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Capítulo 4

Me encontraba en mi oficina pensando aún en todo lo sucedido en el baño del restaurante con el señor Reynolds, exactamente hace un mes.

Todavía mi cuerpo tiembla de nervios al recordar haberlo tenido tan cerca.

Sus ojos color miel, su cabello castaño, su nariz, su boca... Tenerlo a tan solo centímetros hizo que una ola de calor recorriera todo mi cuerpo.

¿Pero por qué?

Su cercanía me hizo sentir indefensa, pero al mismo tiempo tuve el impulso de tocarlo, de sentir cada parte de él.

No llevaba ni veinticuatro horas de conocerlo y ya había causado un desastre total en mí. Odio tener que aceptarlo, pero el muy maldito me atraía… y mucho.

“Es un Casanova.”

Desde aquel día, cada vez que nos cruzábamos, me trataba con indiferencia. Apenas me dirigía la palabra; al parecer, mi reacción no le agradó. Era de esperarse: está acostumbrado a tener a las mujeres rendidas a sus pies, pero yo era la excepción.

El mes para mí había pasado volando. Había hecho una excelente amistad con los chicos, incluso con Megan. La única que demostraba claramente no soportarme era la señorita White; su desagrado hacia mí era más que evidente.

Unos golpes en la puerta me sacaron de mis pensamientos.

—Adelante.

La puerta se abrió y entró Reynolds, con una carpeta en la mano y una leve sonrisa.

—Señorita Amaya, necesito que firme estos documentos para el evento de fin de mes.

—¿Ya no los había firmado?

—Jacky cometió un error y tuvimos que rehacer el documento. Necesitamos su firma nuevamente —dijo, colocándolos sobre mi escritorio.

Tomé el bolígrafo, abrí la carpeta y firmé donde indicaba mi nombre. Luego la cerré, se la entregué y volví a concentrarme en los estados de ventas en la computadora.

Él tomó la carpeta, se levantó y sonrió mientras la observaba.

—¿Sucede algo? —fruncí el ceño—. ¿Qué le divierte tanto?

—Señorita Amaya, ¿está lista para ser la señora de Reynolds? —preguntó con una leve sonrisa.

Reí incrédula.

—¿Se ha vuelto loco? ¿De qué me habla?

—De que, desde este momento, es mi novia… y muy pronto nos casaremos.

Sentí que el corazón me daba un vuelco. Todo retumbaba a mi alrededor. No podía hablar; me quedé completamente muda.

Era absurdo lo que mi jefe acababa de decir. ¿Casarme con él? ¡Por supuesto que no!

Ni siquiera lo conocía bien, apenas tenía un mes en la empresa.

—A ver, señor Reynolds, ¿esto es alguna clase de broma? —mascullé con burla—. ¿Una cámara escondida, tal vez?

—No soy ese tipo de hombre, señorita Amaya —dijo, caminando hasta quedar frente a mi escritorio—. Dentro de seis meses nos casaremos. Mientras tanto, usted será mi novia… frente a todos.

—¿Usted se ha vuelto loco? —lo miré incrédula—. ¿Por qué me casaría yo con usted?

—Porque usted aceptó cuando firmó el contrato.

Se inclinó frente a mí, abrió la carpeta y la colocó sobre el escritorio.

Comencé a leer detenidamente y, al llegar a la última hoja, mis ojos se abrieron de par en par.

¡Oh, por Dios!

Cláusula 4.1:

Se compromete usted a casarse voluntariamente con el señor Christopher Reynolds por lo civil, así como por la iglesia.

Cláusula 4.2:

De no cumplir con lo estipulado en la cláusula anterior dentro de seis meses a partir de la fecha firmada, deberá pagar al señor Reynolds la suma de dos millones de dólares en un lapso de treinta días.

Cláusula 4.3:

Una vez firmado el contrato, no hay manera de anularlo. De hacerlo, deberá cumplir con lo acordado en la cláusula 4.2.

Cerré el portafolio y me froté el rostro con ambas manos.

¡Que me lleve el diablo!

—¡Es un idiota! —gimoteé molesta—. ¿Cómo pudo hacerme esto?

—Tómelo como un negocio —replicó—. Al final recibirá una buena suma de dinero.

—¿Al final? ¿Qué final? ¡Ese maldito contrato habla de una boda por la iglesia y toda la cosa!

—Lea bien, señorita Amaya. Hay un tiempo estipulado, una terminación y una paga —respondió, con las manos en los bolsillos y la mirada fija en mí.

—¿Por qué yo? —pregunté furiosa—. Tiene muchas mujeres a su disposición.

—Porque es la única que no parece interesada en mi dinero. Porque es bella, inteligente, trabajadora… y sé que a mi familia le agradaría. No se negarían a que me casara con usted.

Me miró unos segundos, se dio la vuelta y salió de la oficina, dejándome sola.

Mi cabeza daba vueltas. El cerebro intentaba procesar lo ocurrido.

Tomé mi bolso y la carpeta, y salí apresurada.

—Amaya, Megan solicita los docu…

—Ahora no, Brad —lo interrumpí—. Necesito irme o me volveré loca.

Subí al elevador, bajé a planta baja y salí rumbo al estacionamiento. Conduje hasta mi casa.

Al entrar, Simón me recibió. Agradecí al cielo que fuera él y no Kassey.

Me deshice de todo, me di una ducha y me senté en la cama con la carpeta entre las manos.

Seguí leyendo hasta las últimas páginas:

Cláusula 4.4:

La señorita Brooks se compromete a comportarse como una novia cariñosa y completamente enamorada del señor Reynolds frente al público.

Cláusula 5.0:

La señorita Brooks se compromete a mantener el acuerdo y sus condiciones en total confidencialidad.

Cláusula 5.1:

Luego de tres meses de concretarse la boda, cualquiera de las partes podrá solicitar el divorcio y dar por terminado el acuerdo.

Cláusula 5.2:

Al finalizar el acuerdo, el señor Reynolds se compromete a pagar a la señorita Brooks la suma de cinco millones de dólares.

—Este tipo está loco —susurré abrumada—. Esto me pasa por firmar sin leer. Si sigo así, le entregaré mi alma al mismísimo diablo sin darme cuenta.

Cerré la carpeta, la coloqué sobre el buró y me recosté.

Vaya lío en el que me había metido… tenía que encontrar la manera de salir de esto.

---

A la mañana siguiente llegué a la oficina más tranquila. Había pensado mejor las cosas.

Al abrirse el elevador, lo primero que vi fueron a las chicas y a Brad, sosteniendo carpetas y luciendo bastante agitados.

—Buen día, chicos —me acerqué y recogí un bolígrafo que se le había caído a Mía—. ¿Por qué tan apurados?

—A última hora nos avisaron que los señores Reynolds vendrán a ver cómo va todo con su hijo —respondió Mía.

El elevador volvió a sonar. Al abrirse las puertas, salieron Megan, Lorena y el señor Reynolds. Él me miró con una leve sonrisa.

—Buen día —saludó Megan—. Qué bueno que estás aquí, Amaya. Tenemos reunión en la sala de juntas. Te esperamos en cinco minutos.

—Ahí estaré.

Lorena me miró con desdén. Reynolds, en cambio, fijó su vista en la carpeta que yo sostenía. Lo miré unos segundos y caminé hacia mi oficina.

Dejé el bolso sobre el escritorio, guardé la carpeta con llave y salí. Brad ya me esperaba.

—¿Te pasó algo ayer? —preguntó en voz baja—. Te fuiste tan repentinamente que nos preocupamos.

—Tenía un problema y me estaba volviendo loca, pero ya está solucionado.

—¿Todo bien, entonces? —Asentí—. Me alegra. El señor Reynolds no mentía.

—¿Qué? —me detuve, sorprendida—. ¿Por qué lo dices?

—Después de que te fuiste, preguntó por ti. Mía le contó y él dijo que no era nada grave.

Idiota.

Vaya lío en el que me ha metido este imbécil. De todas las mujeres del mundo, tenía que escogerme a mí.

Entramos a la sala de juntas. Había una pareja mayor y una joven, quizá de mi edad.

—Buenos días, lamento la tardanza —me disculpé, recibiendo la mirada de todos.

—No se preocupe, bella dama —dijo el hombre con una cálida sonrisa—. ¿Con quién tengo el gusto?

—Amaya Brooks, jefa administrativa del área de ventas —extendí mi mano, y él dejó un beso sobre ella.

—Un placer, señorita. Armando Reynolds, para servirle —se giró hacia la mujer—. Ella es mi esposa, Loraine.

—Un placer, señora —dije.

—El placer es nuestro —respondió ella con amabilidad—. He visto los informes de tu trabajo, y debo decir que eres excelente en lo que haces.

—Gracias.

—Ya que nadie me presenta —dijo la joven acercándose—, soy Sofía Reynolds. No trabajo aquí aún, pero pronto lo haré como vicepresidenta.

Reynolds negó con una sonrisa mientras sus padres la miraban divertidos.

Era evidente que Sofía era una chica carismática y sencilla.

(...)

La reunión continuó con los informes de cada departamento. Al llegar mi turno, proyecté los resultados de ventas y las estrategias de marketing aplicadas.

—La felicito por su trabajo, señorita Amaya —dijo el señor Reynolds, aplaudiendo. Los demás lo imitaron—. Mi hijo ya me había hablado de usted, por eso quise venir a verla personalmente.

—Gracias, señor Reynolds. Hago lo que puedo.

—Me caes bien, Amaya. Algo me dice que nos llevaremos de maravilla —comentó Sofía, sonriente.

Lorena la miró sorprendida. Yo solo respondí con una sonrisa cordial.

—Eso espero —dije.

—Bien, como todo marcha perfectamente, doy por terminada la reunión —anunció Armando—. Los felicito a todos.

Los presentes comenzaron a retirarse, excepto Megan, Lorena, los chicos y yo.

—Amaya, ¿puedes quedarte un momento? —pidió Reynolds.

Sus padres lo miraron con curiosidad; los demás, con asombro.

—Sí, claro.

Todos salieron, menos Lorena, que se mantuvo de pie a un lado.

—Christopher, si es un tema de la empresa, como jefa de Recursos Humanos, yo debería…

—No lo es, Lorena —la interrumpió—. Puedes retirarte.

Ella lo fulminó con la mirada, pero terminó saliendo de la sala.

—¿Sucede algo, hijo? —preguntó su madre, curiosa—. ¿Por qué le pediste a la señorita Amaya que se quedara?

—Quería informarles que Amaya será mi acompañante en la fiesta de gala de este sábado.

Sus padres y su hermana me miraron sorprendidos.

—Me parece perfecto, hijo —sonrió su padre—. Así podremos presentar a la encargada del aumento de ventas de la empresa.

—No, papá. Esa no es la intención.

—¿Entonces cuál es? —preguntó su madre.

Reynolds se acercó a mí con una sonrisa. Me tomó por la cintura y me atrajo hacia él.

—Quiero presentar a Amaya como mi novia ante todos.

Los tres nos miraron atónitos. Mis mejillas se tiñeron de rojo.

Vaya enredo en el que me había metido este idiota. Pero no podía negarme.

No tenía dos millones de dólares para pagar en treinta días.

No me quedó más que resignarme… y seguir su juego.

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