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3. Victoria Silenciosa

Solanch siguió caminando, y el salón pareció abrirse a su paso como un mar de miradas contenidas. Todos hablaban en silencio. Todos pensaban lo mismo: la mujer caída había regresado y no necesitaba gritar para ser temida.

Los músicos retomaron su melodía con discreción, como si esperaran que el roce de los violines disolviera el momento incómodo. Los camareros se deslizaban entre la multitud con bandejas llenas, como si nada hubiera pasado. Pero todo había cambiado.

Ella no lo miró. Ni una sola vez.

Mikhail la observó alejarse. Con cada paso de ella, algo dentro de él se deshacía.

No era amor lo que lo carcomía.

Era orgullo herido. Poder desafiado.

La pequeña Solanch ya no era su sombra… ahora era el foco de todas las luces.

Ella cruzó la gran puerta del salón y la brisa nocturna la recibió con un suspiro cálido, como si el universo mismo la recompensara por su templanza.

No necesitaba quedarse para demostrar nada más.

Su aparición ya había trastornado la noche, las estrategias, los recuerdos.

Por esa noche no deseaba enfrentar a nadie más.

No necesitaba arrasar. Solo recordarles que estaba de regreso.

Mientras se alejaba del edificio, la ciudad la envolvía con su murmullo eterno.

Los flashes se apagaban.

Los ecos se dispersaban.

Y ella, Solanch Casanova, sonreía apenas.

Mañana comenzaría la verdadera guerra.

Pero esta noche… esta noche, ella había ganado sin disparar una sola bala.

Las luces de la ciudad danzaban en los cristales del auto mientras Solanch se deslizaba en el asiento trasero con una gracia mecánica, casi programada. Llevaba los hombros erguidos, el mentón en alto, pero en sus ojos había un cansancio elegante, ese que solo conocen quienes han sostenido su máscara demasiado tiempo frente a demasiadas miradas.

William entró tras ella, tomando su lugar en el asiento del copiloto sin pronunciar palabra. Solo la miró por el espejo retrovisor, estudiando la forma en que Solanch cruzaba las piernas, acomodaba su abrigo y encendía la tablet con movimientos firmes. No era la joven de antes. Era una ejecutiva en su más plena transformación, fría, enfocada, meticulosa.

—¿Dónde la llevo, señora Solanch? —preguntó Kalef, su chofer de confianza, mientras ponía en marcha el motor.

—Regresemos al hotel… esta noche fue muy cansadora —respondió ella sin apartar la mirada del dispositivo entre sus manos.

Kalef asintió en silencio y tomó la ruta hacia el centro financiero, alejándose del esplendor fingido del evento benéfico que los Volkov habían organizado. Un evento que había sido cuidadosamente planeado para lucir generoso… pero ella sabía leer entre líneas. Y en ese juego de apariencias, los Volkov aún jugaban sucio.

Durante el trayecto, el silencio dentro del vehículo era denso, cómodo. William sabía cuándo hablar y cuándo callar. Por eso, ella confiaba en él. Porque no exigía explicaciones. Solo cumplía.

Deslizaba sus dedos por la pantalla con rapidez, leyendo con atención los archivos que él le había enviado esa misma tarde. Informes financieros, contratos filtrados, nombres de nuevos inversionistas, detalles que parecían inofensivos pero que gritaban corrupción para quien sabía escuchar.

—William… —dijo ella de pronto, sin levantar la mirada —Asegúrate de que mi ayuda benéfica llegue a manos del orfanato. No quiero que ni una moneda se pierda en manos equivocadas.

—Sí, señora —respondió él con precisión.

Ella asintió levemente, sin más. Volvió a fijar su atención en los nombres que pasaban por su pantalla. Algunos le resultaban familiares, antiguos aliados de su padre, otros nuevos socios con sonrisas falsas y promesas vacías. Habían tomado el legado Casanova y lo habían convertido en una pieza más del mercado sucio que los Volkov dominaban.

Pero eso se terminaría. Pronto.

Cada nombre en esa lista sería investigado. Cada transacción desmenuzada. Ella había regresado por justicia. Por control. Por venganza si era necesario.

Afuera, la ciudad nocturna parecía ignorar su guerra silenciosa. Pero dentro de ese auto, Solanch Casanova ya no era una mujer derrotada. Era una fuerza moviéndose entre sombras con precisión quirúrgica.

William la miró de reojo, sin decir nada más. Porque lo sabía.

Esa noche, la máscara había caído para todos los demás.

Pero la verdadera Solanch apenas estaba comenzando a mostrarse.

El sol apenas se filtraba por las enormes ventanas del penthouse cuando Solanch Casanova ya estaba en pie. El mundo aún despertaba, pero ella llevaba horas revisando informes, respondiendo correos y organizando reuniones.

Había dormido poco, como siempre que el pasado reaparecía disfrazado de gala y discursos.

Se colocó su traje negro de dos piezas, impecable y sobrio, con una blusa de seda color marfil que realzaba su elegancia sin esfuerzo. Su cabello recogido con precisión matemática y labios pintados de un rojo discreto. Poder y control, en cada línea de su apariencia.

A las ocho en punto, William la esperaba en el comedor con el itinerario del día.

—Reunión con el consejo administrativo de Blake Agency a las nueve. Almuerzo privado con la directora de relaciones públicas a las doce. Y a las tres, la primera revisión de los contratos pendientes con Volkov Enterprises —informó él con voz firme.

—A las tres con Volkov… —repitió ella, mientras sorbía un café negro —Que confirmen que será presencial.

—Ya lo hice. Mikhail enviará a su hermana, Katerina. Él aún no da señales de aparecer.

Solanch sonrió con una curva seca. Típico. Se escondía detrás de otros cuando el suelo comenzaba a crujir.

—Perfecto —respondió —Quiero ver hasta dónde están dispuestos a fingir que todo sigue en orden.

Minutos después, bajaron al auto. Esta vez, el vehículo no era solo transporte, era un centro de operaciones móvil. Kalef conducía con fluidez, mientras William se mantenía a su lado contestando llamadas. Solanch, en la parte trasera, revisaba planos del nuevo proyecto inmobiliario en el que su padre había puesto los cimientos antes de morir. Un proyecto que los Volkov habían paralizado tras su salida… y que ahora ella estaba decidida a retomar.
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