Capítulo 5
—¡Eres un idiota!
—Ya entramos en confianza, que me tratas de tú y no de usted —ríe divertido, y mis ganas de matarlo aumentan.
—Dejemos las formalidades cuando ese maldito convenio dice que debo portarme como toda una novia cariñosa frente a las personas —ruedo los ojos, fastidiada—. Maldigo la hora en que firmé ese documento sin leerlo.
—Ya es tarde para lamentarse —se cruza de brazos y se para frente a mí—. Era mejor hacerlo hoy que el día de la cena de gala.
—¡Es que ni siquiera me habías dicho nada de esa cena de gala! —retrocedo—. Para la próxima, avísame antes; no soy tu juguete personal que llevas a donde te plazca.
—Lo siento, no lo tenía planeado, pero recordé la gala, y no hay mejor momento que presentarte como mi novia en ella.
—Una gala que es mañana —digo irritada—. No sé ni qué diablos ponerme para eso.
Sonríe ampliamente, me toma de la mano y agarra mi bolso del escritorio.
—¿Qué haces? —mascullo, asustada.
Al salir de la oficina, Brad, Mía y Jacky nos miran con sorpresa al pasar a su lado. Noto cómo sus miradas caen en nuestras manos unidas.
—Jacky, por favor, encárgate de los pendientes que tenga; no creo regresar hoy a la oficina —pulsa el botón del elevador—. Igualmente, la señorita Amaya tampoco, Brad.
—Sí, señor —responden al unísono.
El elevador llega; entramos y las puertas se cierran bajo sus miradas de asombro.
—¿Estás loco? —me suelto de su agarre—. ¿Por qué me tomas de la mano así?
—Eres mi novia, puedo hacerlo.
—Eres el primer “novio” que tengo que, en menos de un día, ya empieza a fastidiarme y a caerme mal.
—Puedo apostar que soy el primer novio tan atractivo que has tenido —sonríe fanfarrón.
La puerta del elevador se abre; me sujeta por la cintura y salimos por el lobby bajo varias miradas curiosas.
Al salir, un joven nos espera junto a una camioneta.
—Buenas tardes, señor, señorita —hace una leve reverencia y abre la puerta.
—Vamos al centro comercial del centro.
—Sí, señor.
Subimos y el auto arranca. Su teléfono empieza a sonar, pero ignora la llamada.
Segundos después vuelve a sonar, y esta vez lo apaga. Ni siquiera tengo que preguntarle por qué no contesta; ya me imagino de quién se trata.
Un momento.
¿Preguntarle? ¿Por qué diablos se me cruzó eso por la cabeza?
Debo relajarme y no tomarme tan en serio el papel de novia, o terminaré cayendo directo al precipicio.
Después de todo, ni siquiera le he preguntado cuál es la línea máxima en este “noviazgo”.
La camioneta se estaciona en el Central Park Mall. El chófer me abre la puerta y me ayuda a bajar. Cristopher se coloca a mi lado, su mano firme en mi cintura, y caminamos hacia la entrada.
Al entrar, varias miradas se posan en nosotros. Más en él que en mí; basta esa sonrisa que lleva para atraer la atención de cualquier mujer.
Me señala una boutique y caminamos hacia ella. Una chica se nos acerca para atendernos, y él le pide que traiga vestidos, conjuntos y zapatos.
Luego de probarme mil vestidos —y ninguno ser de su gusto—, observo uno en el probador que la chica aún no me ha mostrado.
Cuando va a tomarlo, la detengo. Me acerco a verlo mejor y quedo encantada sin necesidad de probármelo.
—Este será el vestido que llevaré —le susurro, y ella asiente—. No deje que el señor lo vea, por nada del mundo.
—Sí, señora.
Camina a la caja con él. Me acerco a Reynolds con una gran sonrisa.
—Ya tenemos todo, vámonos.
—Ninguno de los vestidos que te probaste me gustó. No podemos irnos sin uno.
—Me tiene que gustar a mí, no a ti —respondo desafiante—. Ya escogí mi vestido, así que podemos marcharnos.
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Reynolds me ayuda a llevar las bolsas hasta mi apartamento. Al abrir, me hago a un lado para dejarlo pasar. Coloca las bolsas sobre el sofá.
—¿Te ofrezco algo de tomar? —pregunto.
Niega con la cabeza. Me encojo de hombros y voy a la cocina; yo sí me muero de sed.
Lo observo inspeccionar cada rincón de mi departamento y frunzo el ceño.
—No será una mansión, pero es decente y acogedor —mascullo, y él ríe negando.
—No he dicho lo contrario. Es muy acogedor —coloca una mano sobre su barbilla—. Pensaba en dónde viviremos, si aquí o en mi departamento.
Me atraganto con el agua, empezando a toser como una maniática. Se acerca rápidamente a mí.
—Oye, tranquila —sopla mi rostro—. No me vayas a dejar viudo antes de la boda.
—Eres un idiota, Cristopher —lo empujo, molesta.
—Ya entramos en confianza —me mira fijamente y muerde la comisura de sus labios—. Me agrada eso.
Retrocedo al verlo acercarse más; mi cuerpo queda atrapado contra el refrigerador. Coloca ambas manos a cada lado de mi cabeza.
—Tienes unos ojos café muy hermosos —susurra a milímetros de mí—. Eres hermosa, Amaya.
Se acerca más y mi respiración se corta.
“Maldita sea, no soy de hierro.”
Sus labios apenas tocan los míos cuando somos interrumpidos por un carraspeo. Ambos nos separamos enseguida.
—Lamento interrumpir —Kassey nos mira asombrada—. No sabía que tenías compañía.
—No, no te preocupes —respondo nerviosa y me aparto de él—. Cristopher ya iba de salida.
—Eso es mentira —responde él, y le lanzo una mirada asesina.
Kassey lo observa de arriba abajo. Él se acerca con una sonrisa.
—Cristopher Reynolds. Soy el novio de Amaya.
—¿Qué? —pregunta Kassey, atónita—. Disculpa, no sabía que mi hermana tenía novio. Kassey Brooks.
—De hecho, aceptó ser mi novia ayer —dice con una sonrisa cínica.
¡Claro! Acepté, firmando un papel que ni sabía qué era.
—Bueno, Cristopher, es hora de que te vayas —lo empujo hacia la puerta—. Nos vemos mañana. Adiós.
Abro la puerta, lo saco y la cierro en sus narices antes de que diga algo.
—Amaya, ¿por qué tratas así a tu novio? —me reprocha cruzada de brazos—. ¿Y por qué no me dijiste que estabas saliendo con alguien?
—Bueno... todo pasó muy rápido. Además, cuando llegaba a casa no estabas, así que no tenía cómo contarte.
Trato de zafarme, pero su mirada me dice que no será fácil.
—¿Dónde lo conociste? —inquiere, cruzada de brazos—. ¿Desde cuándo salen?
Suspiro. No puedo decirle la verdad, pero tampoco mentirle del todo; Kassey se daría cuenta tarde o temprano.
—En la oficina —sus cejas se alzan, sorprendidas—. Una semana después de haber empezado a trabajar comenzamos a conocernos.
—¿No prohíben las relaciones entre empleados? —Niego—. Vaya alivio. ¿Y qué puesto ocupa él?
—El más alto —respondo.
—¿El más alto? —me mira sin entender.
—Cristopher es el jefe de la empresa.
—¿Qué? —exclama, atónita—. ¿Hablas en serio? Amaya, solo espero que no te pase lo mismo que con Paulo.
—Kassey, apenas estoy lidiando con el hecho de tener una relación con mi jefe. Por favor, no me abrumes.
Con eso logro que me deje tranquila. Me ayuda a preparar algo de comer, y más tarde llega su novio. Los saludo, me despido y me voy a mi habitación. No tengo cabeza para procesar nada de lo sucedido hoy.
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La mañana del sábado transcurre con tranquilidad. Luego de trotar en el parque frente a mi edificio, regreso a casa, me ducho y desayuno.
Aprovecho que Kassey salió con su novio para ver unas series y comer helado.
Al aburrirme, decido hacer algo de limpieza. Estoy por terminar en la lavandería cuando suena el timbre.
¿Quién diablos será?
Camino a la puerta. Al abrirla, mi buen humor se esfuma al ver a Cristopher, impecable en un esmoquin negro, camisa del mismo tono y una corbata rojo carmesí.
—¿Qué haces aquí? —pregunto, esperando que no se le haga costumbre venir tan seguido.
—Amaya, se hace tarde —señala su reloj—. Llegaremos tarde al evento.
¿Evento? ¿Qué evento...?
¡Maldición! Había olvidado por completo la gala de sus padres.
—Lo siento, se me olvidó entre tantas cosas —me hago a un lado para dejarlo pasar—. Toma asiento, estás en tu casa.
Camino rápidamente a mi habitación, cierro con seguro y entro al baño para ducharme.
Al salir, saco las bolsas de lo que compré ayer. Busco unas bragas negras de encaje, me las coloco y me siento frente al espejo para maquillarme.
No quiero nada ostentoso, así que opto por un maquillaje sencillo. Peino y plancho mi cabello, dejándolo caer recto sobre mis hombros.
Me coloco el vestido con cuidado y subo la cremallera lentamente. Luego busco unas sandalias de tacón beige y un bolso de mano.
Guardo mi teléfono, mi identificación, las tarjetas y algo de dinero.
Tomo un labial rojo, delineo mis labios con precisión, lo guardo y salgo de la habitación.
Al salir, lo veo mirando su teléfono. Levanta la mirada y me observa con asombro, recorriendo cada parte de mi cuerpo.
—¿Está todo bien? —pregunto. Él asiente—. Bien, entonces podemos irnos.
Se levanta del sofá, arregla su traje, me extiende la mano y la beso que deja me eriza la piel.
—Estás hermosa —sonríe—. Sin duda, eres la mujer perfecta.
—Gracias por lo de hermosa; lo otro te lo puedes ahorrar, porque no pienso acostarme contigo hoy.
Mis palabras lo dejan sorprendido. No soy tonta: tantas atenciones de su parte solo pueden tener un fin.
Cristopher es un hombre atractivo, encantador y mujeriego. Y yo no pienso caer tan fácil.
—¿Nos vamos? —pregunto. Él asiente con una sonrisa.
Me giro para salir, pero me sujeta del codo y me acerca a él.
—Solo para aclararte —susurra suavemente—, no necesito llevarte a la cama esta noche por un halago, cuando tengo todo el tiempo del mundo para conquistarte y ganarme ese derecho.
Toma mi mano, la coloca sobre su brazo y salimos del edificio, donde nos espera su chofer en la camioneta.
Después de unos quince minutos, llegamos a un salón elegante. El auto se estaciona frente a una alfombra roja, rodeada de fotógrafos y valet parkings.
Cristopher baja primero, me ayuda a hacerlo, y coloca su mano en mi cintura con una sonrisa.
Flashes comienzan a caer sobre nosotros, y los murmullos se multiplican.
—Sigamos, no tengo ánimos de darle explicaciones a la prensa —dice en voz baja.
Asiento. Caminamos ignorando las preguntas, y al entrar, la recepción está llena de invitados.
Cristopher saluda a algunas personas con cordialidad.
En una de las mesas principales están sus padres y su hermana. Nos acercamos, y su padre, al vernos, se levanta con una gran sonrisa.
—Hijo, qué bueno que llegaron —abraza a su hijo y me saluda con un beso en la mejilla—. Es una alegría verla nuevamente, señorita Amaya.
—Solo Amaya, señor Reynolds.
—Entonces llámame Armando.
—Está bien, Armando —reímos—. Señora Reynolds, Sofía, un placer verlas nuevamente.
—El placer es nuestro, querida —responde su madre.
Ambas se levantan y me saludan con un beso.
—Luces hermosa —me susurra su hermana—. Tanto, que mi hermano no puede dejar de mirarte.
Observo a Cristopher, quien conversa con sus padres, pero no deja de mirarme.
Una pareja mayor se acerca a saludarlos.
Uno de los camareros pasa cerca; Sofía toma dos copas de champán, me entrega una y conserva la otra.
Nos disponemos a brindar cuando una voz femenina se hace presente.
—Buenas noches...
