Capitulo 4: La Verdad de los Lazos
Capítulo 4: La Verdad de los Lazos
El pasado nos consume, la verdad nos persigue, la venganza se ha vuelto nuestro verdugo.
Secretos del pasado buscan su luz para que la verdad sea revelada, no impor-ta cuántas personas se interpongan, la verdad surgirá y la muerte de los traido-res caerá.
Ten cuidado, muchas veces buscamos a la persona perfecta y al no encontrar-la, dañamos a esa persona que de verdad nos ama.
1. El Confrontación Paternal
El trayecto en coche de regreso a la mansión se sintió eterno, a pesar de la corta distancia. Ethan, acurrucado en mi regazo, dormía profundamente, su pequeña y cálida presencia una ancla en el torbellino de pensamientos que me asaltaban. La adrenalina de la pelea con el renegado y la decisión impulsi-va de adoptar a un lobezno se habían disipado, dejando paso a una mezcla de ternura, ansiedad y una pizca de pánico. ¿Cómo demonios le diría a mi padre que no solo había regresado temprano de una de sus ─fiestas importantes─, sino que había vuelto con un niño lobo? Mi padre, el Alfa de Alfas, un hombre de hierro, la personificación misma del orden y la tradición. La imagen de su rostro al verlo, ¿sorpresa? ¿ira? ¿o quizás… orgullo? La última opción me hizo sonreír débilmente. Eso sería un milagro.
Cristian, mi fiel amigo y cómplice silencioso, manejaba con su usual calma, pero podía sentir su mirada ocasional a través del espejo retrovisor, una mez-cla de curiosidad y preocupación velada. Él conocía mis excentricidades, mis arranques de impulsividad, pero esto… esto era un nivel completamente nue-vo.
─Llegamos─, su voz rompió el silencio, y el coche se detuvo suavemente fren-te a la imponente entrada de la mansión. La construcción se alzaba majestuo-sa bajo la luz de la luna, sus ventanales brillando con el resplandor de las lu-ces interiores, como un faro en la oscuridad. Para mí, era un hogar, un refugio de las exigencias del mundo exterior, aunque a veces se sintiera más como una jaula de oro.
Tomé a Ethan con cuidado en mis brazos, su peso ligero, su respiración suave contra mi pecho. Su inocencia me daba fuerza. No estaba sola. Tenía a este pequeño. Mi pequeño Ethan. Cristian bajó del coche, y abrió mi puerta con un gesto mudo, sus ojos fijos en el lobezno dormido. No dijo nada, pero sus cejas arqueadas lo decían todo. Era una pregunta silenciosa: ¿Estás segura de esto, Grey? Y mi respuesta, también silenciosa, era un rotundo sí.
Entramos a la mansión. El silencio era casi ensordecedor después del murmu-llo de la fiesta y el viento en el bosque. Nana, mi querida Nana, apareció por el pasillo, su rostro una mezcla de preocupación y alivio al verme. Antes de que pudiera regañarme por mi huida, sus ojos cayeron en Ethan. Sus ojos se abrie-ron de par en par, su boca se abrió en una pequeña ‘o’ de sorpresa.
─Mi niña, ¿qué…?─, comenzó, su voz un susurro ahogado.
─Nana, luego te explico. ¿Mi padre está en su estudio?─ pregunté, apresura-da. Necesitaba esto de una vez.
Ella asintió, aún aturdida, sus ojos alternando entre Ethan y yo. ─Sí, está espe-rándote. Parecía… preocupado─.
Preocupado. Eso era una subestimación. Mi padre no se preocupaba, se en-fadaba. Soltaba la furia de su lobo Alfa cuando no se salía con la suya. Pero hoy no era por él, era por mí. Y ahora, por Ethan.
Caminé por los pasillos que conocía de memoria, cada paso resonando en el silencio. El peso de la conversación que se avecinaba se asentaba en mis hombros, pero la suave respiración de Ethan contra mi cuello me recordó por qué lo hacía. Él valía la pena. Él valía cualquier reprimenda, cualquier discu-sión.
La puerta del estudio de mi padre estaba entreabierta. Pude escuchar el mur-mullo de su voz, grave y autoritaria. Estaba hablando por teléfono. Respiré hondo y empujé la puerta, entrando sin más preámbulos.
Mi padre, Alexander Maximus, el Alfa de la Manada Luna Roja y, para el resto del mundo, un magnate de los negocios, levantó la vista de su escritorio. Su rostro, generalmente una máscara de autocontrol, se relajó por un instante al verme, una pizca de alivio en sus ojos. Pero ese alivio se transformó en una expresión de pura perplejidad, y luego, en una de asombro total, cuando sus ojos cayeron en el pequeño bulto peludo en mis brazos.
Colgó el teléfono abruptamente, el sonido seco del auricular al caer sobre la base llenando el estudio. Sus ojos, dorados y penetrantes como los de un lo-bo, me escudriñaron, y luego a Ethan. Podía sentir su confusión, su intento de procesar la escena que tenía ante sí.
─Grey─, su voz era un trueno suave, lleno de una pregunta no formulada. ─¿Qué… qué es esto?─
─Es Ethan, papá─, respondí, mi voz más firme de lo que esperaba. Me acerqué al escritorio, con el pequeño lobezno todavía dormido en mis brazos. ─Lo en-contré en el bosque. Está solo. Y ahora es mi hijo─.
Un silencio denso y pesado llenó la habitación. Podía sentir la tensión en el aire, casi tangible. Mi padre se levantó lentamente de su silla, su imponente figura proyectando una sombra sobre nosotros. Rodeó el escritorio, sus ojos nunca apartándose de Ethan. Se inclinó, su mirada inquisitiva, pero no agre-siva. Podía ver la curiosidad en ellos, la sorpresa. Él, el Alfa, el líder de una de las manadas más antiguas, ¿estaba ante la presencia de un lobezno huér-fano? Y peor aún, ¿su hija, la que renegaba de todo lo lobuno, lo había traído a casa?
─¿Solo? ¿Un lobezno?─, preguntó, su voz más suave ahora, con un tono de incredulidad.Extendió una mano temblorosa, casi con reverencia, y acarició la cabecita de Ethan. El lobezno se revolvió un poco en mis brazos, pero no des-pertó. Al toque de mi padre, sentí una extraña energía, una conexión sutil en-tre ellos. La sangre. La suya.
─Sí, papá. Estaba solo. Lo encontré en el claro cerca del lago. Fue… fue un instinto. No podía dejarlo allí─, expliqué, la verdad saliendo sin filtros. No le mencioné la pelea con el renegado. Eso sería añadir más leña al fuego de su preocupación.
Mi padre enderezó la espalda, sus ojos fijos en los míos. Pude ver una lucha interna en su mirada. La razón contra el instinto. La tradición contra el corazón. Por un momento, temí que me prohibiera quedarme con él, que me ordenara regresarlo o buscar a su manada. Pero entonces, su expresión se suavizó. Una pequeña, casi imperceptible, sonrisa se formó en sus labios.
─Ethan, ¿eh? Un buen nombre─, dijo, su voz con un deje de emoción. Luego, con una mano, acarició mi mejilla. ─Mi Grey. Siempre tan… impetuosa. Tan diferente. Pero siempre con un corazón tan grande─.
Mis ojos se empañaron un poco. Era raro que mi padre mostrara tanta emo-ción. Su aprobación, silenciosa pero palpable, era todo lo que necesitaba. Se sentía como si un peso inmenso se hubiera levantado de mis hombros.
─¿Lo aceptas, papá?─, le pregunté, mi voz apenas un susurro.
Él sonrió, una sonrisa genuina, llena de afecto. ─Claro que sí, mi niña. Es tu hijo. Y si es tu hijo, es mi nieto. Bienvenido a la familia, Ethan Maximus─. La calidez de sus palabras me envolvió, y Ethan, como si sintiera la aprobación, se acurrucó aún más en mis brazos.
Esa noche, la mansión se llenó de un tipo diferente de energía. Nana, des-pués de superar el shock inicial, se desvivió por Ethan, preparándole un nido improvisado con mantas suaves y peluches. Mi padre, por su parte, hizo varias llamadas, probablemente moviendo los hilos para asegurarse de que la ─aparición─ de Ethan no causara revuelo en la manada. Mi pequeño lobezno, ajeno a la diplomacia lobuna, durmió plácidamente, soñando con correr por el bosque. Yo, lo observé, una mezcla de agotamiento y pura felicidad en mi co-razón. Tenía una familia. Tenía a Ethan. Y eso, por ahora, era suficiente.
2. La Sombra de un Alfa: Matthew Observa
Mientras Grey se debatía entre la sorpresa y la ternura en la mansión, Matthew Alexander Whitman se consumía en una agonía silenciosa. El rugido de de Connors, que lo había aturdido en el claro del bosque, se había transformado en un lamento constante, un aullido de desesperación que re-sonaba en cada rincón de su mente. La había sentido. A su luna. Su aroma. Y luego la había visto. Bajo la luz de la luna, con un cachorro. Y luego, luchan-do. Con dagas de plata. El lobo renegado había caído bajo sus manos. Y lue-go, ella se había ido.
La frustración era una bestia devoradora en su pecho. ¿Por qué no la había reclamado? ¿Por qué se había quedado allí, observando como una sombra, mientras su mate, la mujer que había esperado por quinientos años, se alejaba con un cachorro y un arma letal en su haber? Connors, su lobo, no le daba tregua. , lloriqueaba. .
─La encontraremos, Connors. No te preocupes. Ella será nuestra─, le dijo Matthew, aunque la seguridad en su propia voz flaqueaba. La imagen de ella, con esa melena oscura y esos ojos desafiantes, se grababa a fuego en su mente. Era diferente a todo lo que había imaginado, más fuerte, más misterio-sa, y esa cualidad lo atraía con una fuerza irresistible. Pero las dagas de pla-ta... ¿Qué significaban? ¿Era una cazadora? Las cazadoras y los lobos tenían una historia de sangre y conflictos. ¿Sería ella la excepción? ¿Su mate?
Matthew se transformó de nuevo en su forma humana, sus músculos tensos, su mente girando a mil por hora. Tenía que encontrarla. No podía perderla ahora que la había encontrado. Llegó a la mansión con una furia contenida, su corazón latiéndole con una mezcla de anhelo y desesperación. La fiesta seguía su curso, un murmullo de voces que ahora le resultaba insoportable. Matthew irrumpió en el despacho, sus ojos buscando a Alec, su beta leal.
─Alec─, rugió, su voz grave, cortando la formalidad del ambiente, ─necesito que envíes a nuestros mejores rastreadores. La he encontrado. Pero se ha ido─. No dio más explicaciones. Alec, que lo conocía de toda la vida, no pre-guntó. Solo asintió con solemnidad.
─¿Dónde, Alfa?─, preguntó Alec, su voz tranquila, lista para recibir órdenes.
─Al bosque. Por el lado sur del claro del lago─, dijo Matthew, su voz más baja ahora. ─Y quiero que sean discretos. No la asusten. Solo síganla. Asegúrense de que esté a salvo. Y quiero que la traigan a casa. Sin que se dé cuenta de que la vigilamos. Todavía no─. Quería que ella viniera a él por voluntad propia, no por coerción. Pero si era necesario, la arrastraría.
Alec asintió, comprendiendo la gravedad de la situación. Su Alfa había encon-trado a su mate, y algo no estaba bien. Él mismo había sentido la extraña ten-sión en el aire, una energía diferente que emanaba del bosque. Se puso en marcha de inmediato, reuniendo a los rastreadores más sigilosos de la mana-da.
Matthew tuvo que asistir a la presentación. El gran salón, lleno de alfas y sus mates, se convirtió en una tortura. Cada vez que veía una luna abrazada a su Alfa, un vacío se abría en su pecho. Su mente estaba en otro lugar, siguiendo el rastro invisible de su mate. Podía sentir su aroma, débil pero persistente, alejándose de la mansión. La angustia de Connors era constante, un quejido silencioso.
Pasó por la ceremonia como un autómata, sus palabras mecánicas, su sonrisa forzada. Los ancianos y los otros Alfas lo felicitaron por su nuevo puesto, por su liderazgo. Pero Matthew no sentía nada. Su mente estaba fija en una sola cosa: Grey.
─¿Su Luna, Matthew?─, preguntó uno de los Alfas mayores, su voz curiosa, al notar su falta de entusiasmo.
Matthew forzó una sonrisa. ─Ella está… ocupada. Pero pronto la conocerán─. Una mentira. Una verdad a medias. Sabía que ella no estaba en la fiesta. Sen-tía su ausencia como una herida abierta. La había esperado quinientos años. No la perdería ahora.
Cuando la fiesta por fin terminó, Matthew se lanzó a la búsqueda. Había esta-do tan confiado de que su destinada estaba en la fiesta que no se tomó el tiempo para rastrear el aroma. Pero mayor fue su sorpresa al darse cuenta, ya en la fiesta, que la esencia de su destinada ya no estaba. Tanto él como su lobo se pusieron tristes, pero más su lobo, porque él sí quería encontrar a su luna.
, lloriqueó Connors. , le reclamó, enojado.
─La encontraremos, no te preocupes, ella será nuestra─, le dijo, y cortó la co-nexión con su lobo, para así emprender la búsqueda de su chica y también asumir sus nuevas responsabilidades.
Salió de la mansión, el aroma de Grey aún débil en el aire, pero mezclado con el de un cachorro. ¿Un cachorro? Una nueva ola de confusión lo invadió. ¿Era Ethan su hijo? ¿Lo había engendrado sin saberlo? La idea era descabe-llada, pero no imposible. El mundo lobuno era complejo.
Matthew siguió el rastro, sus sentidos agudizados, su determinación inque-brantable. Su luna estaba ahí fuera, con un secreto y un cachorro. Y él, Matthew Alexander Whitman, el Alfa de Alfas, la encontraría. La reclamaría. Y desentrañaría todos sus misterios. Su historia apenas había comenzado.
Horas después, al amanecer, Matthew recibió la noticia de Alec. ─Alfa, la he-mos localizado. Está en la mansión de Alexander Maximus. Y sí, tiene un ca-chorro─. La confirmación fue un shock y una revelación. Alexander Maximus, el Alfa de la Luna Roja, era el padre de su mate. Eso simplificaba las cosas… y las complicaba al mismo tiempo. Entrar a la mansión de otro Alfa requería for-malidades.
3. El Primer Encuentro Formal: Tensión y Magnetismo
La mañana siguiente, la mansión de los Maximus se llenó de un inusual re-vuelo. Mi padre había solicitado una reunión con el Alfa de Alfas, Matthew Alexander Whitman, bajo el pretexto de una ─discusión urgente sobre asuntos de la manada─. Sabía que era una excusa para presentar a Ethan y, proba-blemente, para discutir mi… peculiaridad. Me había pedido que asistiera, lo cual ya era una señal de que esto era serio. Ethan, ahora vestido con un pe-queño pijama de lobos que Nana había encontrado, correteaba por el pasillo, sus risitas resonando por toda la casa. La pura alegría que irradiaba era conta-giosa. Mi padre lo observaba con una sonrisa casi paternal, una escena que me llenaba de calidez.
Me había puesto unos pantalones de vestir negros, una blusa blanca y una chaqueta sencilla. Algo ─respetable─, según mi padre. A mis pies, mis fieles tenis, aunque los había escondido un poco bajo el pantalón. No iba a conver-tirme en una de esas mujeres de vestidos y tacones por la visita de un Alfa.
La llegada de Matthew Alexander Whitman fue un evento por sí solo. Una ca-ravana de coches negros, silenciosos y de aspecto intimidante, se detuvo fren-te a la mansión. Pude verlos desde el balcón de mi habitación. La presencia de su Alfa se sentía como una ola de poder que se extendía por toda la propie-dad, una fuerza magnética que atraía la atención de todos, incluso de mí.
Cuando entró en el Gran Salón, donde mi padre y yo lo esperábamos, el aire pareció volverse más denso. Matthew era… imponente. Más que imponente. Era alto, con una presencia que llenaba el espacio. Sus hombros anchos, su traje impecable que acentuaba su musculatura, y ese cabello oscuro que caía un poco sobre sus ojos. Y sus ojos. Eran de un azul tan intenso que parecían contener tormentas, profundos y penetrantes, capaces de ver a través de uno. Eran los ojos de un líder, de un depredador, de alguien que había visto dema-siado y vivido demasiado.
Sentí un tirón, una punzada en lo más profundo de mi ser, una resonancia que se expandía desde mi pecho hasta mis extremidades. Era una sensación que nunca antes había experimentado, algo primario, poderoso, casi… inevi-table. Mi lado Ninfa, ese que siempre había intentado ignorar, parecía desper-tarse, reaccionando a su presencia con una intensidad que me asustó. Me aferré a la mesita cercana, mis nudillos blanqueándose, tratando de mante-nerme en pie.
Mi padre, siempre el perfecto anfitrión, se adelantó para saludarlo, su voz fir-me, aunque pude notar un ligero respeto en su tono. ─Alfa Whitman, bienve-nido a mi hogar. Es un honor.─
─Alfa Maximus─, respondió Matthew, su voz grave, profunda, como un rugido contenido. Su mirada se deslizó por el salón, y se detuvo en mí. Sentí como si un rayo me hubiera atravesado. Sus ojos azules se fijaron en los míos, y por un instante, el mundo pareció desvanecerse. Era una conexión tan intensa que me dejó sin aliento, una chispa que encendió un fuego en mi interior que nunca supe que existía. Reconocimiento. Y algo más. Deseo.
Mi mente estaba en blanco, incapaz de articular una palabra. La fuerza del pull era casi insoportable, una atracción que me llamaba a su lado con una inten-sidad que me mareaba. No entendía lo que era. Era una mezcla de curiosidad, intriga y una sensación de familiaridad que me resultaba extraña y poderosa a la vez.
Matthew desvió su mirada, casi imperceptiblemente, y yo pude respirar de nuevo. Pero la sensación, el eco de su presencia, se quedó en mí. Se parecía a la conexión con Ethan, pero era… mil veces más fuerte, más envolvente, casi dolorosa en su intensidad.
La reunión transcurrió con la formalidad habitual, aunque para mí, las pala-bras eran un murmullo distante. Mi padre y Matthew hablaban de política de manadas, de tratados, de la situación de los lobos renegados. Me di cuenta de que Matthew tenía una curiosidad particular por el renegado que había sido encontrado cerca de la frontera de nuestra manada. Mantuve mi rostro impasi-ble, sin dar pistas de mi implicación.
Fue cuando mi padre mencionó a Ethan que el ambiente cambió. ─Y, Alfa Whitman─, mi padre dijo, con un tono que no era de disculpa, sino de orgullo, ─me gustaría presentarte a un nuevo miembro de mi familia─.
En ese momento, Ethan, que había estado jugando tranquilamente con uno de mis peluches, entró corriendo al salón, su risita infantil llenando el espacio. Mis ojos se abrieron de par en par. ¡No! Era demasiado pronto. Mi padre me había dicho que lo mantendríamos en secreto por un tiempo. Pero ya era tarde. Ethan corrió hacia mí, sus pequeños brazos extendidos, y se abrazó a mi pier-na.
Matthew, que había estado escuchando atentamente a mi padre, se giró. Sus ojos, antes fríos y calculadores, se suavizaron por un instante al ver a Ethan. Hubo una punzada de algo en su mirada, algo que no pude descifrar. ¿Sor-presa? ¿Reconocimiento?
─Él es Ethan, mi… hijo─, dije, la palabra sonando extraña en mis labios, pero a la vez, tan verdadera.
El silencio que siguió fue tenso. Matthew miró a Ethan, luego a mí, luego a mi padre. Pude ver la confusión, la intriga, la pregunta silenciosa en sus ojos. Mi padre, con una sonrisa orgullosa, continuó: ─Lo encontré Grey en el bosque ayer por la noche. Estaba solo y decidió adoptarlo─.
Los ojos de Matthew se fijaron en mí de nuevo, esta vez con una intensidad aún mayor. Había algo en su mirada, una mezcla de asombro y algo más pro-fundo, algo que no pude descifrar. Pero el pull se intensificó, una fuerza invi-sible que me ataba a él, que me llamaba. Ethan, sintiendo la tensión, se acu-rrucó más en mi pierna.
La reunión continuó, pero la dinámica había cambiado. Matthew me observa-ba, a mí y a Ethan, con una atención que iba más allá de la simple curiosidad. Era un análisis, una evaluación. Me sentía bajo un microscopio, y eso me po-nía nerviosa.
4. Vínculos Emergentes y Misterios Latentes
Los días que siguieron a la visita de Matthew fueron una mezcla extraña de normalidad y una tensión subyacente. Ethan se adaptó a la mansión con una facilidad asombrosa. Se había convertido en la sombra de Nana, siguiéndola por la cocina, ayudándola a preparar galletas y escuchando sus historias con los ojos muy abiertos. Mi padre, el Alfa imponente, se ablandaba cada vez que Ethan se acercaba a él, leyéndole cuentos de lobos y enseñándole los rudi-mentos del ajedrez. Era una imagen que nunca creí posible: mi padre, el hom-bre de hierro, derretido por la inocencia de un niño.
Para mí, Ethan se había convertido en el centro de mi universo. Mi protectora armadura, forjada por años de independencia y desapego, se deshacía ante su risa, sus abrazos, sus pequeños ─mami─ que resonaban en mi mente. La telepatía entre nosotros era ahora una segunda naturaleza. Podía sentir sus emociones, sus pensamientos infantiles, su alegría pura. Y él, a su vez, res-pondía a mis estados de ánimo, buscando consuelo cuando me sentía abru-mada, o contagiándose de mi diversión.
Un día, mientras jugábamos en el jardín, lanzó una pelota con una fuerza inusual, y la pelota voló mucho más lejos de lo que un niño de su tamaño de-bería poder lanzar. ─¡Mami, mira qué fuerte!─, gritó en mi mente, orgulloso. Sonreí, pero una pequeña alarma sonó en mi cabeza. Ethan era especial, no había duda. Sus ojos cambiantes, su telepatía, su fuerza… había más en él de lo que yo comprendía. Y eso me preocupaba, pero también me fascinaba.
Las dagas de plata seguían siendo mi constante compañera. Las guardaba bajo mi almohada, su frío metal un consuelo familiar en la noche. A veces, al tocarlas, sentía una vibración, un eco de poder que me era familiar, pero que no sabía explicar. Eran parte de mí, de una forma que ni siquiera mi padre en-tendía del todo. Me había preguntado sobre ellas en el pasado, pero siempre le había dado respuestas vagas, inventando historias. Él, con un suspiro, había aceptado mis evasivas.
Matthew Alexander Whitman se convirtió en un tema recurrente en mis pen-samientos. Ese pull, esa fuerza invisible que me arrastraba hacia él, no se ha-bía disipado. Era como un imán constante, una corriente subterránea que me atraía. Lo había visto varias veces después de esa primera reunión formal. A veces, en eventos de la manada a los que mi padre me obligaba a asistir, o en reuniones en las que mi presencia era ─necesaria─. Siempre me observaba, sus ojos de hielo escudriñándome, como si intentara desentrañar un misterio.
En una ocasión, durante una cena formal en la que estaba presente, sentí su mirada sobre mí. Estaba hablando con una de las Lunas de una manada veci-na, una mujer elegante y sonriente. Pero sus ojos estaban en mí. Sentí un es-calofrío. Levanté mi vista y nuestros ojos se encontraron. El pull se intensificó, una electricidad que me recorrió el cuerpo, haciendo que mi corazón latiera con fuerza. Hubo un momento, un solo instante, en el que sentí que el mundo se encogía a solo nosotros dos. Un reconocimiento silencioso, una promesa no pronunciada.
Pero la formalidad del ambiente, la presencia de mi padre y de otros Alfas, nos obligó a romper la conexión. Bajé la mirada, mi corazón aún martilleando en mi pecho. ¿Qué era esta conexión? ¿Era él mi mate? La idea me aterrorizaba y me fascinaba a partes iguales. Si era mi mate, ¿cómo encajaba mi vida, mi na-turaleza rebelde, mi recién descubierta maternidad con su mundo de reglas y tradición? Y, ¿qué pasaría si descubría mi lado oculto, mi verdadera naturale-za?
Matthew se convirtió en un misterio que quería desentrañar. Su presencia era dominante, pero había algo más allá de su poder. Una melancolía, una sole-dad que se reflejaba en sus ojos, a pesar de estar rodeado de gente. Me recor-daba a mí misma antes de Ethan.
La historia de mi madre, la ninfa elemental, se cruzaba con la aparición de Et-han y la presencia de Matthew. Todo se sentía… conectado. Era como si el destino estuviera tejiendo un tapiz complejo, y yo era solo un hilo, moviéndo-me ciegamente hacia un diseño que aún no podía ver. Los secretos de mi pa-sado, las dagas de plata, mi lado ninfa, Ethan, Matthew, el lobo renegado… todo comenzaba a entrelazarse, a formar un patrón.
La verdad de los lazos, tanto los de sangre como los del alma, comenzaba a revelarse. Pero aún había mucho que aprender. Mucho que descubrir. Y el camino, sabía, no sería fácil. Pero no estaba sola. Tenía a Ethan. Y quizás, solo quizás, Matthew Alexander Whitman, el enigmático Alfa de Alfas, también era parte de ese camino.
