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Entre cafés

Capítulo 3: Entre cafés

El tintineo de la campanilla de la puerta de "La Madriguera" nunca había sido tan insoportable como en esos días. Para Lucía, era como una alerta constante de que algo inesperado estaba por suceder. Desde el regreso de Sebastián del Valle y su desafío tácito, el café parecía estar en el centro de una pequeña pero insistente tormenta.

Lucía intentaba concentrarse en amasar la mezcla perfecta para una nueva tanda de muffins de arándanos, pero sus pensamientos no dejaban de divagar. No era su estilo obsesionarse con alguien, mucho menos con un crítico que había entrado a su vida como un huracán bien vestido, pero ahí estaba. Maldita sea, pensó, ¿por qué no puedo sacarlo de mi cabeza?

—¿Estás pensando en él otra vez, verdad? —La voz de Sofía rompió su concentración, y Lucía casi dejó caer el bol que tenía entre las manos.

—¿Qué? ¡No! Estoy pensando en cómo esta masa necesita más vainilla. —Intentó sonar convincente, pero el tono incrédulo de Sofía la hizo girarse hacia ella.

Sofía se apoyó en el mostrador con una sonrisa de esas que decían "sé exactamente lo que estás escondiendo". —Claro, claro. ¿Y esa expresión de "quiero lanzar muffins" también tiene que ver con la vainilla?

Lucía resopló y dejó el bol sobre la encimera. —Es que simplemente no lo entiendo. ¿Qué está buscando? ¿Por qué volvió? —preguntó, más para sí misma que para Sofía.

—Tal vez solo quiere irritarte. O tal vez, solo tal vez —dijo Sofía alargando las palabras dramáticamente—, no eres tan indiferente para él como crees.

Lucía soltó una carcajada amarga mientras comenzaba a llenar los moldes para muffins. —Sí, claro. Porque los críticos famosos suelen enamorarse de las dueñas de cafés modestos a las que acusan de ser mediocres.

—Bueno, si no es eso, entonces… ¿y si está buscando algo más? —preguntó Sofía con un tono más serio.

Eso detuvo a Lucía por un momento. ¿Qué estaba buscando Sebastián? ¿Otra reseña destructiva? ¿Un motivo para demostrar que tenía razón? ¿O había algo más detrás de sus impecables trajes y esa mirada que parecía juzgar hasta el polvo sobre las estanterías?

Pero antes de que pudiera ahondar más en sus pensamientos, la campanilla sonó de nuevo. Esta vez, Lucía no necesitó mirar hacia la puerta para saber quién era. Su presencia llenó el lugar como una tormenta eléctrica: Sebastián del Valle había regresado, y estaba seguro de que ella lo había notado.

Lucía levantó la vista del mostrador lentamente, intentando parecer indiferente mientras se limpiaba las manos con un trapo. Pero el leve estremecimiento en sus dedos traicionó su aparente calma. ¿Qué hace aquí otra vez?

Sebastián avanzó hacia el mostrador con esa misma seguridad que la irritaba y, a la vez, intrigaba. ¿Cómo lograba parecer tan impecable a todas horas? La chaqueta de su traje gris oscuro apenas se arrugaba, y la pequeña sonrisa que adornaba su rostro parecía perfectamente ensayada, como si supiera que ya había descolocado a Lucía incluso antes de abrir la boca.

—¿A qué debo el honor esta vez? —preguntó Lucía, manteniendo su tono neutral, aunque el brillo desafiante en sus ojos lo decía todo.

Sebastián colocó las manos sobre el mostrador, inclinándose ligeramente hacia ella, lo suficiente como para invadir su espacio, pero no tanto como para resultar intimidante. —Digamos que no me gusta dejar las cosas a medias.

Lucía alzó una ceja, cruzando los brazos mientras lo miraba fijamente. —Curioso. Porque después de tu última visita, parecías bastante convencido de haberlo dicho todo.

Él sonrió, y esta vez había algo genuino en el gesto, aunque fue tan fugaz que Lucía no estaba segura de si lo había imaginado. —Puede ser, pero pensé que merecías una segunda oportunidad.

—¿Yo? ¿Una segunda oportunidad? —repitió Lucía, con una risa incrédula—. ¿No será al revés? Porque hasta donde recuerdo, tú fuiste el que calificó mis croissants como "arrepentimientos".

Sebastián la miró por un momento, como si estuviera evaluando cada palabra que salía de su boca. Lucía podía sentir su mirada atravesándola, y aunque normalmente habría encontrado el gesto molesto, en ese momento le provocó algo diferente, algo que no quería analizar.

—Tal vez fui demasiado severo —admitió finalmente, con un tono que parecía costarle más de lo que debería.

Lucía parpadeó, sorprendida por la confesión. No era mucho, pero viniendo de él, sonaba casi como una disculpa. Y, por alguna razón, no estaba segura de cómo responder.

—¿Eso es lo más cercano que voy a escuchar a un "lo siento"? —preguntó, tratando de mantener el control de la conversación.

Sebastián inclinó la cabeza ligeramente, su expresión ahora más suave, aunque todavía cargada de esa arrogancia que parecía grabada en su ADN. —Digamos que es un reconocimiento a tus esfuerzos.

Lucía dejó escapar un bufido y negó con la cabeza. —Eres imposible, ¿lo sabías?

—Eso me han dicho antes —respondió él, con una sonrisa que no llegó a ser completamente seria.

El bullicio del café se desvaneció por un instante, y el aire entre ellos parecía más denso, cargado de algo que iba más allá del simple desafío. Lucía apartó la mirada, regresando al horno, donde la nueva tanda de muffins estaba casi lista.

—Bueno, si vas a quedarte, al menos ordena algo para que pueda demostrarte que estás equivocado —dijo ella, sin voltear, pero sintiendo la intensidad de su presencia a sus espaldas.

Sebastián sonrió para sí mismo, tomando asiento cerca del mostrador, listo para ver qué más tenía que ofrecer "La Madriguera"... y su dueña.

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