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Capítulo 1 Borrón y cuenta nueva

Nunca imaginé que nuestra vida iba a ser tan maravillosa. Tuvimos muchos obstáculos en nuestro camino para poder lograr la felicidad que tanto anhelábamos. Pusimos todo nuestro esfuerzo, alma y corazón para convertir todos nuestros sueños e ilusiones en realidad. Fue difícil, pero el resultado de nuestro sacrificio fue mucho más de lo que esperaba. No cambiaría esta vida por nada del mundo. Si tuviera que repetirlo todo, transitar por el mismo camino espinoso e intrincado por el que tuve que atravesar para estar con él, haría todo de la misma manera para llegar a este mismo punto. No concibo la vida de otra manera. Amo a mi esposo y amo esta vida que hemos construido juntos.

Me detengo bajo el umbral de la puerta y disfruto al ver a mi marido tan centrado en su tarea, con ese aspecto sexi y varonil que tanto me enloquece. Me enamoré y me casé con el hombre más perfecto de todo el planeta. Sí, Paúl es un hombre generoso, dulce, cariñoso y atento, pero lo más importante de todo es que me ama por sobre todas las cosas, incluso, por encima de sí mismo. Estoy convencida de que nuestro amor perdurará para el resto de nuestras vidas e, incluso, mucho más allá. Estamos hechos el uno para el otro.

―Sé que estás allí, cariño, puedo reconocer tu aroma desde la distancia.

Esbozo mi más amplia sonrisa e ingreso a la habitación.

—El color es maravilloso —le digo al observar el rosa delicado que hay en las paredes de la que será la habitación de nuestra pequeña princesa―, estoy impaciente por ver cómo quedará todo, una vez que la decoremos con lo que hemos comprado. Esto ha superado mis expectativas.

Mi marido gira su cara y me mira por encima de su hombro con esos preciosos ojos color azul celeste.

—No puede haber una princesa sin su castillo —me dice emocionado al dejar el rodillo en la bandeja de pintura y acercarse a mí para tomarme entre sus brazos. Una sonrisa, casi tan resplandeciente como el sol de mediodía, tira de su boca. Es por esta y muchas razones más, por las que, a cada segundo que pasa, me enamoro más de él—. Te prometo que algún día también te daré tu propio palacio, porque estoy decidido a partirme el alma solo para darle a mi reina todo lo que ella se merece.

Lo abrazo fuertemente y hundo mi cara en su sólido pecho. Sus palabras siempre me dejan sin aliento.

―Me has dado todo cuanto he querido, Paúl ―mis ojos se anegan de lágrimas, estoy demasiado sensible y todo me hace llorar―. No necesito nada más.

Mete sus dedos debajo de mi barbilla y le da un empujoncito para que incline la cabeza y lo mire a los ojos.

―Te mereces mucho más, cariño, y voy a partirme el lomo para dártelo.

Me elevo sobre las puntas de mis pies y lo beso en la boca.

―Tenerte conmigo es todo lo que necesito para ser feliz. Además, ya tengo un hermoso castillo ―señalo con la mano hacia los alrededores―. Esta es la casa perfecta para que crezcan nuestros hijos.

Niega con la cabeza.

―No, cariño, esta casa es lo que pudimos conseguir con lo poco que teníamos, pero no es en este lugar en el que quiero que esté mi familia ―sus palabras me dejan atónita―. Sí, no puedo negar que, con nuestro esfuerzo, hemos hecho de ella un hogar acogedor y hermoso, que le hemos puesto nuestro sello particular, pero no podemos olvidar que es un barrio peligroso ―no me atrevo a contradecirlo, porque tiene razón en lo que está diciendo―. Te prometo que, algún día, voy a sacarte de aquí y te daré la casa más hermosa que tus ojos hayan visto.

Sé que no ha sido fácil para nosotros, ya que cada uno de nuestros logros nos ha costado mucho sudor y lágrimas. Sin embargo, hemos conseguido ser muy felices con lo poco que tenemos y con eso tengo más que suficiente.

—¿Te he dicho alguna vez que me siento muy afortunada de tenerte en mi vida?

Me cuelgo de su cuello y clavo la mirada en ese par de ojos pintados del mismo color de las aguas del mar. Unos que no me canso de mirar.

—Creo que lo he escuchado al menos… —arquea una de sus cejas y simula estar recordando las veces que se lo he dicho—, ¿un millón de veces?

Le doy un suave manotazo en el hombro por la pequeña broma.

—Eres un payaso —dejo un beso corto en sus labios—, y esa es una de las razones por las que me enamoré perdidamente de ti.

Aumenta la presión de su abrazo hasta donde mi inmensa barriga se lo permite.

—Y la primera fue por ser tan irresistible ―sonríe con arrogancia―. Reconócelo de una vez por todas, cariño, pusiste tus ojos en el tipo más apuesto que viste.

No podemos evitar reírnos a carcajadas, por la hilarante broma. No obstante, es algo que no puedo negar. Paúl era y sigue siendo el tipo más apuesto, atractivo y hermoso que he visto en toda mi vida. Amo su sentido del humor y la capacidad que tiene para mantenerse sereno y calmo, incluso, en las circunstancias más adversas. Admiro su fortaleza y lo decidido que es cuando hay que hacerle frente a una situación por más difícil que esta sea. Es un hombre empecinado y, cuando va por algo, no se rinde hasta conseguirlo.

—Voy a preparar algo para el almuerzo —le expreso mientras me suelto lentamente de su abrazo—, nuestra nena está a punto de exigir que le dé de comer y sabes lo malcriada que puede ponerse cuando llega su hora.

De repente me toma desde atrás y me detiene, evitando que salga de la habitación.

—Yo también estoy hambriento, cariño —susurra sugerentemente al pie de mi oreja—, voy a exigirte ahora mismo que me des de comer o me pondré más que malcriado. Perderé la razón, me transformaré en un caníbal y te devoraré por completo. No dejaré nada de ti.

Su voz grave retumba en lo más profundo de mis entrañas y en la parte más sensible de mi cuerpo. Dejo caer mi cabeza hacia atrás y la apoyo sobre el lado izquierdo de su pecho cuando sus manos comienzan a deslizar los tirantes de mi vestido desde mi hombro hasta la mitad de mis brazos. Amo su forma de acariciarme y esa vehemencia tan pasional que se desata en él, cada vez que hacemos el amor. Poco a poco me lleva hacia atrás hasta que se detiene delante de la mecedora.

―Paúl…

Su nombre escapa de mi boca cuando sus caricias provocan los primeros efectos sobre mi cuerpo. Me va quitando el vestido hasta dejarlo amontonado a pis pies y completamente desnuda. Se sienta en la silla y me coloca sobre su regazo. Mete su mano entre nuestros cuerpos ansiosos y abre la cremallera de su pantaloncillo para sacar su miembro y ubicarlo en la entrada de mi sexo ya humedecido. Poco a poco se va hundiendo dentro de mí, llenándome por completo y haciéndome sentir extasiada al mover sus caderas rítmicamente. El compás es exquisito y abrumador. Me sujeto de los reposabrazos de la silla en busca de apoyo y me sostengo sobre la punta de mis pies para coordinar los movimientos de mi cuerpo con los suyos. Dejo caer mi espalda sobre su pecho en el instante en el que sus dedos comienzan a presionar la punta de mis pechos con sumo cuidado. Su boca se mueve deliciosamente por mi cuello, mientras va pronunciando palabras de amor que me llevan al borde del precipicio.

—Eres una delicia, nena, y me vuelves loco cuando absorbes de esa manera, como si quisieras devorarlo.

Sus embestidas se hacen más violentas y exigentes. Una de sus manos se cuela entre mis piernas para acariciar aquella parte de mi cuerpo que me vuelve loca de deseo. Cada parte de mí reacciona con descaro en respuesta a sus caricias. Comienzo a moverme desesperadamente de arriba abajo, luego de un lado al otro y en forma circular; alternando entre uno y otro movimiento. En un instante me convierto en su esposa, en su amante y en la puta que todo hombre necesita en su cama. Mis gemidos son la respuesta a las exquisitas sensaciones que me hace sentir cada vez que me toma entre sus brazos. Los suyos son el resultado de lo que le hago sentir cuando me dejo llevar y me entrego en cuerpo y alma. La manera en que le demuestro lo mucho que lo amo. El final es el previsto para una pareja que se ama con toda el alma y el corazón. Un orgasmo que toma todo de nosotros y mucho más; un amor inmenso que es capaz de superar cualquier barrera por imposible que esta sea. Una vez que regresamos a la realidad, me acurruca sobre su regazo como si fuera su pequeña nena.

»Adoro esta vida que tengo contigo, cariño ―expresa, entre cada beso suave que deja sobre mi rostro―, no cambiaría nada de lo que tenemos ―hundo mi nariz en su cuello y aspiro de su varonil aroma―. Mi hogar siempre será donde tú estés, pero no dudes que haré todo lo que esté en mis manos para bajar el cielo y tenderlo a tus pies ―deslizo mis labios sobre su piel―. Y, si el destino se empeña en separarnos, no dudes ni por un solo segundo, que hallaría la forma de regresar. Eres mi gran amor, la única mujer a la que amo y amaré por el resto de mis días. La que juré amar más allá de mi vida.

Sus palabras me causan mucha emoción, pero también me afectan terriblemente, porque no soy capaz de imaginar una vida sin él. Prefiero morir si llego a perderlo. Iré con mi esposo a dónde quiera que él vaya.

―¿Qué te parece si nos dedicamos a disfrutar de nuestra vida tal como lo hemos hecho hasta ahora? ―lo beso en los labios antes de levantarme de sus piernas. La conversación me puso intranquila―. Nuestra princesa ha comenzado a dar pataditas y sé que, si me demoro por más tiempo, me arrancará las entrañas y terminará comiéndoselas por tu culpa. Recojo el vestido del piso y me lo pongo. Cierro los ojos y respiro profundo sin que él se dé cuenta. No quiero conversar sobre ese tipo de temas, porque me ponen nerviosa. Se levanta de la silla y me gira con lentitud para colocarme de frente. Sujeta mi mentón con sus dedos y eleva mi cara para que lo mire directo a los ojos.

―Lo siento, nena… no quise perturbarte con el comentario ―se ve agobiado―, no era mi intención.

Niego con la cabeza, mientras lo estrecho entre mis brazos. Pensar en que pueda perderlo me pone muy ansiosa. Necesito convencerme, en medio de este momento tan perturbador, que él estará conmigo por mucho tiempo.

―No te preocupes, cielo, solo estoy sensible por el embarazo ―inhalo profundo―, no hay motivos para disculparse.

Sonrío y ahueco su rostro entre mis manos. Lo miro a los ojos mientras me alzo en la punta de los pies y lo beso con suavidad para empaparme de la dulzura de sus labios y de todo el amor que nadie, más que él, es capaz de ofrecerme.

―¿Estás segura, preciosa?

Él me conoce lo suficiente para saber que eso me ha afectado más de la cuenta, pero no quiero que una tontería como esta amenace el hermoso día que hemos compartido hasta ahora.

―¿Por qué no habría de estarlo?

Le inquiero, risueña. Parece no estar convencido de mi respuesta en forma de pregunta. Así que le muestro la sonrisa más radiante de todas para convencerlo de que todo está bien conmigo, que es algo pasajero provocado por el embarazo.

―Mueve ese trasero delicioso, cariño ―suelta un cariñoso azote sobre mis nalgas―, que ahora tu marido tiene hambre de comida… y quizás más tarde le provoque una buena ración de postre.

Salgo de allí con una enorme sonrisa dibujada en mi rostro, esta vez una real que me hace olvidar el nefasto pensamiento que me produjeron sus palabras. Hago borrón y cuenta nueva.

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