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Capítulo 8 - ¿Dónde lo he visto?

Amira

Me encontraba abrazada a papá, desde el grito de mi madre notificando mi culpabilidad volví a ese choque emocional de retardo donde me costaba salir. Seguíamos en el mueble de la sala. Era la misma sensación de cuando fui violada… No pienses en eso, no otra vez.

—Aquí está papá, cielo. Aquí me quedaré contigo.

Siempre había estado, menos ese día. Esa era la culpa que llevaba a cuesta. Desde la separación de ellos, él se quedó con mi custodia. Y cuando viajaba me dejaba con mi madre. Y en uno de esos viajes ocurrió el nefasto momento.

» Mañana debes ir a dar tu declaración, Matilde ya fue calmada y se pondrá al frente de medicina legal para que le entreguen el cuerpo de su esposo. Pero tú no tienes la culpa. No creas en esas palabras.

Me aferré a él. ¿Qué más debo descubrir de ti, Samuel? Aparte de ser un narcotraficante, ¿en qué más te habías metido?, por los años juntos supuse que tu misterio era por ocultar tu homosexualidad. Pero esto va más allá de todo, ellos tienen miedo, pero, ¿de qué?, no saben lo otro, así que no podía ser eso… Se referirán a… Tú nunca me diste una lista. Nada más sabía que eras un senador y tenías varias empresas en compañía de tus amigos.

» Salomé y tus amigas te han dejado muchos mensajes. Me gustan esas chicas. Nunca fuiste amiguera, pero ellas te hacen bien. El señor Francisco me llamó, Amira.

—¿Para?

—Por fin hablaste, mi amor. Se encuentra preocupado y desde que metieron preso a Samuel la imagen que tenía de él se fue al piso. Como padres estamos preocupados. ¡Las amenazaron!, Salomé se encuentra reacia de contratar, pero si ellas no lo hacen lo hará él. Se debe buscar guardaespaldas.

—No voy a poner a que maten a un extraño por mí, papá.

—Yo no tengo los ingresos del señor Francisco, pero si recuerdo su caso en contra de la policía y es un hombre de palabra y defenderá a su familia. En eso nos parecemos.

—Papá, no sé en qué estaba metido Samuel Lemaitre, supe de la palabra narco cuando irrumpieron en mi casa en Bogotá a sacarlo esposado. Jamás vi o escuché algo al respecto y los hombres que me llamaron dijeron que, si no les entregaba lo que él me dio a guardar, mi familia sufrirá las consecuencias. Mamá tenía razón, por mi culpa mataron a su esposo, Eugenio al menos era decente y la quería.

—¡Tu madre no debió decirte eso! No eres culpable.

—Debo ponerte a salvo. Si llego a contratar a alguien será para protegerlos a ustedes.

—Amira.

—Quiero dormir papá. Me regreso una vez pase el funeral de Eugenio.

…***…

Salomé

Mi padre dormía en la clínica, desde el ataque no he podido pegar el ojo y ahora si tenía mucha hambre. Me acerqué a él y dormía profundo. Ramón ya se encontraba estable, su esposa se puso al pendiente, pero estaba aún en cuidados intensivos. Le di un beso en la frente y salí.

Una de las enfermeras al verme descalza se apiadó, me prestó uno de sus zapatos. El problema era que me quedaban grandes y eran anti-Salomé. Lo único favorable; eran antideslizante, pero el color azul, como el uniforme usado en la clínica, no combinaba con mi atuendo.

Qué carajos, nadie me vería, ahora no tenía una imagen que cuidar. —Deseo tanto que esto pase pronto, volver a ser aquella joven antes de la muerte de mis familiares—. Por lo menos en esta clínica no dejaron ingresar a los periodistas. Llegué a la fila del comedor de la clínica, iban a ser las diez de la noche, ¿y estaba lleno el área de comida? ¡Bingo!

—¿Hoy ha sido un día complicado? —comentó la joven adelante de mí.

—Bastante, —parecía ser una estudiante—. Para mí fue caótico. —Miró mis zapatos y sonrió—. Hay una historia detrás de dichos zapatos, al menos están perfectos, mis chanclas viven destrozadas por cuenta de mi perra Canela. —recordé el despertar de hace unos días. Antes de este caos.

Mi hermosa, pitbull de color canela y de ahí su nombre. —aparte de que me gustaba el aroma—. Saboreaba mi pantufla.

—¡Te compré unas para ti! ¿Por qué amas las mías? —Su hermosa mirada de perrito regañado salió a relucir—. ¡No!, esta vez con tu carita dé perdóname la vida, no me convencerás. He comprado más pantuflas desde que estás a mi lado de lo que he comprado en toda mi vida y solo tienes seis meses.

La señora Tabata ingresó a mi recámara para entregarme mi café matutino. —Sonrió al verme pelear con mi perra para que me entregara mi pantufla.

—¿Tan temprano discutiendo con, Canela?

—¡Es increíble, Tabata!

Mi ama de llaves estaba conmigo desde que me casé, era una mujer delgada, muy sonriente, de unos cincuenta años.

» No solo me acaba las chanclas de la casa, sino mis pantuflas. Tengo una colección unitaria y le compré unas solo para ella y míralas. —Las saqué de su cama—. ¡Están nuevas! Y las mías… —Fui por el canasto donde tenía, sin mentir, diez pares de inservibles chanclas.

La carcajada del ama de llaves, hizo ladrar a mi perra quien fue en busca de su refugio por qué sabía que su dueña estaba enojada.

» Pero se acabará tu guachafita. No compraré un solo par más de chanclas.

Saqué un par de diferentes colores del canasto de reciclable. Opté por usar para el pie derecho una azul y la de la izquierda amarilla. Y las chanclas también una de cada una.

—¿En verdad va a quedarse así?

—Estoy en mi casa, Orlando ya no está para exigirme el vestirme de etiqueta todo el tiempo. Además, si le sigo patrocinando el daño a mi perra, quién me dejará arruinada será ella y no los buitres de la familia de marido. ¡Y estás castigada!, no jugarás con tus amigos. —ladró—. Olvídate de que verás a Tabaco, a Pomelo y Gardenia. ¡Estás castigada!

—Suele pasar, tengo un labrador, sé a qué te refieres.

—Eso dicen, que ellos aman los zapatos de sus dueños, pero mi perra es superior a lo normal. —Sonrió.

Por fin llegué a solicitar el pedido. Tenía tanta hambre que me comería todo lo que había en la cafetería. Pedí un chocolate con leche muy caliente y grande para el frío, un pastel de carne, almojábana, queso y una botella con agua. Parecía más bien un desayuno.

Mañana vendrá Tabata a traerme ropa para cambiarme. Espero le puedan dar de alta a mi padre. Hice mi pago y cuando buscaba una mesa me llevó por delante un hombre hecho de concreto. Todo el chocolate me cayó en los pies y estaba caliente. Solté un grito, me quité los zapatos, tomé la botella con agua para contrarrestar la quemazón, el enrojecimiento de los pies fue evidente.

—Señora, lo siento.

Iba a insultar, pero al enfocar la mirada… A esos ojos miel… Y a medida que se levantó el hombre que había recogido mi comida, hizo que mi cabeza mirara muy arriba, era altísimo y yo descalza…

» No la vi, señora.

—Vaya manera de decirme enana. —El hombre arrugó su frente, no entendió la broma.

—En verdad lo lamento, le compraré de nuevo su comida.

—Tranquilo. Era lo que faltaba en este día para cerrar con broche de oro. Y el comprarme de nuevo mis alimentos es lo mínimo por hacer.

Al detallarlo más, se me hizo conocido, pero no recordaba de dónde. Aunque no creo, con semejante estampa de hombre, no lo hubiera recordado.

—Ya se los repongo.

Una señora de servicios generales llegó para limpiar.

—Lamento el desastre, pero en mi defensa, no lo hice a propósito.

Sonrió. En el balde limpié los zapatos con el agua, ella me ofreció una panola para secarlos y también para limpiar mis pies. Y cuando me iba a regresar a la habitación, me llamaron.

—¡Señora! —El atractivo hombre, llegó mi lado, otra vez miré hacia arriba—. Era lo mismo que tenía en su bandeja.

—Como supo…

—Tengo buena memoria. Ahora sí debo terminar mi labor aquí.

—¿Eres médico?

—No, soy el dueño de una agencia de seguridad. Estoy aquí con un cliente, discúlpeme.

Me entregó la bandeja y al alejarse vi el perfecto cuerpo del hombre. ¡Por los clavos del crucificado!, tenerlo desnudo debía ser exquisito. ¡Salomé! —Luego de mi reprimenda mental, llegué a la habitación, fue ahí cuando me percaté de que tenía su tarjeta de presentación.

«Yaro segurity»

A un hombre como ese, sí que me gustaría tenerlo como guardaespaldas… ¿Por qué siento que lo conozco? Tomé la tarjeta y la metí en el forro del celular. Mi bolso no apareció, mientras nos trasladábamos al hospital, los amantes de lo ajeno se lo llevaron y me tocó hacer denuncia de la tarjeta débito y con los policías poner la denuncia de la pérdida de mis documentos. Menos mal fue solo una tarjeta y la cédula. Comí. Luego me acomodé en el mueble… El rostro de ese hombre seguía rondando en mi cabeza, atractivo si era, con unos ojos precioso. ¿Por qué se me hace conocido? ¿Dónde lo he visto?

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