Capitulo 3
Capítulo 3: Un Pequeño Cachorro
El pasado nos consume, la verdad nos persigue, la venganza se ha vuelto nuestro verdugo.
Secretos del pasado buscan su luz para que la verdad sea revelada, no impor-ta cuántas personas se interpongan, la verdad surgirá y la muerte de los traido-res caerá.
Ten cuidado, muchas veces buscamos a la persona perfecta y al no encontrar-la, dañamos a esa persona que de verdad nos ama.
1. El Regreso Inesperado
El aire de la noche, que minutos antes había sido mi cómplice en la huida, ahora se sentía denso, pesado con el aroma acre de la sangre del renegado y la adrenalina que aún bombeaba con fuerza por mis venas. Acababa de matar a un lobo. Un lobo. Y, joder, no me había temblado el pulso. La daga de plata, aún tibia por la vida que acababa de arrebatar, pesaba en mi mano, una ex-tensión natural de mi brazo. Miré el cuerpo inerte, tirado en el claro. No era la primera vez que luchaba, ni la primera vez que derribaba a una criatura más grande que yo, pero cada vez me sorprendía la facilidad, la brutalidad casi in-nata con la que mi cuerpo reaccionaba. ¿De dónde venía esa habilidad? ¿Esa precisión?
Desde niña, mi padre me había entrenado. No con armas de fuego, no con tácticas de guerra convencionales, sino con algo más sutil, más primario. Me había enseñado a moverme como una sombra, a golpear con la fuerza de un relámpago, a anticipar los movimientos del oponente. Decía que era para ─defenderme de los peligros del mundo─, pero siempre supe que había algo más. Algo que no me decía. Y esas dagas de plata, ¿por qué solo con ellas me sentía completa, invencible? Las había encontrado de niña en un viejo baúl polvoriento en el ático, y desde entonces, no me separaba de ellas. Eran mi secreto, mi extensión.
El cansancio comenzó a invadirme, una fatiga profunda que se aferraba a mis huesos. El subidón de adrenalina se disipaba, dejando un vacío, una resaca amarga. Solté un suspiro. Mi mirada se perdió en la majestuosidad del bosque que se extendía a mi alrededor, bañado por la luz plateada de la luna. ¡Demo-nios! ¿Por qué papá siempre me había mantenido en la ciudad? Estos lugares eran un paraíso, una sinfonía de vida salvaje que me resonaba más que cual-quier ópera o fiesta en la que me obligaba a asistir. Aquí me sentía viva, conec-tada. Mientras en la ciudad, me sentía un alma perdida, un fantasma que deambulaba sin propósito en un mundo de asfalto y cemento.
Me acerqué al pequeño lobezno, que aún temblaba detrás del árbol, sus ojos grandes y asustados fijos en el cuerpo del renegado. Mi corazón se apretó. Una ternura inusual, casi maternal, brotó de lo más profundo de mi ser. ¿Qué madre abandonaría a su cría en un bosque lleno de peligros? La sola idea me revolvía el estómago. Mi vida nunca había sido de afectos desmedidos. Siem-pre fui distante, mi coraza impenetrable, incluso para mí misma. Pero este pe-queño, este inocente ser, había logrado derribar mis muros con una facilidad asombrosa. En cuestión de minutos, se había aferrado a mí, y yo, contra todo pronóstico, me había aferrado a él. La necesidad de protegerlo era tan fuerte, tan primordial, que opacaba cualquier lógica o precaución.
El lobo renegado... ¿cómo había llegado hasta aquí? Mi padre me había ha-blado de las fronteras de las manadas, de las leyes no escritas que impedían a los lobos solitarios o desterrados cruzar ciertas líneas. A menos que... A menos que estuviera en un punto neutro. Un lugar donde la autoridad de ninguna manada se extendía. Eso explicaba por qué nadie lo había detectado. Y si este había cruzado, ¿cuántos más podrían haberlo hecho? La idea me inquietó. La seguridad del pequeño era primordial. Tenía que sacarlo de aquí. Tenía que volver.
─Vamos, pequeño, hay que volver─, le dije, mi voz suave para no asustarlo. Él salió de su escondite, su cola moviéndose tímidamente, y se frotó contra mi pierna. Era adorable.
La luna, que antes me había parecido una guía, ahora se burlaba de mí. Podía ser una experta en combate, una guerrera letal, pero mi sentido de la orienta-ción era... inexistente. Me perdía en un pasillo si no prestaba atención. ¿Cómo demonios iba a encontrar el camino de regreso a la mansión en medio de este bosque, en la oscuridad de la noche, aunque estuviera iluminada por la luna? Solté un bufido frustrado.
2. Un Camino Guiado por la Inocencia
El pequeño lobezno me miró con sus grandes ojos. Sentía su preocupación, su miedo a estar solo de nuevo. Y sentía su curiosidad, su inocencia. Era un contraste fascinante con la brutalidad del mundo que acababa de experimen-tar.
─¿Mami?─, preguntó Ethan en mi mente, su voz un susurro mental que ahora reconocía y esperaba. ─Estás preocupada.─
Me arrodillé a su altura, mi mano acariciando su suave pelaje. ─Sí, pequeño─, le respondí en voz baja, mi voz normal, aunque sabía que él me entendería. ─Estoy un poco perdida. ¿Puedes... puedes sentir el camino de regreso? ¿Puedes percibir el olor de esta manada?─ Le pregunté, mis ojos fijos en los suyos. Era una idea descabellada, pero tenía que intentarlo. ¿Sería posible? No sabía mucho de los lobos, solo lo que había leído en los viejos tomos de mi padre, pero sabía que su sentido del olfato era algo fuera de lo común.
El niño me veía y parecía realmente preocupado. Pensaba, sus pequeños ojos se movían de un lado a otro, como si estuviera concentrándose. Luego, su mi-rada se fijó en mí, una luz de comprensión brilló en sus ojos. ─Mami, si quieres ir a la casa del Alfa, yo te puedo llevar─, completó el pequeño, con una seguri-dad que me sorprendió. Y luego, un pequeño destello de orgullo apareció en su voz, o al menos, eso sentí.
Una sonrisa genuina, una que rara vez aparecía en mi rostro, se formó en mis labios. ─¡Eso es genial, cariño!─, le respondí, mi voz llena de un alivio inmen-so. ─¡Eres un genio!─
Ethan me miró sonriente, y luego, con una energía renovada, se giró y comen-zó a trotar lentamente, mirándome por encima del hombro, invitándome a se-guirlo. Era adorable. Mi pequeño lobezno, ahora mi brújula personal. La vida, joder, me estaba dando un giro de ciento ochenta grados. De una fiesta abu-rrida y un asesinato en el bosque, a ser ─mami─ de un lobezno perdido que me guiaba de regreso.
Todo el camino ella le iba preguntando al pequeño sobre su naturaleza. ─¿Cómo sabes el camino, pequeño?─, ─¿Puedes sentir a otros lobos?─, ─¿Siempre has estado solo?─. Él respondía animadamente, su voz mental llena de la inocencia de un niño. Me contó que sentía los ─aromas─ de los lobos de la manada, que le ayudaban a orientarse. Dijo que a veces, cuando estaba triste, podía sentir un ─murmullo─ en su cabeza, pero que ahora, con-migo, ese murmullo se había ido. Me hablaba de los animales del bosque, de cómo el viento le susurraba secretos. Su conexión con la naturaleza era evi-dente, y yo, mi lado ninfa latente, lo sentía, lo comprendía. Era como si mi pro-pia esencia elemental respondiera a su pureza.
A cada paso, mi afecto por él crecía. No era solo un lobezno, era Ethan. Mi pe-queño Ethan. Mi hijo. La idea de él, de tenerlo a mi lado, se sentía tan natural, tan correcta. Pensaba en cómo lo presentaría a mi padre. ─Papá, te presento a tu nieto─. Solté una risita ahogada. Sería un shock. Mi padre, el Alfa, el hom-bre de hierro, ¿abuelo? La imagen era divertida.
Aun así, yo no dejaba de pensar en el lobo renegado del bosque. ¿Por qué había atacado? ¿Era una coincidencia o había algo más? Iba a preguntar a Ethan si había visto a otros lobos extraños, pero me callé al ver la mansión. Se alzaba imponente en la distancia, las luces brillando como un faro en la no-che. Joder, ya habíamos llegado.
Solté un suspiro, una mezcla de alivio y una punzada de ansiedad. Esto era lo más fácil. Ahora venía lo difícil. Me puse a la altura del pequeño, sus ojos cu-riosos fijos en mí. ─Cariño, es hora de irme...─, empecé, mi voz suave, pero el pequeño no me dejó terminar. Rápidamente, se aferró a mí con lágrimas a punto de salir de sus ojos.
─No me dejes─, dijo en un susurro mental que me partió el alma. Su pequeño cuerpo temblaba, y lo envolví en un abrazo aún más fuerte.
─No lo pensaba hacer, pequeño, te lo prometí, ¿Recuerdas?─, le regalé una sonrisa, una verdadera. Él me la devolvió, y hoy no lloraba de tristeza, sino de alegría, pues ya no estaría solo. Era un momento de pura emoción, un lazo inquebrantable que se había forjado en cuestión de horas. Su inocencia era un bálsamo para mi alma, que siempre había estado tan cerrada a los afectos.
3. Un Nuevo Miembro en la Familia
La promesa. Una palabra sencilla, pero para mí, Grey Maximus, significaba todo. Y yo, que siempre cumplía mis promesas, no iba a fallarle a este peque-ño. Saqué mi teléfono y envié un mensaje rápido a mi nana: ─Cristian. Ahora. Por favor.─ Sabía que entendería la urgencia. La fiesta, la presentación, todo eso ya no importaba. Solo quería una cosa: hablar con mi padre. Y comprarle ropa a mi pequeño.
─¿Cómo te llamas?─, finalmente pregunté a Ethan, mientras lo sostenía en mis brazos, su pequeña cabeza apoyada en mi hombro. Él se separó un poco, me vio sonriente, una sonrisa encantadora que derretiría a cualquiera. Sin du-da, cuando creciera, sería un rompecorazones.
─Ethan─, dijo con una voz mental clara y llena de una emoción pura.
─Bueno, mi pequeño Ethan, ya nos están esperando─, le dije, y él sonrió aún más cuando escuchó cómo lo llamaba. ─Pero necesito saber, ¿tú perteneces a alguna manada?─, pregunté, mi voz más seria. Si lo hacía, tendría problemas al llevarme a un miembro de ella, claro, esto lo sabía por las lecturas que hacía diariamente. Esperaba su respuesta. Él negó con la cabeza, sus ojos inocen-tes fijos en los míos. Y eso fue un alivio inmenso para mí. No quería iniciar una guerra con otra manada por un cachorro, por mucho que lo amara.
─Entonces, vámonos─, dije, levantándome y dándole la mano. Él tomó mi mano y salió dando pequeños saltos por todo el lugar, su energía renovada. No me detuve en ningún momento, no me despediría de nadie, ya que ni co-nocía a nadie y la fiesta me importaba un rábano. Solo quería llegar a casa y salir de todas mis dudas.
Al salir del castillo, vi a Cristian, el hijo del mejor amigo de mi padre y el beta de mi padre. Estaba apoyado en el coche, su rostro serio, pero sus ojos brillaban con una diversión apenas contenida. Sabía que se estaba burlando de mí por mi fuga.
─¿Ya terminó la fiesta?─, me preguntó, apenas nos acercamos. Pude notar cierta diversión en su tono. Él sabía muy bien que yo odiaba las fiestas, que prefería mil veces estar en cualquier otro lugar.
─No, pero sabes que no me importa, así que, llévame a casa─, dije, sin rodeos. Fue entonces cuando notó al niño que sostenía mi mano. Frunció el ceño al verlo, y era lógico. Un lobezno. Conmigo. Pero no preguntó nada de inmediato, solo le dio una pequeña sonrisa a Ethan y abrió la puerta del auto. Subí con Ethan en mis brazos, él ya se había acurrucado en mi regazo, su respiración suave contra mi muslo.
En el trayecto a casa, mi pequeño Ethan había acostado su cabeza en mis piernas y se encontraba dormido, su energía agotada por la aventura de la no-che. Yo seguía dándole vueltas a todo este asunto, a cómo mi vida había cam-biado en un solo momento. Y claro, no faltaban las dudas.
─¿Pasa algo?─, preguntó Cristian, sacándome de mi viaje astral. Lo observé por unos momentos. Él era el chico con el que jugaba de niña, el que me pro-tegía de los demás, el que siempre me traía esas fresas que me fascinaban. Era uno de los pocos en este mundo que realmente conocía partes de mí.
─¿Quién es el niño, Grey?─, volvió a preguntar Cristian al ver que no respon-día, su voz más seria ahora.
─Se llama Ethan, y lo encontré solo en el bosque─, le respondí, mi voz más suave. Volteé a verlo, y parecía que iba a reprobar mi acción, pero no lo dejé. ─Y antes de que me regañes como un papá mandón─, dije con burla, a lo que él me fulminó con la mirada, ─no podía dejarlo solo─. Dije con un poco de tris-teza. ¿Qué madre sería capaz de dejar a su hijo a la deriva? Más que todo, a un niño como Ethan, que desprendía ternura en donde se encontrara.
Cristian no comentó nada, pero sabía que quería hacerlo, o mejor, quería ha-cer un interrogatorio policíaco.
─Lo encontré en el bosque─, solté un suspiro mientras trataba de explicarle. ─Estaba en la fiesta, que por cierto estaba más aburrida que mi vida amoro-sa─, solté con diversión, a lo que él soltó una carcajada, ─entonces, decidí sa-lir de ese lugar antes de que el aburrimiento me matara. Me embarqué en el bosque para poder distraerme, pero me alejé demasiado. Entonces, un sonido de unos arbustos llamó mi atención, y de allí salió él─, señalé al pequeño en mis piernas. ─Cuando lo vi, pensé que solo estaba explorando el bosque con algún familiar, por eso no le hice ninguna pregunta, y nos pusimos a jugar─, solté una risita por lo infantil que me comporté. ─A pesar de que la ropa estaba sucia, no creí que estuviera solo, porque ¿sabes que los niños se ensucian con todo?─, Cristian asintió, e hizo una seña para que continuara. ─Pero todo cambió cuando le dije que ya tenía que irme. Su rostro se entristeció, al princi-pio no le tomé importancia, pero empezó a llorar─, dije mientras acariciaba el cabello de Ethan. ─Entonces, aunque él no me dijera, entendí que estaba so-lo, ya que pasaron un par de horas y nadie había llegado por el pequeño─. En ese momento, pensé si contarle o no sobre el lobo que nos atacó, pero me ha-ría preguntas, unas que no podría responder sin exponerme. ─Entonces, para finalizar, decidí adoptarlo, porque no iba a dejarlo solo, no soy esa clase de persona─, dije, y él asintió, y creo que vi orgullo en su mirada.
─Te veo muy tranquila sabiendo que él es un cambiaformas─, comentó, pare-ciendo desinteresado, pero sus ojos me analizaban.
─Ethan no llegó como un niño humano─, observé sus expresiones por el es-pejo retrovisor y no había ninguna. Así que continué. ─Apareció como un lo-bezno…─, dije, iba a continuar, pero él me interrumpió.
─¿No te asustó?─, preguntó a lo que yo negué.
─Sabes que no soy de las que se asustan con cualquier cosa─, le respondí, y él asintió, por lo cual proseguí, pero teniendo cuidado de las palabras que sal-drían de mi boca, ya que no quería exponerme. ─Y soy consciente de que en este mundo no solo estamos nosotros, que debe de haber algo más, y verlo─, vi al Ethan durmiendo, ─me hizo darme cuenta de que tenía razón─, concluí.
Pasamos un rato en silencio, nada incómodo, sino uno donde cada quien es-taba metido en sus pensamientos. Yo solo pensaba en cómo le diría a mi pa-dre que ya era abuelo. ─Llegamos─, avisó Cristian. A lo que yo agradecí, tomé a Ethan y lo cargué hasta la mansión. Hoy, solo faltaba hablar con mi padre. Porque ahora Ethan no solo era Ethan, sino que se llamaría Ethan Maximus, mi hijo, y esperaba que él lo aceptara.
4. La Agonía del Alfa: La Búsqueda Incesante
Matthew Alexander Whitman estaba en un infierno personal. El rugido de de Connors, que lo había aturdido en el claro del bosque, se había transformado en un lamento constante, un aullido de desesperación que re-sonaba en cada rincón de su mente. La había sentido. A su luna. Su aroma. Y luego la había visto. Bajo la luz de la luna, con un cachorro. Y luego, luchan-do. Con dagas de plata. El lobo renegado había caído bajo sus manos. Y lue-go, ella se había ido.
La frustración era una bestia devoradora en su pecho. ¿Por qué no la había reclamado? ¿Por qué se había quedado allí, observando como una sombra, mientras su mate, la mujer que había esperado por quinientos años, se alejaba con un cachorro y un arma letal en su haber? Connors, su lobo, no le daba tregua. , lloriqueaba. .
─La encontraremos, Connors. No te preocupes. Ella será nuestra─, le dijo Matthew, aunque la seguridad en su propia voz flaqueaba. La imagen de ella, con esa melena oscura y esos ojos desafiantes, se grababa a fuego en su mente. Era diferente a todo lo que había imaginado, más fuerte, más misterio-sa, y esa cualidad lo atraía con una fuerza irresistible. Pero las dagas de pla-ta... ¿Qué significaban? ¿Era una cazadora? Las cazadoras y los lobos tenían una historia de sangre y conflictos. ¿Sería ella la excepción? ¿Su mate?
Matthew se transformó de nuevo en su forma humana, sus músculos tensos, su mente girando a mil por hora. Tenía que encontrarla. No podía perderla ahora que la había encontrado.
Llegó a la mansión con una furia contenida, su corazón latiéndole con una mezcla de anhelo y desesperación. La fiesta seguía su curso, un murmullo de voces que ahora le resultaba insoportable. Matthew irrumpió en el despacho, sus ojos buscando a Alec, su beta leal.
─Alec─, rugió, su voz grave, cortando la formalidad del ambiente, ─necesito que envíes a nuestros mejores rastreadores. La he encontrado. Pero se ha ido─. No dio más explicaciones. Alec, que lo conocía de toda la vida, no pre-guntó. Solo asintió con solemnidad.
─¿Dónde, Alfa?─, preguntó Alec, su voz tranquila, lista para recibir órdenes.
─Al bosque. Por el lado sur del claro del lago─, dijo Matthew, su voz más baja ahora. ─Y quiero que sean discretos. No la asusten. Solo síganla. Asegúrense de que esté a salvo. Y quiero que la traigan a casa. Sin que se dé cuenta de que la vigilamos. Todavía no─. Quería que ella viniera a él por voluntad propia, no por coerción. Pero si era necesario, la arrastraría.
Alec asintió, comprendiendo la gravedad de la situación. Su Alfa había encon-trado a su mate, y algo no estaba bien. Él mismo había sentido la extraña ten-sión en el aire, una energía diferente que emanaba del bosque. Se puso en marcha de inmediato, reuniendo a los rastreadores más sigilosos de la mana-da.
Matthew tuvo que asistir a la presentación. El gran salón, lleno de alfas y sus mates, se convirtió en una tortura. Cada vez que veía una luna abrazada a su Alfa, un vacío se abría en su pecho. Su mente estaba en otro lugar, siguiendo el rastro invisible de su mate. Podía sentir su aroma, débil pero persistente, alejándose de la mansión. La angustia de Connors era constante, un quejido silencioso.
Pasó por la ceremonia como un autómata, sus palabras mecánicas, su sonrisa forzada. Los ancianos y los otros Alfas lo felicitaron por su nuevo puesto, por su liderazgo. Pero Matthew no sentía nada. Su mente estaba fija en una sola cosa: Grey.
─¿Su Luna, Matthew?─, preguntó uno de los Alfas mayores, su voz curiosa, al notar su falta de entusiasmo.
Matthew forzó una sonrisa. ─Ella está... ocupada. Pero pronto la conocerán─. Una mentira. Una verdad a medias. Sabía que ella no estaba en la fiesta. Sen-tía su ausencia como una herida abierta. La había esperado quinientos años. No la perdería ahora.
Cuando la fiesta por fin terminó, Matthew se lanzó a la búsqueda. Había esta-do tan confiado de que su destinada estaba en la fiesta que no se tomó el tiempo para rastrear el aroma. Pero mayor fue su sorpresa al darse cuenta, ya en la fiesta, que la esencia de su destinada ya no estaba. Tanto él como su lobo se pusieron tristes, pero más su lobo, porque él sí quería encontrar a su luna.
, lloriqueó Connors. , le reclamó, enojado.
─La encontraremos, no te preocupes, ella será nuestra─, le dijo, y cortó la co-nexión con su lobo, para así emprender la búsqueda de su chica y también asumir sus nuevas responsabilidades.
Salió de la mansión, el aroma de Grey aún débil en el aire, pero mezclado con el de un cachorro. ¿Un cachorro? Una nueva ola de confusión lo invadió. ¿Era Ethan su hijo? ¿Lo había engendrado sin saberlo? La idea era descabe-llada, pero no imposible. El mundo lobuno era complejo.
Matthew siguió el rastro, sus sentidos agudizados, su determinación inque-brantable. Su luna estaba ahí fuera, con un secreto y un cachorro. Y él, Matthew Alexander Whitman, el Alfa de Alfas, la encontraría. La reclamaría. Y desentrañaría todos sus misterios. Su historia apenas había comenzado.
