Mi territorio
Emma
El olor a manzana, canela y manteca flotaba en la cocina desde temprano. Hornear me ayudaba a pensar, o a no pensar demasiado, según el día. Esa mañana había hecho una tarta, galletas, incluso pan casero. Tal vez quería demostrarme a mí misma que podía hacer de esa casa fría un hogar para mi bebé. O quizás, en el fondo, esperaba que a él le importara si estaba viva o muerta.
Porque los días y las noches se fundían una con otra, con su gélida indiferencia.
Tal como había prometido, era como compartir el techo con un fantasma. A veces la soledad era tan asfixiante que sentía que la casa respiraba, y no precisamente de forma amable.
Luke me había dejado una habitación al final del pasillo, lejos de la suya. Su mensaje fue claro, el día que llegué a Silver Hollow, luego de nuestra boda: no era un matrimonio de verdad y se esforzaba muchísimo en dejarlo muy claro.
Pasaban los días sin que apenas habláramos. Él salía antes del amanecer y regresaba con el ocaso, cubierto de polvo, con esa energía contenida que parecía a punto de estallar. Yo pasaba el tiempo en la cocina. Preparar pan, guisos, dulces. Limpiaba la casa de arriba abajo. Lavaba su ropa y preparaba su comida, pero aun así, no conseguía que al menos me hablase.
Deseaba tanto poder regresar con Claire; sin embargo, eso solo aumentarían las habladurías. Ya era más que suficiente que todos supiesen que volví a casa embarazada del hermano de mi esposo.
Luke entró sin anunciarse, como siempre. Traía tierra en las botas y los vaqueros sucios con grasa. Una vez que se quitó el sombrero, pude ver su cabello despeinado y el sudor que perlaba ligeramente su frente.
Llevaba una camisa arremangada que apenas disimulaba los músculos de sus antebrazos y los pantalones, a pesar de que estaban sucios, delineaban perfectamente sus piernas fuertes, consiguiendo que se viese todavía más varonil.
No lo miré directamente, aunque no pude apartar la mirada del todo de una gota de sudor que bajaba lentamente por su sien, recogiendo el polvo y acariciando su piel dorada. Tal vez eran las hormonas o la soledad, porque de otra manera no lograba explicarme como algo tan insignificante, podía hacerme sentir mi pulso latiendo fuerte en el cuello.
—¿Otra vez horneando? —Preguntó, con tono neutro, que se sintió como un baldazo de agua fría e intenté recomponerme para que no notase lo que me ocurría cada vez que estaba cerca.
—Es lo único que puedo hacer sin que me digan que estorbo —contesté sin pensar y en sus ojos vi algo que se me clavó en el estómago.
.
Él no respondió. Caminó hasta la encimera, tomó una galleta y le dio un mordisco. Me observó mientras masticaba, apoyándose sobre la superficie.
No era algo que hiciera normalmente y sentí que me evaluaba, mientras saboreaba el dulce.
Entonces, pensé que quizás comenzaba a suavizarse. No esperaba que fuésemos una pareja, eso era evidente que no ocurriría. No obstante, al menos, tal vez podría recuperar a mi mejor amigo. De todas maneras, por mucho que lo quería, no había olvidado a Dean y él… Bueno, no sabía nada sobre él o su vida.
Solo imaginaba que no existía nadie, por lo menos, en la semana que llevaba allí, su rutina era la misma y no incluía salidas nocturnas o escapadas.
No tenía idea de por qué, sin embargo, la idea de que hubiese alguien más, por alguna razón, me molestaba.
Bueno, era mi esposo, imaginaba que era natural, a pesar de que no era un matrimonio convencional.
Aparté la idea de inmediato, el Luke que yo conocía nunca deshonraría sus votos. No mi viejo amigo, al menos. Por lo que algún día deberíamos solucionar nuestros problemas. Tarde o temprano, lo haríamos y realmente confiaba en que fuese temprano. No quería que mi bebé llegase a ese lugar frío y silencioso.
Así que, carraspee sintiendo su mirada, quemarme y me preparé para decirle lo que tanto había ensayado.
«Sé que me odias, Luke y tienes razones para ello. Nunca voy a poder remediar lo que hice, lo que sí puedo hacer es pedirte perdón y…».
Entonces, escuché el ruido de una camioneta llegando. Me asomé por la ventana. Y, vi, a tres mujeres bajaban cargando canastas y pasteles. Una incluso traía un tarro de mermelada envuelto en un mantel decorado.
Inmediatamente, reparé en que sus vestidos demasiado ajustados para el calor que hacía y vi con sorpresa como Luke, salía disparado como un rayo a recibirlas.
Sin poder creérmelo, lo seguí y lo encontré tan sonriente que por un segundo pensé que en el trayecto de la cocina al porche alguien lo había remplazado. Y me dolió como los mil demonios.
—Trajimos algo de merienda para ti, Luke —dijo una de ellas mirándome de reojo, y moviéndose con una confianza que quemó mis entrañas.
Luke sonrió. No esa sonrisa cínica o cansada que solía mostrarme a mí. No. Fue genuina.
—Sabíamos que extrañabas tu pastel —. Agregó una rubia de senos enormes, extendiéndole el postre que llevaba en las manos.
—¿De moras? —Preguntó emocionado como un niño la mañana de Navidad y aspiró profundamente el pastel que sostenía —. No deberían haberse molestado, chicas. Son muy amables.
—Nos encanta venir a visitarte y consentirte —repuso una de las morenas batiendo sus gruesas pestañas y tal como sus amigas, ignoró mi presencia.
Tampoco Luke, me presentó, ni mencionó que era su esposa. Al parecer, había olvidado por completo que estaba allí. Estaba demasiado ocupado, coqueteando con ese puñado de descaradas.
Me ardió el pecho. No de celos exactamente. Era algo más parecido a la rabia y sin pensarlo dos veces volví a la cocina, tomé con enojo una bandeja de bollos calientes, para luego salir decidida a arruinarle la fiestecita al fresco de mi marido. Respiré profundo, y salí al porche como si fuera una anfitriona encantadora.
—Qué sorpresa, tan encantadora, cariño —. Me puse junto a Luke, que me miró como si me hubiesen salido dos cabeza y le di disimuladamente un codazo en las costillas —. No sabía que teníamos visitas. Parece que llegué justo a tiempo —dije, sonriendo con suavidad—. Preparé bollos de mantequilla y miel, porque mi esposo, es un consentido y sé que le encanta la comida casera. Puedo preparar té y podemos pasar al salón a tomarlo —. Miré el pastel de reojo y chasqueé la lengua —. Es de Wildflower, ¿Verdad? —La morena de cabello rizado se sonrojó —. No es tan bueno, son mejores los de la pastelería de Claire. Mi hermana tiene manos mágicas para los dulces. La próxima, quizás podrías traer uno de allí —. Fruncí la nariz —. ¿Sabes qué? —Continué con un tono dulzón —. Mejor yo lo preparo y ustedes traen limonada. Seguro, eso sí, que pueden hacerlo de maravilla.
—No sabíamos que tenías esposa —dijo una de ellas con las cejas alzadas —. Deberías habernos advertido, para traer un regalo de bodas —ladeo la cabeza, sin dejarse intimidar por mí.
Luke las miró sin cambiar su expresión.
—Sí, ella es Emma —se limitó a decir, entrecerrando los ojos y apretando los dientes.
Ningún “es mi esposa”, ningún “vive aquí conmigo”. Solo mi nombre, como si fuera una vecina más.
—Encantadas —dijo una de ellas, con una sonrisa que no le llegó a los ojos.
Las ignoré y me volteé hacia él.
—Toma uno, cielo —frunció el ceño, aunque rápidamente vio en mi expresión que si no obedecía era hombre muerto y extendió la mano con vacilación. Y antes de que pudiese tomar uno, fingí detenerlo.
—Oh..., tienes un poco de harina en la barba —mentí. Y, sin esperar permiso, toqué su mentón con los dedos, limpiando un lugar imaginario —. Te he dicho muchas veces que no me beses cuando estoy cocinando, porque te vuelves un desastre —. Vi por el rabillo del ojo como se miraban entre sí, incómodas, y sentí su cuerpo tensarse bajo mi toque. Aunque no se apartó.
Eso me gustó. A pesar de que la victoria fue fugaz.
—También te hicimos estos brownies —, quisieron llamar su atención nuevamente —tal vez puedan comerlos como postre, si tienes crema batida —. Se relamió los labios con descaro y él volvió a tener esa expresión de perro faldero.
Mi sangre hervía. Me esforcé en sonreír mientras recogía las bandejas, pero no podía dejar de ver cómo ellas se pegaban a él como moscas a la miel. Y lo peor: él no se apartaba.
Eso sí, no iba a dejarles el camino libre y no me moví del lado de mi esposo. Iban a tener que llamar al ejército, para hacerlo. No me importó cuantas indirectas, me lanzó el muy desgraciado. Ese era mi territorio, le gustase o no.
Hicimos votos y por mucho que nos pesara, debíamos cumplirlos.
Cuando se marcharon, Luke se cruzó de brazos y me miró con una ceja levantada.
—¿Qué fue eso? —Ladró y levanté el mentón desafiándolo.
—¿Qué? ¿Te molesta que las vecinas sepan que no estás disponible?
—Creí que las cosas entre nosotros, estaban claras—murmuró, con una calma peligrosa.
—No si tú flirteas con mujeres en mi cara. Así que, no esperes que me quede en silencio, viendo como me humillas.
Se me acercó un paso más. No lo suficiente como para tocarme, aunque sí para hacer que me temblaran las rodillas y mis nudillos se pusieran blancos sobre le borde de la bandeja.
—No necesito una esposa celosa —dijo con voz baja.
—Y yo no necesito un esposo coqueto que no me respeta—respondí, firme.
Él dio otro paso hacia mí. Por lo que pude sentir oler su loción, mezclarse con el aroma de cuero y sol en su piel.
—¿Te pone celosa que otra mujer me crea atractivo? ¿O te molesta que ya no tener poder que tenías sobre mí? —Su voz grave bajó varias octavas.
No supe qué contestar.
Mi pulso se aceleró. Y me odié por ruborizarme, y quedarme sin palabras.
Así que me di la vuelta y entré a la casa, cerrando la puerta con más fuerza de la necesaria. Jurando que acababa de ver una sonrisa complacida dibujarse en sus labios.