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El Guardaespaldas:

Kira:

La llamada telefónica de mi tía me tomó por sorpresa. Me explicó que el huésped de Villa Philipides desea hacerse un arreglo de cabello y me pidió acudir a la Villa para llevar a cabo el trabajo.

Nuestra isla es pequeña. En el extremo norte se asienta el pueblo pesquero de Santa Eduviges, población de tres mil habitantes. Nuestros ingresos económicos dependen fundamentalmente de la pesca y del movimiento de turistas que cada año realizan extensos tours por éstas islas griegas.

En el extremo sur se encuentran al menos cinco propiedades privadas, todas pertenecen al mismo hombre, al millonario y misterioso Señor Alexander Philipides. Los habitantes del pueblo de Santa Eduviges hablan de él con tal nivel de admiración, que cualquiera pensaría que el hombre es un dios.

Theos. El tipo es rico por supuesto, asquerosamente rico y posee el tipo de look que hace que las mujeres caigan como palomas heridas a sus pies, pero tiene fama de no pasar más de unas pocas semanas con sus amantes. Las cambia más rápido de lo que cambia de ropa interior.

Sin embargo, lleva tres años desaparecido de los tabloides y demás revistas de cotilleo. Los paparazzi están destrozados, Alexander siempre les proveyó noticias jugosas que eran bien pagadas. Son muchos los periodistas que se atreven a especular que Eros finalmente ha flechado al poderoso magnate y no lo dudo.

Algo grande tuvo que haber sucedido hace tres años, porque desde entonces el empresario encargó la construcción de una monstruosa Villa en su extremo de la isla. He oído a los chismosos del pueblo susurrar que la mansión está intencionada para ser su residencia y la de esposa. Sin embargo, no ha habido ningún anuncio de compromiso o de boda liberado a la prensa.

No es que me interese ni me afecte directamente…pero mi tía trabaja allí y …Giro el volante y freno a centímetros de la verja de entrada.

Bajo el cristal del auto y presiono el botón del intercom.

—¿Hola? Soy Kira Samaras he venido a petición de mi tía Yulia Kiriakis.

Nada, silencio.

Vuelvo a accionar el botón y repito.

—¿Hola? Soy…

—Adelante. - me responde una voz gruesa, masculina. Una voz que me hace pensar en chocolate fundido y whisky. Se engarrotan los dedos de mis pies y miro al intercom perpleja.

Esto no me había sucedido antes, nunca me había excitado un desconocido solo de escuchar su voz.

La verja de entrada se abre y paso al jardín de entrada. Es impresionante la colección de estatuas representativas de los antiguos dioses griegos, las borboteantes fuentes y los arbustos floridos. El césped da envidia. Conozco gente que mataría por algo así.

Salgo del carro, abro el maletero y saco el maletín que contiene mis herramientas de trabajo. Un hombre viene a mi encuentro.

¡Oh, por los tangas de Afrodita!

El tipo parece que lo han dibujado los mismos ángeles. Es alto, debe medir un metro ochenta o más, los músculos de sus brazos son fuertes y bien definidos. Su rostro serio denota madurez y seguridad, su andar es firme y se mueve como si fuera el dueño de todo lo que le rodea. Sus labios son delgados y su nariz pequeña. Lo que más me gusta de su aspecto es su cabello negro y lacio, lleva un estilo que permite que dos gruesos mechones caigan a cada lado de su perfilado rostro, sin hacerle lucir afeminado, por el contrario, tiene un aspecto que le hace parecer peligroso. Viste completamente de negro, excepto por un pulso doble de cuentas de madera que lleva en su muñeca izquierda.

—Hola, soy…

—Sé quién eres. - susurra sin siquiera detenerse a mirarme. - Sígueme.

Abro los ojos sorprendida. Así que éste papasote no solo está bueno, es además el propietario de la voz tumba tangas de hace minutos. ¡Uyuyuy! Si no fuera tan cortante sería un perfecto candidato para una noche de sexo sin compromiso…o dos.

Voy justo atrasito del monumental desconocido, bordeando el jardín, entra por una puerta y le imito.

—Kira, hija. Qué puntual eres. La muchacha te espera arriba en su cuarto. - saluda mi tía, secándose las manos en el delantal.-. Gracias por traerla Patrick.

Patrick.Mhhhh,

—Entrégueme su celular, Señorita. - ordena.

—¿Disculpa? - pregunto indignada.

—Es una medida de seguridad, hija. Kyrios Alex no desea que se filtre información sobre su Villa o sobre sus huéspedes.

—Pero tía…

—Has lo que te pide Patrick, te devolverá el celular en cuanto estés lista para marcharte. Anda, no seas impertinente.

Gruño, depositando mi amado celular en la palma extendida de Patrick. Se gira y se marcha sin decir ni pío.

—Ven, te acompaño a conocer a tu clienta. Está ansiosa por un cambio de look. - mi tía entrelaza sus brazos en mi codo y me guía rumbo a unas gigantescas escaleras. El objeto de mis pensamientos lujuriosos ha desaparecido.

—¿Quién era ese sujeto, tía, ¿el que se ha llevado mi celular?

—Ah…es justo tu tipo, ¿no? Toda esa intensidad contenida…- mi tía ríe como adolescente. – Ése es Patrick Amíntoros, es el hombre de confianza y guardaespaldas de Kyrios Alexandros.

***

—Ya está. – canturreo orgulloso de mi trabajo. Le alcanzo los espejuelos a la muchacha y ésta se contempla en el espejo del lavado del baño, críticamente.

—Quedó divino. - suspira complacida, acariciando su nuevo cabello liso y lustroso con los dedos.

—Mis trabajos son de calidad. - fanfarroneo y le guiño un ojo. Recogiendo y limpiando las tijeras, los peines, la brocha y el embace del producto para realizar el laceado.

Me han pagado doscientos euros, nada mal para un trabajo a domicilio. La chica está que estalla de felicidad. Sospecho que se ha animado al arreglo para impresionar a su anfitrión. No es el tipo de bellezas despampanantes, pero es amigable y conversadora y ocurrente. Me he divertido mucho con ella. Además, hacía mucho que no practicaba mis habilidades para hablar inglés con alguien y la pronunciación de ella me ha sorprendido mucho, es muy buena.

—¿Lista para las cejas? - pregunto mostrándole las pinzas amenazadoramente.

—¿Podrías aplicarme una crema o algo antes? No sé a otras, pero se me inflama la piel y me duele cuando me las depilado.

Rebusco entre mis cosas dentro del maletín. Le muestro un bote de vaselina.

—¿Esto te parece bien?

Sonríe y contesta.

—Es perfecto.

***

Luego de hacerle la manicura y la pedicura a Yolie, recojo mis cosas y salgo de su cuarto. Se ha metido en la ducha a darse un baño.

Me enfilo en busca de las escaleras, giro en éste pasillo, y vuelvo a girar en el otro y nada. Camino por un par de pasillos más y nada. Aprieto los labios. Estoy al girarme y regresar sobre mis pasos cuando le veo venir.

Tiene una expresión de enojo evidentísima. Me mira con cara de odio y viene apretando sus manos en puños.

—¿Se puede saber que carajos hace aquí, señorita Samaras? Pensé que había sido claro en qué no se permiten desconocidos husmeando por toda la Villa.

Le miro achinando los ojos. Don bombón tiene el carácter de un pimiento verde.

—No estaba husmeando. - le respondo molesta. - Me perdí.

Cruzo mis brazos sobre mi pecho en actitud petulante. Tengo que estirar el cuello para poder mirarle a la cara. Es demasiado alto el tipo. (Patrick se llama Patrick.) Mido un metro sesenta y me está dando tortícolis de intentar sostenerle la mirada.

Hace una mueca exasperado y me agarra del codo obligándome a separar los brazos y llevando a tirones consigo.

—¡Suéltame, maldito bruto! - protesto forcejeando por liberarme.

—Lo haré. No me produce ningún placer tocarte, créeme. - pronuncia entre dientes

—¡Qué me sueltes te he dicho!

Re revuelvo y forcejeo intentando conseguir que me suelte. Doblamos una esquina y estamos frente a las escaleras. Me suelta de un tirón y doy un traspié.

—Todo listo. Confío en que desde aquí pueda encontrar la salida. - masculla y me da la espalda alejándose.

—¿No se te olvida algo? - ladro tras de él, acariciando mi codo. Tengo una piel muy blanca, el mínimo roce demasiado fuerte se convierte en moretones que duran días.

Se gira hacia mí y saca impaciente una billetera de uno de sus bolsillos.

—No pregunto por dinero. Ya Yolie pagó por mi trabajo. Lo que quiero es mi celular. - exijo en tono petulante.

—Ah, cierto. - comenta. Saca mi celular de otro de sus bolsillos y me lo lanza.

Por suerte tengo buenos reflejos y lo atrapo.

Me giro, con intención de bajar las escaleras y le oigo decir.

—No ha parado de sonar en las últimas tres horas. Te han llamado Marco, Sebas y Raúl.

Ni siquiera le miro. Sigo bajando las escaleras y me dirijo a la cocina en busca de mi tía.

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