Capitulo 5
Había sido divertido evadir a aquel par de ángeles, que creían que por superarlo en número podrían vencerlo. Se había burlado de ellos, los había enfrentado a ambos a la vez y herido a uno de ellos de gravedad. Tras un par de horas de ir y venir, luchando con clara ventaja, el demonio enmascarado se aburrió. Derribó al ángel que quedaba ileso y volvió a desaparecen envuelto en fuego.
Apareció en una montaña bastante lejos de la civilización. Estiró su cuerpo para relajar los músculos, demasiado ejercicio por un día. Lanzó un suspiro pues ya era tiempo de regresar, apartó la gruesa pulsera que cubría su mano derecha, dejando al descubierto infinidad de pequeñas cicatrices. Se llevó la mano a la cintura en busca de su daga, antes de tocar su pálida piel se detuvo pues ahí descansaba la sangre seca de Jibril. Por un momento se había olvidado de ese detalle, regreso con cuidado la daga a su lugar.
Se llevó una mano a la nuca, estaba un poco cansado, pese a que podía lidiar bastante bien con todos esos ángeles. Era tener fastidioso tener que luchar con dos, añadido al hecho de que había tenido una dura semana de trabajo.
Se inclinó hasta alcanzar una de sus botas dónde descansaba una pequeña navaja. Sin contemplaciones hizo un profundo tajo en su muñeca. Dejando que el precioso líquido rojo cayera libremente al suelo, donde ya había dibujado un pentagrama con varios signos rodeándolo.
Cuando la sangre tocó los trazos, estos comenzaron a brillar de forma intensa. Lentamente se fue abriendo un portal en el suelo. El demonio enmascarado sondeó la zona, para asegurarse que no hubiera intrusos, enseguida saltó al portal que desapareció un segundo después.
Apareció en medio de un paisaje desértico. El cielo estaba teñido de tonos rojos y naranjas, dándole un aspecto sangriento. El demonio no se detuvo a contemplarlo, comenzó a avanzar con lentitud, hasta que a lo lejos se vislumbró una enorme edificación: la mansión de la avaricia.
El Infierno era gobernado por Lucifer: señor de las tinieblas. Amo de todos y cada uno de los demonios existentes. También habían cinco princesas, aquellas que destacaban de entre las cinco razas más poderosas: los vampiros; los kurohis, demonios que controlaban el fuego; los denkis, quienes controlaban la energía pura; las hechiceras y los lunatians. Aunque esta última raza había sido exiliada y maldita por miles de años. La maldición había sido levantada, y se les había vuelto a permitir el acceso al Infierno.
Existían también siete duques infernales, representando cada uno un pecado capital: soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, celos y pereza. Cada uno poseía una enorme mansión que era el centro de los siente grandes países del Infierno. Además de ser los principales abastecedores de almas humanas, principal alimento de los demonios.
Él trabajaba como recolector de almas para la duquesa de la avaricia: Esfria. Sus poderes eran sorprendentes y envidiables, sumado al aura de misterio que lo rodeaba despertaba la curiosidad y el deseo de muchos de los demonios a su alrededor.
Disfrutaba de todo aquello con agrado, destacar era satisfactorio. Pese a que también corrían cantidad de rumores y no todos buenos sobre el porqué de la máscara que usaba. Aquello era un secreto para todos, nunca nadie lo había visto sin ella.
Desde su llegada a la mansión como aprendiz la había llevado. Ocultando así, su edad y su aspecto. Nadie nunca le había podido sacar alguno de esos datos, e insistir demasiado provocaba su enfado y nadie quería verlo furioso pues podía llegar a ser mortal.
Luego de caminar durante un par de minutos, estuvo frente a la entrada principal de la mansión. Custodiada por varios guardias, todos lo conocían así que le abrieron la enorme puerta de inmediato para dejarlo pasar. Él hizo una leve inclinación de cabeza a modo de saludo, nunca hablaba más de lo indispensable.
Entró en el amplio patio donde podía verse a infinidad de nuevos aprendices ensayando conjuros, cada mansión fungía como escuela para aquellos demonios con capacidades destacables, mientras que cada duque se especializaba en una rama diferente. Esfria era una hechicera, especializada en el arte de la magia, los conjuros, maldiciones y todo aquello que se relacionara con el tema. Pese a que la mayoría de los elegidos para habitar en aquella mansión eran hechiceras. También había varios mestizos, demonios con mezcla de sangre quienes tenían poderes mágicos, también había habitantes de otras razas puras, que tenían facilidad para el control de la magia.
Él era un kurohi de sangre pura, según había dicho, pero nadie podía asegurarlo. Ocultando su rostro tras aquella máscara era imposible decir a cien si acierta, si era un kurohi de sangre pura o un mestizo. Claro que nadie estaba dispuesto a rebatirlo.
Atravesó el patio, y llegó hasta la entrada del edificio principal, se dirigió directamente a la habitación de trabajo de la duquesa de la avaricia. Lo primero que tenía que hacer era rendir su informe.
Tocó un par de veces la puerta esperando respuesta antes de entrar, aparte de que aquel acto era una muestra de educación y respeto. Pues la duquesa siempre estaba trabajando en cosas nuevas o peligrosas, inclusive ambas. Y si alguien entraba en medio de uno de sus experimentos podía bien, nunca volver a salir vivo.
—Adelante. —Se oyó una suave voz detrás de la puerta, enseguida el demonio enmascarado giró la perilla y entró cerrando la puerta tras de sí. Hizo una reverencia respetuosa al estar frente a Esfria. La duquesa de la avaricia era una hechicera de piel tan blanca, que le daba un toque etéreo casi fantasmal. Su cabello era negro, como la más oscura de las noches, lo llevaba corto apenas rozándole los hombros. Sus ojos eran violetas, un par de hermosas amatistas que brillaban con intensidad. En ese momento llevaba un vestido negro ajustándose perfectamente a su bien torneado cuerpo que además estaba adornado con valiosas joyas. Siendo la duquesa de la avaricia, gustaba de lucir sus riquezas que no hacían más que acentuar su belleza natural.
Esfria sonrió de forma encantadora y extendió una mano hacia el demonio enmascarado, quién la tomó gentilmente.
—Mi querido Zared, es aquí cuando debes besar mi mano, ¿acaso has perdido los modales? —La sonrisa en su rostro se acentuó aún más. El demonio se llevó una mano hasta el rostro y con un rápido movimiento la máscara se convirtió en un antifaz. Dejando a la vista unos labios seductores, que se posaron en el dorso de la mano de la duquesa en un suave beso.
—Es un placer contemplar su belleza —comentó Zared, mientras soltaba la delicada mano.
—Y dime, ¿qué has hecho para que te vuelvas un adulador de repente?
—¿No puede acaso un demonio como yo, alabar su belleza?
—Te conozco desde siempre, no intentes engañarme.
—Tal vez, e insisto sólo tal vez, un par de ángeles me busquen con intenciones de llevarse mi cabeza como regalo.
—A veces Zared, te comportas como un niño —dijo la duquesa, la sonrisa en sus labios había disminuido considerablemente. Pese a que le tenía especial apreció al demonio frente a ella, a veces deseaba arrancarle la cabeza, pues solía provocarle innumerables problemas.
—No he hecho nada excesivo, sólo me he divertido un poco. Hay un ángel, con unos ojos peculiares. —Una sonrisa curvó sus labios en un gesto enormemente sensual.— Me ha parecido interesante. Tal vez he hecho un par de cosas para provocarla, pero eso es parte de nuestra misión estando en el mundo humano.
—Desde luego, los recolectores de almas tienen funciones bastante bien definidas y una enorme libertad. Aparte de traer las almas humanas al Infierno, su deber es corromper más almas para que en un futuro puedan ser recolectadas, además como opción adicional pueden molestar a los seres angelicales —recorrió a Zared con la mirada de arriba abajo como evaluándolo. —Pero tú, jamás habías mostrado especial interés por provocar a los ángeles. Además eso no sería una falta, ¿qué es lo que ocultas?
—Tan inteligente como hermosa. —Zared sonrió ampliamente, algo que pocos demonios podían contemplar, la duquesa no se dejó impresionar por aquel repentino gesto, lo miró severa.
—Use a un ángel inexperto para un experimento, con el propósito de aumentar el interés de aquella ángel que despertó mi curiosidad. Pero la intervención externa de más seres celestiales era inevitable, querrán mi cabeza como regalo.
—Usando ángeles para experimentos, suena interesante. Pero no entiendo tu propósito, los demonios no suelen huir de las peleas o retos, ¿o es que acaso temes no poder lidiar con aquello que tu mismo provocaste?
—Hiere mis sentimientos al pensar que soy incapaz de lidiar con mis problemas —dijo fingiéndose herido.
—Me estoy aburriendo de esta charla Zared, ve al grano.
—Los ángeles que provoque no parecían muy contentos, como ya dije. Seguramente me buscaran, quisiera que apartara a todos los recolectores de almas que estén cerca de mi zona de trabajo. No quiero que nadie intervenga. —Una sonrisa que reflejaba toda la seguridad que sentía de si mismo, se dibujó en su boca.
—Pides mucho, ¿sabes cuantas almas perderíamos, si alejo a los recolectores que trabajan cerca de ti?
—No haría una petición sin dar nada a cambio. Me encargare yo mismo de atender todas las zonas, sería una extensión de mi área de trabajo.
—No dudo de tus capacidades como recolector —calló un momento y entrecerró los ojos— esta bien, expandiré tu área de trabajo y alejare a los recolectores de almas. No sólo los que están bajo mi cargo, hablare con el resto de los duques. Será divertido ver como te desenvuelves teniendo que lidiar con algo así. Pero te lo advierto, si me provocas problemas desearas haber mantenido tu linda boca cerrada. —Aquello no era una simple advertencia, era una promesa que el demonio no dudaba que cumpliría. Pero él estaba bastante seguro de si mismo y su capacidad de lidiar con todo aquello.
—Se lo agradezco enormemente —volvió a hacer una reverencia
—Basta de zalamerías, pasemos a los negocios.
—De acuerdo— concedió el demonio mientras abría parte de su atuendo dejando al descubierto un cinturón de piel negro, dónde colgaban siete botellas pequeñas rodeadas de una serpiente de plata como adorno. En su interior podía verse una especie de humo negro, aquellas eran las almas consumidas por el pecado en su estado etéreo, que era mantenido a salvo estando en aquellos pequeños contenedores. Pronto serian tratadas y mezcladas, creando cápsulas que servirían como alimento a los demonios. Aquel proceso era indispensable, por que eran raros los demonios que podían ingerir las almas humanas en su estado puro.
—Un trabajo excepcional, como siempre —observó la duquesa posando aquel par de amatistas sobre las botellas. Había fácilmente el doble de almas que normalmente traían los recolectores, Zared era un demonio excepcional en muchos aspectos.
Zared depositó las botellas en una gaveta, dónde podían verse cientos de botellas iguales, la mayoría con menos contenido.
—Supongo que eso es todo, a menos claro que quiera agregar algo más.
—Simplemente recordarte que de provocar problemas recibirás un castigo. Espero que esos poderes de los que alardeas tanto, sean reales.
—No causare problemas, ahora si me disculpa desearía ir a mi casa a descansar antes de mi siguiente ronda.
—Desde luego —dijo con una sonrisa así mismo se llevó nuevamente una mano al rostro, convirtiendo de nueva cuenta el antifaz en una máscara. Después hacer una reverencia comenzó a caminar hacia la salida.
—La soberbia en un demonio es una virtud, pero tus virtudes pueden ser tu perdición Zared, no lo olvides —comentó antes de girarse e internarse en la amplia habitación. El demonio que había detenido su camino sonrió bajo la máscara. Aquello lo sabía perfectamente y era precisamente esa frase la que usaba en contra de Jibril. Siguió su camino y salió del lugar, pidió un dragón para viajar hasta su casa. Tenía bastante tiempo que no posaba un pie en el lugar.
—Con que soberbia… —dijo una oscura voz luego de que el demonio hubiera abandonado la habitación.
—Es de mala educación escuchar las conversaciones ajenas.
—Fue casualidad que yo llegara justo cuando él entró. —Una silueta fue tomando forma, surgiendo desde las sombras, hasta materializarse justo al lado de Esfria— después de tanto tiempo me sigo preguntando, por que fuiste tú la que se quedó con él. Su soberbia es mayor que su avaricia, debería pertenecerme.
—Su interés en la magia es mayor que en las pociones, mi querida Astaroth —Esfria se giró hasta quedar frente a la recién llegada. Aquella era la duquesa de la soberbia, su vestimenta consistía en una larga túnica negra que la cubría por completo desde los pies a la cabeza. Un tupido velo del mismo tono cubría su rostro, dejando al descubierto únicamente unos brillantes ojos amarillos.
No era raro que ambas se visitaran mutuamente, pues sus especialidades estaban vinculadas íntimamente. Mientras que Esfria se especializaba en el arte de la magia, Astaroth lo hacia en el arte de las pociones y venenos.
Lo raro de la situación es que le dieran tanta importancia a quién tenía bajo su mando a Zared. No era propio de las duquesas tener esas conversaciones. Pero aquel demonio encerraba más secretos de los que nadie imaginaba y tenerlo bajo su mando traería grandes beneficios a largo plazo.
