Librería
Español

Tuya para siempre

109.0K · Completado
Janeth Aguilar
77
Capítulos
578
Leídos
9.0
Calificaciones

Sinopsis

La felicidad y el amor se convirtieron en el tesoro más importante y valioso que Paúl Nicholson y Priscilla Davis, habían encontrado juntos. Se amaban como jamás imaginaron podrían hacerlo y se juraron amor eterno, incluso, más allá de sus propias vidas. Solo que, el destino se interpondría y les jugaría una mala pasada, para obligarlos a romper la promesa que el día de su boda se hicieron frente al altar. Sin embargo, y a pesar de la terrible tragedia que acabó con todos los planes que habían trazado, sabían que ni siquiera la muerte podría hacerles olvidar el juramento que un día se hicieron frente al altar, ni con el gran amor que estaban seguros perduraría y prevalecería; aun después de que sus vidas terminaran. Estarán dispuestos a luchar contra destino que un día los separó, para reencontrarse de nuevo y volverse a amar… más allá de sus vidas. Solo que el destino tenía algo más previsto para ellos… Anthony McGregor. Un hombre adinerado, imposible, insoportable y el más detestable de todos; aparecerá para complicar sus propósitos. Una mujer que lo ha perdido todo. Un hombre que no estará dispuesto a perderla por segunda vez y que hará todo lo posible para recuperarla. Otro, cuyo único objetivo es él mismo y su amor propio. Dos hombres convertidos en uno solo, el amor por una misma mujer y una lucha sin treguas en la que solo uno de ellos… será el vencedor. Identificador 2210252494214 Safe creative Fecha de registro 2022 © Todos los Derechos Reservados

ParanormalmultimillonarioAmor-OdioPosesivoRival en amorrománticas

Prólogo

Paúl toma mi mano y la lleva a su boca para besarla. Estamos emocionados y muy felices, porque nuestra hija está a punto de nacer. Las contracciones se presentaron repentinamente, anunciando que la hora del nacimiento de nuestra pequeña y amada princesa, está cerca.

―Te amo, cielo, me has hecho el hombre más feliz de este planeta.

Susurra al mirarme a los ojos. Siento un nudo en mi garganta debido a la emoción que me embarga. Asiento en respuesta, sin dejar de realizar mis ejercicios de respiración.

―Yo también te amo, cariño ―respondo unos segundos después, porque no puedo quedarme con lo que necesito decirle en este día tan importante para los dos―. No me arrepiento de haber tomado la decisión de quedarme contigo. Una y mil veces, te volvería a elegir, porque esto es lo que quiero. A ti, Paúl. Soy tuya para siempre.

Sonríe en respuesta. Baja nuestras manos, pero las mantiene entrelazadas.

―¿Crees que tu familia algún día me acepte?

Mi familia nunca lo va a aceptar. Mi marido les arrebató de las manos la única garantía que tenían para negociar. Ellos querían convertirme en la esposa de algún millonario que les pudiera dar una mejor posición social, pero Paúl los dejó sin opciones.

―No importa si ellos no te aceptan ―le digo sincera―. Lo único que importa es que yo te amo con toda mi alma y, pase lo que pase, estaré siempre a tu lado.

Giro mi cara justo en el momento en que veo a un vehículo aproximarse hacia nosotros por el mismo carril y a toda velocidad.

―¡Paúl!

Unos segundos después, sentimos el impacto. No hay tiempo para reaccionar. Todo sucede en fracciones de segundo. De repente, todo parece reproducirse en cámara lenta. Nuestros gritos, el sonido de los vidrios estallando en mil pedazos a nuestro alrededor y los giros que da nuestro vehículo instantes después de ser golpeados. No entiendo lo que está sucediendo. Me siento aterrada y confusa. Un súbito dolor me hace estremecer de pies a cabeza. Es terrible e insoportable. En medio de mi turbación, trato, por todos los medios, de aferrarme a algo, pero las constantes sacudidas que se producen en el vehículo me impiden hacerlo. Mis uñas quedan incrustadas en cada objeto al que intento sujetarme. Observo mis manos y noto que están cubiertas de sangre. Un inquietante presentimiento me pone nerviosa. Voy a morir en este lugar. Busco a mi esposo con desesperación y, en un movimiento simultáneo, llevo la mano hasta mi barriga. No importa si muero, siempre y cuando, ellos sobrevivan.

Cierro los ojos y ruego a Dios para que todo se detenga. Seguimos sacudiéndonos sin parar, hasta que, de repente, todo se torna oscuro y silencioso.

―Ca… Cariño, ¿estás bien? ―la voz de mi esposo se oye en forma de susurro, incluso, tiene dificultad para pronunciar las palabras―. Por… ―gime con dolor―, por favor, nena, ¡respóndeme!

Quiero responder, juro por Dios que lo intento con todas mis fuerzas, pero estoy entrando en shock. Comienzo a llorar. Mi cuerpo no deja de temblar por el frío. Sé que, de un momento a otro, voy a perder la consciencia, así que hago todo lo posible por saber cómo está mi esposo. Vuelvo a intentarlo y, por fortuna, lo consigo.

―Es… estoy bien ―miento, porque no quiero inquietarlo. Algo está mal conmigo, soy doctora y reconozco muy bien los síntomas que estoy padeciendo. Tengo un pulmón perforado y cada vez requiero de mayor esfuerzo para respirar―, pero, nece… necesito saber que todo está bien contigo.

Me muerdo el labio inferior para evitar que un grito escape de mi boca.

―Estoy bien, nena ―suspiro con alivio―, pero necesito estar seguro ―lo escucho inhalar profundamente―, de que ustedes van a estar bien.

No es, sino hasta ese momento, que recuerdo que estoy en mi último mes de embarazo. El miedo y la desesperación me embargan al ser consciente de que no solo mi esposo puede morir. Ahora también temo por la vida de mi pequeña princesa. Llevo las manos a mi vientre para percibir sus movimientos, pero no siento nada. Estoy a punto de volverme loca, sin embargo, hago todo lo posible para mantener el control y pensar bien en lo que voy a hacer para salir de aquí con vida. Intento moverme, pero el cinturón de seguridad, al que estoy todavía sujeta, me tiene limitada. El auto está invertido, así que mi esposo y yo nos encontrábamos suspendidos de cabeza.

―¿Paúl?

No sé qué es lo que quiero preguntarle. Tal vez es una manera inconsciente de asegurarme de que sigue con vida. No puedo perder a mi familia.

De un momento a otro, el auto comienza a deslizarse cuesta abajo, dando inicio a un nuevo episodio de terror que presagia consecuencias impredecibles. Su mano fuerte se aferra a la mía. Giro la cara y lo miro a los ojos. Temo que esta sea la última vez que lo vea.

―Ca… cariño, sujétate fuerte.

Comenzamos a gritar desesperados, conscientes de que algo terrible se avecina. El sonido que se escucha al derrapar es ensordecedor. Mi corazón palpita frenético y mi pecho sube y baja a una velocidad descontrolada. Ya no quedan fuerzas en mi cuerpo; sin embargo, me mantengo aferrada a la mano de mi marido o quizás es él quien no me suelta. Ya no me queda ninguna duda de que esta noche vamos a morir. Nuestro final se acerca. Ser consciente de aquello provoca que una fuerza extraordinaria se active en mi interior. No estoy preparada para perder a mi familia y dejar que todo acabe de esta manera. Voy a hacer mi mayor esfuerzo para sacarnos de aquí.

―Te amo, Paúl.

Si hemos de morir, quiero que lo último que escuche de mi boca es lo mucho que lo amo. Mi amor perdurará en el tiempo, incluso, después de que nuestras vidas terminen. Lo amaré más allá de mi vida.

―No, nena, no me hagas esto.

¿Por qué cuando menos te lo esperas, el destino se interpone para destruir todas tus esperanzas? Su voz comienza a desvanecerse poco a poco. Por más que lucho contra las fuerzas del destino, estas están empeñadas en signar el futuro de nuestras vidas. Creo que estoy a punto de perder consciencia. El movimiento del auto cesa. Suelto un suspiro de alivio, pero mi breve satisfacción se ve truncada en cuanto el agua comienza a filtrarse hacia el interior de la cabina. El nivel del agua comienza a subir y, en poco tiempo, estamos cubiertos hasta el cuello.

―Nena, escúchame, por favor ―no puedo hacerlo, incluso, poder respirar requiere un gran esfuerzo. Tarde o temprano voy a colapsar―. Ne… Necesito que desprendas tu cinturón de seguridad y salgas del auto.

Estoy demasiado cansada. Mis ojos se están cerrando y mi cuerpo se enfría rápidamente debido a que el agua está demasiado helada.

―No… puedo ―el dolor en mi pecho es terrible. Al elevar mi mano temblorosa, noto que mi piel está adquiriendo una coloración azulada y mis patrones de respiración tienen un ritmo anormal―, ya no… ―suelto un sollozo―. No… puedo luchar más, Paúl. Te… amo.

Lloro con desconsuelo, mientras espero a que la muerte venga por mí.

―No, Priscilla, debes luchar por nu… nuestra hija, te prohíbo rendirte.

No hay nada que él ni yo podamos hacer. Extiendo mi brazo y alcanzo su mano para entrelazarla con la mía, quiero compartir mis últimos minutos de vida junto a él. Lo miro a los ojos para grabar en mi mente su hermoso rostro y llevarlo conmigo para toda la eternidad. El agua está inundando el interior del auto, en pocos minutos todo acabará. Aprieto su mano justo en el instante en que el agua comienza a cubrirnos por completo. Pocos segundos después, ya no sé más de mí.