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Capitulo 5.

Las ganas me quemaban por dentro, era una sensación que me impulsaba a subirme al auto y conducir hasta su casa. La desesperación consumía mis nerviosos sentidos. Las manos tenían un peculiar temblor que solo lo experimente cuando estuve en la academia de oficiales. Las torturas infligidas a mi persona aún tienen estragos en mi memoria.

—Standortenfuhrer —se acercó a mí un soldado —.El Reichsfuhrer quiere verlo.

Arroje el cigarrillo que tenía en medio de los dientes. El sabor que me dejo en la boca me tranquilizo un poco al saber que tenía que reunirme con un alto mando y no puedo presentarme con los sentidos dispersos. Mientras caminaba muchos de los oficiales se me rendían al verme pasar. Muy a su pesar saben que un francés está por encima de ellos y que gracias al trabajo duro que he realizado a lo largo de mi trayectoria como militar hoy puedo gozar de ciertos privilegios.

Toque la puerta de caoba con mis nudillos, esperando la indicación que me permite entrar en las oficinas del mariscal de campo. Desde el interior percibí la presencia de una mujer, no le tome mucha importancia y le dedique el saludo correspondiente a mi superior.

—Reichsfuhrer —mis manos se mantenían firmes a mis costados.

—Coronel Leroy —dijo sin mirarme mientras se servía una copa de whisky—¿Ya conoce a mi hija?

—No, señor —titubee.

—Eso es extraño —me miro a los ojos —.La señorita Polzl nunca pasa desapercibida ante el batallón.

— No acostumbro a girar el rostro, solo me enfoco en mi trabajo, señor.

—Mi hija no es cualquier mujer —dijo con benevolencia—. Tal vez los franceses tienen gustos masculinos.

"Maldito imbécil"

—Déjalo en paz, papá —escuche la voz de la señorita —.Solo dale las órdenes que necesito y me iré de aquí.

—Como gustes, mi amor —respondió con amor.

¿Quién lo diría? Es el mismo hombre que hace unas noches estaba fornicando con una prostituta barata en estas mismas oficinas, el mismo que compartía mujer con sus compañeros para demostrar el poder que tiene ante seres humanos indefensos e incapaces de desobedecer sus órdenes.

"Patético"

—Acompaña a mi hija hasta el consultorio del doctor Leroy. La escoltarás a casa en cuanto ella lo desee.

—Sí señor.

Camine a un lado de la señorita Polzl, tiene una belleza única. Su piel está hecha de porcelana y sus ojos son dos diamantes azules que destellan con la luz de la luna. Su escultural cuerpo no deja a nada a la imaginación y menos con el ajustado vestido que lleva puesto.

—Su padre es uno de los mejores médicos de Alemania —su voz es empalagosa. Algo desagradable.

—Así es, señorita Polzl.

—¿Por qué eres tan reservado? —sus ojos me escanearon por completo —.Las veces que he venido a la oficina de mi padre siempre te encuentro concentrado en tu trabajo.

—Con el respeto que se merece, le pido que no me tutee, no es debido en las condiciones en las que me encuentro.

—Como desee, coronel.

Su presencia tan cercana a de mí me incomoda demasiado. Su esencia interior es aún más pesada que la de su padre, es como tener a seres de oscuridad acechándome de cerca a la espera de que cualquier debilidad sea el detonante para mi destrucción.

Contando los segundos y las calles restantes para llegar al consultorio de mi padre me pongo a pensar en la cita que tengo con Dalila, como un reflejo nato, miro el reloj y compruebo que voy retrasado por más de media hora.

"Espero que no se moleste"

¿Es en serio, Cyrille? Se supone que yo mismo dije que solo me acostaría con ella y que sería una aventura con un toque de adrenalina. A estas alturas no debo preocuparme por sus sentimientos ya que ella lo dejó muy claro anoche. Ninguna señorita de casa, se entrega a un desconocido por muchas ganas que le tenga.

Una de las enfermeras nos recibió en la entrada, inmediatamente le tomó los datos a la señorita Polzl y enseguida la dirigió hasta el consultorio para que mi padre la ayudara con su desconocido malestar o al menos para mí era bastante misterioso que acudiera a consulta cuando se miraba perfectamente bien de salud.

—Coronel Leroy, es un honor tenerlo por aquí — una de las enfermeras de mi padre es aún muy joven y muchos de los oficiales de la SS andan tras sus encantos.

—He tenido mucho trabajo —me puse de pie.

—Lo he visto recorrer la ciudad.

—Así es —respire profundo —¿Cómo se encuentra?

—Esperando una invitación a salir de su parte —el movimiento de sus dedos la acusa de nerviosismo que la posee en estos momentos —.Pero si se refiere a salud, pues… estoy bien, al menos el cansancio no está matándome.

Me limite a asentir con la cabeza y guarde silencio al ver su rostro consumirse por la tristeza con respecto al rechazo de mi parte. No entiendo porque no puedo tener una conexión directa con las mujeres. Es algo complicado para mí, posiblemente sea por los principios que me enseñó mi padre a ver cómo trata a mi madre con tanto amor y respeto aun después de todos estos años. Tal vez por eso no esté muy ligado a los deseos carnales como los demás.

"Los problemas que tengo que cargar sobre mis hombros por no ser el hombre incivilizado que solo busca aparearse con tantas hembras como pueda para preservar su sangre"

—Hijo —los ojos de mi padre se iluminaron al verme.

—Padre —le di un fuerte apretón de manos y un abrazo—.¿Cómo estás?

—Bien ¿Por qué no has ido a casa? Tu madre te extraña.

—Tengo mucho trabajo.

—¿Te refieres a los barrios judíos?

—Si —agache la cabeza y mire hacia otro lugar cuando me cuestiono.

—¿Tan mal están las cosas?

—Me temo que si —suspire.

—¿Piensas seguir con esto?

—Es mi deber.

—No lo es, hijo —colocó sus manos sobre mi hombro —.Aun podemos irnos a Francia, si así lo deseas.

—No lo creo conveniente. Sabes perfectamente que no nacimos para huir.

—Pero es… —una voz conocida interrumpió a mi padre.

—Ya podemos irnos, coronel —la señorita Polzl contoneo su bella figura hacia la puerta.

—Te veré después, padre —palmeé su espalda.

—Cuídate mucho hijo mío.

Lleve hasta su casa a la hija del mayor general. La residencia era enorme muy propia del dinero que tiene el líder del ejercito de Alemania. El auto se detuvo en la entrada y descendí para ayudar a la niña mimada que me encargaron cuidar.

—Gracias —sonrió —. Por favor, acompáñeme a dentro.

—Si señorita.

Un sirvienta nos llevó un poco de té caliente a la sala. Con prudencia observe los detalles de la decoración del lugar, aunque eran bastante costosos no me dio la impresión de que los habitantes no conocían del buen gusto del estilo tratando de disfrazarlo de una sobre elegancia.

—¿Tiene novia, coronel? —soltó la pregunta sin previo aviso.

—No —dije tajante.

—¿Por qué? —cuestiono asombrada.

—Es demasiado el tiempo que pasó en el trabajo, no me permite tener espacio para jugar al casanova o intentar convencer a alguien de estar conmigo románticamente hablando, es más fácil darle las órdenes a un pelotón.

—En eso le doy la razón, debe ser más difícil controlar a una sola mujer que a doscientos hombres, aunque, debe haber muchas mujeres que se fijen en usted.

—A mi parece todo lo contrario —deje la taza en la mesa de centro—.En cuanto las mujeres se enteran que mi sangre es francesa cambian el rumbo para conservar su linaje alemán puro.

—Yo no estoy de acuerdo con ciertas cosas que está dictando el Canciller. —se puso de pie y caminó lentamente hasta que llegó justo a uno de los bordes de la chimenea donde me encontraba—.Mi padre me ha consentido de sobremanera, he viajado por toda Europa, África, medio oriente y he visto mujeres y hombres de bellezas muy particulares dado su origen y considero que no se necesita realmente haber nacido alemán para ser atractivo.

—No lo pongo en duda. Pero si su padre se entera de sus pensamientos no creo que la siga consintiendo.

—Es usted un hombre bastante atractivo, no creo que sea necesario que se atormente por su origen. Su cuerpo es bastante varonil aunque sus rasgos son delicados; sus labios, sus ojos y su nariz casi angelicales contrastan con la forma tan peculiar de su carácter —rozo su mano izquierda sobre mi pierna.

—Gracias por los cumplidos — trague saliva y me aleje con sutileza —. Debo irme señorita Polzl, ha sido un placer pasar este tiempo con usted.

—Debería quedarse, coronel. Mi casa tiene muchas habitaciones.

—No creo que sea apropiado señorita.

—Lo entiendo.

—Me retiro, señorita Polzl.

—Linda noche, coronel.

Preferí caminar antes de volver a subirme a un auto. El viento helado me rozaba las mejillas, como delgadas navajas que rasguñaban mi piel. El grueso abrigo que cubre mi cuerpo no ayuda a cubrir lo que ahora se maquina en mi cabeza. Aunque mis dedos están helados a pesar de que los tengo cubiertos por los guantes de piel, están carentes de sentir la suavidad y calidez de un cuerpo que ya pude poseer.

No toque la puerta al ver las luces apagadas, con cautela subí por el balcón que tenía una de las habitaciones que daban a la calle. Gire la manija y afortunadamente no tenía el seguro puesto. Con calma coloque uno de mis pies sobre la alfombra y mire al interior de la alcoba. La señora Stolz dormía cómodamente sobre su cama. Sin hacer ningún ruido camine para salir de ese campo minado pensando que cualquier ruido podía despertar al cuerpo aletargado en la cama, ya estando en el pasillo visualice el posible escondite de mi presa.

Dalila se encontraba en su cama, sábanas de cuadritos de colores cubrían su cuerpo. Al acercarme a ella coloque mi mano en su boca y levante su cuerpo para que abriera los ojos y me mirara.

—Shhh —coloque uno de mis dedos en medio de mis labios, indicándole que guardara silencio—.No hagas ningún ruido, tu madre puede despertarse.

—¿Qué hace aquí, coronel? —dijo en cuanto retire mi mano de su boca.

—Nada en especial.

—La cita era a las nueve de la noche —cruzó los brazos a la altura de su pecho.

—No pude llegar.

—¿Me pedirá disculpas?

—No lo creo.

—¿Entonces porqué está aquí?

—Porque puedo y deseo —me quite el abrigo.

—Puede irse, no quiero su compañía.

—Tu humor y tu piel combinan a la perfección —sonreí.

—Sus chistes no son buenos, coronel —se cubrió el rostro con la manta.

Solo me quede en ropa interior y arrincone su cuerpo hasta el otro extremo de la cama. Rodee su pequeña cintura con mis brazos y olfatee el olor de su cabello.

"No es correcto lo que estoy haciendo. No debería estar aquí"

—¿Qué es lo que realmente quiere, coronel?

—Escapar —cerré mis ojos cuando giro su cuerpo para mirarme. Colocó sus manos en mis mejillas.

—¿De qué?

—De esta realidad —la mire.

—No sé a lo que te refieres.

—Nadie, ni siquiera tú, puede comprender mis palabras.

—Aún no nos conocemos bien pero… no veo que seas una mala persona.

"Si ella supiera mis más oscuros secretos es probable que se aleje de mí"

—Duerme, diamante negro.

—Me gusta el nombre.

—Esa no era la intensión —me reí con ganas.

Ambos nos quedamos perdidamente dormidos. No supimos en que momento la brisa de la mañana se coló por la ventana. Abrí los ojos al sentir una presencia frente a mí. Saque mi arma y la apunte en dirección al sospechoso, pero en cuanto observe que era la señora Stolz desistí de la idea de pegarle un tiro en medio de la frente. Nos miraba con ojos de fastidio y por lo firme que estaba su mandíbula, es seguro que su intención es matarme.

—¡Dalila! —dijo con intensidad.

—¿Mamá? —Abrió los ojos con pereza —¡Mamá! —cubrió su cuerpo con la sabana.

—¿Qué es lo que sucede aquí?

—Nada, no ha pasado nada.

—¡¿Entonces mis ojos no están viendo un hombre semidesnudo en tu cama?! —sus manos descansaron en sus caderas—. Coronel ¿tiene algo que decirme?

—Debo ir a trabajar —me levanté de la cama y me coloque los pantalones.

—¡Lo que me faltaba! ¡Que un maldito nazi este fornicando con mi hija!

—¡Tenga cuidado señora, puede ser su hija y su virtud pero aun así yo sigo siendo un coronel! —levante el tono de mi voz —. Cuide sus palabras que podrían ser su condena.

—Por favor, Cyrille —dijo Dalila.

—Háblame con más respeto, tu y yo no somos iguales — me coloque el saco y salí de la habitación.

Con la cabeza hecha un lío llegue hasta las oficinas y subí directamente a mi alcoba para refrescarme con un baño de agua helada. Sequé mi piel mojada y me enfunde en un limpio y pulcro uniforme.

—Standortenfuhrer, lo esperan en la sala de interrogatorio —el guardia que se encontraba en el pasillo me proporcionó la información.

"¿Para qué querrán verme?"

—Adelante —la voz del mayor general me indico que siguiera.

—Brigadefuhrer. Me informaron que desea verme.

—Tome asiento, por favor —me señalo la silla con su mano —. Los pasillos de esta oficina tiene muchos ojos y oídos, los cuales me proporcionan jugosa información —se detuvo frente a mí —.Solo se lo preguntare una vez ¿Dónde está el teniente coronel?

—No lo sé, señor —respondí con seguridad.

—Perfecto.

El bastardo se atrevió a darme un golpe en la mandíbula. El sabor a hierro se coló por mis papilas gustativas. La sangre se deslizó por mis dientes dibujando un hilo rojo por mi pálida piel. Me levanté de la silla y me coloque frente al poco hombre que me miraba con odio y temor. Mis puños estaban cerrados, deseosos de regresar el golpe y causarle dolor.

—Me repite la pregunta —le dije con sarcasmo.

—Sus superiores me informaron que usted y el teniente coronel tenían frecuentes confrontaciones. Es de esperarse que un francés traicione a sus camaradas solo por odio.

—No soy como ustedes, que les encanta pisar la mierda y recoger la sobras de los demás —intento darme otro golpe pero le detuve la mano —.No, mayor… yo no soy igual a los perros que siguen su apestoso olor.

—Cuide sus palabras.

—Se perfectamente de lo que hablo.

—Continuaré con la investigación y si usted es el responsable de esta desaparición…—no lo deje terminar.

—¿Qué? ¿Me enviara a prisión? O ¿me enviara a la orca? —lo rete con la mirada.

—Le aseguro que su castigo será muy doloroso y con ello me daré por bien servido —sonrió —Puede retirarse, coronel Leroy.

Limpie la sangre que aun corría de mis labios con un pañuelo. Estaba completamente lleno de rabia, necesitaba a toda costa descargar este maldito sentimiento que me carcome la hombría de no haber podido joderme al idiota que me amenazó.

"Malditos perros"

No consumí alimento alguno en todo el día. Mi estómago no estaba deseoso de recibir porquerías que solo me traerían enfermedades. Estaba hambriento de otro tipo de carne, deseoso de arrancar trozos de piel cruda… de eso si tenía apetito.

Entregue los últimos registros de la información antes solicitada con respecto a la escoria de Alemania y regrese a casa. No tenía ánimos de absolutamente nada, solo llegué, me quité el uniforme y me deje caer en la cama.

—¿Hermanito? —la voz de mi hermana me sobresaltó ante el silencio que inundaba mi habitación.

—¿Qué? —mi brazo cubría mis ojos.

—Te traje un café caliente.

—No tengo hambre, Colette.

—Te vi llegar y me preocupo mucho el golpe que traes en la boca ¿Qué te pasó? —acarició mi muslo derecho.

—Nada en especial.

—Una de mis amigas me dijo que esta mañana te vio salir de la casa de la señora Stolz —me incorpore de inmediato al escuchar aquello.

—¿Quién fue? ¿Tu amiga es judía?

—No, no es judía, pero su sastre vive en esa calle, muy cerca de donde te vio salir —suspiro —¿Estás saliendo con la chica de color?

—No estoy saliendo con ella —me puse de pie y camina hasta la ventana.

—¿Fue ella?

—¿A qué te refieres?

—A tus cambios de humor.

—No fue nadie, Colette.

—Desearía que algún día me contaras todo lo que aqueja tu mente, así estaría más tranquila —salió de mi habitación y cerró la puerta lentamente.

"También deseo saber qué es lo que me pasa"

No pude dormir en toda la noche. Todo me daba vueltas en la cabeza. Los dos asesinatos que había cometido y sin recordar lo que hice antes y después con los cuerpos. El haber falsificado información con respecto a la familia Stolz solo por satisfacer mis sucios deseos.

"Tonterías"

Debo pensar en solucionar todo esto. En primer lugar ya no le daré falsas ilusiones a Dalila, esto tiene que acabar de raíz y con respecto a mis otros apetitos, esperare un poco más a que se enfrié la situación y después buscare a alguien que no esté relacionado con el trabajo ya que el imbécil del teniente coronel y la maldita puta, ambos, pueden relacionarme de inmediato con su desaparición.

Espero que esta ansiedad no sea más poderosa que mi autocontrol, de lo contrario, no deseo devorar a alguien cercano o por lo menos a un inocente.

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