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Capítulo 5 La amenaza

A la mañana siguiente

Fuertes golpes en la puerta me hacen abrir los ojos de manera abrupta. La luz del sol impacta sobre mis córneas adoloridas. Me llevo la mano a la cabeza en cuanto siento que un intenso dolor está a punto de partírmela en dos. Miro a los alrededores con asombro. ¿Qué carajos hago en mi oficina? Bajo la mirada y observo que todavía llevo puesto el mismo traje de ayer. Intento recordar lo que sucedió el día anterior, pero me arrepiento al sentir que mi cerebro palpita como bomba de tiempo a punto de estallar. Nuevos golpes sacuden mi masa encefálica y la hacen rebotar contra las paredes de la corteza cerebral.

 ―¡Por el amor de Dios! ¿Pueden esperar un momento?

Vocifero furioso, lo que provoca que mis sienes palpiten como las entrañas de un volcán a punto de erupción. Me levanto del mueble. Observo el vaso y la botella que están tirados en el suelo. ¿Qué rayos hice anoche? No logro recordar nada de lo que pasó durante las últimas veinticuatro horas. Los recojo de la alfombra y los coloco sobre la mesa de vidrio. La cabeza me pulsa de manera incesante provocándome un dolor desesperante. Me dirijo a la entrada y abro la puerta, antes de que los golpazos me provoquen un ACV. Encuentro a la Nana parada frente a mí, con la mirada llena de preocupación. Es entonces cuando lo recuerdo vienen a mi cabeza a borbotones.

―Tenemos que hablar, Anthony, esa niña…

Elevo la mano para detenerla. No voy a permitir que esa maldita mujer arruine mi vida con semejante artificio para hacerme creer que esa pequeña abominación con altavoces en sus pulmones, es mi hija. Puede engañar a mi vieja, que es una mujer bondadosa y de buen corazón, pero no logrará hacerlo conmigo. Conozco bien a las de su tipo. Sé cuál es su juego. En algún momento aparecerá para sacarme algunos millones del bolsillo, usando a esa mocosa como anzuelo. ¡Ni una mierda!

―¡Esa niña no tiene nada que ver conmigo! ―le indico furioso, lo que provoca que el dolor empeore―, deshazte de ella de inmediato ―le exijo, tajante―, no quiero saber nada de esa absurda historia, ni mucho menos de esa criatura espantosa.

Salgo de mi oficina para dirigirme a mi habitación. Necesito tomar una ducha y cambiarme de ropa. No estoy dispuesto a perder más de mi valioso tiempo en un asunto que no me compete. No obstante, mi madre adoptiva no está dispuesta a dar el asunto por terminado. Está resuelta a ir hasta las últimas consecuencias.

―¿Y qué harás si esa pequeña resulta ser tu hija, hijo? ―insiste decidida―. ¿Te has detenido siquiera a considerar que pueda ser una posibilidad?

Detengo mis pasos y me doy la vuelta para mirarla de frente. Estoy determinado a finiquitar esta conversación de una vez por todas.

―Aunque esa criatura llevara mi sangre, que lo dudo, no estoy dispuesto a hacerme cargo de ella ―menciono, más seguro que nunca, de mis palabras―. Sácala de mi vista y nunca más se te ocurra volver a mencionar el asunto. Te amo, pero este es un límite que no voy a permitir que cruces.

Queda impactada con la rotundidad de mi declaración. Me duele en el alma hablarle de esta manera, pero no voy a retractarme de lo que acabo de decir. Esta es la primera vez que no voy a complacerla en uno de sus caprichos.

―Espero que no te arrepientas, de esto Anthony… ―dice, con voz temblorosa―, me decepciona y me llena de tristeza ver a ese hombre tan malvado en el que te has convertido. Te desconozco, hijo.

Es la segunda persona que me lo dice en menos de veinticuatro horas. Odio hacerla sentir de esta manera, pero es hora de que vea la realidad.

―A estas alturas deberías conocerme, madre ―le digo con un tono carente de emoción―, lo que ves delante de ti, es lo que siempre verás, mientras permanezcas a mi lado.

Mi corazón palpita acelerado. No era mi intención lastimar a la Nana de esta manera, pero es el momento de que comprenda que este hombre que soy ahora llegó a quedarse para siempre y no se irá nunca más. Entro a mi habitación y cierro la puerta con un fuerte azote. No me gusta que intenten cambiar mi vida y no acepto, bajo ninguna circunstancia, que pretendan convertirme en el hombre que hace mucho tiempo dejé de ser.

¡Maldición! Y ahora aparece esa pequeña mocosa para fastidiarme la existencia, como si no tuviera suficientes problemas en mi vida para toda la puta eternidad. Me quito la ropa y, una vez en el baño, me meto debajo del chorro para ver si hago desaparecer este inaguantable dolor de cabeza con el agua fría. Quince minutos después salgo del baño, pero el dolor persiste. Abro el gabinete y saco el frasco de pastillas. Tomo un par de ella y me las bebo en seco. Me dirijo al vestier y saco la ropa que voy a ponerme. En tiempo récord ya estoy listo para marcharme a la oficina, pero antes decido cerciorarme de que la Nana haya seguido mis instrucciones al pie de la letra.

Salgo de mi habitación y me dirijo a la suya. Inhalo una profunda bocanada de aire en cuanto me detengo frente a su puerta. Mi cerebro sigue palpitando como bomba de tiempo. Toco la puerta, pero no obtengo ninguna respuesta, así que giro el pomo e ingreso sin avisar. Encuentro el cuarto vacío y oscuro. Tampoco quedan rastros del pequeño estorbo. Sonrío satisfecho. Salgo de allí y atravieso el corredor rápidamente. Bajo las escaleras de dos en dos para dirigirme a la cocina. Me satisface el hecho de que la Nana haya respetado mi decisión. No termino de pensarlo, cuando mi sonrisa es pulverizada de un solo plumazo. Al acercarme la escucho tararear una dulce melodía que, aun después de tantos años, recuerdo con nostalgia solía usar cuando era un chiquillo para arrullarme y ayudarme a conciliar el sueño en aquellas noches en las que las terribles pesadillas no me dejaban dormir.

Todo mi cuerpo se tensa en cuanto los recuerdos me devuelven al pasado y me hacen revivir todos aquellos dolorosos y tormentosos momentos que había enterrado para siempre en lo más recóndito de mi subconsciente. Me niego a ir a ese lugar, así que rápidamente me deshago de ellos e ingreso al área de la cocina. Me llena de impotencia al descubrir que, a pesar de mis órdenes y advertencias, la Nana ha decidido ignorarlas y llevarme la contraria. Observo, completamente atónito, la manera en que arrulla al pequeño monstruo con tanto amor y dulzura, que me quedo sin reacción por algunos minutos. No obstante, logro recuperarme para hacerle saber sobre mi inconformidad y desacuerdo.

―¡¿Qué narices significa todo esto, Nana?!

Grito con enojo. Eleva su cara y me mira con el entrecejo fruncido. Sus labios desaparecen debajo de una línea muy delegada, en el mismo instante en el que la pequeña comienza a llorar desconsolada.

―¿Te das cuentas de lo que has hecho? ―me recrimina con un susurro bajo, pero con tal ferocidad que me hace sentir desconcertado―. Con tus gritos desmedidos has asustado a la bebé, justo en el instante en que se había quedado dormida ―me amonesta furiosa como si fuera un chiquillo malcriado―. Eres un insensato.

¿En serio? ¿Piensa que es algo que me importe de alguna manera?

―Te dije que no la quería en esta casa, Nana ―insisto con un tono más decidido y determinado―. Ahora mismo le ordenaré a Russell que la lleve a la policía o la entregue en un orfanato para que se ocupen de encontrarle a alguna familia que esté interesada en hacerse cargo de ella.

Su mirada es de profundo dolor e incredulidad cuando me escucha pronunciar aquellas palabras. Abraza a la pequeña como si pretendiera protegerla de mí y me aparta de su camino para alejarse y llevársela a otro lado. La observo, impávido e incrédulo, por lo que está haciendo. Me aprieto el puente de la nariz al comprender que ella está determinada a conseguir lo que se propone y a llevar esto hasta sus últimas consecuencias. La conozco bien, es la única persona con la suficiente capacidad para retarme, enfrentarme y salir vencedora en el intento. No obstante, estoy empeñado en hacerle entender que, bajo ningún pretexto, aceptaré que ese pequeño estorbo permanezca bajo mi techo.

La sigo de cerca, pero me deja impresionado al verle subir los escalones con fuerzas renovadas, sin mostrar ningún signo de debilidad. Supero los escalones de dos y la alcanzo justo cuando ingresa a su cuarto, pero recibo un portazo en la cara que me deja boquiabierto. Aprieto el pomo con mis dedos y lo giro; no obstante, descubro que el seguro está puesto. Meso mi cabello con impotencia. Las palpitaciones en mi cabeza se hacen más intensas que nunca. Inhalo profundamente para intentar tranquilizarme y toco la puerta, a la espera de que ella decida abrirme. Un par de segundos después, sale de la habitación y se detiene frente a mí con actitud desafiante y una gran determinación en su mirada.

 ―Escúchame bien, Anthony ―sisea entre dientes―, no voy a permitir que te ensañes con esa pequeña inocente que, te guste o no, bien puede ser tu hija, ―indica cual mamá leona dispuesta a defender a su cachorro con garras y dientes―. Si me veo obligada a hacerlo, te prometo que la defenderé de ti y de cualquier persona que se atreva a hacer algo en su contra. No me desafíes, o te juro que me iré de esta casa, la llevaré conmigo y nunca más sabrás de nosotras ―su amenaza me deja petrificado. ¿La prefiere a ella antes que a mí? ¡Esto es el colmo!―. Ten por seguro que voy a cumplir esta promesa.

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