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Herencia Escarlata (Secuela de Condena Escarlata).

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Nina Bestimmungsort
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Sinopsis

Era hace una vez... Un hombre que vio al amor de su vida convertida en la villana de su propia historia, un amor mortal que era inmortal, y cuando él supo que se iría, decidió no abandonarla jamás, mucho más allá de cualquier límite. Era hace al mismo tiempo... Que él se enamoró de la muerte, cuyo amor pertenecía a otro, pero a él no le pertenecía la vida. Era hace sólo un poco después, otro hombre que vio a su amor morir dos veces, y renacer dos veces más, hasta que no volvió jamás y se llevó todo con ella. Era hace aún mucho después, un chico que no tenía idea de quién era, solo de lo que es, lleva un peso en su sangre, una maldición y una herencia escarlata que alguna vez debe terminar. Tercera parte de la serie COLOR ESCARLATA

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Capítulo 1 (Parte I).

La lluvia goteaba estrepitosamente contra el ventanal que estaba sobre el lavado en su apartamento, era muy temprano aquella mañana, el cielo aún estaba oscuro y siniestro afuera.

Dejó la taza de té en el lavado justo a tiempo para escuchar a su amiga caer dentro de su piso con escándalo, se asomó ligeramente por la puerta de su cuarto de cocina y la miró, de rodillas en el suelo reuniendo sus efectos personales que se esparcieron por el piso cuando ella cayó; no le ayudó como caballero que era, porque ella era una feminista, y jamás lo dejaría, solo lo golpearía para echarlo de lado e impedirle ayudarla. Así que él sólo se cruzó de brazos mirarla lanzar todo a su bolso con algo de prisa y locura, ya se había despeinado entre su vaivén, un riso se escapó de su trenza justo a la altura de su frente.

No pudo evitar pensar que se veía preciosa aquella mañana.

— ¿Por qué? ¿Por qué me haces esto? —preguntó ella, al final lanzándole un pequeño bolso en el que él sabía que ella llevaba sus objetos de aseo íntimo femenino.

Él lo golpeó lejos de sí mismo.

— ¡Tú necesitas un trabajo! —gritó en objeción—. Si eres amable con él podrías obtener uno. ¡Te gustará! ¡Él es genial!

— ¡Es tu amigo! ¿Por qué simplemente no podías decirle: “¡Hay! ¡Tengo una amiga que necesita un trabajo! ¿Tienes algo disponible en alguna de tus empresas?”.

—No, me gusta más verte sufrir al intentarlo. Además, sería rebajarte como mujer impedir que tomaras el asunto en tus propias manos.

—Es... ¡Jódete! —le gritó.

Él rio al mismo tiempo en el que miraba la pantalla de su teléfono celular.

— ¡La limusina está aquí! —anunció él.

Ella se irguió desde el piso, soltando su bolsa y desparramando todo de nuevo en el suelo, un brillo labial rodó hasta las zapatillas de él, y luego la miró con una ceja en alto.

— ¿Limusina? —preguntó.

—¿Por qué te sorprendes?

—Pensé que solo conduciría tu automóvil hasta allí. ¿Quién rayos es este hombre?

—Es solo un amigo.

— ¿Entonces por qué necesita una limusina? —chilló ella.

—Porque es un multimillonario al que definitivamente no montaría en mi Volkswagen de segunda, al menos no mientras siga pagando mi carrera universitaria.

— ¡Lo sabía! ¡Tienes un amante gay que te patrocina! —acusó ella, señalándolo.

Este rio escandalosamente, obviamente lo que ella había dicho era muy divertido.

—Elena querida, él es muy heterosexual, cree que lo sabrás.

— ¡No has negado que seas gay! —acusó ella en su lugar.

—Claro, por supuesto querida, lo que tú digas. —Continuó riendo mientras la sacaba de su piso jalando de su brazo.

Él mismo la escoltó hasta la limusina, le puso un divertido sombrero que le pidió prestado al balé del edificio lujoso del frente, solo para burlarse de ella mientras le decía que, al lucir como un chófer, un empleo que se caracterizaba por estar ocupado sólo por hombres hacía defender su postura feminista.

Ella bufó y gritó una vez que estuvo dentro del auto en solitario, ¿cómo dejó que él la arrastrara a esto?

Salió de su lugar de aparcamiento sintiéndose con los nervios de punta. Si le hacía algo a aquel auto, si tocaba algo mal, seguro le costaría un riñón; tendría que vender más que su riñón para poder seguir con su vida.

A diferencia de su amigo, ella no tenía quién patrocinara su último año en la universidad, pidió un préstamo para sacar su doctorado; pero ahora la deuda estaba dejándola sin aire, debería mucho más cuando iniciaran las clases, una vez que eso iniciara volvería a robar las sobras del refrigerador de su amigo para no morir de hambre.

Aparcó en el estacionamiento del Aeropuerto Heathrow de Londres, sacó su cinturón de seguridad y se retorció en su asiento como mujer adolorida durante periodo menstrual para sacar del bolsillo de sus apretadísimos, y muy caros pantalones prestados; porque obviamente a ella no le alcanzaría para comprar unos, un celular.

Miró el mensaje de su amigo, aun lo tenía registrado en sus contactos como “monaguillo”, así fue desde que lo conoció. En el mensaje le decía que registrara la guantera en busca de una carpeta en la que encontraría la información necesaria para dar con el hombre en cuestión por el cual se había metido en aquellos sumamente apretados pantalones de secretaria y ridículo saco de pingüino que pidió prestado del vestuario de su hermana, la miserable actriz de teatro, que al parecer era aún más pobre que ella, pues si estuviera bien alimentada no estaría tan exageradamente flaca y escasa de carne.

En la carpeta no había mucho más que un rotulo doblado con el apellido “Preston” escrito en él, además de una tarjeta con la puerta de desembarque, la hora y el nombre de la compañía de aviones en la que viajaría.

Se hizo con ello y salió de la limusina debajo del torrencial aguacero. Rondó por el lugar comparando las pantallas de los arribos y haciendo preguntas insistentes a los poco amables policías que se topaba; ella jamás había estado en el lugar antes, mucho menos entendía de aviones, aerolíneas o seguridad migratoria. Así que se limitó a seguir instrucciones y quedarse tan solo por ahí con el cartel extendido en lo alto.

—Creo que eres la mía. —Ella saltó al escuchar la voz del hombre a su lado, y se alejó ligeramente de él, renuente al momento.

— ¿Disculpe? —preguntó, quizá con algo de sarcasmo, intentando sonar descarada y un tanto ofendida por la elección de palabras que eligió el sujeto.

— ¿“Puidy”? Creo que se refiere a mí. —Él señaló su anuncio, ella lo miró instintivamente, la R se había derretido con el agua haciéndola lucir como una I.

— ¡Oh demonios! —refunfuñó ella.

— ¿Puidy? ¡Me encanta! ¡Te llamaré así de ahora en adelante! —dijo una mujer que caminaba hacia ellos, ella dobló el cartón ocultando el desastre y solo fue entonces cuando miró la apariencia de ambos.

Él no lucía para nada como un empresario multimillonario, era bastante destartalado, tenía tatuajes hasta sus dedos y usaba maquillaje como un rockero apasionado, llevaba vaqueros rasgados, una chaqueta de cuero vieja, sombrero, botas, solo le faltaba el caballo. La chica en cambio parecía ser una prostituta barata, rebelde y también un poco rockera por el profundo maquillaje violeta y negro, además de la nariguera.

—Por cierto, soy Ashley y ella es mi amiga Sol. —Se presentó, la chica solo explotó una burbuja de chicle mirándola de pies a cabeza, quizá un poco más perturbador de lo que esperaba.

— ¿Ashley? ¿Cómo una chica? —preguntó ella.

—Así mismo, es bastante común en América en realidad, en los hombres.

—Si tú lo dices, —dudó—. Yo soy Elena.

—Genial, cómo la loca de las crónicas vampíricas. —dijo Sol.

— ¿Qué? —preguntó Elena, parpadeando lentamente hacia la chica de maquillaje y cabello loco.

—Olvídalo, a ella le gusta bromear. ¿Alguien cargará nuestro equipaje? —preguntó Ashley.

—Yo lo haré —afirmó Elena.

—Déjame ayudarte. —ofreció él, y no le dejó oportunidad de negarse.

—Será un placer, Elena. —dijo la chica, dejándola atrás junto con su montaña de equipaje.

Ciertamente no era esa la vida que esperó tener, ni mucho menos el trabajo que esperó conseguir cuando entró a la universidad, jamás se imaginó con ricacho como aquel, y eso que ella no era de estar conforme con las convenciones populares de la humanidad. Quizá aun así tenía un esquema sobre “el niño rico” que fue roto aquella mañana. Ashley Preston no parecía ser uno de ellos, no lucía como uno, no actuaba como uno.

Él encajaba en más en el prototipo de estrella de rock, o motociclista bandolero, e incluso vaquero forajido de esos que se miraban en las películas americanas, los que robaban el banco y aun así conquistaban a la chica. Sin embargo, lo poco que su mejor amigo le había dicho sobre él le daba a entender que él no robaba bancos, él era el banco.

Lo que lo hacía aún más extraño.

Pero sobre todas las cosas, lo más extraño ahí era la compañía con la que cargaba, la chica que parecía salida de un vídeo pornográfico, más el maquillaje extravagante y excesivo; además de su cabello de rulos desechos, enredos, dreads y trenzas, un poco lacio por allá, y poco achinado por allá, mechas de colores saliendo por entre todo aquel desorden, aunque su color original parecía ser el castaño.

Ahora mismo de camino hacia algún lugar, porque ella realmente no tenía idea de hacia donde se dirigía porque ahora mismo seguía las indicaciones del GPS, ellos cuchicheaban, parecían tener una acalorada discusión no violenta sobre algo que no era audible entre el ruido de la lluvia del exterior, las llantas sobre el pavimento empapado, el motor de la limusina y la música de fondo que ellos eligieron... música que cumplió sus expectativas por completo.

Mirándolos por el retrovisor se preguntó si aquel destartalado par era, en realidad, una pareja, ellos parecían ser el uno para el otro.

Suspiró al llenarse de pensamientos consecuentes derivados de aquella sola idea, pensamientos basados en su vida actual y su pasado romántico.

¿Qué rayos estaba haciendo mal?

Parpadeó repentinamente consciente de que el GPS le hablaba, estaba a solo unos metros de su destino, hizo rodar sus ojos al darse cuenta del lugar al que se dirigía, era un lujoso y carísimo edificio de departamentos para gente que estaba pudriéndose en dinero.

Giró en dirección al estacionamiento subterráneo, el agua que contenía el paso se abrió de manera automática una vez que la limusina estuvo en el lugar correcto, algo brilló sobre su cabeza y supo sin mirarlo que había sido algún tipo de llave inalámbrica, de alguna forma allí puesta intencionalmente.

No tenía la menor idea de cómo había llegado allí, ni quién había supuesto que la necesitaría. Ya empezaba a preguntarse cómo entraría al lugar sin ningún documento provisto.

Hombre y mujer estuvieron fuera del auto casi tan repentinamente como este estuvo aparcado, ella siquiera tuvo la oportunidad de desabrocharse el cinturón antes de eso, y mucho menos de cumplir con el esperado abrir de puertas que se suponía debías hacer por protocolo.

Abrió la cajuela, tomó las llaves y salió, rodeando el auto para ir hasta el maletero por el equipaje.

— ¡Vamos! ¡Por favor! —rogaba la chica.

Elena sospechó que eso era lo que había estado haciendo todo el camino desde el aeropuerto.

—Es muy temprano Sol, deberíamos subir y descansar un poco. —rehusó él mientras se contorsionaba de maneras divertidas, tronando sus huesos.

Elena escondió una risa detrás de una sonrisa mediana, e intentó contenerla.

Él se estiraba tras largas horas de viaje.

—Yo quiero dormir. —prosiguió.

—Si vamos al Delight Place, podrías regresar aún más relajado y dormir aún más placenteramente al regresar. —La chica tomó la pretina de la chaqueta de él, mirándole con ojos de perrito.

Elena solo negó escondida detrás de la puerta de la cajuela.

Se preguntó a qué se refería ella.

—No creo que esté abierto siquiera. ¡Apenas van a dar las siete de la mañana! —Señaló su reloj.

— ¡Bien! ¡Tú ganas! —refunfuñó ella—. Pero tienes que llevarme... esta noche.

—De acuerdo. —Aceptó él, ella prácticamente chilló y saltó, tomó su rostro y le besó la mejilla.

Elena se detuvo a unos metros de ellos con dos de las valijas más pesadas en mano.

—Disculpe Señor Preston, ¿necesitan que los lleve a algún lado esta tarde? —preguntó, fingiendo no haber escuchado nada de su conversación antes.

—Sí. ¿Señorita...? —dudó, y la señaló ligeramente, como pensando en su nombre.

Recordaba habérselo dicho antes, quizá no era tan memorable como creía.

—Soy Elena Casanova, —proporcionó ella.

La chica a su lado se echó a reír, haciendo ese pequeño ruido de asno intentando detener una explosión de risa descarada, obviamente sin lograrlo.

— ¿Casanova?

—Si señora—respondió ella sin lograr entender el porqué de su reacción.

—Has sido destronado, casanova. —dijo ella en dirección a Ashley, este contuvo una pequeña risa, tragándola.

—Me disculpo por semejante falta de respeto de mi amiga, Señora Casanova...

—Señorita—corrigió ella, entonces la chica volvió a carcajearse, esta vez siendo aún más obvia y escandalosa.

—Reitero, lo siento mucho. —Él la miró con un gesto de disciplina—. Respondiendo a su pregunta, no, no necesitaremos sus servicios esta tarde. Puede tomarse el resto del día libre, se lo pagaré.

— ¿Está seguro de eso? —insistió.

—Completamente.

—De acuerdo, como usted guste.

—Déjeme ayudarla con eso. —dijo, arrebatando de sus manos las valijas, dirigiéndose hacia el elevador, sin darle la oportunidad de objetarle, de nuevo.

Elena se quedó congelada solo un momento, las reacciones del hombre eran marcadas e inesperadas; además de fuertes y no debatibles.

Ella no dejaba que hicieran las cosas en su lugar; pero él no le daba opciones ni oportunidad.

—Él es un caballero, —mencionó la chica, llevando con ella solo un bolso de mano, Elena la miró y esta le guiñó, y le dio la espalda.

Momento después se preguntó si alucinó con el guiño.

Una hora más tarde estaba de regreso en su casa, tomó una ducha y se metió en sus pijamas de nuevo, para cuando secaba su cabello llamaron a la puerta, fue hasta allá y simplemente la abrió, dejándole el paso libre a su mejor amigo que le sonrió sosteniendo bolsas de plástico al mismo nivel de su cabeza.

— ¿Tan mal fue que ni siquiera recibo una sonrisa por la comida a domicilio? ¡Gratis! —reclamó con tono de ofensa.

Ella se enrolló el cabello en una toalla y le regaló una mirada monótona y fría.

—De acuerdo, me iré y me llevaré mi comida.

—No lo hagas —dijo Elena casi como amenaza.

—No lo haré. ¿Me dirás lo que sucedió?

—Nada.

— ¿Nada?

—Nada —repitió ella.

—Oh cierto, simplemente estás siendo tu misma. —le señaló él, girando sobre sus talones para ir en dirección a la cocina y regresar con dos platos.

Ella estaba sobre el mismo lugar cuando él volvió.

—Estuvo bien, no era lo que esperaba, pero no pasó nada malo. No me han robado los riñones... aun.

—Mira eso, la chica que está contra las convenciones sociales... ¡Dejándose llevar por ellas!

—No lo hago.

—Si lo haces.

—Sí, lo hago, —admitió con resignación, su amigo sonrió, achinando sus ojos de color extremadamente verde jade.

Ella aún continuaba pensando desde el primer momento en que lo vio que él tenía algo místico dentro de sí.

— ¿Sucedió algo que deba saber? —preguntó mientras desarmaba sus compras, comida chatarra más que todo.

—Los recogí en el aeropuerto, los llevé al departamento, desempaqué sus cosas. Eso fue todo, él me dio el resto del día libre luego de que le pregunté si necesitaba que los llevara más tarde a algún lugar. Él se negó, aun cuando la chica no paraba de insistir porque la llevara a un lugar, él accedió a llevarla por la noche, ella lo llamó “Delight Place” —describió ella.

Su mejor amigo, quién había lanzado una patata frita a su boca solo un segundo ante de que ella terminara de hablar empezó a toser en reacción a sus últimas palabras, como si de pronto se hubiera atragantado con ella, con sus palabras, no con la patata.

Empezó a ponerse rojo, y corrió a la cocina, ella corrió tras él. Entre su tos y asfixia intentó tomar un vaso; pero su inestabilidad lo hizo perderle de entre sus manos y fue a dar al suelo sin querer.

Ella lo detuvo un momento, sosteniendo frente a él una botella de agua destapada que empezó a beber hasta que su tos se detuvo.

Se veía rojo como tomate ahora mismo.

—Gracias —dijo, una vez pudo respirar de nuevo.

—Por poco te pierdo, —suspiró ella—. ¿Qué pasó? ¿Qué tiene ese lugar?

—No quieres saberlo, yo realmente no quiero recordarlo o dejar que salga de mi boca descripción alguna sobre dicho lugar.

—De acuerdo. —aceptó ella, intentando imaginar que podría estar oculto detrás de aquellas palabras que causara tal reacción.

— ¿Tiene el cabello color limón radioactivo o castaña?

—Era castaña, podría tener cabello color limón radioactivo, pero haberlo teñido. No lo sé, ella parecía una actriz de porno.

—Ambas parecen actrices de pornografía.

— ¿Hay dos? —escupió ella no muy alegre con la noticia.

—Sí, él suele relacionarse con ellas. —Su amigo hizo un gesto de ligero desagrado, creo que para él tampoco eran agradables.

Él se inclinó y empezó a recoger del suelo los vidrios rotos del vaso que tiró, estaba a punto de decirle que no los tomara en sus manos de aquella forma cuando él se quejó.

— ¡Oh cielos! —refunfuñó él.

Ella hubiera dicho algo más como “Demonios”, pero él jamás mencionaría a ningún ángel caído siquiera en sus maldiciones.

Él tiró los vidrios al basurero, fue hacia el lavado dejando una espesa línea de sangre en el camino.

Elena de inmediato se irguió alerta, tomó la mano de su amigo para revisarla, encontrando una brutal cortada que por un momento le sorprendió.

¿Cómo se hizo eso tan solo al punzarse con un vidrio?

— ¡Es! —chilló ella con pánico.

—Creo que pasé mi mano por el cuchillo cuando intentaba tomar el vaso. —Él señaló el cuchillo que se hallaba con el filo hacia arriba en el escurridor. Ese estaba claramente bañado en rojo—. No me di cuenta hasta que los vidrios tocaron la herida.

—Buscaré el botiquín, pon la cortada debajo del chorro, quizá tengas algunos vidrios. Vuelvo enseguida. —Ella corrió hacia su cuarto de baño, lanzó el contenido de una gaveta en el piso para encontrar lo necesario para curarlo. Una vez creyó tenerlo todo, corrió de regreso a la cocina.

—Bien, déjame verlo. —Puso las cosas en la encimera y tomó la mano de su amigo de debajo del chorro del agua. Sin embargo, cuando la revisó, su cortada había desaparecido— ¿Es la mano correcta?

—Si —dijo él.

—Dame la otra, —exigió ella, y él se la dio; pero tampoco había nada allí—. De acuerdo, muy chistoso. ¿Cómo lo hiciste?

— ¿Qué cosa? —preguntó él.

—Tú y tus bromas, un día terminarás matándome del susto. ¡Genial Esdras! Luego preguntas por qué no reacciono a todo lo que me dices. Un día de estos te estarás muriendo realmente y yo no iré a salvarte. ¡Por esto! —expresó Elena realmente molesta.

Lo golpeó con trapo de cocina y salió de la habitación, eufórica.

Él inhaló profundo, luego dejó escapar una exhalación larga y desesperanzada.

Miró sus manos, miró las gotas de agua y algunos rastros de sangre; pero nada allí.

Giró, tomó el cuchillo del escurridor y lo puso debajo del chorro para enjuagar su sangre de él. Vio su filo, y dejó que el borde corriera por su piel y la dividiera, como cortando un trozo de carne animal, la sangre le chorreó por el codo, apretó los dientes con dolor y respiró con fuerza; pero no dejó de mirar la herida en su mano mostrando un par de tendones descubiertos.

Esta empezó a cerrarse, y en cuestión de segundos no había nada allí…

Él tampoco lo entendía.