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Capítulo 3

Capítulo 3: Un Archivo Prohibido

El aire de la madrugada era denso en el ático, con el persistente aroma del perfume de Gala. Zella no había dormido. Sus ojos grandes y cansados, pero aún brillantes por la luz de las pantallas, seguían el rastro de la firma digital que la obsesionaba. Su escáner pasivo había detectado breves pulsos, pequeños pings de actividad en la red de la ciudad que llevaban el sello de ese intruso. No era un ataque directo a Gala, sino un movimiento calculado en otro tablero, quizás preparando su próxima carrera o un golpe distinto.

La adrenalina aún bombeaba en sus venas, una sensación extraña y adictiva que la mantenía despierta. No era miedo, no del todo. Era una curiosidad febril, un deseo de saber más sobre el hombre que la desafiaba incluso en la oscuridad de su prisión. Mientras monitoreaba, sus dedos, casi por instinto, encontraron una vulnerabilidad menor en uno de los servidores de almacenamiento de Gala, un "rincón" donde guardaba archivos menos importantes, pero aún protegidos. Era un agujero de conejo que Zella nunca había explorado, pues Gala le había prohibido estrictamente entrar en cualquier área no autorizada.

Pero la incursión había encendido algo en ella. Una imprudencia.

Deslizándose por las capas de seguridad, Zella accedió. No había nada directamente dañino, solo archivos antiguos, correspondencia corporativa de hace años, diagramas de propiedades. Y luego lo encontró. Un archivo oculto, cifrado con un protocolo obsoleto que Gala, en su arrogancia, probablemente había olvidado. El título era ambiguo: "Proyecto Ícaro - Fase Beta".

Zella no pudo resistir. Su mente de hacker se sintió atraída por el desafío. Unos minutos de crackeo silencioso revelaron el contenido: una serie de documentos y videos sobre un antiguo proyecto de carreras clandestinas, uno que Gala había orquestado hace casi una década. Pero no era solo sobre carreras. Había informes de sabotaje, manipulación de equipos y, lo más perturbador, un informe policial encubierto que mencionaba el "incidente Cain".

El corazón de Zella se aceleró. Cain. El apellido del atacante. Ella regresó a su escáner pasivo y, con una búsqueda cruzada, conectó la firma digital con el apellido. Ryder Cain. El nombre resonó en su mente, un ancla en el caos.

Abrió el video adjunto. Era de mala calidad, granulado y oscuro, filmado desde un dron en la noche. Mostraba una carrera brutal en un polígono industrial abandonado. Los coches, las luces cegadoras, el rugido de los motores... Y luego, un impacto. Un coche, que Zella identificó por sus marcas, era el de un corredor joven. El coche chocó violentamente, explotando en llamas.

Y en los documentos, se hablaba de "evidencia manipulada" y "cierre del caso por 'accidente'". El joven conductor era el hermano menor de Ryder Cain, implicado en una trampa de la cual Gala fue la maestra. Fue entonces cuando Zella buscó imágenes de Ryder Cain en sus bases de datos, y una imagen se materializó en su mente: la del hombre musculoso y tatuado de los foros clandestinos. Y al ver esa imagen, reconoció un parecido inquietante entre él y el joven conductor fallecido en el video. La ira, el resentimiento de Ryder, de repente adquirieron un rostro. Un rostro en llamas.

De repente, una alarma silenciosa parpadeó en su pantalla. No era el sistema de Gala. Era su propio proxy de seguridad, el que usaba para ocultar su actividad. Gala había detectado su incursión.

Un terror paralizante la invadió. Gala nunca toleraba la desobediencia, y mucho menos una incursión en sus secretos más oscuros. Zella intentó borrar su rastro, pero sabía que era inútil. Los registros de Gala eran impecables.

La puerta se deslizó.

Gala Vance entró, su figura esbelta ahora parecía más una sombra imponente. Sus ojos verdes esmeralda no brillaban; eran pozos de hielo. No dijo una palabra, solo se acercó lentamente a Zella, sus tacones resonando como martillos sobre el suelo pulido. En sus manos, un pequeño dispositivo, un scanner de red.

Zella sintió que el aire se le escapaba de los pulmones. Intentó hablar, pero las palabras se atascaron en su garganta.

"¿Qué estabas haciendo, Zella?" La voz de Gala era apenas un susurro, más aterrador que cualquier grito. Se detuvo justo detrás de la silla de Zella. El perfume de Gala, antes embriagador, ahora olía a veneno.

Zella tembló. "Yo... yo solo estaba probando la estabilidad del servidor antiguo..."

Gala se inclinó. Su aliento frío rozó la oreja de Zella. "No mientas. Sé exactamente dónde estuviste. Un archivo que no es de tu incumbencia. El incidente Cain. ¿Verdad?"

Zella cerró los ojos, las lágrimas picando. El miedo era abrumador.

Gala extendió su mano, no para tocar, sino para arrebatar el teclado holográfico de Zella con una fuerza inesperada, apagándolo. "Lo he visto todo. Pensaste que eras inteligente." Su voz era pura decepción, teñida de una furia gélida. "Te atreviste a hurgar en mis secretos. Mis recuerdos. Después de todo lo que he hecho por ti."

Se movió frente a Zella, bloqueando la luz de las pantallas. "Necesitas un recordatorio de tu lugar, Zella. Necesitas entender lo que significa la verdadera lealtad."

Gala Vance levantó el dispositivo en su mano y lo estampó contra la consola principal. Las pantallas parpadearon, luego se oscurecieron con un "pop" electrónico, dejando la habitación en penumbra. Zella sintió como si su propio cerebro se hubiera apagado. Su conexión con el mundo, su única fuente de luz, había desaparecido.

Pero Gala no había terminado. "Por cada archivo que husmees, por cada pequeña desobediencia, perderás una parte de lo que valoras. Ahora, levántate."

Zella, temblorosa, se puso de pie. Su visión borrosa por las lágrimas.

Gala la tomó del brazo. No con brusquedad, sino con una firmeza que no dejaba lugar a dudas. Su agarre era como hierro. "Vas a pasar los próximos días en la cámara de aislamiento. Sin pantallas. Sin contacto. Solo tú y tu deslealtad."

Arrastró a Zella hacia una puerta oculta en la pared, un pasaje sin adornos. "Y cuando salgas, borraremos el rastro de ese archivo de tu memoria. Digital y, si es necesario, personal."

Zella fue empujada a una habitación pequeña, completamente oscura, sin ventanas, sin pantallas. El silencio era absoluto, ensordecedor. La puerta se cerró con un "click" metálico.

En la oscuridad, Zella se acurrucó, abrazándose a sí misma. El miedo era un veneno helado. Pero incluso a través del terror, una imagen se formó en su mente: el coche en llamas, los ojos furiosos de Ryder en los foros. Y un pensamiento, pequeño pero persistente, en medio de su miseria: Gala es un monstruo. Y Ryder, él tiene razón para odiarla.

En esa oscuridad opresiva, el deseo de Zella por Ryder, por el peligro que él representaba, se solidificó. No era solo curiosidad. Era una conexión oscura forjada en el fuego de la verdad, un lazo invisible que la unía al hombre que había perdido a su hermano por la misma mujer que ahora la encarcelaba.

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