Capítulo 13 - El famoso concierto - mduno
¡Mierda!, acabo de perder una apuesta.
—Quiero la cabaña disponible el mes de noviembre y así poder disfrutar de las fiestas de noviembre de Cartagena, de paso alargo mis vacaciones, para poder disfrutar del carnaval de Barranquilla.
Tengo muchos periodos acumulados, estaré por toda la costa, por eso piense que hará en esos meses. Tiene muchos negocios en esa zona.
—Estaré contigo Rata, fornicando a toda hora con centenares de viejas.
—Patrón, eso lo estaré haciendo yo, pero usted…
Desvié la mirada por un segundo. Por lo que hemos vivido, pasado y superado, logramos hablar sin palabras. Al lado de él llegó Cebolla con dos vasos de licor y un jugo para él, mientras estaba como el conductor principal no bebe.
» Roland… —Es importante lo que dirá, me llamó por mi nombre, suele sacar el amigo a aconsejarme—. Perdí la cuenta en el número doscientos de las mujeres con las que me había acostado.
» Si a eso le sumas las veces en donde lo haces con dos, debías de doblarme en número y yo perdí la cuenta de eso hace años. —¿A dónde quiere llegar con eso?— Has estado con cientos de viejas por no decir miles y ninguna había logrado lo que ella logró con solo escucharla hablar.
—¡No digas güevonadas!
Alzó las manos, tenía la mandíbula tensionada. Volví a mirarla, cantaba con pasión. ¿Será conveniente bajar?, mejor me quedo aquí. No era bueno demostrar importancia. ¿Te escuchas Roland?
El cantante se despidió, todas las viejas gritaron eufóricas, lloraban por el tipo, quien canta muy bien, pero no para venir a un concierto. Vaya sí que me había jodido.
» Los de VIP salen, por otro lado, ¿cierto?
—Si Patrón, tengo a dos hombres vigilándola.
—Vi a Rasca Culo y al Negro. —También sé de los otros, deben de estar merodeando en lugares estratégicos—. Síganla hasta que la vean tomar un taxi.
Rata arrugó el entrecejo serio, luego me miró de reojo y no demora en preguntarme. ¿Y qué le diré? No tengo la más puta idea. Me siento como un completo güevón, espero que no pregunte una mierda.
Tardamos más de media hora en salir, si Cebolla estaba al frente de la movilidad mía, Cereza debe estar con los otros. No quiero que me vea, escuché a Simón darle las instrucciones a Negro.
—¡Rata!
Después de unos largos minutos escuché por el radio que portaba, salíamos en dirección al parqueadero.
» ¡Hijueputa, Rata contesta!
—¡Respeto güevón! Estás hablando conmigo maricón.
Sonreí al volver a escuchar mi vocabulario favorito. Tantos años trabajando juntos, y entrenando a los jóvenes.
—La chica entró por la calle oscura, la que conocemos como los vendedores de drogas. En carro no podemos devolvernos, esta mierda se encuentra a reventar de gente por el concierto.
Se detuvo, no era necesario hablar. Simón no llegó al carro, a un lado había una moto, le arrancó los cables, la prendió.
—Suba Patrón, esa cuadra es un peligro en horas de la noche, ¡Cebolla alcánzanos!
No tenía que decírmelo. Era la calle estrella donde se vendían la droga clandestina y la gran fachada era por ser casas residenciales. Siempre pasa llena de malandros. ¿Esa vieja no sabía por dónde se metía?
» Seguro quería cortar camino. —respondió a la pregunta no formulada.
—Métele la pata Rata, ¡acelera!, no me siento tranquilo.
Las calles en efecto quedaron abarrotadas de gente, vi el carro de Cebolla abriéndose paso, y a Cereza inmóvil pitando por la congestión peatonal, debíamos pasar la avenida. ¿Por qué cortó camino por ahí? ¡Era demasiado peligroso!
Mi segundo al mando se montó en el andén, tomó la rampa de las bicicletas del puente peatonal, no dejó de pitar para que la gente se hiciera a un lado. Tomé la radio de Rata y les dije a todos que llegaran al lugar donde nos encontrábamos. Para Cebolla era fácil rastrearme.
La gente nos gritaba y ni mierda me importó. Dejamos atrás la multitud, la calle oscura con una luz muy tenue, era la poca iluminación del lugar. Las pocas farolas en los postes no hacían gran cosa. El punto era un paredón largo de un lado y del otro las casas.
—¡Ayudaaaaaaaaaa!
La sangre se me congeló, Simón aceleró la moto, vi a tres hombres sobre una mujer. Cebolla logró salir de la multitud según lo que escuché por el radio. Saqué el arma de la parte de atrás del pantalón, y sin esperar a que la moto frenara, me lancé y le di un pepazo en la cabeza al hombre, a quien tenía a Verónica con las piernas abierta.
Simón se bajó, la moto cayó con un estruendoso golpe, el chirrear del metal con el asfalto. Eso despertará a las personas residentes del sitio, las mismas que no salían para no meterse en problemas con las dos casas distribuidoras de droga. Pateó a uno de los tipos y le dio un tiro al otro.
—Mata a ese perro.
Ordené, escuché otro tiro, ya todos habían muerto. La encontré desnuda, tirada hecha un mar de lágrimas y un manojo de nervios. Mi corazón se aceleró, me agaché a levantarla, sus ojos inundados por las lágrimas. Su mano ensangrentada acarició mi rostro.
—Mi ángel…
Se desplomó antes de tomarla en mis brazos. Simón se quitó su gabardina y me la ofreció. Estaba… Casi la violan… ¿O la violaron?
—Patrón, tenga.
Guardé el arma y la arropé con el abrigo. Llegó el carro con Cebolla y atrás llegaron los otros hombres de mi cerco de seguridad.
—Rata… Verónica está sangrando en su entrepierna. —La cargué y subí a la camioneta—. ¡Sube! —grité.
—¡Negro, encárgate, viejo! —Dio la instrucción a los hombres para luego ingresar al carro—. ¡Arranca Cebolla!
—¡Si señor! —respondió.
—¿Al hospital Patrón? —No sabía qué hacer, solo, no quería dejarla de abrazar.
—A la casa. —Los dos me miraron por el retrovisor, nadie ha ido a la casa—. ¡Ya escuchaste Cebolla!
¡Esto era mi culpa! Quién sabe qué le metieron para que sangrara de tal forma, además tenía un golpe en la cabeza. Tomé el celular.
» ¿Doctor Mendoza?
—Sí. ¿Qué pasa Don Roland?
—Si no lo veo en treinta minutos en la entrada de mi casa, dese por muerto.
Simón mantuvo su serenidad, Cebolla conducía a toda velocidad, frenó cuando era necesario, mañana tendré un sin número de multas. La abracé con fuerza. Niña eres una tonta y qué mierda fui.
Miguel tardó menos del tiempo que nos podemos tardar en llegar a la casa a las afueras. Las puertas de la entrada se encontraban abiertas, no recuerdo haber escuchado a hablar por parte de ellos.
El auto del doctor estaba parqueado al frente de la entrada. Me bajé con Verónica en brazos. Inés nos esperaba, subí las escaleras de dos en dos e ingresé en mi habitación. El doctor subió corriendo, llegó con su pijama por debajo de la chaqueta.
—¿Qué le pasó? O… ¿Qué le hicieron? —El doctor comenzó a sacar sus instrumentos de trabajo.
—La estaban violando. —arrugó su frente al verme a los ojos—. Se desmayó después de quitarle de encima a esos hijos de puta.
—Don Roland, cálmese, salga, lo llamo al terminar de examinarla.
—Doctor, haga lo que sea necesario.
Lo dejé hacer su trabajo, salí de la recámara y mi ama de llaves; la única mujer que ha pisado la casa hablaba con mi amigo. Era una mujer de cincuenta años, era lo más cercano que tenemos a una madre. Vivía con nosotros desde la formación de nuestra sociedad con Rata y los chicos desde hace veinte años.
—Señor, su camisa…
—No importa mi camisa, vieja. —Me crucé de brazos, Rata no dejaba de observarme.
—¿Dónde está Cebolla?
—Lo dejé al frente de la limpieza de los cadáveres.
Volvió a mirarme, lo hacía de la misma manera desde la aparición de Verónica en mi camino. ¡Lo qué le ha pasado era por mi culpa! Miré la camisa blanca, la mancha de sangre cubría más de la mitad. ¿Por qué sangró de esa forma? ¿Qué le metieron? El doctor salió y le entregó un papel a Simón. Afirmé, este salió corriendo a la calle, escuché el motor del carro y a los veinte minutos regresó con lo que le habían pedido. Inés fue la encargada de ingresar los medicamentos, se quedó adentro, ¡grandioso!
—¿Qué estará pasando?
—No lo sé Patrón. Compré antibiótico, la vacuna del tétano y otras medicinas que no se para que son. —Me carcomía la culpa.
—Simón…
—No es culpa suya. —Se acercó, puso su mano en mi hombro.
—¡La descuidé!
Simón iba a refutarme algo, pero calló al escuchar la puerta abrirse, salió Inés con una expresión mucho más extraña a la de Rata. Sus ojos cafés oscuros resaltaron de alegría en su rostro moreno. ¿Qué mierda era lo que les pasa? El doctor salió.
—¿Cómo la encontró? —suspiró.
—Don Roland, su estado gracias a Dios continúa intacto, no le afectó.
¿Su estado? ¿Estará embarazada? Bueno… vomitó la tarde en que la conocí.
—¿A qué se refiere con su estado? —pregunté.
—Sigue igual.
Comentó de nuevo sonriendo, cruzamos mirada mi amigo y yo, luego la enfocamos en el médico. Quedé desconcertado.
—No le entiendo doctor.
—Sigue siendo virgen
Abrí mis ojos, Simón lanzó un silbido largo y ruidoso. ¿Virgen? Pero… ¡Eso no se usa! Ni existe en estos tiempos, ya las niñas a los trece se nos ofrecen por plata y Verónica tenía veinte, próximo a cumplir veintiuno.
—Doctor.
—Ya hablé con ella, tiene es un gran shock nervioso por lo sucedido y tiene dos cortadas en cada pierna, le tomé puntos, son algo profundas. Le apliqué la vacuna del tétano, no sé con qué la cortaron ni en qué estado se encontraba el objeto corto punzante. Ahora la dejé sedada, no despertará sino dentro de unas horas.
—¿Virgen?
A Inés le brillaron una vez más los ojos de una forma muy rara, yo aún continuaba con la boca abierta.
—Y muy linda.
Comentó mientras bajaba las escaleras con una sonrisa extraña. ¿Ahora qué le picó?
—Sí. —afirmó el doctor—. Se encuentra desnuda, la envolvimos con las mantas, pero es conveniente que le pongan ropa.
—Así será doctor, si no es más… —miré a mi amigo.
—Este es el horario de los antibióticos y las pastillas que debe tomar. —Me los entregó—. Es importante que los primeros tres días sea juiciosa con la medicina.
—No se preocupe, me encargaré de ello. —Le di la mano al doctor—. Rata le pagará.
El doctor bajó las escaleras detrás de Simón en dirección al despacho en la planta baja. Analicé las horas del medicamento, mi vieja subía con unas sábanas.
» Toma las medicinas, cuadra tu reloj cinco minutos antes para darle la primera dosis. —Yo sincronicé mi alarma un minuto antes—. En punto —Le advertí, al mirarla, ella sonreía—. ¿Acaso tengo pintura en la cara?
—No, es solo que mis plegarias parece que están siendo escuchadas.
