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Capítulo 2 – Gestos

El hombre miraba a su hija quien comía delicadamente el pan, le preocupaba ver a su hija tan sumida en sus pensamientos.

Aún no se había podido quitar de la cabeza sobre la fiesta.

La lluvia se convirtió en la suave música de la noche, miraba a su hija con tristeza ella era el vivo retrato de su madre, Dánae.

Minesa era una joven tan delicada, tan tierna y tan dulce, su encantadora sonrisa mantenía fuerte a su padre.

Minesa pasaba todo el tiempo en su hogar, su padre no deseaba que ella saliera, ella mostraba una gran curiosidad, sus ganas de vivir eran increíbles, pero su pobreza era inmensa.

Su vecina, Dukak, cuidaba de Minesa mientras Erthe trabaja hasta tarde.

Aquella chica era terca, no comía por ver llegar a su padre sanó y salvó.

Se quedaba viendo la ventana de su alcoba y a ver la silueta de su padre bajaba rápidamente y lo abrazaba como nunca, su única familia.

Dukak es una vecina súper confiable, ella les daba comida cuando la época de miseria les llegaba o hasta a veces les regalaba ropa nueva.

Eran humildes, pero tenían tranquilidad.

—Minesa, —su hija lo miró— mi pequeña, ¿te gustaría ir a una fiesta?

Minesa miró con curiosidad a su padre, llevaba mucho tiempo de no salir, sonrió y asintió con entusiasmo.

—Bien, te conseguiré un hermoso vestido —se levantó de su asiento, caminó lentamente hacía su hija, besó su frente y salió de casa rumbó a casa de su vecina.

Ella tenía 2 hijos, Leviana y Ruk, unos jóvenes muy amables.

De seguro Leviana podría prestarle un vestido a su pequeña hija.

Seguía caminando, la lluvia mojaba su ropa, de seguro pescaría un resfriado.

Llegó a la casa, una casa de color blanco, con un jardín pequeño pero hermoso, tocó levemente la puerta.

Escuchó pasos, la puerta fue abierta y visualizó a su vecina quién sonreía fuertemente.

—Mi querido Erthe, buenas noches, ¿qué haces afuera en plena lluvia? Pasa —abrió más la puerta y lo dejó pasar.

Cerró la puerta y salió de ahí dejando solo a Erthe, llegó ella con una manta en manos.

—Toma, abrígate —le tendió una manta de color rojo.

—Gracias —dijo mientras tomaba entre sus manos la manta y la colocaba sobre su espalda.

—Y dime, Erthe. ¿Qué deseas? —Dukak es una mujer de cabello negro como la noche y ojos marrones.

—¿Supiste de la fiesta? —sus labios temblaban

—Sí, ¿irás, Erthe?

—No sé, pero Minesa está emocionada por ir.

—Qué bueno —sonrió levemente—. Ven vamos te sirvo un té para que no pesques un resfriado

Ambos se dirigieron a la cocina.

Erthe se sentó esperando a que el delicioso té que preparaba Dukak estuviera listo.

Ella le tendió una taza y se sentó frente a él.

Erthe tomó un sorbo y gimió de placer, sabia deliciosa.

—Bueno continúa —agarro su taza y tomó un sorbo del contenido de la taza.

—Me gustaría saber si tu hija le puede prestar un vestido a mi hija, yo te prometo que no lo ensuciará.

—Erthe no te des molestias, mañana llevaré un vestido para Minesa, yo le prestaré uno.

—Gracias, Dukak, eres una gran mujer.

Dukak era su salvación.

Se imaginaba a su hija con un hermoso vestido.

Que hermosa se vería.

Al llegar a casa encontró todo limpió, se asomó a la alcoba de su hija y la encontró acurrucada bajó las mantas.

Ella era como un ángel, tan delicada y a la vez tan desdichada.

Si tuviera una fortuna él le daría todo, una casa, comida, ropa limpia y linda, y le compraría muchos libros.

Minesa sabe leer gracias a Dukak quién le regalaba libros, libros en los cuales ella se perdía en las historias de héroes, princesas y poemas de amor.

Amaba los poemas.

Eran tan mágicos.

Erthe y Minesa no tenían lujos, pero eran felices y más Erthe quien tenía a su hija, su tesoro.

Esos gestos de amor eran tan únicos y especiales.

A lo lejos en el castillo el rey miraba a través de su ventana, la lluvia chocaba contra la ventana, el sonido era abrumador.

—En dos días será la Moon red, hermano —su hermana lo miraba esperando una respuesta.

—Gracias —murmuró él sin quitar sus ojos de la ventana.

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