El hermano equivocado
Emma
Leí la carta tantas veces que las palabras se desdibujaban antes de llegar al final. Cada vez dolía igual. Como si fuera la primera. Como si una parte de mí todavía esperara que Dean apareciera, que dijera que fue un error, que me eligiera de nuevo. No. Él había cerrado el capítulo. Y yo estaba a punto de abrir otro, uno que no había pedido.
Dean, no iba a volver arrepentido como tanto fantaseaba y nada iba a impedir que me convirtiese en la esposa de su hermano esa misma mañana. Y vaya, que era una mañana propicia.
El cielo de Willow Creek amaneció encapotado, como si supiera lo que ocurría en mi interior. El viento agitaba los árboles desnudos, y el aire olía a tierra mojada y hojas secas. Me quedé unos segundos mirando por la ventana, la carta arrugada entre mis manos.
El vestido de segunda mano de color marfil que Claire había conseguido para mí, colgaba de una percha en la puerta del armario. Me costaba mirarlo sin que me ardieran los ojos.
Claire me ayudó a peinarme, sus dedos temblaban apenas, aunque no dijo nada. Sabía que no había espacio para consuelos vacíos. Había hecho lo que creyó correcto. Convenció a Luke de que mostrase caridad con su tonta hermana menor. ¿Qué podía pedir?
Luke Whitmore, el mejor partido del pueblo. Taciturno, trabajador, amable, varonil y atractivo.
El hombre que transformó la vieja granja de sus padres en un imponente rancho que se extendía a través de miles de acres. En apenas dos años consiguió que donde antes había unos pocos establos y una cerca rota, se alzarán corrales amplios, maquinaria nueva y un galpón enorme pintado de rojo, como los de catálogo. Incluso la casa principal había sido ampliada; la fachada seguía teniendo ese aire rústico que recordaba de la infancia, aunque todo lo demás gritaba esfuerzo, sudor y determinación.
Durante la semana que Luke desapareció, salí con Claire dos veces al pueblo y no pude evitar notar las miradas de las demás jóvenes, que me trataban como si les estuviese robando algo que les pertenecía por derecho.
Cualquiera de ellas hubiese sido perfecta para caminar hacia el altar. Sin embargo, la mujer promiscua y embarazada, les estaba privando de ese honor.
Me coloqué el vestido y los zapatos de forma mecánica, deseando que solo se tratase de un mal sueño. Pero cuando salí al exterior de la casa y el aire me cortó las mejillas, supe que era tan real como bebé que creía en mi interior.
—Te ves preciosa —me dijo Claire, mientras me ayudaba a bajar de su camioneta una vez que llegamos a la biblioteca —. Puede que esto no haya sido como lo esperabas, pero te aseguro de que no podrías verte más radiante.
—Gracias —apreté su mano con fuerza y ella sonrió con dulzura.
—Es hora —murmuró y asentí.
La iglesia del pueblo era pequeña, de esas donde el eco de los susurros rebota en los bancos de madera. Apenas unas pocas caras conocidas llenaban las primeras filas. Los tíos de Luke estaban en silencio, rígidos. No vi a mis padres. No esperaba otra cosa. Me había convertido en su vergüenza y seguramente ya se habían encargado de decir que la salud de mamá era demasiado frágil como para acompañar a su hija mancillada.
Cuando Luke se acercó al pastor, se hizo un silencio extraño. Estaba con la misma ropa que usaba para ir a los remates con su padre, años atrás. Una camisa blanca bien planchada y un saco oscuro que le quedaba algo ajustado. Por su espalda ancha y hombros fuertes. Tenía el mentón tenso y la mirada fija al frente, como si estuviera por firmar un trato, no por casarse.
Caminé hacia él sintiendo cada paso como una piedra en el pecho. El murmullo del pueblo, los susurros sobre mi barriga aún imperceptible, flotaban en el aire como humo. Sentía sus miradas clavadas en mi nuca. Me casaba embarazada, y no con el padre del niño.
Nos pusimos frente al pastor. Luke no me miró. Sus manos estaban heladas cuando tomó las mías y apenas me rozó los dedos.
El pastor, un hombre mayor, de voz pausada y ojos amables, nos observó en silencio un momento. Luego habló:
—El matrimonio no siempre llega de la forma en que lo imaginamos. A veces, nace de la alegría; otras, de la necesidad. Pero en ambos casos, requiere coraje. Porque amar y aún más, comprometerse. Es un acto valiente. Es decidir caminar junto a otro, incluso cuando el camino es incierto. Aunque hoy no haya certezas, si se mantienen juntos encontrarán consuelo. Casarse de una forma u otra es como lanzarse al vacío. Un acto de fe y no es algo que no esté hecho para cobardes. Hoy se eligen más allá del tortuoso camino que los trajo hasta aquí y dios los va a recompensar con todo el amor que su hogar necesite.
Sus palabras cayeron como un eco suave en mi interior y me hicieron doler las entrañas. Le estaba por dar a mi hijo un hogar más helado que el invierno por mi estupidez.
El pastor asintió, y con voz solemne nos pidió decir nuestros votos. Yo fui la primera.
—Yo, Emma Grace Campbell… —Sentí el corazón golpeándome contra el esternón—. Prometo… Respetarte y cuidarte… Prometo cuidar de esta familia que… que apenas empieza. Y aunque no haya amor entre nosotros, ahora… intentaré que haya aprecio.
Mi voz se quebró en la última palabra. El pastor asintió con suavidad y miró a Luke. Él mantuvo los ojos fijos en un punto invisible, sin levantar la cabeza.
No pude evitar mirar a mi cuñado de reojo y vi como fruncía el ceño dolorosamente y por primera vez desde que todo había comenzado me pregunté si acaso había alguien más.
Tal vez se había enamorado en esos años y una chica se encontraba con el corazón destrozado porque su hombre sería el esposo de otra.
Me pregunté si acaso escaparía por las noches para verla y hacerle promesas. Me pregunté si yo estaba interfiriendo, en una verdadera historia de amor. Luke era demasiado honorable para no responder por su hermano y sacrificaría todo, por su familia. Eso lo comprendía y de pronto deseé saber, si me veía como una carga.
—Yo, Luke Alexander Whitmore —dijo, con la mandíbula apretada—. Prometo… Cuidarte, respetarte y serte fiel. Prometo ser responsable, a mi lado, no te faltará nada. Nunca voy a abandonarte, y criaré a ese niño como si fuese mío.
No hubo aplausos. No hubo risas. Ni siquiera un tímido beso. Todos sabíamos por qué estábamos allí.
Salimos de la iglesia y Claire nos alcanzó con una sonrisa tensa. Me dijo que tenía que ir a casa, aunque por la mañana temprano, conduciría al rancho de Whitmore para acompañarme. Me abrazó, y en su mirada vi la culpa por no haber podido hacer más por mí. Sin embargo, yo estaba infinitamente agradecida por no haberme abandonado.
El trayecto hasta la casa fue silencioso. El cielo empezaba a despejarse, no obstante, el aire seguía frío.
Mi flamante esposo se ajustó el sombrero, de tal forma que el ala cubría la mitad de su rostro y ni siquiera se molestó en volverse una sola vez hacia mí.
Era tan extraño, que ese fuese el mismo joven con quien hablaba por horas y horas.
Una vez que llegamos a su casa y cerró la puerta detrás de nosotros, y se quedó parado, con la espalda rígida y los ojos clavados en el piso.
—No lo hago por ti, Emma —dijo de golpe, como si necesitase dejar las cosas claras —. Lo hago porque no voy a dejar que el cobarde de mi hermano se lave las manos y manche la memoria de nuestros padres. Ese niño que está creciendo en tu vientre es mi sangre y tendrá el apellido Whitmore.
—Lo sé —. El nudo en mi garganta era tan grande que apenas podía respirar.
—No, no lo sabes —finalmente alzó la cabeza y pude ver como sus facciones se habían endurecido, hasta volverse de mármol —. No tienes idea de cuanto me lastimaste el día que te marchaste, sin darme una explicación, sin decirme al menos que podía irme a la mierda con todos mis sentimientos —. Mis labios comenzaron a temblar —. Al menos de esa manera podría haberte llorado y continuado con mi vida como lo hice después de despedir a mis padres. Tú, solo te fuiste sin decir una sola palabra y me quedé allí suspendido, con el corazón destrozado. Preguntándome día tras día, porque no me correspondías, porque me considerabas tan poca cosa, cuando nadie nunca iba a amarte como yo lo hacía —. Su voz sonó ronca y profunda en el silencio de la sala.
—Luke, yo… —Intenté acercarme, ansiosa por tocarlo y consolarlo. Librarlo de ese dolor añejo y amargo que lo atormentaba.
Sin embargo, se apartó bruscamente.
—No me toques —añadió colocando un muro entre nosotros—. No me hables si no es necesario. Vamos a hacer lo que se debe, y saldremos adelante. Pero, nunca —. Miles de sentimientos extraños se arremolinaron en mi pecho —. Nunca vamos a convertirnos en marido y mujer.
Subió las escaleras sin esperar respuesta.
Entonces, me quedé sola en el salón, con las sombras alargándose sobre el suelo de madera. A esto me había llevado elegir al hermano equivocado.