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Capítulo 2 (Parte II)

Ambas avanzaron con rumbo al interior del edificio, Elena parpadeó unas cien veces más rápido de lo normal cuando ingresaron a la habitación principal y miró las enormes letras del apellido de su jefe sobre el enorme escritorio de la recepcionista.

Pensó que él quizá habría tenido una oficina allí, para lo que sea en lo que fuera que trabajara; pero no pensó que el completo edificio le perteneciera, ni podía imaginarse que clase de empresa tenía el hombre por la cual tuviera tanto dinero.

Su mente repitió.

¿En qué rayos la había metido el monaguillo?

Quería creer que no era una persona que se dejara llevar por las convenciones populares; pero continuaba cayendo en ellas justo en medio del jefe y su secretaria. Los empresarios y sus secretarias no solían verse así, ¿qué había detrás de aquel par de individuos tan peculiares? ¿Quiénes eran realmente? ¿Por qué a él le interesaba hacerle caridad a un huérfano que conoció por casualidad?

No sabía qué rayos ocultaban; pero tarde o temprano lo descubriría.

Giró un poco, siguiendo la línea de la estructura circular de la recepción, sus padres color concreto y metal, sofisticado, detallado, un poco futurista y muy serio. Lámparas de luz LED enormes, brillantes, esplendorosas, se sentía como en uno de esos libros futuristas, esos en los une el mundo estaba devastado y las oficinas del único poder en el mundo post apocalíptico eran lo más lujoso e inimaginable de haber. Completamente sin sentido.

Su mirada se detuvo al cuerpo que se interpuso entre su análisis del paisaje, ella tenía una mirada divertida, se divertía de ella y su expresión de asombro por un simple edificio bien distribuido. Ella definitivamente no combinaba con el paisaje, su cabello alocado que parecía un nido de ardillas, aretes en su nariz y cejas, maquillaje exagerado, corsé de flores tropicales y enagua de vuelos por la mitad de sus muslos y tacones de veinte centímetros color rosa fosforescente, nada en ella estaba bien.

¿Quién había perturbado su mente de aquella manera? ¿Qué había dañado a la pobre chica?

—Estas juzgándome. —Sol robó aquella frase de Ashley de hacia unas cuantas mañanas cuando se lo dijo a Esdras tras descubrirla desnuda en el apartamento.

Elena había perdido de nuevo la línea de sus pensamientos y dejó de mirar las paredes del edifico de manera asombrada para mirar a Sol con una expresión de asco.

—Eres tan... alternativa.

—Deberías probarlo alguna vez. Tal vez dejar ese uniforme que parece que va a explotar como un volcán en erupción tras miles de años sin estar activo.

Elena se miró a sí misma, ella tenía razón en eso, había usado el mismo atuendo los últimos cuatro días, estaba sorprendida de que los botones no hubieran asesinado a alguien ya, o ella no hubiera muerto por falta de oxígeno.

—Es de mi estúpida hermana, uno de sus tantos disfraces de su fracasado trabajo como actriz de teatro.

—Si quieres salir de ese ridículo uniformes puedo prestarte ropa, tengo unas prendas más en mi bolso. —ofreció Sol. Elena volvió a pintar un su rostro un gesto de desagrado mientras miraba a la chica de pies a cabeza una vez más... Nunca, jamás, ni en sus sueños, ella se vestiría así; además, ella era mucho más grande, sus pechos era el triple de grandes, así como sus caderas u estatura, era como comparar un fideo de arroz con una zanahoria.

—Por favor, no es tan malo.

—Oh si, si lo es.

—Es cierto lo que dicen de ustedes los británicos... Son groseros —se quejó Sol, dio media vuelta y empezó a alejarse de ella. Elena dudó por un segundo, luego entendió en un destello de razón que debía seguirla o jamás sabría a donde tenía que ir.

Subieron en el ascensor con un intenso silencio que se sentía a muerte, Elena no puso atención a los pisos, solo pensaba vez tras vez en que corría riesgo de ser violada por la mujer a su lado, ese riesgo aumentaba por cada segundo que la puerta no se habría.

No sucedió, llegó sana y salva al último piso, cuando dio un paso fuera del ascensor, miró el mundo a su alrededor, gente corría de un lado a otro, teléfonos entre la oreja y él hombro, montañas de papeles, todos hablaban y hablaban, sonaban más teléfonos por todos lados, el sonido de teclas marcándose, computadoras quejándose, gente gritando. Fue la primera vez que se preguntó qué clase de negocio dirigía el hombre, bien podría ser la mafia y ella si quiera se lo había preguntado. Esdras jamás mencionó nada, solo que era un hombre de negocios. Las ramificaciones de “negocios” se extendían a mucho, y no todo era legal.

—Aquella es la oficina de Ashley. —Señaló Sol, justo al fondo de todo el desastre y la locura.

— ¿Debería quedarme aquí o tengo que irme y regresar cuando me necesiten? —quizá debió de hacer esa pregunta una docena de pisos más abajo.

—Deberías preguntarle tú misma, no tengo la menor idea, yo soy su asistente, lo asisto cuando él me lo pida.

—Estoy segura de eso. —le miró con ojos entrecerrados y un recurrente pensamiento de ella sobre el jefe, ciertamente le servía sin ninguna barrera, lo sentía muy dentro de sus huesos, tenía la ligera sospecha de que ella podía tirarse cualquier cosa que se moviera, mucho más a su musculoso jefe multimillonario.

Sol no le prestó mayor atención a la insinuación de Elena, tan solo giró sobre sus talones y se alejó de ella a zancadas, odiaba lo detestable mente alta que era.

Ella se introdujo en aquel campo de batalla, fue una verdadera carrera de obstáculos, allí todo el mundo estaba loco, cruzaban de aquí para allá en apuros, no se detenían, no se molestaban en evitarla, podría haber muerto allí y ellos solo la tomarían como una pieza de mobiliario más antes de enterrarla en papeles. Jamás la encontrarían luego. Cuando llegó al otro lado, pegó su cuerpo a la pared de vidrio templado que dividía la oficina de todo lo demás, no era más que un enorme piso inundado de mini oficinas divididas solo por una especie de tablón de aserrines comprimidos, y no es que ella supiera mucho de eso.

Voces llegaron a ella desde dentro de la oficina, dos voces, él no estaba solo por lo visto.

—Soy tu jefe de seguridad, deberías acatar lo que te digo. —Aquella no era su voz, era la de alguien más, una muy carrasposa y grave voz.

—Yo soy tu jefe, yo soy el que da las órdenes. —Gruñó este, si, Ashley.

—Después de todo lo que has pasado esperaba que fueras un poco más desconfiado y menos estúpido.

—Es de confianza, la recomendó un amigo, no es una gran amenaza, es solo una chica inocente.

— ¿Es una chica? —espetó el otro, prácticamente le escuchó escupir en la cara de Ashley, ella pensó a cuál chica se refería—. Creí que ya habíamos establecido que las chicas pueden ser un gran problema. ¿Cómo te fue la última vez?

—No te atrevas a siquiera mencionarla de nuevo, ¡nunca más! ¡Ni una sola insinuación! —escuchó gritar a su jefe, Elena tragó grueso, quizá no era buena idea tocar la puerta ahora.

Ella se encogió cuando escucho algo quebrarse, cerró los ojos e hizo una mueca.

— ¡Haz lo que sea que te dé la gana! De vez en cuando recuerda que los amigos estamos para protegerte. —El otro hombre salió de aquella puerta como un rinoceronte en ataque, rápido, pesado y agresivo. Ella solo lo miro alejarse, pelinegro alto y alargado; pero no quería interponerse en su camino.

— ¿Elena?

Ella saltó cuando vio a Ashley a su lado, retrocediendo un metro en un pestañeo.

— ¿Qué rayos sucede aquí con la gente? —chilló.

Ashley, que hasta el momento había tenido un extremado ceño fruncido y ojos enfurecidos, la miró con compasión.

—Mi jefe de personal no está muy feliz contigo. —comentó él.

¿Así que toda la pelea había sido por ella?

— ¿Por qué?

—No le gustan las chicas que salen de la nada, según él; porque no tienes títulos de primeros auxilios, defensa personal, manejo de armas ni evaluación psicológica. Ciertamente está furioso porque te contraté sin preguntar por lo antes ya mencionado. Quería hacerle un favor a Esdras, y yo no creo que estés loca, o que vaya a necesitar que me defiendas.

—Oh bueno, gracias por el voto de confianza. Yo solamente le iba a preguntar si...

—Espera, —interrumpió él—, buscaré alguien que limpie este desastre antes, de lo contrario lo olvidaré y solo lo recordaré cuando alguien tropiece con ello y pase un caos. Además, empezará a apestar todos mis papeles, creo que no a muchos les gustaría sus contratos con aroma a güisqui. ¿Qué imagen daría eso de nosotros?

Con eso, él se alejó.

Ella echó un vistazo dentro de la oficina, había cajas por todas partes, típico de una mudanza reciente o pronta. Había una caja caída y todo el contenido se había desperdigado por el lugar como en una gran avalancha, mucho más allá estaba la botella de güisqui en el suelo, y cada vez se extendía más por el piso de madera fina y brillante, un cambio de suelo con respecto al resto del piso.

Las suelas de sus zapatos hicieron crujir algo al pisar, miró a sus pies y encontró más papeles; pero entre ello se asomaba lo que parecía ser una fotografía. Se inclinó y la tomó, era una bella chica de ojos verdes y cabello intensamente negro.

— ¿Qué querías decirme? —Elena dio otro respingo de sobresalto, y casi de inmediato de manera paranoica deslizó la foto en el bolsillo de sus apretados pantalones.

— ¿Debo quedarme a esperarlos o puedo irme y regresar cuando me necesiten? —volteó con nerviosismo, pero intentó disimular, no quería que él descubriera que había tomado la fotografía.

—Tendrás que quedarte, no por mí; pero necesitaré que estés disponible para Sol, quizá la envié a algunos lugares y será mejor que la lleves. Hay un espacio para empleados, encontrarás café y una que otra golosina, siéntete cómoda, usa la computadora si necesitas entretenerte mientras tanto, estudia o lee un libro, lo que te venga mejor.

—De acuerdo.

—Buen día señorita Casanova —él casi la empujó de regreso a la alfombra tras la entrada de lo que parece ser un bedel, y cerró la puerta tras ellos.

Lo más inteligente sería encontrar a Sol y luego pedirle indicaciones del espacio para empleados.

Ahora bien, ¿dónde podría haberse metido ella?

Jamás la halló, Elena fue de acá para allá en todo el piso, subió y bajó, vez tras vez, y jamás la encontró. No importa cuán grande y desproporcionado fuera el edificio, no había forma de que desapareciera de aquella forma.

Luego de siglos de vagar, simplemente se derritió rendida en la alfombra del pasillo de donde sea que fuera que se encontraba.

Tomó su celular y se enfrentó a la simbólica e imaginaria bola de pasto que corrió por la pantalla, así como el canto ficticio de un grillo que rechinó dentro de su cabeza, haciéndola sentir sola y miserable, no entendía siquiera por qué tenía un teléfono, no existía para nadie más que para el monaguillo, y ese llegaría a su casa primero antes de enviarle un mensaje, era como un gato, jamás lo podría perder, ni, aunque quisiera, y tal vez mereciera.

¿Pero dónde se había metido la última semana?

De pronto alguien la arrancó del suelo, simple y sencillo, como si fuese una pluma, ligera y desnutrida; aunque estaba muy cerca de aquello.

Pegó de frente con Sol y su voluptuoso cuerpo, la chica era mucho más fuerte de lo que imaginó.

—¿Qué demo…?

La mano de Sol se precipitó contra su boca, callándola antes de poder terminar cualquier expresión.

—Shhh… Ella está aquí.

“¿Quién está aquí?”, pensó Elena. Y como si Sol pudiera leer su mente, respondió:

—Mi ex.

Sol la retuvo contra de su voluntad en aquella esquina, tapando su boca, sosteniéndola fuertemente de un brazo que sentía que perdería pronto si no la soltaban las garras de aquella mujer. Desde ahí pudo verla, la chica, y no le extrañó, era justo ese tipo de chica con la que su jefe se juntaría. Tal como Sol, ambas tenían apariencia de actriz porno súper operada, estilizada, demasiado producida, mucho Botox y silicón por todas partes, ni siquiera sabía cómo podían gustarle mujeres como aquellas.

También se sintió miserable, ella, con sus tallas 0 por todas partes, cero traseros, cero bustos, cero carnes, solo su hermana podría estar peor de flaca y plana que ella. Y lo peor de todo, es que su hermana tenía más futuro en su mediocre carrera de actriz de teatro fracasada antes de que ella.

La chica aparte de sus exageradas medidas también compartía el gusto de Sol, cabello teñido color fantasía, dos colores justo a la mitad de su carrera, aretes en más lugares de los que debería, tatuajes; pero a diferencia de Sol, ella tenía el cabello solamente lacio, no una combinación de cada estilo existente sobre una sola cabeza, y también tenía buen gusto por la moda, y parecía ser caro.

La mujer pasó por el pasillo hacia el ascensor sin notarlas, y cuando las puertas se cerraron, Sol la liberó.

—No puedo creerlo. —Soltó Elena, dando una inhalación profunda en busca de oxígeno.

— ¿Qué cosa? —preguntó Sol.

—Cómo no funcionó con ustedes, son perfectas la una para la otra, —y lo dijo con intención de burla, Sol por supuesto que lo notó.

—Es una muy larga historia, pero, en resumen, me cambió por muchos millones.

—Al menos fue por algo por lo que valiera la pena —sentenció Elena, y Sol empezaba a dejar de simpatizar con ella—. También

me dejaron; aunque no fue él exactamente, yo lo dejé, pero él me traicionó.

—No sospecho por qué lo haría. —gruñó Sol un poco, o bastante, molesta con la inglesa grosera.

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