Capítulo 3
Cristopher Reynolds – POV
En mi cabeza daban vueltas los sucesos de esta mañana.
Sus ojos me habían atrapado por completo; eran como un imán del que no podía apartar la vista.
Admito que me hizo enojar un poco haber chocado con ella, pero cuando la vi, su belleza me dejó paralizado… aunque lo que más me impactó fue su manera de responderme.
Sonrío, negando al recordar su mirada, la forma descarada en que me inspeccionaba, y más aún, su rostro cuando me vio en la sala de juntas.
Me levanto de la silla, acomodo el saco y salgo de su oficina, de la cual me ha dejado solo, rechazando además mi invitación a comer.
Vaya mujer.
Cuando salgo, todo mi buen ánimo se esfuma al ver a Lorena parada junto al ascensor, tecleando en su teléfono.
Sujeto el puente de mi nariz y suspiro con pesadez, tratando de mantenerme lo más sereno posible.
Levanta la mirada un momento de su teléfono, me observa, y por cómo lo hace sé que está molesta… pero, a estas alturas, me importa un rábano.
—Cristopher —camina hasta quedar frente a mí.
—Lorena —respondo, cortante.
—¿Qué fue todo eso allá dentro? —se cruza de brazos—. Primero la escena de esta mañana, y ahora esto. ¿Acaso te interesa?
—Ese no es tu asunto, Lorena. Recuerda que solo eres la jefa de Recursos Humanos. No te tomes atribuciones que no te corresponden.
Camino hacia el elevador; escucho sus tacones resonar en el suelo detrás de mí.
—Te recuerdo que desde hace un año no soy solo la jefa de Recursos Humanos —entra al elevador conmigo—. Tenemos una relación, así que sí me incumbe, Cristopher.
—Lorena —introduzco las manos en los bolsillos—, fui muy claro cuando te dije que todo terminaba. Solo fueron acostones ocasionales. No te confundas. Ahora te pido que mantengas tu lugar, y yo el mío.
Cuando el elevador abre sus puertas en recepción, bajo sin esperar respuesta de ella. Camino hacia la salida y saludo a Martín, el guardia de seguridad.
Afuera, me encuentro con Lucas, quien me abre la puerta trasera de la camioneta. Subo, él cierra y arranca el vehículo.
—¿A dónde vamos, jefe?
—Al restaurante Pier, a dos manzanas de aquí.
—Entendido.
(...)
Al llegar al restaurante, me encuentro con Kevin en la entrada. Al verme, sonríe ampliamente.
—Hasta que sacas tiempo para tu mejor amigo —me extiende la mano, me saluda y palmea mi hombro—. Me extrañó tu llamada.
—Necesito desahogarme o voy a explotar.
Entramos al restaurante. La recepcionista nos da la bienvenida con una sonrisa y nos guía hasta una mesa.
—Por la cara que traes, veo que es grave, amigo —masculla mientras toma asiento frente a mí—. Explícame, ¿qué está sucediendo?
—Sucede que prácticamente estoy obligado a casarme.
—¿De qué hablas? —ríe, pero al ver que no lo hago, su sonrisa se borra—. ¿Hablas en serio?
—Muy en serio. —Levanto la mano, llamando al mesero—. Dos whiskies, por favor.
—Me puedes hacer el favor de explicarme —me mira exasperado—, porque no estoy entendiendo nada.
—La condición de mi abuelo se ha agravado. Los médicos solo le dan un año de vida, y su requisito para dejarme como heredero de todo es que me case en los próximos meses… o donará todo a organizaciones benéficas.
—No me jodas, hombre —masculla, asombrado—. Tu abuelo sí que está loco.
—Se trata de muchos millones y empresas, Kevin. No puedo dejar que mi abuelo se deshaga de todo así, solo por un capricho.
Amo mucho a mi abuelo, pero esto que ha decidido es una completa locura. Ni siquiera puedo imaginarme casándome con alguien.
El matrimonio no es para mí.
—Bueno, amigo, aquí lo importante es de dónde sacarás una prometida —dice, incrédulo.
—Ni me lo digas. No sé en qué carajos me metí.
Me froto la cara con ambas manos, frustrado. Siento que la cabeza me va a estallar de tanto pensar.
—Podrías decirle a Lorena —me mira burlón—. Ella estaría más que encantada de ser tu prometida y esposa.
—¿Te has vuelto loco? —lo miro serio—. A la hora del divorcio no querría firmar, y además quiere involucrar sentimientos. Por eso preferí dejarlo.
—¿Terminaste con ella?
—No terminé con ella porque no éramos novios —niego—. Simplemente le puse fin a lo que teníamos.
—¿Entonces qué piensas hacer, hermano? No le veo solución a tu gran problema —se recuesta en la silla, pasándose una mano por la cara.
—Yo sí —respondo pensativo, y él me mira confundido—. Pienso conseguir una mujer que acepte un contrato matrimonial por un tiempo determinado.
—¿Qué vas a hacer qué? —levanta la voz—. ¡Estás loco, amigo! Nadie aceptaría semejante locura.
—No estés tan seguro —me inclino hacia adelante—. Además, ya tengo en mente qué hacer.
Observo pensativo todo el lugar, hasta que mi mirada se detiene en una de las mesas apartadas.
Ahí está la señorita Amaya, almorzando entre risas con mi asistente y la de Recursos Humanos.
Pero lo que más llama mi atención es el coqueteo evidente con Brad, su asistente.
Ninguno se ha percatado de mi presencia, y lo agradezco. La observo sonreír por algo que Jacky dice, y sonrío inconscientemente.
Una sensación de enojo me invade. Aprieto los puños, tratando de controlarme.
¿Por qué me molesta tanto verla con él?
Esa mujer tiene algo que me descontrola. Cuando está cerca, soy otra persona.
¿Le gustará él? Tendré que averiguarlo yo mismo.
—¡Hey, amigo! ¿Me estás escuchando? —Kevin agita una mano frente a mí—. ¿En qué piensas?
—En nada —me acomodo en el asiento y sonrío—. Ya tengo a la persona que me va a ayudar.
—¿Quién, amigo? —pregunta, confundido.
—Ya lo sabrás pronto...
(...)
Mientras almorzamos, Kevin me cuenta sobre sus negocios, pero yo no dejo de mirar hacia la mesa donde está la señorita Amaya.
En un momento, la veo levantarse con su bolso y dirigirse al baño.
Antes de pensarlo demasiado, mi cuerpo actúa por instinto. Me levanto de mi puesto.
—¿Qué haces? —pregunta Kevin—. ¿Qué sucede?
—Necesito ir al baño —respondo, y al ver su mirada extrañada, añado—. No tardo.
Camino observando hacia su mesa, y me alivia que no se hayan percatado de mi paso.
Me detengo frente al pasillo del baño y observo la puerta del de mujeres unos segundos.
Sale una señora mayor, y la detengo con una sonrisa amable.
—Disculpe, bella dama —digo cortésmente—. Estoy buscando a mi novia. ¿Sabe si hay una rubia ahí dentro?
—No he visto ninguna rubia, cariño —responde con una sonrisa—. Solo una muchacha castaña.
—Entonces ya debió salir —sonrío—. Gracias.
La señora asiente y se retira. Miro alrededor, y al no ver a nadie, procedo a hacer la mayor locura de mi vida.
Abro la puerta de golpe y entro. Su cuerpo se estremece al notar mi presencia.
—¿Qué diablos…? —me mira asombrada—. Señor Reynolds, ¿qué hace aquí?
Su rostro delata nerviosismo. Me mira de nuevo, igual que esta mañana… como si me devorara con la mirada.
Introduzco las manos en los bolsillos y sonrío, acercándome.
—Veo que la está pasando muy bien, señorita Amaya —le acomodo un mechón de cabello detrás de la oreja—. ¿Son ideas mías, o le gusta su asistente?
Parpadea, sorprendida, y frunce las hermosas facciones de su rostro.
—¿A qué viene esa pregunta? —retrocede—. ¿Está usted vigilándome?
—La estuve viendo mientras almorzaba y no pude evitar notar sus... toqueteos.
—Señor Reynolds, ¿usted se encuentra bien? —se calla abruptamente, y luego entrecierra los ojos—. ¿Desde cuándo es eso de su incumbencia?
Se cruza de brazos frente a mí. Sonrío, divertido, ante su actitud desafiante.
Definitivamente, esta mujer me divierte.
—Es una simple curiosidad, señorita Amaya —me acerco, y ella vuelve a retroceder—. ¿Puede responder mi pregunta?
—¿Hay alguna regla que prohíba las relaciones entre compañeros de empresa? —niego y ella sonríe—. Entonces no responderé su pregunta. No me lo tome a mal, pero no es de su incumbencia, señor.
Sonrío, negando. Su actitud me provoca a propósito.
Doy un paso adelante y ella vuelve a retroceder. Camino hasta acorralarla contra la pared fría; su respiración se agita, y sus ojos, asustados, me observan fijamente.
—Señor Reynolds, ¿qué hace? —dice con dificultad—. Alguien puede entrar y verlo aquí.
—No se preocupe, puse seguro en la puerta —acerco mi rostro al suyo y noto su labio temblar—. Dígame, ¿qué siente al tenerme tan cerca?
Permanece en silencio unos segundos. Cierra los ojos, muerde la comisura de sus labios y luego los abre lentamente.
—Señor Reynolds —coloca sus manos sobre mis hombros—, ¿quiere que le diga qué siento?
—Por favor —susurro.
—Pues verá…
—¡Maldición! —gimo, doblándome al sentir cómo su rodilla impacta mis testículos.
—Yo no soy una de esas mujeres que caen fácilmente en sus encantos —se aleja—. No vuelva a acercarse así a mí, señor Reynolds. No quiero problemas con su novia ni perder mi trabajo por su culpa.
—¿De qué novia habla? —digo con dolor, sobando el lugar afectado.
—De la señorita White. No soy tonta; se habla mucho de usted y de ella en la empresa. No quiero problemas, así que por favor, no se me acerque… a menos que sea estrictamente laboral.
Sale del baño rápidamente, dejándome aún con mis partes nobles adoloridas. Golpeo la pared, frustrado.
Me incorporo y salgo del baño. Observo el pasillo, veo su mesa vacía y, al mirar hacia la salida, la veo marcharse. Ella se vuelve, me encuentra con la mirada, sonríe y me lanza un beso, guiñándome un ojo coquetamente.
¿Qué diablos?
Niego y camino de regreso a mi mesa. Cuando llego, Kevin ya ha pagado la cuenta y está terminando una llamada.
—Te demoraste, amigo —dice al levantarse—. Me adelanté y pedí la cuenta. Debo regresar a la oficina; me necesitan con urgencia.
—No te preocupes, yo también debo volver —mascullo entre dientes—. Necesito resolver un asunto.
—Tenemos que reunirnos una de estas noches para tomarnos unos tragos —palmea mi hombro—. Quiero saber qué diablos piensas hacer.
—Luego te llamo, amigo.
Sale del restaurante rápidamente. Niego, lo sigo hasta la salida y lo veo subir a su auto, que desaparece en segundos.
Frente a mí se estaciona Lucas. Se baja, me abre la puerta y me ayuda a subir.
—¿Disfrutó su almuerzo, señor?
—Más de lo que esperaba, Lucas —respondo mientras sonrío—. Pero tengo prisa por llegar a la empresa.
(...)
Al salir del elevador, observo a Jacky en su escritorio, con papeles en la mano y el teléfono pegado a la oreja. Brad está frente a la computadora y Mía camina hacia la oficina de Lorena.
—Mía —digo en voz baja—, ¿puedes venir un momento?
—Dígame, señor Reynolds —se detiene frente a mí—. ¿En qué puedo servirle?
—Necesito que le avises a los abogados de la compañía que vengan a mi oficina. Nadie más debe saber de esto.
—Entendido, señor. Enseguida lo hago.
—Bien.
Regresa a su puesto y toca la puerta de Megan.
Camino hacia mi oficina. Antes de entrar, me detengo y observo la oficina de Amaya.
Me debato entre ir o no. Decido hacerlo luego. Necesito desquitarme por lo que me hizo en el baño del restaurante.
—¿Señor, necesita algo? —pregunta Jacky, extrañada.
—No, Jacky. No pasa nada.
Entro en mi oficina y sonrío, triunfante, al pensar en su reacción ante lo que pienso hacer.
