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Capítulo 14 - Extraña satisfacción - mduno

Su mirada era diferente y su comentario me dejó un puto sinsabor en la boca del estómago.

—No salgas con güevonadas, Inés.

—No, señor, disculpe nada más…

—No me jodas tú también. —Simón regresó a nuestro lado—. Consíguele o búscale ropa en su casa. —abrió los ojos—. Verónica se queda aquí hasta su recuperación y si me vuelven a mirar de esa manera olvidaré el aprecio que les tengo y les pegaré un tiro.

—No he dicho nada. —Rata alzó los brazos—. Ahora es imposible comprar, los centros comerciales los abren mañana, más bien madrugo a su casa, le pediré el favor a la amiguita que me dé algo de su propia ropa.

—¡En punto Rata! —abrí la puerta de la habitación—. Inés.

—¿Señor? —Su blanca dentadura resaltó su rostro moreno.

—Arréglame la habitación de huéspedes.

—Con gusto.

Simón la siguió sin dejar de mirarme, alzó una ceja, se va a ganar un tiro. Dormía en mi cama, arropada hasta el cuello, solo se le veía el cabello castaño claro alrededor de su fino rostro. Era linda, ahora entiendo su reacción en la hacienda.

Y pensando que se hacía la víctima, que era teatro para no pensar mal de ella. Y resulta que apenas habrá experimentado el beso y algunas caricias. ¡Entonces Juan fue un pendejo de mierda! Me acerqué hasta el borde de la cama, le acaricié la mejilla, su piel era muy suave.

—Discúlpame.

Tomé un mechón de su cabello largo. Recordé hace un momento la agonía de sus ojos, la felicidad que le dio al verme. ¿Cómo puedes ser tan inocente?

» Yo no soy un ángel, soy un maldito engendro del demonio. Si me conoces bien te produciría asco, como a veces me doy yo mismo. —suspiré.

Le apagué la luz, cerré la puerta detrás de mí. No había rastro de Simón ni de Inés. Fui al cuarto en donde dormiría mientras se quede Verónica en la casa, me tiré en la cama a pensar y a tratar de conciliar el sueño.

Pasaron las horas sin conseguirlo. Faltan tres horas para que le toque la medicina, pronto amanecerá. Era inútil, al sentarme en la cama, pasé la mano por mi cabeza, ya comenzaba a salirme el cabello, mañana debo afeitarme—. Verónica. —susurré, miré la camisa, ni siquiera me había cambiado.

Salí e ingresé al cuarto. Ella seguía dormida, tranquila y no pude evitar opinar. «Vaya manera en que se quedó una mujer en mi cama». Fui al baño donde estaba el clóset, saqué ropa para hacer ejercicio, me cambié y tiré la ropa manchada de sangre a la cesta de basura. Una vez arreglado para ejercitarme salir. Ella con un movimiento al girarse dejó al descubierto un seno, desvié la mirada en el acto, he visto miles de tetas y ahora con ella ¿aparto la cara?, —te agüevaste—. Tomé una de mis camisetas y con la mayor delicadeza que puedo otorgar, la cual era poca, se la puse. Tiene un cuerpo precioso, sus senos son firmes, medianos, un tamaño personal.

No alcé la sábana por respeto a que se encontraba desnuda. «Respeto», ¿te escuchaste Roland? Volví acariciarle el rostro, suspiré una vez más y arrastré el sillón donde acostumbro leer. El ejercicio no será ahora.

Tomé una colcha extra, Inés siempre dejaba en la parte superior del armario, la otra almohada, al sentarme acomodé con los pies encaramados en la cama. Y una extraña satisfacción de saber que la tenía cerca me embriagó. Me quedé dormido hasta que el reloj me despertó, era tiempo de su medicina. Cuando abrí mis ojos mi vieja me miraba con cara de idiota.

—Tenía miedo que despertara y no supiera donde se encontraba. —Sin pronunciar palabra me entregó la pastilla con el vaso lleno de agua.

—No le he preguntado nada, señor. Sin embargo, es la primera vez que le escucho decir «tenía miedo.» —Sí, ¡qué idiota fui!

Despertó a Verónica para darle la medicina, la miró extrañada, se la tomó. Puedo jurar que sonrió y volvió a cerrarlos, Inés se retiró una vez cuadramos los relojes de nuevo, la próxima pastilla era el antibiótico. Me acomodé al otro lado del sillón, la tenía ahora de frente y volví a quedarme dormido. Un movimiento en la cama me despertó. Ahí estaba sentada al frente de mí.

—Buenos días.

Saludó con la mirada en el piso, mi camiseta le tapaba hasta la cadera y de ahí el edredón ocultaba su desnudez, se ve jodidamente sensual con mi ropa puesta, jamás he permitido que una mujer se ponga algo mío. ¿Por qué se lo permití a ella? Me desperecé, sentí el dolor en la espalda por la mala posición.

—Buenos días. —contesté. Se le humedecieron los ojos, Era una reacción e iba a quedar muy susceptible—. No llores Verónica no alcanzaron a violarte.

—Una vez más un concepto diferente. —arrugué la frente.

—¿Por qué lo dices?

Al enderezarme quedé frente a ella, con mis piernas a los lados de las suyas.

—Me vieron desnuda varios hombres. ¿Dónde estoy?

Era muy rara su forma de pensar. Debería preocuparse por otros temas, se limpió las lágrimas

—En mi casa.

Afirmó en silencio, se cubrió el rostro y comenzó a llorar en forma. «Mierda y ¿ahora qué hago?» ¿Por qué lloraba así?

» Verónica.

—Gracias. —Habló limpiándose las lágrimas y la nariz con el edredón.

—¿En qué pensabas cuando te metiste por esa calle? ¿Acaso no sabes cómo la apodan?

Esos lindos ojos café claro volvieron a penetrar los míos y negaba.

—Lo siento. Anoche, después de dejar de luchar con esos tipos, ya no tenía fuerzas. Le pedí a Dios que me enviara un ángel. —Me recosté en el sillón, la miré con el ceño fruncido—. Tú llegaste en ese instante con tu camisa blanca, te vi como iluminado…

—Maté a un tipo enfrente de ti sin ningún remordimiento, he matado a cientos. Soy todo menos un ángel, lo que viste fue un destello óptico. Te pido que no te refieras a mí bajo ese concepto. Ofendes a la misma palabra, yo no creo en nada divino, espero respetes eso.

—Para mí lo eres y lo serás siempre, Roland. No soy Dios, yo no juzgaré tus actos. Él sabe cómo y por qué permite lo que tú haces. Siempre mueve sus fichas de tal manera ilógica para nuestro entendimiento. Pero siempre tienen un propósito.

» Si tú no hubieses llegado, en este momento estaría violada, muerta, descuartizada, digas lo que digas, fuiste un ángel enviado por lo divino. Así te vi, así se lo pedí. Le oré para que enviara a alguien a salvarme. —direccionó su mano al techo—. Y te envió a ti.

—Verónica… —susurré.

Se expresaba muy bien. Me acerqué un poco y ella tomó mi rostro en sus manos. En ese instante mi corazón dio brinco, no lo vi venir, ella besó mi frente. Nunca le he permitido a nadie que toque mi rostro, no después de…

Y ahora llega ella y lo hizo sin autorización, como en la finca, cuando su mirada suplicaba que la protegida. Esa vez también quedé asustado. Me levanté muy rápido para poner distancia. Simón ingresó luego de tocar, dejó la maleta en la cama.

—Aquí le traje su ropa señorita.

«Señorita», Rata era la mierda… apreté la mandíbula para no reírme. Se vio linda al sonrojarse.

—Gracias. El «señorita» fue abolido hace décadas, por favor limítate a decirme Verónica.

—Como guste, señorita —arrugó su frente, esa expresión le queda muy linda.

—Ahí queda el baño, te dejo para que te arregles. —Tanta decencia de mi parte la sorprendió.

—¿Cómo te llamas?

Se enredó la colcha en su cadera, caminó con las piernas abiertas en dirección a Rata, me quedé cruzado de brazos.

—Me dicen Rata, señorita.

—¿Cómo te llamas? —enfatizó.

—No digo mi nombre.

Se estiró más en sí mismo, me di cuenta de que Verónica no era tan alta, bueno casi siempre la he visto con tacones, pero ahora la veía pequeña. Me miró exigiendo que le dijera el nombre.

—Se llama, Simón. —dije, Rata me fulminó.

—Simón. —meditó por unos segundos—. Un nombre bíblico. Gracias Simón.

Se estiró y le dio un beso en la mejilla… «En la mejilla.» Se tensó el estómago y comprendí que la gastritis repentina era causada por dicha niña. ¿A él por qué le da besos?

—Llámeme Rata, señorita.

—Llámame Verónica.

—No puedo decir mentiras.

—Y yo tampoco, así es tu nombre, ¿cierto? En la cédula no dice, «Rata.»

Volvió enfatizar, sonreí, a pesar de lo vivido ella irradiaba tranquilidad, sus ojos brillaban. Como me gustaría saber lo que pensaba. Tomó la maleta y se dirigió al baño. Mi amigo por primera vez se mostró como era ante una persona diferente a nosotros, le dio a entender que era tratable.

Para los que lo conocen, mi segundo al mando era más hijo de puta que yo y en cierta medida era así. Simón respetaba nuestra amistad, la hermandad. También el amor recibido por nuestra adorada Inés y la fraternidad con un selecto grupo de hombres bajo nuestro mando, somos como hermanos, aunque se mantenga el rango. Del resto no respetaba a nada ni a nadie, era sorprendente como con ella se haya comportado muy condescendiente.

—Es terca. —cerré la puerta de mi habitación.

—Parece que sí.

—Es linda Roland, había concluido que era maquillaje al verla agradable, pero no, es linda de verdad, por eso te trae como te trae. —Le di un puño en el hombro.

—No jodas con esa mierda otra vez. Ya te dije, te pegaré un tiro.

Soltó una carcajada, bajó las escaleras de dos en dos y en la mitad, habló.

—Pues, saca el arma porque te jodieron por primera vez.

Con su ágil cuerpo brincó cagado de la risa. Al llegar a la primera planta me volvió a mirarme, era la primera vez que una cuarta persona ingresaba a mi casa. Ajena a mis hombres de confianza y el doctor, ¡Ah! También los profesores particulares.

» ¡Máteme Patrón, pero me agrada esa señorita para usted!

Negué. No era para mí, pero algo había en ella y nos contagió a todos. Era como tener un ángel durmiendo en la casa de un demonio, contagiaba a todos de su nobleza… De su pureza.

Bajé a desayunar, le dije a mi vieja que le llevara el desayuno a Verónica a la habitación, su reloj sonó anunciando la hora de las medicinas, y fui a comprobar que se la tomara. Observaba la mañana a través de la ventana sentada en mi sillón con un corto vestido que le dejó ver la gasa que le cubría las heridas. Nos analizó, le ofrecimos el medicamento, se lo tomó, sonrió al vernos cuadrar los relojes juntos.

—¿Eres así de psicorrígido? —afirmé, con eso jamás he jugado.

—Sí. Y no sabes cuánto. —trató de cubrirse las piernas—. Le pedí a Simón que buscara tu ropa, los vestidos es lo mejor porque debes dejar que las heridas respiren.

—No es mi ropa, es de mi amiga.

Inés se retiró a buscar el desayuno. Al dejar la puerta abierta entró Galaxia; un husky siberiano que estaba en sus últimos días de gestación, bastante brava, además no la he acostumbrado a las visitas, lo sorprendente fue que ni siquiera ladró a quien le sonreía, la llamó con un par de palmadas y sin reparo se le acercó.

—Ten cuidado es muy brava.

—¿Cómo tú?

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