Capitulo 3.
Con la cabeza hecha una pila de escombros continúe haciendo mi trabajo pero con un toque más agresivo. La residencia de la familia Müller fue la que recibió todo el coraje contenido en mi interior.
"De alguna manera lo tenía que sacar"
—Por favor… —el hombre que tenía sujeto por el cuello rogaba para que detuviera los golpes que le daba en el rostro— .No más… ¡por piedad!
—¡Les diremos todo! ¡Todo! —la mujer se colgó de mis piernas y sus lágrimas mojaron mi pantalón.
—Pobres bestias —uno de los oficiales se reía al ver la triste y despiadada escena.
—Encárgate — me dirigí a uno de mis hombres mientras encendía un cigarrillo.
Gotas de sangre se escurrían por mis pálidos dedos. El sabor del tabaco calmo mis aturdidos pensamientos. Con cada calada que le doy a esta ligera droga presiento que me estoy sentenciando a una muerte agonizante y dolorosa.
"¿Qué más da?"
—¿Satisfecho? —levante la mirada al escuchar esa dulce voz.
El color que acaricia ese perfecto lienzo negro me cautiva y al observar los dos luceros verdes que iluminan su rostro me envuelven en un embrujo. Sus labios carnosos están apretados, casi fingiendo un gesto de odio y asco.
—¿Qué dijiste? —lance la colilla de cigarro al suelo.
—Lo que escuchaste —me miro a los ojos —. ¿Estas satisfecho con la vida tan miserable que llevas?
—Peor sería estar del lado judío.
—Por lo menos ellos defienden sus raíces.
—¿Te respondo con otra mala palabra o entiendes la referencia del color de tu piel? —sonreí de lado.
—¡No me faltes al respeto! —su mano se impactó en mi mejilla.
El silencio entre los dos se prolongó mucho más tiempo del debido. Mi respiración estaba completamente en su estado natural mientras que la de ella se encontraba hiperventilando.
"Me teme"
—¿A qué le temes, a ser judía o a ser negra? —la rete con la mirada.
—A los fascistas —mordió su labio inferior.
—Excelente elección. Aquí ni tu Dios, no tu sangre, ni tu raza te van a ayudar.
Trago grueso antes de girar los pies y continuar caminando. La observe a lo lejos, sin duda alguna es toda una dama en proceso, sino fuera por su color de piel estoy seguro que muchos de los caballeros que caminan a su alrededor girarían el rostro para observarla.
"No digas estupideces, Cyrille"
—¡Muévanse! —les dije a mis hombres para que subieran a los vehículos.
Entre a infinidad de viviendas para almacenar los registros, y sin más, se fue la tarde y con ello el frio azoto a la ciudad. Regrese casi al anochecer a la oficina y nuevamente entregue el informe correspondiente del día. Deje todo en orden en el interior de mi escritorio y en el pasillo me encontré con el Reichsfuhrer.
—Coronel Leroy —me llamo en cuanto me vio.
—Reichsfuhrer —sonreí.
—No pensé encontrarlo a estas horas ¿Qué hacía?
—Estaba enviando los informes del avance de la investigación.
—Excelente —dijo con malicia —Acompáñeme, necesito de su presencia en la sala de guerra.
—Señor —camine a su lado.
La algarabía se podía escuchar desde el pasillo, al parecer los altos mandos estaban celebrando algo que a los oficiales superiores no les compete. El olor a buen tabaco, whisky y al tan peculiar coñac me recordó que solo los generales gozan de tan privilegiadas reuniones y de excesos.
Entre risas y mujeres semidesnudas, se viva un ambiente tan libertino para la investidura de los uniformes. La gran mayoría de los hombres que fornicaban con prostitutas eran casados y muy seguramente no tendrán ni la mínima intención de darse un baño antes de llegar a sus hogares.
" Tal cual como los cerdos, inmundos que son"
—¡Leroy, bienvenido a la recepción! ¡Únete al festín! —la voz tan distinguida del Obergruppenfuhrer es tan horrible y molesta como el sonido de una maquinaria mal engrasada. Seca y chillona.
—¡Escoja una puta, coronel! ¡Son gratis!
—Beba todo lo que quiera y use a la mujer todo lo que le plazca. A menos que prefiera un eunuco, pero de esos no solicitamos —el Reichsfuhrer es un poco extraño verlo sin la solemnidad que tiene a cada paso frente a todo el pelotón.
—Toma, cariño —una de las chicas desnudas se acercó a mí con una copa de whisky entre sus manos —Te vez cansado y fastidiado. Necesitas que te consientan.
Tome asiento en medio de dos rubias con los senos al descubierto. Eran lindos los montes que descansaban sobre su pecho pero… creo que ahora mis apetitos me exigen no llevarme a la boca la carne que otro ya le ha puesto las manos encima. Los restregaron muy cerca de mis mejillas y comenzaron a acariciar mi entrepierna buscando provocar mi hombría con caricias hipócritas y compradas, tal cual como vender verdura en un mercado. Así de común y tan cotidiano para ella. Sus labios sabían alcohol, no tenían ese toque que busco en una mujer. No había olor a jazmines o ese olor a talco y mucho menos ese sabor a fresas dulces. Mancharon mi camisa de color rojo, un verdadero fastidio. Con calma pase mis manos alrededor de la cintura de una de ellas y la coloque sobre mi regazo. Sus caderas bien formadas atacaron con una danza circular, pero aun así, sintiendo el roce de su sexo contra el mío, no pude lograr la tan anhelada erección. No sé si era el lunar falso junto a su labio, su sonrisa desfachatada o imaginarme que momentos antes ya la había utilizado alguien más. Es una de las cosa con las que siempre he tenido que lidiar; si alguien ha tocado mi cuchara antes de comer, si alguien más uso mi baso antes de mí, incluso si alguien uso la ducha antes que yo. Creo que son los remanentes de haber sido adiestrado por un médico y una dama como mi madre. Le temo a convertirme en un cerdo como ellos y tragar donde defecan y aparearse con cualquier tipo de puerca.
"Creo que definitivamente el problema soy yo"
El espectáculo me parecía atroz, casi irreal. Generales ebrios de poder y de alcohol fornicaban como animales salvajes. Entre olores a sexo y a genitales, aquello me daba una sensación de no encajar en el ambiente. Los gemidos eran berridos que no se disfrutaban, sonidos que no merecían la pena ser escuchados.
Fije la vista en la mujer que tenía a horcajadas arriba de mí. Tenía un rostro bello al igual que un exquisito cuerpo y cuando digo exquisito, no me refiero a sexualmente.
"Una vez más… solo una vez"
—Ven —la sujete de los brazos y la coloque arriba de mi hombro. Sus nalgas quedaron junto a mi rostro.
—¡La diversión está aquí, coronel! —dijo el teniente —¡Fornica aquí, queremos escuchar si la satisface una verga francesa!
—Me gusta más mi privacidad —respondí sin mirarlo.
—¡Francesito de mierda! —el alcohol y el racismo no deben mezclarse y este, es el claro ejemplo de lo que digo.
Subí a la mujer en mi auto y conduje hasta llegar a los establos de la propiedad de mi padre. Asegure las puertas y me quite el uniforme mientras observaba como mi compañera comenzaba a meter sus dedos dentro de su vagina invitándome a entrar. No me excitaba mirarla de esa manera, puesto que solo estaba visualizando el machete que se encontraba justo detrás de ella.
—Cógeme —mordió su labio cuando me acerque a ella.
—Con gusto —bese sus labios al instante que sujete la filosa arma —Serás mi plato fuerte.
De un solo movimiento su sangre salpico mi rostro y gran parte de mi dorso. Su cabeza estaba a nada de desprenderse de su cuerpo. El vital líquido se movía a grandes cantidades sobre su tersa piel, parecía una cascada donde la muerte bailaba con sigilosos hilos.
Mis afilados colmillos se incrustaron en la piel de sus brazos, arranque un pedazo, saboreando el exquisito manjar que estaba a punto de devorar. El sabor de su carne era distinta a la mi primera víctima. Ella… su carne… era más dulce.
Tuve que jalar varias veces antes de desprender otro trozo de su cuerpo. Los tendones eran bastante duros y preferí no comerlos por temor a asfixiarme. Lamí sus dedos, absorbiendo la sangre que se escurría por ellos.
Arranque su pezón y lo mastique con calma. Su sabor era peculiar, como si estuviera comiendo ganso salvaje recién cazado. El resto de sus senos estaban completamente llenos de grasa, tenía muy poca carne magra, solo recorrí con mi lengua todos los tejidos antes de tirarlos al suelo.
Su abdomen era una cosa bella, sin rastro de grasa. Los músculos, fabulosas porciones de proteína que devore al instante separando los órganos y dejándolos fuera de lugar. El machete fue de mucha ayuda cuando tome pequeñas porciones de piel que se encontraba muy cerca de las costillas.
"Me pregunto si no perderá sabor si la cocino"
Casi devore por completo una de sus piernas, no me gustó mucho la textura pero no debía desaprovechar. Gire el cuerpo y comencé a morder la espalda y los glúteos, ambos al mismo tiempo. Mi estómago rugió en cuanto mastique el último bocado. Me sentía lleno pero no satisfecho.
"Un solo bocado más"
Mi rostro y gran parte de mi cuerpo estaban completamente bañados de la sangre de la bella amante que cayó en el engaño de caricias fortuitas. Suena patético pero al menos si logro satisfacer mis apetitos.
Subí el cuerpo en un mesón de madera que se encontraba cerca. Desprendí los brazos, ambos, casi como si fuera un experto en eso. Las piernas no cedieron de misma manera. Opte por dejar la cabeza en donde estaba, al final, ya solo bastaba un jalón para desprenderla.
"Me siento como un jodido carnicero"
Con ayuda de la pala, cave un pequeño agujero, muy cerca del chiquero de los cerdos. Donde el olor era más penetrante y muy poco placentero. Mientras terminaba el trabajo se me ocurrió la brillante idea de dejar que los puerquitos me ayudaran a limpiar el resto de la carne que aún conservaba el cadáver. Es sorprendente mirar ese tipo de cosas y más cuando sus dientes no están diseñados para devorar carne pero al parecer saben distinguir el dulzor de la sangre joven y se pelean por devorar los intestinos.
"Seguramente no tendrán hambre en unos días"
De la nada llego a mi mente la Séptima Sinfonía de Beethoven, una pieza única del bello arte de la música clásica. Parecía que mis oídos la estaban escuchando mientras que de mi frente descendían gotas de sudor por el esfuerzo.
"Es un éxtasis para mis oídos"
Acomode el cuerpo en la pequeña fosa que horas antes cave, lo coloque como si estuviera jugando una partida de ajedrez, pieza por pieza, sin dejar a la reina fuera de lugar. No cabe duda que los animales me ayudaron en mucho.
Me recosté en la paja y cerré por un momento mis ojos. Deseando estar en paz por una solo vez en mi vida. Comencé con esto en un día como hoy y ahora… presiento que jamás podré detenerme.
"Estás más demente que las personas con las que trabajas"
Tuve que meterme en la gran pila de agua que sirve de bebedero para los caballos. Me di un chapuzón bastante necesario. Sentía incomodidad de solo imaginar que los animales sumergían su hocico en este líquido con el que me estaba bañando.
Por un segundo casi se me olvida remover la tierra donde se formó un enorme charco de restos hemáticos. Con rapidez sujete el mango de la pala y comencé con el trabajo. Nuevamente quede peor que en el comienzo y tocó meterme una vez más a la sucia agua.
Cuando termine de todo, con todas las fuerzas que aún me quedaban vertí el contenido ensangrentado del contenedor y deje que el agua fuera absorbida por la tierra. Limpiando cualquier evidencia visible.
Tome mi uniforme y salí del establo. Me encontré a mi hermana cosechando papas y cebollas. Me miró asombrada y preocupada pero después todo eso cambió cuando le lancé una sonrisa.
—¡¿Qué diablos haces Cyrille?! —dijo al instante que me lanzó una papa.
—Tome un baño con los animales.
—Pensé que nadie de la SS tenía esas locuras extrañas que tienes —se echó a reír.
—No es gracioso.
—Le diré a mamá que muy pronto la yegua tendrá uno de sus nietos.
—Ni lo digas de broma —peine mi cabello con mis dedos —.Tu madre piensa que me gustan los hombres.
—También es tu madre —se puso de pie y sacudió su enorme falda —.Es obvio que no te gustan los hombres Cyrille, no le tomes mucha importancia.
—Me importa ya que si siguen con ese argumento muy seguramente me enviaran a la orca.
—Nuestro padre no lo permitiría.
—El señor Leroy no puede estar en contra de la república, mucho menos de la SS.
—Papá, no es ningún judío como los que están cazando.
—No somos ni judíos ni franceses, solo somos instrumentos de los alemanes —la ayude con la canasta.
—¿No le temes a lo que nos puedan hacer? —recargo su rostro en mi brazo.
—No —suspire —Ya no.
—¿Qué te pasa Cyrille?
—¿Por qué? —me detuve a mirarla.
—Tu mirada ha cambiado. Perdiste toda la poca inocencia que había en tu rostro —recorrió mis labios con su dedo índice —.Devuélveme a mi hermano, a el hombre amoroso y recto con el que crecí.
¿Cómo le explico que ese hombre ahora golpea judíos? ¿Cómo le explico que he devorado a dos seres humanos? ¿Cómo debo decirle que soy un caníbal? ¿Cómo tomará la noticia si se entera que existe un cadáver en el establo? Tantas preguntas y todas llevan a la misma respuesta.
En la comodidad del baño, restregué mi piel con un paño húmedo cubierto de jabón. Una de las cosas que odio con todas mis fuerzas es sentir mi cuerpo sucio. No me llevo bien con la suciedad y está claro que mientras más años pasan sobre mí, las cosas se empeoran y los hábitos se convierten en un estilo de vida.
Me reuní con diez de los oficiales que están a mi cargo. Les di órdenes para que continúen recopilando la información de los barrios judíos, mientras me dedicaba a resolver un asunto pendiente.
Frente a la puerta de la familia Stolz se encontraba una placa donde estaban grabados los nombres de los integrantes de este “bellísimo hogar” . Con el anillo que descansa en mi dedo índice, toque la placa de madera que cubre la entrada. Dalila abrió la puerta y cuando lo hizo me miró de una forma que no sabía cómo interpretar.
—¿Qué se le ofrece, coronel? —dijo.
—¿No me invitaras a pasar? —Coloque mi mano en la puerta y la empuje con suavidad para poder abrirla más —.No debes de ser tan mal educada con un miembro de la SS.
—No soy mal educada.
—Parece que si —mire en todas las direcciones —¿Tu madre está en casa?
—No —su cuerpo temblaba con mi presencia —¿Necesita algo, coronel?
—Necesito muchas cosas. Pero algunas no son debidas para esta sociedad —me quite la gorra y el abrigo y lo deje en el sofá.
—¿A qué se refiere?
—No sé qué es lo que tiene tu piel. No sé si sea su color o la tintineante idea que tengo de saber lo suave y tersa que es —entre cerré los ojos —.Explícame lo que es.
—No es nada del otro mundo —se paró frente a mí —.Solo tienes curiosidad de una mujer negra. Saber a lo que saben sus labios y probar de los jugos que se deslizan por en medio de sus piernas —levantó su falda, deslizo su mano por la mía y la envió directamente a esa zona que ahora estaba mojada.
"Joder"
—¿A qué sabe una mujer como tú? —la sujeté del cuello.
—Averígüelo, coronel.
—Una judía… de ojos verdes y piel como la noche —coloque mis labios muy cerca de los suyos.
—Aun desconozco a lo que sabe un coronel de dos metros de altura, musculoso y lo peor de todo, un francés que intenta aparentar lo que no es.
—Averígualo, diamante negro —sujete su cintura con bastante fuerza —Enséñame… muéstrame el sabor de tu piel.
Me separe con brusquedad de ella ya que el sonido de la puerta me hizo regresar a la realidad. La señora Stolz se asustó al verme muy cerca de su hija. Le agradecí que no preguntara absolutamente nada cuando tome mis pertenencias y salí de su casa como si nada hubiera pasado.
—¡Coronel! —escuche su voz al gritarme mientras corría tras de mí.
—¿Qué se le ofrece señorita Stolz? —mire a mi alrededor y todas las miradas estaban puestas en nosotros.
—¿Cuál es su nombre?
—Cyrille Leroy.
—Un gusto conocerle coronel Cyrille —sonrió de lado —Te espero mañana a las nueve de la noche.
Se dio media vuelta y me dejo anonadado con lo que me había dicho. Nunca esperé que fuera una mujer tan liberal. Daba la impresión que era más consciente de sus creencias religiosas pero ya veo que no.
No pude concentrarme en lo que me decían los camaradas, toda la tarde me la pase en otro mundo, pensando si lo que estaba a punto de hacer era correcto pero… sería demasiado hipócrita a estas alturas querer adelgazar mi lista de pecados. No creo que fornicar con una mujer que me gusta sea algo menos pecaminoso que devorar al prójimo.
"Dilemas de un loco que aún no acepta que está condenado al mismísimo infierno"
¿Qué podría pasar? Solo será una vez… solo quiero quitarme la incertidumbre de hundir mi pálida verga en su… ¡diablos, no sé cómo debe verse eso! Solo es piel… solo son deseos carnales… solo es sexo, solo eso.
