Capítulo 2 (Parte II): Un poco más de ti.
Continuamos caminando por la playa en busca de un restaurante que estuviera cerca de la playa.
Josie me miraba mientras caminábamos, tratando de encontrar conversación conmigo, sin lograrlo aún.
― ¿Así que empezarás la universidad la primera semana del mes entrante? ―preguntó finalmente.
―Sí, espero ser dentista algún día.
― ¿Dentista? Eres muy guapo para ser dentista, te veo más cara de Psicólogo. Cualquiera se haría loca con tal de tener una consulta contigo; aunque, siendo dentista creo que las fábricas de dulces te amaran.
― ¿Por qué? ―dije y reí.
―Porque querrán tener caries para verte y, cuando te cases, tu esposa será tu secretaria solo para vigilarte.
―No es para tanto.
―No me contradigas ―señalándome y subiendo una ceja―. Yo lo haría.
― ¿Provocarte las caries o vigilarme? ―pregunté.
―Ambas.
―Entonces creo que te veré en mi consultorio muy seguido.
―Hay una posibilidad; pero no comeré dulces. Odio el dulce ―ella hizo un gesto de asco demostrando su punto.
―Una chica que odia el dulce. ¿No comes chocolates, bombones o cosas así? ―pregunté extrañado.
―El simple hecho de que las menciones me hacen querer vomitar; además, no es bueno para la salud.
―O los dientes.
―Exacto… ¡Mira! Cruzando la calle hay una marisquería ―dijo señalando en la dirección correcta.
― ¡Bien! Estaba a punto de desmayarme ―expresé.
Cruzamos la calle, Josie me tomó el brazo con fuerza cuando vio que un auto se acercaba. Era bastante curioso para mí, ella no sentía vergüenza ni miedo de tocarme, había ganado confianza conmigo en un par de horas sin esfuerzo alguno.
Tomamos una de las mesas junto a la ventana, la cual no tenía vidrio, eran unas enormes ventanas corredizas que dejaban entrar todo el aire proveniente del mar. No tardaron en tomarnos la orden y el chico se marchó con nuestros pedidos.
Ese momento, me encantaba donde estaba y lo que sentía. Era fantástico sentir el olor del mar mezclándose con el de la comida y el aire fresco. Las olas rompiendo era música para mis oídos, y tenía la compañía perfecta.
La miré, ella continuaba perdida en la carta, leyendo cada cosa que había, traduciéndola del español al inglés para terminar diciéndolo en alemán. No había momento de mi vida que superara a ese: sentía una paz incomparable, aún más al mirarla a ella.
― ¿Es la primera vez que estas aquí? ―pregunté.
―En realidad no; pero jamás había salido del hotel. Eran vuelos nocturnos. Por lo general llegaba de noche y comía en el restaurante del mismo hotel y cuando despertaba volvía al trabajo de inmediato. Siempre quise salir, pero nunca tuve oportunidad hasta ahora.
― ¿Renunciaste a tu trabajo?
― ¿Cómo lo sabes?
―Escuche hablar a otras azafatas de ello. ¿Por qué renunciaste?
―Volveré a casa con mi hermano e iré a la universidad, igual que tú.
― ¿Qué estudiarás? ―indagué.
―Estoy tratando de decidir entre nutrición o arquitectura y debo decidirlo esta semana. Todo este tiempo trabajando fue para poder pagarlo; no quiero que mi hermano tenga esa carga, ya hizo demasiado por mí.
―Tu hermano… ¿Él te crío?
―No. Esas son tonterías de Carmín, él apenas es un año mayor que yo. Nos crío una tía con la pensión de nuestros padres. Cuando yo tenía catorce, ella también murió, a partir de ahí nuestros vecinos aceptaron cuidarnos a mi hermano y a mí. Siempre pasábamos metidos en su casa, así que no fue mucha la diferencia. Gareth era el mejor amigo de los chicos de los vecinos, así tuvieron esa compasión con nosotros. Gareth trabajaba de día y estudiaba de noche para ayudar en la casa. Cuando cumplió él cumplió dieciocho ambos volvimos a nuestra casa, ahí fue cuando él se encargó de mí, hasta que conseguí trabajo. Hablo mucho, ¿verdad?
―No te preocupes, es interesante saber más de ti. ¿Qué edad tenías cuando tus padres murieron?
―Tenía cinco años, en realidad es muy poco lo que recuerdo de ellos.
―Lo siento mucho.
―No hay cuidado. Sé que ellos están descansando, aunque me encantaría que estuvieran aquí. Extraño mucho a Gareth, tengo mucho tiempo de no verlo. Siento que lo abandoné, estoy ansiosa por verlo ―pausó, nuestra charla fue interrumpida por el mesero, sirviéndonos el almuerzo: espaguetis con mariscos en salsa blanca, Josie pidió algo similar, pero en salsa roja. No había tragos en este restaurante, así que me conformé con una gaseosa de Cola. Josie, tomó un natural, no supe de qué era, pero tenía un color rosado. Ambos estábamos hambrientos por la forma en que comíamos, parecía que le fuéramos a hacer un hueco al plato.
― ¿Eres penoso? ―dijo ella tratando de recoger los últimos fideos del plato.
― ¿En qué sentido?
―Vergüenza ajena. Alguien que está a tu lado hace algo penoso y tú te sientes humillado por ello.
―No, creo que no ―divagué sin estar seguro de lo que ella hablaba.
―Pues estas apunto de averiguarlo ―afirmó ella.
Josie levantó el plato llevándolo hasta su boca, tomándose toda la salsa que quedaba en él, lamiendo el plato hasta limpiarlo por completo, no derramó una sola gota de salsa en su blusa, ni en el mantel. El plato quedó en blanco.
Me sorprendí, pero no me avergoncé. Me encantaba su actitud, no le importaba lo que los demás pensaran de ella al verlo.
―No sé si era el hambre; pero estaba demasiado bueno ―afirmó, poniendo el plato en su lugar al terminar.
―Creo que le ahorraste el trabajo al que va a lavar los platos ―dije y ella rió.
―Me encanta esto ―levantó sus brazos al aire―; siento que puedo que ser yo misma contigo. No tengo que cuidarme de hacer algo que avergüence a alguien, así soy yo ―dijo ella sonriendo, reí, Josie era simplemente genial.
―Si quieres limpiar el mío ―señalé mi plato.
― ¿Puedo? ―dijo, podía notar su adrenalina en la mirada.
―Sí, puedes.
―Pensándolo bien, mejor no, voy a empezar a engordar ―tocó su abdomen abombado por la llenura.
―Creo que explotarás.
―Ha entrado más ahí; pero hoy no ―dijo y rió.
Me levanté para ir a la caja a pagar e iba a empezar a caminar cuando Josie me agarró del antebrazo.
―Que ni se te ocurra que pagarás lo mío ―dijo con voz gruesa y amenazadora.
―Malas noticias ―dije poniéndome a su altura―. Ya se me ocurrió y no cambiare de opinión.
―Está bien, si tú insistes.
― ¿Tan fácil te rindes?
―Algo ―dijo volteando su mano, la típica señal de un más o menos.
Caminé sin poder parar de reír. Esta chica me había hecho reír en unas horas más de lo que me había reído en la vida entera.
Pagué el total de nuestras cuentas juntas, y cuando volví a la mesa me topé con mi plato en blanco; la miré con ironía y ella dejó escapar un pequeño eructo, no pude evitar reír de nuevo, Josie tampoco pudo evitarlo.
― ¡Ya, ya! ¡Para! Estoy muy llena, si no paras yo tampoco podré ―me decía ella entre risas.
Aguanté la respiración para parar de reír, fue cuando por fin ella pudo parar.
― ¡Ay Dios! ―expresó Josie, poniéndose una mano en el pecho― Casi muero en el intento.
― ¿Necesitas ayuda para levantarte? ―pregunté, ella miró su barriga.
―Creo que es obvio ―estiró su mano y la tomé, ayudándola a ponerse de pie de un salto.
―Parezco embarazada ―tocó su abdomen.
―Yo lo pagué, así que yo soy el padre ―bromeé.
―Te pediré manutención ―rió.
―Creo que me escaparé ―dije en broma nuevamente.
― ¡Desgraciado! ―me pegó en el hombro con su puño.
Josie empezó a caminar dejándome atrás. Cuando la tuve a un metro de distancia, ella se detuvo en seco dando media vuelta.
Por la distancia pude ver como su barriguita estaba hinchada.
¡Enserio parecía embarazada!
Me miró a los ojos con su cabeza de medio lado, achinando sus ojos por el reflejo del sol.
― ¿No lo harías? ¿O sí? ―me dijo seriamente; pero no fui capaz de entenderle.
― ¿Qué cosa?
―Si yo, o cualquier chica, estuviera embarazada y fuera tuyo… ¿escaparías?
―Jamás haría algo así, sería mi sangre. ¿Cómo podría dejar algo que es parte de mí? ―dije. Josie me mostro una sonrisa de oreja a oreja, el sol reflejándose en sus cabellos y el achinado de sus ojitos la hacía verse como un ángel.
―Es hermoso que pienses así.
―Es la verdad. No entiendo por qué muchos hombres lo hacen, es estúpido, tarde o temprano pagarán por eso.
― ¿Y ahora que haremos? ―preguntó, cambiando drásticamente de tema.
―Una buena siesta en la playa luego de la comida sería perfecto; además, creo que no podrás caminar mucho con eso.
―Me haces ver como una mala madre ―rió y me tomó del brazo para cruzar la calle; podía sentir su nerviosismo en mi brazo.
― ¿Te da miedo cruzar la calle?
―La calle no es el problema, el problema es morir aplastada por un auto.
― ¿Así fue cómo pasó? ―pregunté.
Josie apretó mi brazo ante la pregunta, entendió a lo que me refería.
―Un camión de carga industrial los arrolló. Se había quedado sin frenos y ellos iban pasando la calle en eso momento. Estaban en el lugar equivocado en el momento equivocado. Después de eso descubrieron que el camión llevaba un contrabando de medicinas ilegales; por eso Carmín dijo lo de los narcotraficantes, pero mis padres no tenían nada que ver con eso ―relató ella con tranquilad.
―Fue un descaro de su parte.
―Carmín es una niña mimada de sociedad que cree que todos los que no están en su clase social son delincuentes o sirvientes; puedes esperar cualquier cosa de ella.
―No ganará nada así, solo odio.
―Yo no la odio, después de todo, algún día se topará con personas igual a ella y tendrá suficiente odio; no necesitará el mío, y yo no me amargo la vida.
―Amo la manera en que sacas tus conclusiones sobre las relaciones y la vida.
―Todavía no has escuchado todos mis proverbios ―dijo sonriendo.
―Tienes una semana ―dije y reí
―Lo intentaré ―dijo tocando la punta de mi nariz.
Continuamos caminando por la playa hasta encontrar una sombra donde sentarnos, ambos caímos en la arena mirando el cielo, había mucho que disfrutar en ese momento.
