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Capítulo 2

Capítulo 2: La Dueña de la Conexión

El eco del cierre de la puerta se disipó, dejando a Zella en el epicentro de su propia burbuja de silencio. Pero ese silencio era una ilusión; bajo el suelo de mármol y tras las paredes insonorizadas, la vasta red de Gala Vance latía, una araña tejiendo hilos invisibles de poder y control por toda la ciudad. Y Zella era su cerebro, el nexo central.

Con un temblor casi imperceptible en sus dedos, Zella detuvo el script de búsqueda que había iniciado. El impulso de rebelión era fuerte, un ardor nuevo en su pecho, pero el miedo a Gala era una cadena forjada con años de dependencia y manipulación. Era Gala quien le había enseñado todo sobre código, sobre redes. Era Gala quien la había 'salvado' siendo una niña, o eso le había contado su 'madre', recogiendo a una Zella desamparada de un pasado incierto y de la crueldad del mundo exterior. Y por eso, Zella le debía obediencia.

Se sumergió en la tarea que Gala le había encomendado: optimizar el sistema de apuestas para la noche. Sus dedos volaron, cada línea de código, cada algoritmo, una extensión de su propia mente. Las pantallas brillaban con datos financieros, probabilidades alteradas, nombres de corredores que apostaban fortunas en las calles. La mayoría de ellos eran meros nombres, pero algunos, los que habían desafiado a Gala, tenían una "bandera" digital, una señal para Zella de que debían ser observados, o peor aún, manipulados.

Mientras trabajaba, la imagen de Gala regresó a su mente. Su elegancia implacable, el perfume caro que dejaba a su paso, sus ojos de esmeralda que perforaban cualquier máscara. Gala nunca gritaba. Sus reprimendas eran susurros fríos que se sentían más hirientes que cualquier golpe. "Recuerda por qué estás aquí, Zella." La voz de Gala se repetía en su cabeza, un mantra de posesión. "Tu talento es un regalo, pero también una herramienta. Una herramienta que me pertenece."

Y Zella era una herramienta. Una extensión. Una parte de la red, no su creadora.

Un archivo de registro parpadeó en una de las pantallas auxiliares. Indicaba un intento de acceso no autorizado, bloqueado por sus defensas. Era una ocurrencia común, la vida digital de Gala estaba constantemente bajo ataque. Pero el log mostraba una firma digital particular, un rastro que Zella había visto antes en los foros clandestinos. Era el sello de un atacante de reputación brutal y audaz.

Un escalofrío recorrió su espalda, pero esta vez no era de miedo puro. Era una mezcla embriagadora de nerviosismo y una fascinación extraña. El hombre que había espiado en sus simulaciones, el que había encendido su lujuria latente, no solo estaba ahí fuera; estaba intentando entrar a SU torre. La suya, la de Gala. Pero en cierto modo, también la suya propia.

La tentación de dejarlo pasar, solo un poquito, para ver qué haría, era abrumadora. Pero sabía las consecuencias. Gala era despiadada.

Suspiró y reforzó el perímetro, cerrando la pequeña grieta que el intruso había intentado explotar. Un simple movimiento de código, pero sintió como si estuviera cerrando una puerta de su propia alma.

Horas después, cuando las luces de la ciudad comenzaban a parpadear en las pantallas estáticas de sus "ventanas" falsas, Zella recibió la señal. La red de apuestas estaba activa. Gala, probablemente en algún club exclusivo, sentada con sus inversores, vería en tiempo real cómo los números se movían a su favor, gracias al genio invisible de Zella. Pero esta noche, Zella no podía simplemente mirar los números. Su mente se desvió hacia el sujeto peligroso. ¿Estaría él también en las calles, compitiendo, o estaría tramando su próximo ataque? La imagen de su cuerpo musculoso, cubierto de tatuajes, apretando el volante, volvió a su mente. La fuerza cruda, la audacia que contrastaba tan violentamente con la pulcritud aséptica de su prisión.

Recordó las reprimendas de Gala, las miradas heladas, el toque posesivo en su hombro. En ese contraste, en la peligrosa oscuridad de ese hombre, Zella percibía algo... real. Algo que la hacía sentir. Y ese sentimiento era más intoxicante que cualquier juego de simulación.

Una nueva necesidad la invadió: no solo el anhelo de libertad, sino el deseo de ser reclamada por algo que no fuera el control calculador de Gala. Quería una posesión que se sintiera como fuego, no como hielo. Sus dedos, casi por instinto, abrieron una nueva terminal. Esta vez, el script no era para las defensas de Gala. Era un escáner pasivo, diseñado para rastrear patrones de tráfico de datos específicos. No atacaría, solo escucharía. Buscaría el rastro de esa firma.

No era una desobediencia directa, aún no. Era una precaución, se dijo a sí misma. Una forma de saber si Gala estaba verdaderamente segura. Pero en el fondo, sabía la verdad. Estaba buscando a ese hombre. Estaba buscando el peligro. Estaba buscando esa chispa que había sentido al ver sus ojos en una pantalla, al sentir su presencia en el borde de su red.

Las líneas de código corrieron por la pantalla, un río de información que se bifurcaba y unía, buscando un hilo específico en la vasta telaraña digital de la ciudad. El ático estaba en silencio. La noche, fuera de las ventanas simuladas, se había hecho presente.

Zella se inclinó sobre el teclado, sus ojos fijos en la pantalla, sus labios apenas entreabiertos. El aire de la habitación era frío, pero por dentro, una llama incierta comenzaba a arder. No era amor, ni siquiera pasión como la entendía el mundo. Era el deseo primitivo de la presa por el depredador, la fascinación por el lobo que acecha fuera de la seguridad del rebaño.

En esa habitación de oro y cristal, Zella Vance, la prisionera, comenzó a escuchar el canto de sirena del mundo exterior, un mundo de carreras clandestinas, drogas y un hombre peligroso, cuyo nombre aún le era desconocido. Y la dueña de su conexión, Gala Vance, no tenía idea de que, desde las profundidades de su propia red, Zella estaba abriendo una puerta a su propia destrucción. O a su propia y oscura salvación.

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