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Acorralada

El viaje estuvo muy agotador. Prendí mi celular y tenía millones de mensajes de Nicholas. Me rompía el corazón saber que me estaba engañando.

«Te amo, no me hagas esto, podemos hablar y solucionar lo que te está ocurriendo.»

No quise responder, era mejor así. Mi cabeza en ese momento no podía pensar en nada más que encontrar al enfermo que me secuestró y tenía que enfocarme en eso.

Legué al hotel y me tumbé en la cama a mirar el techo. Tenía que encontrar a ese hombre y mi ansiedad no me permitiría darme todo el tiempo del mundo para hacerlo. Tomé mi MacBook y busqué en Google toda la información del psiquiatra.

Aún trabajaba en la Clínica Cumbres y me aparecía la dirección de su consulta privada.

Me duché, me vestí y fui al lugar que tanto sufrimiento me trajo: la clínica de rehabilitación.

El taxi me dejó en la entrada, me bajé y la miré con un poco de miedo, recordando a Andrés y lo que me había hecho. Todo seguía igual. Respiré profundo y entré.

Me acerqué a una de las secretarias y le dije:

—Hola, estoy tratando de ubicar a un médico, Rodolfo Merino. Soy una ex paciente de él y quiero volver a atenderme.

—El doctor no se encuentra, pero si quiere puede llamar a su consulta y pedir una hora.

Me entregó una tarjeta en donde aparecía el número de teléfono y la dirección. Llamé a la consulta y tenía hora para dos meses más, así que me fui a la dirección y esperé sentada justo en una butaca que había en frente del edifico.

Fueron horas esperando, hasta que llegó el momento. El famoso doctor venía saliendo. Me apresuré para alcanzarlo hasta que llegué a solo unos metros de su espalda.

—Merino, ¿me recuerda?

Se dio la vuelta. No lo noté sorprendido al verme, al contrario. Sentí como si él supiera que yo iría por él.

—Por supuesto que te recuerdo. ¿Cómo alguien podría olvidar esa bella cara y ese bonito cuerpo? —Me miró de pies a cabeza.

—Usted y yo vamos a conversar.

Se acercó, estábamos en plena calle con mucha gente a nuestro alrededor, así que estaba en terreno seguro.

—Si tú quieres obtener algo de mí, yo obtendré algo de ti. —Se mordió el labio inferior.

—¿Qué es lo que quiere? —pregunté, intentando guardar mi cara de asco al verlo hacer ese gesto sexual.

—Acompáñame, ya lo sabrás. —Tomó mi brazo y me encaminó al estacionamiento que estaba al frente del edificio.

Nos subimos a su auto y sin hablar absolutamente nada en el camino, llegamos al que creí que era su apartamento.

Era bonito, le gustaba el arte moderno y los colores rojos y blancos. Era notorio porque la decoración era completa de esos colores.

—¿Un jugo, Emilia? —Se sirvió en un vaso y lo bebió.

—¿Crees que sería tan estúpida de aceptar algo tuyo? —Arrugué la frente a modo de desaprobación.

—Sí lo creo, estás acá. —Rió.

—¿A quién estás ayudando? Por favor, Rodolfo, dímelo .

—Ya te lo dije, si quieres información tú tendrás que darme algo. —Levantó las cejas.

Nuevamente se acercó. Me tomó de la cintura y con un fuerte empujón me acorraló contra la pared. Su erección se sentía, lo que el quería de mí, claramente era sexo.

—A ver, Rodolfo, creo que no tenemos que apresurarnos. Primero necesito una prueba de que me dirás la verdad. —Lo alejé, dándole un empujón.

«Quizá la forma de tratar a un médico que analiza todo es justamente haciéndole creer que le daría lo que quiere», pensé.

—Emilia, realmente eres muy tonta. ¿Tú crees que vas a salir de acá sin dejar que te pruebe?

Viniste a meterte a la jaula de un león.

Todo lo que él me estaba diciendo yo lo sabía y no tenía ni la más mínima idea de cómo saldría de ese lugar, pero de ahí no me iría hasta tener algo de información.

—Emilia, eres muy sexi. Que suerte la de Nicholas. —Se acercó y deslizó su dedo índice por mi esternón.

—A él no lo nombres, no tiene idea de que estoy acá.

Me tomó por la cintura, me apretó nuevamente con su cuerpo y empezó a besarme el cuello.

—Hueles tan bien —dijo, hundiendo su nariz en mi cabello. 

Necesitaba vomitar. Entre el cansancio del viaje y el estrés que estaba viviendo no podía más.

—Rodolfo, por favor, dímelo. ¿Quién está detrás de esto?

Se me quedó mirando a los ojos y se alejó.

—Emilia, ya estabas tranquila. ¿Por qué decidiste regresar?

—No fui yo quién lo decidió, fueron las circunstancias. Me hicieron creer que estaba loca y que tú nunca habías existido en mi secuestro. ¿Por que Nicholas te está llamando a la clínica?

—¡Ah, ahora entiendo! ¿Le revisas el celular a tu esposo? Eso no se hace.

—Eso no creo que te importe.

—¿Por qué no le preguntas a él qué es lo que hacía llamándome? —Rió.

—Porque no lo quiero involucrar.

—Estás equivocada, él ya está involucrado, bonita. ¿O qué crees?

—¿Por que tanto odio? —Empecé a llorar.

—Tú no estás entendiendo nada. Lo que tienes de bonita lo tienes de estúpida. A ti solo hay una persona que te odia, los demás te queremos. —Sonrió.

—Fue un error haber venido, yo mejor me voy. —Caminé hacia la puerta.

Rodolfo de inmediato se interpuso, bloqueándome la salida. Nuevamente me acorraló.

—Vamos, Emilia, dame un poco de esto. —Empezó a besarme el cuello mientras me desabrochaba los botones de mi blusa.

—Por favor, tú sabes que si no hay consentimiento es violación. —Intenté alejarlo con mis manos.

—¿Quién te va a creer? Ex paciente que se obsesionó con su médico y está ahora en su apartamento.

Me tomó fuerte del brazo y me arrastró hasta su habitación. Me tiró en la cama, se puso sobre mi y me rompió el sujetador, dejando ambos pechos libres.

Yo solo podía llorar, realmente fui una estúpida, no debería haber ido sola y menos estar escarbando en medio de una bomba atómica .

—Por favor, no lo hagas, no sigas.

Con una sonrisa burlona empezó a lamerlos. Cerré los ojos, entregada, hasta que escuché a mi voz favorita:

—¡No te atrevas a seguir tocándola! —gritó mi esposo.

Nicholas sacó a Rodolfo de un empujón, tirándolo al piso. Yo solo veía golpes. Lo que estaba ocurriendo era mi culpa y tenía que detenerlos antes de que alguno matara a otro.

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