonrisa falsa y su cara cínica. Muy por el contrario, trató de acercarse aún más a mí.

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