Capítulo 4.
Ricardo estaba cansándose de cómo la mujer que tenía delante lo miraba de arriba abajo. No se sentía halagado, ya que era algo a lo que estaba acostumbrado. Pero, a diferencia de otras mujeres, al menos podía aplaudirle por mirarlo con respeto y sin parecer una mujerzuela.
—Si ha terminado, señorita Francisco, podemos empezar —dijo él, haciendo que se le sonrojaran las mejillas. Por suerte, no se notaba debido a su piel oscura, que había heredado de su padre.
—S-sí, señor —tartamudeó ella, bajando la mirada hacia las manos que tenía colocadas sobre el regazo. Sin duda, el hombre la ponía nerviosa, y no ayudaba el hecho de que fueran los únicos en la habitación apenas iluminada, solo por la luz del sol que se colaba por las ventanas cerradas.
—Bien —se tomó un segundo para humedecerse los labios—. No sé qué vio tu esposa en ti, pero espero que no me decepciones, ni a mí ni a mis hijos.
La miró fijamente durante un segundo antes de abrir su maletín, sacar la pila de papeles grapados y lanzárselos hacia su lado del escritorio.
—Esas son las reglas que deberás seguir antes de que firmemos este contrato matrimonial. Estúdialas y dime qué te parecen —le ordenó, y ella extendió sus temblorosas manos para coger la pila de papeles.
Sus ojos color avellana recorrieron las palabras impresas en el papel, buscando cualquier cosa que no estuviera dispuesta a hacer.
Aún era temprano por la tarde y el sol seguía brillando y compartiendo su esplendor. Era uno de los meses más calurosos en Londres y Ethan y Emma Versaces aún no habían regresado de su colegio privado, lo que significaba que Lorena aún no había tenido la oportunidad de conocerlos.
—Y esta es la habitación de Emma. A Emma le gusta mucho su intimidad, a pesar de tener solo cinco años —dijo Ricardo, señalando la puerta blanca a su izquierda, en la que estaba escrito el nombre de Emma, antes de señalar otra idéntica enfrente, con el nombre de Ethan.
—Y esa es la de Ethan, como puedes ver. Las habitaciones de los dos están en la segunda planta y la mía está en la tercera —explicó mientras se alejaba con Lorena siguiéndole los pasos.
—¿Cómo son los gemelos? —preguntó ella en voz baja cuando finalmente logró igualar su paso y se detuvo a su lado. Él aceleró el paso, queriendo quedarse solo, y ella soltó un suspiro inaudible y finalmente desistió de intentar alcanzarlo.
—Emma es cuatro minutos mayor. Es la más reservada y cuesta que confíe en alguien. Tendrás que ganarte su confianza antes de que se abra contigo, mientras que Ethan es más fácil de tratar.
Una sonrisa se dibujó inconscientemente en el rostro de Lorena mientras seguía subiendo las escaleras con él. Estaba impaciente por conocerlos y, absorta en sus pensamientos sobre cómo serían, no se dio cuenta de que él se había detenido y chocó contra él.
—Lo siento... —Sus mejillas se sonrojaron mientras apartaba la mirada y se fijaba en sus zapatos, que miraba con demasiada atención. Ya había pasado suficiente vergüenza por hoy.
—Esta es mi habitación —Ricardo señaló la única puerta negra de la casa y ella finalmente levantó la vista para mirarla. La puerta era de color negro puro. No tenía ningún grabado ni nada por el estilo, lo que hizo que Lorena se preguntara qué tipo de cosas habría detrás.
—Es zona prohibida. No entres ahí nunca —dijo él entrecerrando ligeramente los ojos. El corazón de Lorena se aceleró por el miedo y evitó su mirada. Por suerte para ella, la época en la que sufría androfobia ya había pasado.
