
Sinopsis
Emma creyó que huir con Dean, el hermano menor de su mejor amigo, sería su final feliz. Pero dos años después, abandonada y embarazada, descubre que solo la utilizó. Dean la deja por otra mujer, y Emma no tiene más remedio que regresar a Willow Creek, el pueblo que juró no volver a pisar. Humillada y sin futuro, acepta la ayuda de Luke, su antiguo confidente y mejor amigo… el mismo que le confesó su amor la noche en que ella huyó. Para protegerla del escándalo, Luke le propone un matrimonio por conveniencia: un techo, un apellido y una nueva oportunidad. Pero lo que comienza como un acuerdo frío pronto se convierte en una lucha imposible entre el deseo y la culpa. Emma lleva en su vientre al hijo del hombre que destruyó su vida… y en su corazón, el amor del hombre que podría salvarla. Su cuñado. Cuando Dean regresa decidido a reclamar lo que cree suyo a Emma y las tierras que le pertenecen por herencia, el pasado y el presente chocan en una tormenta.
Prólogo
Emma
Abril de 1982
Mi vida se derrumbó, allí sentada, entre las cuatro paredes del frío consultorio, con olor a desinfectante y antiséptico.
Entonces, cerré los ojos por un instante y respiré profundo. Porque necesitaba huir, escapar de la realidad y la única que forma de conseguirlo fue recordando como el viento rozaba mi rostro con una caricia cálida y salvaje, años atrás.
Podía sentirlo aún.
Ese cosquilleo en la piel cuando corríamos por el campo. El aroma a flores silvestres, el silbido de las ramas, la risa de Luke siguiéndome de cerca mientras el sol brillaba muy alto.
Casi podía oírlo.
—Prométeme algo… Prométeme que nunca vas a irte y siempre vas a volver aquí. Conmigo.
Sonreí, nuevamente, como lo hice ese día. Porque no comprendía lo que le estaba prometiendo y en ese momento, solo podía pensar en que no había ningún otro sitio en que quisiese estar, más que con él. Tendida sobre la hierba.
Todo era más fácil entonces. Solo éramos dos niños, dos almas sin cicatrices, riendo y jugando. Todo era tan simple.
Mi pecho se oprimió al recordar la risa de mis padres en el porche, Claire que nos miraba sacudiendo la cabeza como si fuera demasiado mayor para esas tonterías… y Luke. Siempre Luke, mi mejor amigo, mi refugio.
El chico, que hacía girar mi mundo, hasta que Dean volvió un verano, luego de estudiar en una elegante escuela en Sheridan.
—Emma… ¿Me estás escuchando? —Oí que me llamaban y mi mentón comenzó a temblar, justo cuando Luke desapareció junto con la hierba, el sol, las risas.
La luz se esfumó. El aire cálido se volvió frío y el recuerdo se desvaneció como una burbuja que estalla al tocarla.
Fue cuando abrí los ojos y me encontré con la sala del consultorio, fría, sin alma, demasiado blanca para una noticia tan oscura.
—¿Estás bien?
—Sí —mi voz apenas si se escuchó como un quejido casi imperceptible y me miró con lástima.
—Bien, estás embarazada, Emma. De ocho semanas —dijo el médico con tono amable, como si eso pudiera suavizar el impacto.
Mi cuerpo se tensó. Sentí que alguien me arrancaba de ese otro tiempo, y me arrojaba sin aviso al presente. Tragué saliva y miré al hombre, intentando ocultar el impacto de sus palabras.
—¿Está seguro?
—Completamente. Felicidades.
La palabra me golpeó como una bofetada.
Sentí que el aire se volvía denso. Me quedé inmóvil, con las manos crispadas sobre el regazo y la garganta ardiendo. Las lágrimas me punzaban los ojos, aunque no quería soltar ni una. No frente a él. No cuando el mundo acababa de venirse abajo.
«Felicidades».
Felicidades por estar sola. Por haber confiado en un hombre que te prometió amor y un futuro juntos. Pero, en cambio, te dejó con un resultado de embarazo positivo y un silencio ensordecedor.
Dean. Maldito, Dean.
Había transcurrido más de un mes desde la última vez que lo vi. Me besó la frente, me dijo que se marchaba por un tiempo para trabajar como ayudante en una casa en Tulsa, que necesitaba reunir dinero para “poner todo en orden y construir finalmente un futuro para nosotros, ya que había abandonado su sueño de ser comediante”.
Luego, tomó una maleta y me dejó un número de teléfono, anotado en un papel arrugado. Un número al que llamé. Una vez. Luego otra. Y otra más. Aunque nunca, nadie contestó. Nunca.
Así que, una vez que me cansé de esperar. Fui a buscarlo. Tomé un bus, sola, con la esperanza hecha jirones en el bolso. Y al llegar al motel donde dijo que se hospedaría, la dueña me miró con lástima y me contó que Dean solo había estado allí una noche. Que se marchó a la mañana siguiente sin decir a dónde iba. Ni siquiera dejó pagada la cuenta.
Dios, me sentí tan tonta y humillada.
—¿Hay alguien que quieras que llame? —Insistió el médico, preocupado, frunciendo el ceño —. ¿Hay alguien esperándote fuera?
Asentí apenas, con los labios sellados por el miedo.
No iba a decirle que dejé mi hogar y a mi familia para escapar con un hombre que me dejó botada como si fuese basura.
Por lo que, simplemente, salí del consultorio con el resultado en la mano y el corazón retumbando en mis oídos.
Crucé la calle hasta la cabina telefónica junto a la tienda de comestibles.
Busque en mi bolso y tomé un puñado de monedas, que temblaron entre mis dedos y marqué el número de casa.
Había estado postergando esa llamada, desde hacía meses, porque no me atrevía a dar la cara luego de dos años de haber huido. No obstante, ¿a dónde iría? ¿Cómo iba a mantener un niño con el miserable sueldo de mesera que ganaba?
No tenía opciones, más que volver con el rabo entre las piernas y soportar estoicamente cualquier cosa que tuviesen para decirme.
Gracias a Dios, fue Claire fue quien respondió.
—¿Hola? —Saludo distraídamente y casi caí de rodillas al escuchar después de tanto tiempo su voz.
—Hola, Claire.
Mi voz salió quebrada.
—¡Dios santo! —Exclamó sorprendida. No recordaba lo que nos habíamos dicho última vez la última vez que hablamos y eso me pesó muchísimo más de lo que podría haber imaginado. Ahogue las lágrimas, mordiendo tanto mi labio inferior que sentí el gusto metálico de la sangre —¿Emma, eres tú?
—Sí —murmuré haciendo un enorme esfuerzo para responder y la escuché suspirar pesadamente, como si todo el peso del mundo que estaba sobre sus hombros se hubiese desvanecido en ese instante.
—¡Gracias al cielo! —Gimió —. ¿Dónde has estado? —Preguntó —. Estábamos locos por la preocupación. Temíamos que te hubiese ocurrido algo, papá está furioso y mamá no ha parado de llorar en dos años… ¿Escapaste con Dean, cierto? —De pronto su voz se escuchó un poco más ronca —. Luke, está seguro de que te marchaste con él y nos tranquilizaba diciendo que su hermano no permitiría que nada te ocurriese. Ese ha sido nuestro único consuelo. Aunque de todas formas, papá va a matarlo. Espero que estés con un anillo en el dedo cuando regreses o la cosa se va a poner fea.
«Confían en que nos hemos casado».
Casi reí por la ironía.
Se iban a morir una vez que descubriesen que me había saltado algunos pasos como: la propuesta, el vestido, la ceremonia y fui directo al bebé.
—Claire… —La detuve —. Estoy en Billings, en la clínica del Dr. Hensley. Necesito que vengas. Es urgente. Estoy… —Tragué saliva y rompí a llorar—. Estoy embarazada y Dean se ha marchado. Sé que soy una persona horrible, pero te necesito, Claire… —Coloqué mi mano sobre mi boca, en un intento vano por amortiguar el sonido de mi llanto.
Del otro lado hubo silencio, por un momento demasiado largo. Tanto que comencé a creer que se había desmayado, hasta que habló.
—Emma —dijo finalmente en un susurro —. Hay una cafetería a una cuadra de la clínica, creo que se llama Maple & Cream. Ve y quédate ahí. Voy en camino.
Colgué y apoyé la frente contra el vidrio sucio de la cabina.
Las lágrimas comenzaron a resbalar solas. Tenía veintiún años, el corazón roto, y un bebé creciendo dentro de mí. Dean se había ido, mis padres se volverían locos de rabia y Claire… Claire era lo único que me quedaba.