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Capítulo 4

—Sí, me acabo de pelear con mi novio y de lo que más tengo ganas es de irme a divertir en grande y pasarla muy bien, lejos de ese infeliz.

¡Ah cabrón! Sí era cierto.

—Por mí, soy materia dispuesta, nomás es cosa de que Irene, diga sí.

Más al ratito, ya andaba yo con mis dos viejas en la calle, una de cada brazo.

—Tengo ganas de echarme unas frías, ya te lo había dicho, Irene —le dije a mi paisana, quién se notaba un tanto molesta.

Pa mi que andaba medio celosa, aunque la verdad, yo nomás tenía ojos pa ella.

Bajita la tenaza la convencimos y los tres fuimos a meter un changarro donde había variedad y música pa bailar.

Nos tomamos las primeras y me levanté a baila con Mireya. Medio me chivié porque yo bailo al estilo del pueblo y ya en la capital le hacen un montón de ondas, aunque más o menos, dándome mis vueltas me la saque.

Luego invité a Irene, y con ella me acoplé a todo dar. En primer lugar, pa que viera que la cosa era con ella al estrecharla, la mano izquierda, la levanté el resto y la derecha, se la puse justo en la parte baja de la cintura, es un truquito que inventé desde que aprendí a bailar, pa fregarme a las chavas.

Por lo general, uno es más alto que las mujeres y cuando uno lleva la mano izquierda muy alto, ellas van casi colgadas, por lo que tienen que protestar.

—Artemio, ¿quieres bajar un poco la mano, por favor? —me pidió Irene.

Era lo que estaba esperando.

—Con mucho gusto, mamacita —y sopas, que le bajó la mano derecha hasta la sabrosa y dura nalga, y que se la agarró, bien sabroso.

Hasta los dedos le clavé por la raya.

—Esa no, la otra —se apresuró a protestar.

Y que le paso la mano a la otra nalga y que me sigo bailando.

Bueno, pues cuando uno ya se dio una mandada de esas con una chava, como que ya la cosa cambia y se vuelve más fácil.

Pese a que luego volví mi mano a su posición normal y bajé la izquierda, pues ya como que la Irene, me tomó más en cuenta, apoyó la cabeza en mi hombro y me susurró que me había extrañado, que desde que se había ido a la capital a trabajar, siempre pensaba en ti y que le dio mucho gusto saber que iba a estar cerca de ella.

Yo le acaricié el pelo y su espalda con mucha ternura, como consintiéndola, aunque por abajo le estaba dando unos piquetes involuntarios, con aquello con lo que se hacen felices a las mujeres, sólo que, en otra forma.

Cuando terminó la pieza, hasta trabajo me dio para caminar hacia nuestra mesa, porque no disimulaba lo despierto que traía a “pancho”.

Luego ya vino la variedad y no nos quedó otra que tomar vino. Irene, se me recargó en el pecho como pa demostrarle a la otra que ella era la mera efectiva conmigo; aunque por abajo, Mireya, me daba mis pataditas y cada que la miraba me sonreía y me guiñaba uno de sus hermosísimos ojos.

Como a las cuatro de la mañana cerraron el changarro aquel y sugerí seguir pasándola juntos en el cuarto de Irene, o en el que yo acababa de alquilar.

—Ni lo sueñes —aclaró Irene en corto y directo— La dueña no permite que se haga escándalo o que se metan hombres a los cuartos de las mujeres o mujeres a los cuartos de los hombres.

—Entonces vamos a meternos a un hotel y sirve que me echo un sueñito, porque ya se me cansó el caballo —sugirió Mireya.

Efectivamente, Mireya, era la que se notaba más trastornada por el vino, mientras Irene andaba a medios chiles y yo casi andaba lúcido.

Del centro nocturno sacamos media botella que ya habíamos comprado y yo la llevaba en la mano, así que los tres juntos terminamos en un cuarto de hotel de dos camas.

Irene, llevó a una cama a Mireya, y ahí la dejó a que descansara, yéndose luego a recostar a la otra cama, de tal modo que no me dejaba otra alternativa, que escoger acostarme con cualquiera de ellas.

Lógicamente tuve que irme junto a Irene, que es a la que más deseaba.

—Hazme un lugarcito, mi reina —le dije, sentándome en la orilla para quitarme los zapatos.

Ella se apartó un poco y me dio chance.

—Vámonos quitando la ropa pa’ estar más a gusto ¿no? —le pedí.

Ella se acercó a hablarme al oído y me pidió que esperáramos a que Mireya, se quedara dormida que no comiera ansias.

Mientras eso sucedía, yo moviendo dos de mis dedos como si fueran pies que caminan, los hice recorrer todo su cuerpo, desde la punta de los pies a la cabeza, luego comencé a dibujar figuras con la punta del dedo sobre su costado y su pecho, haciéndole cosquillitas.

Ella se reía y se encogía, aunque sin impedirme seguir con mi jueguito.

Bajé la mano y en un abrir y cerrar de ojos, ya estaba acariciando aquellos piernones monumentales que me tenían enloquecido.

—¿Cuándo nos comemos esto, Irenita?

Ella hizo gesto de enfado, me hizo señal de silencio y después, me indicó a señas, que Mireya, podía oírnos.

Me tuve que levantar medio engorilado por la mojigatería de Irene, y fui a darle cuello a la botella, dejando pasar unos minutos, suficientes para que Mireya, se durmiera y pudiéramos entrar en acción.

Mientras me empinaba el pomo, me asomé por la venta, mirando la soledad, muy escasamente interrumpida por alguna persona que ya caminaba por el rumbo, iniciando muy temprano sus actividades.

Yo sabía que ganarle a una chava con el bizcocho no es cosa fácil, hay veces que aun queriéndolo ellas, se resisten a soltarlo por aquello de los problemas que eso acarrea, así que debía estar consciente que de no soltármelo aquella noche, sería una labor de convencimiento que tal vez me llevaría varias semanas.

Aunque de que deseaba como ninguna otra cosa medirle el aceite, lo deseaba de “coraza” y no iba a perder la oportunidad que se presentaba.

Comenzaba a hacerme la idea de que aquella noche no le iba a dar de cenar a “pancho”, cuando sentí que se me acercó a mi espalda, me tocó ligeramente por los hombros, con timidez y muy suave me susurró al oído:

—Ya se durmió.

Volví la cara y hasta tuve que parpadear para darme cuenta de que mis ojos no me engañaban. Ahí estaba, bien encueradita, tal y como como vino al mundo, sólo que, veintitantos años después, con un cuerpazo como para aventársele de inmediato y hacérselo de a perrito.

La luz de la habitación era escasa, porque nomás estaba prendida la lamparita del buró, aunque era suficiente como para ver perfectamente aquel tarantulón que más bien parecía zorrillo por lo pachón entre sus piernas.

Y los melones bien maduritos, tersos y tiernitos, coronados con una cereza apetitosa. Su talle bien delineado también me cautivó y esos muslotes enormes, monumentales, regios y fuertes como de estatua, me hicieron estremecer.

Y para hacer aún más desquiciante el momento, la Irene se dio la vuelta modelando, para mostrarme unas traseras impresionantes, mucho más ricas y apetitosas de lo que me imaginé al momento de tocárselas en el antro aquel.

—¿Te gustó?

—Y-yo, yo, yo... me, me, me... —no, estaba como idiota, los labios me temblaban y no sabía ni qué decir, así que preferí acercarme a ella y la enredé con mis brazos y comencé a besarla donde cayera, por la cabeza, el cuello, los cachetes, la boca, mis brazos la tenían bien aprisionada y mis manos de apoderaron del zorrillote que cubría su panocha, haciéndole el “crepé” con los dedos, hundí la mano más y ya sabrán lo que me encontré. Estaba bien mojadito, baboso y calientito.

Ella quiso caminar hacia la cama, aunque yo no se lo permití, embriagado por ese cuerpo angelical, me fui resbalando por su espalda, besándosela, lamiéndosela con delirio, chupeteando aquella piel apetitosa y cuando medianamente podía hablar exclamaba lleno de emoción.

—¡Carne...! ¡Carne...! ¡Carne...!

—Mi vida, espérate tantito, vamos a la cama...

—¡Rica...! ¡Sabrosa...! ¡Única…!

Me deslicé por su cintura y llegué a aquella parte monumental, que se ensanchaba como guitarra, cuyo delicioso volumen me hacía de inmediato percibir que era una mujer y no una pieza de madera.

Aquella parte olía precioso, se había perfumado como si desde el día anterior hubiera presentido que llegaría su entrega.

Me metí entre sus muslos y ahí tuve que hacerle como becerro para llegar a lo que yo más quería en aquellos momentos.

Ella se dejó totalmente, parecía que adivinaba mis intenciones, porque hacia los movimientos necesarios para permitirme el libre accionar.

Cuando al fin acepté irme a la cama con ella, la chava ya estaba en su mero punto, deseaba entregarse por completo a mí, sin ningún recato, sin ninguna reserva.

—¿Te casarás conmigo? ¿Lo juras? —preguntó antes de permitirme profanarla.

—¡Mamacita, si es lo que más deseo en la vida!

Y ¡moles! Aquello se consumó. Fue estreno mundial, porque hasta entonces ningún macho había nadado por ahí... ¡Ufff! Fue un verdadero regocijo luchar contra aquella cavidad para lograr que le diera posada a “pancho”.

Mientras aquello sucedía, yo me entretenía jugando con los melones y presionando lo de atrás. Aquello fue como el más hermoso sueño.

No podía abusar mucho de aquella cosita nueva, así que con dos veces fue suficiente. Comprendí que debía estar lastimada, rozada y hasta había dejado una mancha roja, así que con dos dejé la cosa por la paz.

Irene, se tapó, me dio la espalda y se echó a dormir. Dijo estar muy cansada y era comprensible después de estar casi ocho horas de pie en la chamba.

Yo no tenía sueño, aunque si me sentía atarugado por lo que me tomé, en un principio, no me sentí tan mal, más con todo el ajetreo, me empecé a marear bien gacho, al grado de que tuve que ir al baño con nauseas.

Me estuve un rato en el cuartito pujando, aunque no pasé de toser fuerte y la panza no se me compuso, entonces me paré frente al lavabo y me eché agua en la cara. Sentí los cachetes dormidos y noté mis ojos como perdidos.

Me di unas chachetaditas, y ni así lograba despabilarme como yo quería, cada vez me sentía más y más mareado, lo único que noté que tenía bien vivo, era allá abajo, ése si estaba como gallito bien girito, y es que soy de carrera larga.

—“Qué, Irenita no querrá que nos echemos otro” —pensé— “Bueno, si no quiere, cuando menos que me dé chance entre las piernitas, nomás pa bajar las ganas...”

Sí, estaba todavía muy animado, nomás de recordar sus preciosas formas, se me hacía agua aquello y ya no pude contenerme más, tenía que echarme la repetición instantánea, aunque fuera como lo había pensado:

—“Que apriete bien las piernitas y…”

Salí del baño y en seguida estaba un pasillito como de dos metros que encaminaba a la habitación, una cosa muy sencilla, dentro de lo considerado como “el cuarto”, sólo que cuando salí, pensé que el cuarto estaba al lado contrario de donde en realidad estaba, para donde pensaba dirigir mis pasos, estaba la puerta de entrada.

—¡Oh que las garnachas, ya me lo cambiaron! —y cambie de dirección pensando que aquel incidente no tenía importancia, sin embargo, eso fue lo que vino a cambiar todo en mi vida.

Regresé adonde estaban las camas y en seguida me clavé donde estaba Irene, apagué la lámpara y me dispuse a llegarle.

—Oh, ¿pa que te vestiste? ¿A poco no pensaste que estás con un machazo y que me iban a dar ganas de repetirte la dosis para darte otra repasada? —le cuchichee al oído, al descubrir que estaba vestida como cuando llegamos al hotel.

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