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Capítulo 4

Capítulo 4: El Silencio del Pago

El aire en la cámara de aislamiento era frío, denso y sin vida. Zella había perdido la noción del tiempo. Horas, o quizás días, se habían fundido en una niebla de privación sensorial. La oscuridad era tan absoluta que sus ojos dolían intentando encontrar un solo rayo de luz. Cada sonido, cada roce de su propia ropa, resonaba como un estruendo. Su mente, habituada al constante flujo de datos y la luz de las pantallas, clamaba por estímulos. Pero lo único que recibía era el eco de sus propios miedos y el recuerdo vívido del auto en llamas.

El Proyecto Ícaro.

La crueldad de Gala.

El castigo no era físico, era psicológico, y por eso era más insidioso. Gala no golpeaba; Gala despojaba. Despojaba de luz, de sonido, de información. Despojaba de la dignidad, recordando a Zella que su existencia dependía enteramente de su "madre".

Cuando la puerta se deslizó finalmente, el repentino estallido de luz la cegó. Zella parpadeó, gimiendo. Su cuerpo, débil y tembloroso, fue guiado de vuelta a su ático por un guardia silencioso y fornido, uno de los tantos que Gala empleaba para mantener el perímetro de su fortaleza. No hubo palabras, solo el empujón firme que la devolvió a su silla frente a la consola.

Las pantallas, que Gala había destrozado antes de su aislamiento, estaban de nuevo en su lugar.

Nuevas.

Idénticas.

Impecables.

No había ni un solo rastro del caos que Gala misma había infligido. Zella sintió una punzada en el estómago. El acto de destrucción de Gala había sido restaurado con la misma frialdad y eficiencia con la que la había castigado. No había sorpresa, solo la confirmación del poder absoluto de su madre, de que cualquier daño era inmediatamente reparado sin una sola palabra de disculpa o reconocimiento. El silencio de la habitación, que antes había sido su única compañía, ahora se sentía como una condena aún más profunda.

Gala apareció, no entró. Simplemente estaba allí, de pie junto a la consola. Sus ojos verdes esmeralda la evaluaron sin emoción. Vestía un elegante traje de pantalón blanco, inmaculado, un contraste deslumbrante con la penumbra del ático.

"¿Aprendiste tu lección, Zella?" La voz de Gala era un susurro que se arrastraba por el silencio.

Zella asintió, su garganta seca. "Sí, Gala."

"Bien." Gala hizo un gesto al guardia, que encendió las pantallas. La luz regresó, bombardeando los ojos sensibles de Zella. Un caos de datos volvió a poblar su universo. "Hoy es un día importante. La red de carreras del Distrito Oeste ha estado causando problemas. Necesitamos una demostración de fuerza."

Gala se acercó a la consola. "Vas a realizar una operación de hackeo de alto nivel. Una que manipulará las apuestas de forma que el Distrito Oeste pierda cada carrera. Y luego, transferirás sus ganancias a nuestras cuentas, discretamente."

Zella sintió un escalofrío. Era más que sabotaje. Era un despojo total. Robo masivo.

"Es una operación delicada, Zella," continuó Gala, su voz un susurro de advertencia. "Cualquier rastro, cualquier error, y toda nuestra red podría caer. La tuya y la mía. ¿Entiendes las implicaciones?"

Zella tragó saliva. "Sí, Gala."

"Excelente." Gala se detuvo detrás de ella. Esta vez, su mano no se posó en el hombro de Zella. En su lugar, acarició suavemente su largo cabello rubio, un gesto que debería haber sido reconfortante, pero se sintió como una correa. "Después de esto, te has ganado un descanso. Y quizás... un pequeño obsequio."

El olor a perfume caro y floral de Gala llenó las fosas nasales de Zella. El toque en su cabello se sintió como una afirmación de propiedad, un recordatorio de que su talento era un bien transaccional. La manipulación de Gala era experta: la promesa de un "obsequio" después de una tarea brutal, el falso afecto después del castigo.

Con manos que aún temblaban, Zella comenzó a trabajar. Las líneas de código fluyeron. Su mente, aunque dañada por el aislamiento, encontró su ritmo. Se movió a través de los sistemas, un fantasma digital desmantelando las defensas del Distrito Oeste, alterando los datos en tiempo real, desviando fondos. Era un baile peligroso, y Zella era la bailarina principal.

Pero a medida que el hackeo progresaba, a medida que veía las fortunas cambiar de manos, su mente no estaba solo en la tarea. En el fondo, una parte de ella, la parte que Ryder había despertado, sentía una lujuria latente por ese poder. El poder de destruir, de controlar. Era un veneno, y Zella lo estaba inhalando en cada línea de código.

Imaginó el rostro de los corredores del Distrito Oeste, sus expresiones de desesperación al ver sus fortunas evaporarse. Y luego, su mente se desvió hacia Ryder. ¿Había él sentido ese mismo poder? ¿Esa misma emoción al infligir caos? La imagen de Ryder en el coche, su físico tenso, su mirada penetrante, se superpuso a las líneas de código. Se preguntó cómo se sentiría ser la causa de esa desesperación, de ese caos, al lado de Ryder.

Una punzada de deseo, crudo y primitivo, la golpeó. Deseaba ese poder, sí. Pero más aún, deseaba experimentar ese poder, esa crueldad, de la mano de Ryder. Quería ser su cómplice, su igual en la oscuridad, no la herramienta de Gala.

Cuando el hackeo terminó, las pantallas mostraron la confirmación: la red del Distrito Oeste estaba en ruinas, sus cuentas vacías. Zella había cumplido. Había despojado a otros de sus medios, de sus esperanzas, todo en nombre de Gala.

"Excelente, Zella." La voz de Gala era una nota de satisfacción. Su mano volvió a acariciar el cabello de Zella, un gesto ahora familiar que se sentía más como una caricia en la cabeza de una mascota obediente. "Has demostrado tu lealtad. Y el precio de tu desobediencia ha sido pagado."

Gala se apartó, dejando a Zella bañada en la luz fría de las pantallas, el olor a su perfume persistiendo. La tarea estaba hecha. La lección había sido aprendida. Pero el precio real no era solo la pérdida de la privacidad o la oscuridad de la cámara de aislamiento.

El verdadero pago, el que Gala nunca podría controlar, era la transformación que se gestaba en Zella. Su inocencia estaba erosionándose. Su deseo por el peligro, por el poder y por el hombre que lo representaba, Ryder, había crecido en la oscuridad de su castigo. Y ese deseo era una amenaza mucho mayor que cualquier archivo prohibido.

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