Librería
Español
Capítulos
Ajuste

Capítulo 3

Negué con la cabeza, con lágrimas ardiendo en mis ojos.

—¿Con quién carajo me casé? —gruñó Ernesto, con la voz rota.

Abrí la boca, pero ni siquiera pude pronunciar palabra.

—¡Me casé con una puta barata! —escupió.

El golpe de sus palabras me atravesó el pecho como un cuchillo. Retrocedí un paso, sintiendo cómo se me quebraba algo dentro.

—Ernesto… no es lo que tú… —balbuceé, con un hilo de voz.

—¡No me vengas con esas tonterías! —gritó, y me estremecí. Las lágrimas cayeron mientras bajaba la mirada.

—¡Eres una puta tramposa y sucia! —volvió a gritar.

Me cubrí el pecho con las manos, como si pudiera proteger mi corazón de sus palabras.

—¿Cómo pudiste hacerme esto, Gabriela? —dijo de pronto, en un susurro. Lo miré.

Tenía lágrimas en los ojos.

Eso me rompió más que sus gritos.

—Todo lo que hice fue amarte… cuidarte… —su voz se quebró.

Lloré en silencio mientras lo observaba, deseando poder borrar todo esto.

—Trabajé sin descanso para que fueras feliz. Para darte una vida mejor. Y tú… tú me haces esto.

Extendí la mano para tocarlo.

—Ernesto, por favor…

—¡No me toques! —gruñó, apartando su brazo con violencia.

Me quedé con la mano en el aire, temblando.

—Me das asco —escupió, y sentí que me faltaba el aire.

—Ernesto… —sollozé.

—¡Eres el peor error de mi vida! —gritó, con los ojos rojos de ira—. Me arrepiento de cada segundo que pasé contigo.

Bajé la cabeza mientras las lágrimas mojaban mi rostro.

—Fingiste bien, ¿sabes? —rió sin humor—. Pensé que serías una buena esposa. Que serías fiel. Qué estúpido fui.

—No… no es verdad… yo te amo, Ernesto —lloré, con la voz temblorosa.

—¡Cállate, mentirosa! ¡No digas que me amas!

El dolor en mi pecho era insoportable.

—¿Por qué aceptaste casarte conmigo? —su voz era un susurro venenoso—. ¿Para esconderte detrás de un anillo mientras te prostituías a tus anchas?

—¡No! —grité.

Se burló con amargura.

—Deja de fingir esas lágrimas, Gabriela. Ni siquiera sabes mentir bien.

Me cubrí el rostro mientras sollozaba.

—¡Eres una serpiente! ¡Una maldita serpiente enviada para destruirme! —gritó.

—¡Ernesto!

—¡Eso es lo que eres!

Mis piernas temblaban.

—¿Cuánto te pagó, eh? —preguntó, con una sonrisa torcida.

Lo miré, con el alma rota.

—¿Un millón? ¿Dos? —insistió.

—¡No me pagó nada! —grité, entre sollozos.

—Ah, así que lo hiciste gratis, ¿eh? —dijo con sarcasmo.

—¡No fue así! ¡Yo… yo…!

—¿No fui suficiente para ti? —preguntó, y su voz se quebró de nuevo

Descarga la aplicación ahora para recibir recompensas
Escanea el código QR para descargar la aplicación Hinovel.