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Voraz

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Yessica Díaz.
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Sinopsis

Durante la época de 1933 el coronel Cyrille Leroy se enfrenta a innumerables cuestiones personales, pero al encontrarse con una bella mujer de piel como la noche queda fascinado con la elegancia de su personalidad. Jamás se imaginaria que su vida corre peligro al proteger a Dalila Stolz, la mujer judía de raíces africanas. Con un romance prohibido el joven Cyrille experimenta por primera vez la entrega total a los deseos carnales que se ocultan entre sus piernas, la castidad ya no es una opción. Al mismo tiempo un fuerte instinto comienza a crecer en su perturbada mente, algo tan turbio que seguramente se mantuvo oculto durante muchos años. Con la primera víctima puesta en charola de oro, Cyrille disfruto de un platillo excepcional devorando a uno de su propia especie. El destino y los astros se colocaron en posición para que la bestia destrozara las cadenas que lo contenían de tan feroz apetito. Jamás podrá detenerse una vez que hilos rojos se deslizaron por sus afilado colmillos… Los años pasaran y el coronel Leroy se dará cuenta que algo anda mal en su cuerpo… la muerte no ha venido a reclamar su esencia. Su rostro no ha cambiado, solo su mirada se a convertido en un oscuro laberinto que el tiempo a transformado para que sus pecados sean pagados con la perdida de todos sus seres queridos. Mi bello Cyrille… despiadado caníbal… hombre muerte, destinado a vagar por toda la eternidad en busca del amor.

Multi-MillonarioDramaProhibidoCastigoTerrorSecuestroSeductorPosesivoSecretosSEXO

Capitulo 1.

1933.

Alemania.

Cyrille.

La brisa del aire mueve las espesas hojas de los árboles. Nada es distinto… nada ha cambiado desde que me fui del hogar que me acogió por tantos años.

La mansión de mis padres sigue igual como la recuerdo y ahora que el viento me trae esos peculiares aromas desde la cocina de mi madre, recuerdo que prometí ayudarla a cocinar el estofado.

" Todo se me olvida desde que me enliste en la SS"

—¡Cyrille! ¡Hijo, ven aquí! —la mujer que sonríe desde la ventana me mira con ojos de amor.

" Que bella eres, Amandine"

—Enseguida voy —respondí con una enorme sonrisa.

—¡Mas te vale!

Las hojas gruñen con el pasar de mis pies. La libertad araña mis mejillas y sentirme de tal manera me trae nostalgia a mis pocas ganas de seguir con vida. Muchas cosas han pasado desde que era un niño, pero ahora que tengo una buena edad sobre mis hombros comprendo que todo me trajo hasta este momento…hasta esta realidad tan caprichosa que vivo día a día.

—¡Tío! ¡Te extrañe tanto!—la más pequeña de la dinastía Leroy corre a mis brazos con una enorme sonrisa.

—Que linda pequeña —bese su delicada mejilla.

—Ya te extrañábamos por aquí, últimamente no vienes muy seguido te enfrascas mucho en tu trabajo; casi parece que es tu amante o mejor dicho, tu esposa —mi única hermana me mira de una manera un poco acusadora, sabe que tiene razón y desea externar sus hirientes ideas.

—Tengo demasiado trabajo pendiente en la SS. A veces no me da tiempo ni de consumir alimento—el agua fría recorre mis manos mientras las cubro de jabón —.Aun soy un hombre libre que puede hacer de su vida lo que desee.

—Esa no es una excusa, Cyrille —mi madre palmea mi hombro con algo de suavidad —. Te extrañamos mucho, además, tu padre no deja de preguntar por ti —sus ojos me escanean de pies a cabeza —.No te sentaría mal tener una novia para después casarte.

—¿Dónde está mi padre? —le di un giro diferente evitando hablar sobre cosas que tengan que ver con el matrimonio.

—En el consultorio. No debe tardar.

—Mamá, deberías decirle que descanse un poco.

—Jamás me hace caso. En eso te pareces a tu padre, los dos son bastante testarudos —su mirada perdida me indica que algo está mal entre ellos dos—.Debemos apresurarnos a poner la mesa. Me estoy muriendo de hambre.

—Apresúrate hermanito.

—Claro que si —sonreí de lado por la forma en la que mi hermana acostumbra llamarme, aun piensa que soy un niño.

Mis dos bellas sobrinas me ayudaron a obedecer las órdenes de la señora y reina de este hogar. Entre risas y cantos por parte de las dos muñequitas que se pasean a mí alrededor, nos concentramos en colocar los cubiertos en su lugar.

El motor del auto de la cabeza de la familia se estaciono en la entrada. Mire por la ventana para asegurarme que fuera mi padre. Su cuerpo y rostro demuestran un cansancio poco propio de él, seguramente no ha descansado en días.

"¿Cuándo será el día que pueda entender que no todo se mueve alrededor de la medicina?"

—¡Abuelo, Cyrille está en casa! —Odette se lanzó a los brazos de mi padre al igual que lo hizo conmigo segundos antes.

—Eso es increíble, mi niña —mi padre dirigió la mirada hacia mí —. Qué bueno que estas en casa, hijo.

—Gracias, padre —lo abrece después de darle un fuerte apretón de manos.

—Por favor —señalo la mesa —, disfrutemos de la comida que ha preparado tu madre.

Dimos las gracias al creador por lo alimentos. Mientras todos mantenían los ojos cerrados y las manos juntas, me entretuve pensando en cosas que divagan en mi mente, cosas que en ocasiones me perturban a tal grado que no puedo entender mi naturaleza.

—¿Cómo te va en la SS? —mi padre se llevó la copa de vino a la boca.

—Todo está tranquilo. Esperemos que muy pronto podamos disfrutar de un crecimiento militar aún más sofisticado —el estofado estaba delicioso.

—Al parecer así será, con el nuevo Canciller todo está cambiando.

—Tiene buenas propuestas para nosotros, pero no tan buenas para las otras personas —mire el trozo de carne que descansaba en mi plato. Estaba bastante cosido para mi gusto.

—No quiero ser pesimista, pero empiezan a escucharse muchos rumores en las calles —me dice temeroso y expectante.

—¿Cómo cuales, padre? —lo mire a los ojos.

—El Fuhrer tiene ideologías un poco extremistas ¿no crees?

—Todo hombre que llega al poder tiene una visión diferente a nosotros; está velando por los intereses de la nación—dije sin muchos ánimos.

—¿Pero él es diferente? —su suspiro se alargó mucho más de lo debido —, ese hombre es diferente.

—¿Qué te preocupa?

—Recuerda hijo, que nosotros, tu familia, es francesa. Jamás seremos como los alemanes.

—No deseo ser como un alemán. Amo mi país, mi lengua y las costumbres que me has enseñado —deje caer el tenedor en el plato.

—Espero que eso lo recuerdes cuando jures lealtad y marches en sus filas —me miro con severidad.

—¿Qué tanto sabes? —fruncí el ceño al ver su aspecto.

—Dejen de hablar de política y concéntrense en disfrutar el momento ¡no se habla de trabajo en la mesa! —mi madre estaba bastante nerviosa.

—Señor Leroy, señora… —se acercó el mayordomo —, un capitán de la SS esta buscando al joven Leroy.

—No puede ser —el rostro de mi madre la acusa de tristeza, creyó que me quedaría un poco mas —, apenas acabas de llegar y ya te están buscando.

—Mamá —llegue hasta ella, sujete su rostro entre mis manos y sonreí al ver sus lágrimas deslizarse por sus mejillas—, te amo, mi bella mujer. Prometo no tardar, todo estará bien.

—Cumple tu promesa, Cyrille.

—Lo hare —bese su frente.

—Cuídate mucho, hijo.

—Sí, padre —quería abrazarlo pero sé que no es debido. Un hombre no puede hacer ese tipo de cosas frente a su familia.

Recorrí el largo pasillo que me envía directamente a la entrada principal. Varios vehículos de la SS se encontraban frente a la propiedad.

—Standortenfuhrer —el oficial me dedico el saludo correspondiente—. Están convocando una junta oficial de última hora.

Jamás me sentí a gusto entre tanto uniformado pero nunca me queje del camino que decidí seguir. Desde muy pequeño sentí un gusto innecesario por las armas y el adiestramiento. Pero desde que salí de la escuela de oficiales creo que este es el lugar donde pertenezco.

Los cayos que se formaron en las palmas de mi mano, son el claro recordatorio que nada es gratis en esta jodida vida, todo tiene un precio y ciertamente alto, pero vale la pena, porque cambiaremos el mundo.

Soldados se mueven por todos lados, al parecer las cosas están aún más críticas de lo que esperaba. La toma de poder no salió como lo previsto y genero un cambio total en todos los sentidos imaginables. Las oficinas están atiborradas de uniformados que custodian la entrada donde se realizan los movimientos para la guerra.

" Más muerte y destrucción"

—Srandortenfuhrer, lo estábamos esperando. Pase por favor —la persona que menos quería ver en esta vida y es la que me recibe.

—Adelante —una voz poco conocida me prende los sentidos y enciende mis alertas rojas sobre enemigos próximos —. Me han hablado maravillas de usted, coronel Leroy.

" Esto se salió de control"

—Canciller, un honor conocerlo —mi cuerpo instintivamente opto la peculiar firmeza de un soldado.

—No son necesarios los halagos, con su lealtad y su buen servicio me basta.

" Que poco humilde"

—¿En qué puedo servirle, Canciller?

—Tomara la preciosa tarea de investigar a todos los empresarios adinerados del centro de la cuidad de Berlín. Con esto me refiero a los asquenazíes, específicamente y concretamente —su risa es bastante asquerosa— . Tengo entendido que usted es francés, ¿no es así?

—Así es, Canciller.

—Espero que su lealtad se mantenga con el partido y pueda separar a la familia de su obligación —las risas de mis compañeros no se hacen esperar. Son como perros esperando que algo caiga de la mesa.

—Sin duda alguna, Canciller.

—No me interesa de donde provenga, hasta la fecha sus logros hablan por sí mismos. Solo procure realizar su trabajo y evite cualquier confrontación con ese tipo de humanos que gozan de aprovecharse del trabajo y el esfuerzo de todo un pueblo. Ya sabe a lo que me refiero… a esas personas que no son puras en ninguno de los sentidos —su mirada es demasiado penetrante —. ¿Ya juro lealtad?

—Sí, Canciller.

—No pude escucharlo claramente entre tanto soldado —la sonrisa que me lanza es acusadora y bastante maliciosa—.Lo escucho. Adelante, no sea tímido.

La sangre me hierve al saber que una vez más me están pisoteando aun sabiendo el cargo que tengo con tan poca edad.

Respiro con tranquilidad, no tengo intensiones de que todos los presentes puedan notar cuan molesto me encuentro por los caprichos de un hombre mucho más pequeño de estatura que yo.

—Meine ehre heibit true —mi voz suena tan perfecta y convincente que hasta yo me creo lo que acabo de pronunciar—. Yo te juro Adolf Hitler, fuhrer y Canciller de Reich, fidelidad y valor. Prometo obediencia hasta la muerte a ti y a los superiores por ti designados. Que Dios me ayude.

—Buen chico —el Canciller palmeo mi brazo con bastante entusiasmo— . Nos vamos a llevar bastante bien. Ya puede retirarse, sus superiores le dirán el resto del trabajo que le compete realizar.

—Canciller —le dirijo el saludo debido.

Me dirijo a paso veloz hasta mi dormitorio, no puedo creer que en manos de este tipo este toda la nación, ahora entiendo a que se refería mi padre.

"Que Dios se apiade de todas las personas indefensas que se encuentran pisando estas tierras"

Los rayos del sol se cuelan por las delgadas ventanas reflejando una luz completamente natural. Con calma me desnudo hasta quedar en ropa interior. Tengo deseos de ducharme antes de colocarme el uniforme y comenzar con mis tareas; aunque muy pocas veces me siento con el humor adecuado para salir a campo.

—Así que aquí estas —el obersturmbannfuherr irrumpió en mi dormitorio sin previo aviso.

—¿Qué quieres?

—Esa no es manera de que le respondías a un camarada—su risa burlona ya me tiene más cansado que el entrenamiento.

—No estoy de ánimos. Vete de mi habitación, por favor —no quiero ponerle atención ya que la mayoría del tiempo esta molestándome por mi nacionalidad.

—No sea aburrido, francesito.

"A eso me refería"

—Vete por favor —le señalo la puerta con una de mis manos.

—Quiero jugar un juego contigo — con un ligero movimiento de muñeca, azoto la puerta y le coloco el seguro —.No sé qué tienes y la verdad no me importa —comenzó a aproximarse a mí de una manera demasiado extraña —.Tengo tantos deseos de hacer contigo lo que me plazca.

—Calma tus malditos instintos de poseerme —erguí mi cuerpo ante la amenaza.

—Seguramente va a gustarte. Te he mirado muchas veces y sé que esa forma tan particular que tienes de hablar solo debe de ser por algo —del interior de su abrigo saco una pequeña navaja afilada.

—Sal de mi habitación. No te lo volveré a pedir de una forma educada.

—Cyrille Leroy, me gustas y eso no me gusta —sonrió de lado cual demente.

Dejo ir todo su cuerpo contra mí, me derribo al suelo, el golpe en las costillas lo resentí bastante ya que años atrás tuve un accidente al caer de un caballo.

Intento clavarme la navaja en medio del abdomen, afortunadamente pude detener su mano pero la rabia que tiene hacia mí es más poderosa que su propia cordura.

—¡Te odio tanto! —sus ojos estaban perdidos entre la locura.

Como pude lo coloque de espaldas al suelo. Le di varios golpes en el rostro causándole diversas heridas que comenzaron a sangrar. Sus quejidos se escuchaban bastante dolorosos. Nuevamente se defendió mordiéndome el antebrazo. Sus dientes casi me arrancan el pedazo. Mi rodilla se estrelló en medio de sus piernas.

De una, me coloque a su espalda y lo sujete con las piernas, tratando de hacerle una llave para inmovilizarlo. Un punzante dolor se depositó en mi abdomen bajo, la navaja estaba en mi interior casi en su totalidad. Con brusquedad la saque de mi piel y la lleve directamente a su cuello…

El calor del líquido que se deslizo por mi mano me envió a un éxtasis maravilloso.

Percibí el olor de su sangre…

Escuche el sonido de sus últimos gemidos…

Disfrute de lo que mis sentidos me proporcionaban mientras me mantenía en silencio… al asecho. Cada segundo que transcurrió fue maravilloso y mi mente lo agradeció ya que por fin estaba realizando algo que tanto había deseado.

Sus ojos estaban completamente abiertos. Su cuerpo estaba caliente cuando recobre la poca conciencia que tenía.

"No quería que pasara esto pero me temo que él lo provoco"

Me quede en silencio los próximos diez minutos hasta que comencé a pensar en todo lo que se aproximaba. Seguramente me encerrarían en prisión por haber asesinado a uno de mis compañeros o peor aún, me enviarían a la horca. Muy probablemente, si podía escapar, tendría que hacerlo demasiado rápido y sin levantar sospecha alguna. Seguramente viajaría hasta el continente americano, es el único lugar donde me podría ocultar sin levantar sospechas.

"No, no puedo hacer eso, perdería todo lo que he logrado y no puedo permitirlo"

Me puse de pie y desvestí al cadáver que ahora era un estorbo y un problema para mi vida. Mi mente giraba en todas direcciones pero solo un pensamiento pudo unirse con mi alma y mi ser… solo uno.

La saliva comenzó a hacerse agua dentro de mi boca. Mi respiración se agito demasiado de solo imaginar aquello que se estaba maquinando dentro de mí. Levante el cuerpo de mi “compañero” y lo lleve al pequeño baño de mi dormitorio. Abrí el grifo del agua y deje que empapara su piel.

Mi instinto me guio a arrodillarme frente a él y comenzar con el festín…

Arranque un pedazo de la carne de su pierna derecha, la mastique con lentitud, disfrutando de su sabor. Un muy único y delicioso. Continúe poco a poco, un bocado tras otro.

El agua me ayudaba a que toda la sangre derramada se fuera por el drenaje. A pesar de que estaba completamente mojado seguía con ganas de más. Con ganas de probar todas las partes del cuerpo que estaba devorando con hambre.

Mis dientes se sumergían en un frenesí de pedazos blancos y rojizos. Estaban jugosos y bastante blandos. A pesar de que ya había devorado las dos piernas, no podía detenerme. Mi estómago rugía como si estuviera albergando a un animal que no ha comido en días… en meses… en años…

La carne del abdomen estaba más flácida y quizás era por la cantidad de grasa que tenía. No fui capaz de comer los intestinos, simplemente el olor que desprendían era bastante desagradable. El sabor del cuello era único, dulce y salado a la vez, aunque muy ligero para mi gusto.

Mordí y arranque varios pedazos de los brazos, por el gusto innecesario que le tome a esa zona, comprendo que se convertirá en una de mis favoritas. Con cautela gire el cadáver y continúe disfrutando de la piel de la espalda.

Lo comí absolutamente todo… cada parte de su cuerpo tenía más de tres mordidas donde se desprendía la jugosa carne, no deje ni un centímetro sin devorar, sin sumergir mis afilados caninos. No pude comer la cabeza, sus ojos aún estaban abiertos y preferí no hacerlo, además de que los sesos no creo que sean de mi agrado. Sin mencionar que no tengo los instrumentos correctos para abrir su bóveda craneal.

Chupe mis dedos llenos de sangre, a estas alturas aun deseaba comer más pero lamentablemente ya había saciado mi instinto.

El amanecer estaba a dos horas de comenzar. Me pase más de trece horas usurpando un cuerpo. Devorando y cometiendo uno de los pecados más grandes de la historia, el canibalismo.

Ni siquiera me puse nervioso al saber aquello, solo me concentre en continuar con el plan que se había trazado en mi cabeza. Saque de debajo de mi cama una enorme maleta negra y metí dentro lo que quedaba del cuerpo. Limpie mi rostro y mis manos y me coloque las primeras prendas que salieron de mi armario.

Con cautela salí de mi habitación, el pasillo estaba completamente vacío, aproveche para tomar un vehículo cercano y conduje hasta el cementerio donde un año atrás habían sepultado a uno de mis mejores amigos que murió de tuberculosis.

Sujete firmemente la pala y comencé a cavar. No fue una tarea fácil y los rayos del sol estaban comenzando a salir por el horizonte. Cuando deduje que era una profundidad adecuada, coloque la maleta y la cubrí.

Mis rodillas se impactaron con la suave tierra y me recargue en la cruz de metal, consciente de lo que acababa de hacer.

—Lo siento…—suspire—, no quería hacerlo, solo me defendí —cerré los ojos con más fuerza—. No sé qué fue lo que me paso, no lo entiendo —grite con todas mis fuerzas cuando los recuerdos me torturaron de una manera cruel —. Dios sabe que no soy un pecador, no lo soy —lágrimas de dolor se deslizaron por mi piel —.Pero… —tome aire para después levantar el rostro y mirar mis manos —, lo disfrute tanto.

"La cosa ya no podría estar peor"

—Cyrille Francois Leroy, te convertiste en el monstro que tanto intentabas contener —la mandíbula me duele de tanto presionarla con alevosía —. Una maldita bestia que no podrá mantenerse saciada con el crimen que acaba de cometer, porque ambos sabemos… mi lado bueno y mi lado malo, que esto no será la última vez —contengo el aire en mis pulmones para continuar —. Me gusto y mucho, y no creo seguir ocultando estos instintos que tanto me lastiman el alma. Si he de ser juzgado por Dios, es el momento de comenzar a construir un imperio en el infierno.

Todo rastro de arrepentimiento se esfumo en cuanto me puse de pie. Se perfectamente que no puedo ocultar esto que me carcome el interior. Tarde que temprano tenía que salir y dudo mucho que pueda apaciguarlo.

Las puertas del cielo seguramente se cerrarán en cuanto me vean llegar y la verdad es que no deseo morir, no aun, quiero disfrutar de aquellos que caminan y que viven. Disfrutar de lo que ocultan tras una capa gruesa de tela. De la dulzura de la carne… de esto que habita en mí, de este instinto voraz.