Capítulo 3
De: Victoria, Tomsk
Hola, Taya.También soy escritora, estoy terminando mi primer libro.Te agradecería si pudieras hacer una reseña y enviarlo a una editorial.¡Gracias!Victoria.
Respuesta:
Hola, Victoria.Te deseo éxito e inspiración en tu trabajo.En el sitio web de cada editorial hay una dirección de correo electrónico donde puedes enviar tu manuscrito.¡Suerte!Taya Grot.
Conclusión:
No pongas sobre los hombros de otros lo que puedes hacer tú misma.
Más absurda la situación no podría ser.Estoy sentada frente a un hombre que hace poco me había prometido problemas si algo salía mal.Y él —frente a una mujer que no le gusta ni por su comportamiento ni por sus palabras.
Pero le salvé la vida.Y esa comprensión atraviesa la niebla de mi mente, golpeando mi conciencia como si intentara hacerse oír.Lástima que mi cráneo sea tan duro que lo único que oigo son los golpes sordos contra él.Aunque no, eso no son golpes —es mi corazón, que late desbocado y parece haber saltado hasta la garganta.
—Tienes sangre —dice Max, mirándome con una especie de fascinación.
No parece muy preocupado por el hecho de que su pómulo y su mejilla estén literalmente despellejados.El golpe no fue nada suave.
Sigo su mirada hacia mi muslo.La sangre se filtra a través de los vaqueros, y la escena es tan fea que por un instante el mundo se me oscurece.Pero me obligo a recomponerme, recordando que hace poco me rasgué la pierna con el borde de una estantería cuando se cayó.Parece que la herida se abrió de nuevo.Todavía no logro entender qué parte me duele más; siento como si me hubieran golpeado con todo el cuerpo contra el suelo.Y aun así, en medio de todo eso, me invade una absurda alegría: salí viva.¿Será efecto del golpe contra el asfalto?
—Un rasguño —murmuro con los labios resecos.
Max suelta una sarta de palabrotas en la que se adivinan insultos hacia el idiota del conductor y hacia la imprudente escritora.Me falta el aire del coraje.¡Tú…! ¡Yo te…!
Se levanta, exhala ruidosamente, me agarra de la mano y me pone de pie de un tirón.Me mareo.El impulso de decirle todo lo que pienso de él se desvanece, solo logro respirar a bocanadas.Tal vez exageré un poco con eso de “no pasa nada”.Podría haber sido más delicado.
Max parece darse cuenta, aunque con cierto retraso.
—¿Te duele? —pregunta con voz ronca—. ¿Puedes caminar? Vivo cerca. Hay que vendar la herida. O te llevo al hospital.
Intento soltarme, pero sujeta mi brazo con más fuerza.
—Respuesta incorrecta —dice, suave pero con una irritación que se palpa en su tono.
—No necesito hospital —respondo al fin, entendiendo que me había hecho una pregunta—. Pero no voy a tu casa.
—Y yo no te voy a soltar —replica con una calma tan desarmante que me quedo mirándolo, incrédula.
—¿Qué tontería es esa? —digo, más alto de lo que quisiera.
—¿Necesitan ayuda? —suena una voz cerca.
Giramos la cabeza al mismo tiempo.Una pareja joven nos observa, tomados de la mano.Nos miran con compasión y cautela, como animales pequeños, pero no indiferentes.
—No, no, todo bien —dice Max con una sonrisa encantadora.Me toma del codo y me aparta suavemente—. Solo unos rasguños.
No alcanzan a decir nada más.Yo solo trato de mover los pies para no volver a caer.
—Taya, créeme, sé que no parezco el caballero de tus sueños, y encima no fui yo quien te salvó, sino tú a mí.Pero quedarse ahí habría sido, como mínimo, estúpido —dice.
—¿Y tú prefieres lo estúpido o lo listo? —respondo con sarcasmo.
—Me gusta lo agudo —sonríe Max—. Si recuerdas a qué me dedico, sabrás de qué hablo.
Tardo unos segundos en entender que se refiere al tatuaje con aguja.Y casi al instante siento el impulso de darle con algo en la cabeza.Pero en vez de eso, mi vista se fija en una diminuta línea blanca entre su cabello negro.Parpadeo. ¿Qué es eso?
—Quizás quien deba ir al hospital seas tú —dice él de repente.
—O tú —respondo automáticamente.
—Estoy perfectamente.
Vuelvo a sentir ganas de darle un golpe.No debí haberlo salvado.
Pero algo se contrae en mi pecho, y en mi mente se repite la imagen de la escena: el coche, el golpe, el cuerpo de Max lanzado por los aires.Me estremezco.
Él me mira rápido.—Ya llegamos —dice con una calma que, más que tranquila, suena tranquilizadora.
Me arrastra hacia el portal y subimos al segundo piso.Está limpio, acogedor, aunque apenas lo noto.El muslo y la rodilla laten con dolor.
Abre la puerta y me hace entrar.
—No te asustes. Aquí vive mi amigo. El orden es un invitado tan raro como las escritoras de novelas románticas —dice, justo cuando yo “accidentalmente” piso su pie.
La puerta se cierra. El clic del cerrojo me hace tragar saliva.Una loca idea me cruza la mente: ¿y si fue un error venir?Pero se desvanece cuando suena mi teléfono.
Vera.
¿Otra vez ella?Preferiría mil veces oír a Valya o a Liza, que seguro me estarían riñendo por llegar tarde.
Max alcanza a mirar la pantalla, y su expresión cambia.
—¿Esa es ella? —pregunta con tono casual.
Esa misma.La rubia traicionera que filtra conversaciones creyendo que así se gana el favor del que “abre los ojos”.Conmigo no hay nada que “abrir”.Si Max Young no me gusta, no me gusta ni en los mensajes ni aquí, de pie frente a mí.
No quiero contestar, así que asiento sin palabras.
—¿Lo sabe? —pregunta seco.
Niego con la cabeza y trato de guardar el móvil, pero Max me lo arrebata y pulsa “aceptar”.
—¡Eh! —protesto, intentando recuperarlo, pero él ni me mira.
—Buenas noches, Vera —dice Max con una cortesía perfecta.Su voz grave me recorre como un escalofrío, un polvo de hielo bajando por mi columna.
Por fuera parece tranquilo, pero puedo sentir que se contiene a duras penas.
—No se preocupe, Vera, Taya está bien. Después de nuestra conversación, decidí conocerla en persona. No todos los días se tiene la oportunidad de hablar cara a cara con una escritora.
Lo miro con ojos entrecerrados.Cada palabra suya es una hoja de cuchillo envuelta en franela: suave, suave, suave… hasta que asoma el filo y te corta las venas.
—No, no hace falta que venga —añade Max con una sonrisa—. Todo está bien, ¿verdad, Taya?
—Vete al diablo —es lo único que consigo decir.
Me mareo. Quiero sentarme.Y, más que nada, quiero estar lejos de Max Young y de su maldito apartamento.
—Todo está bien. Adiós, Vera —concluye él y me devuelve el teléfono.
—¿A qué viene este circo? —pregunto, agotada.
—No soporto a los traidores —responde encogiéndose de hombros—. Prefiero un enemigo honesto a un amigo que vendería tus secretos por un suspiro.
Lo miro con interés.¿Frase para quedar bien o realmente lo siente?Después de todo, Vera le hizo un favor, aunque fuera por interés.Pero por su cara, parece que aprecia el gesto, no a la autora.
—Pasa —dice, frunciendo un poco el ceño—. Aquí Ali tiene siempre un caos, pero es lo que hay.
Y sí, caos es la palabra.Cajas, frascos de pintura, plantas en macetas y un gato atigrado en el alféizar, que nos observa con un ojo amarillo mientras el otro sigue durmiendo profundamente.
El sofá, caro y de buena calidad, está cubierto de una montaña de ropa y trastos.
Mientras Max va por el botiquín, me da tiempo a mirar el apartamento.El desorden es más por cosas tiradas que por suciedad.Apuesto a que alguien viene a limpiar de vez en cuando.
En las paredes, cuadros.Todo fantasía y ciencia ficción.Distingo a Royo y a Vallejo, y seguro hay otros artistas, pero no los identifico.Si Liza estuviera aquí, lo sabría al instante.Hoy probablemente está repartiendo invitaciones para su exposición del miércoles.
Por un momento me pica la conciencia.No está bien.Pero ya la llamaré, me disculparé y de todas formas iré.
Max vuelve, me mira con gesto crítico.
—Desnúdate —dice seco, con la misma entonación que si ofreciera una taza de té.
