Capítulo 5
La moví con insistencia y entonces ella despertó y con voz somnolienta me dijo:
—¿Qué quieres?
—¿Cómo que qué quiero? Pos aquellito. Si te traigo más ganas que hace rato, mamacita... estoy que los tiro…
—Caramba, no creí que se me fuera a hacer tan pronto y tan rápido—respondió un poco más repuesta— ¿Y aquella?
—Está dormida, por ella no te preocupes.
—Así, me gusta.
Y volvimos al agasajo.
Bueno, eso de volvimos es un decir, porque lo que en realidad estaba pasando, es que estaba comenzando con Mireya, porque con aquello del mareo y del pasillo, me “cuatrapie” todito y en lugar de caerle a Irene, me fui con su amiga.
Esto lo deduje hasta más adelante, porque a la hora de la rica cogida, ni cuenta me di, sólo sentí que la supuesta Irene, estaba más fogosa que nunca, porque esta vez fue ella quien se bajó a darle clarín de órdenes y por cierto que tocó muy bien el instrumento, además chupaba de lujo.
Me hizo revolcarme como perro con roña nomás de la sensación tan padre que le dio a “pancho... ¡Huy!, hasta me hizo hablar en ruso.
—¿Cómo es posible que tú te sepas todo esto, mamacita?
—Pura inspiración, mi rey —contestó, pero no le pude reconocer la voz, porque tenía la boca ocupada.
Luego que terminó el tratamiento, se quitó la ropa y se me vino encima.
Me paseó por todo el cuerpo sus melones, dándome con ellos un masaje insuperable, me besó por todas partes, me acarició, me picoteó la retaguardia y me hizo un resto de cosas más que, según ella, le venían por pura inspiración.
Le respondí como los machos y también la “trapeé” de arriba abajo.
No sentí ninguna diferencia al momento, pa’ mí era el mismo cuerpo, sólo que, con más fogosidad, con más deseo y más empuje.
La pobre cama, que ya estaba medio fregada, nomás crujía como si tuviera a veinte encima y se mecía al ritmo de nuestras ansias.
Bueno, pues después de todo aquel teje y maneje, me quedé boca arriba como hilacho y ella, sentadita, poniendo sus piernas sobre mis piernas, se dio el sentón en lo más pando del asunto.
Un quejido doliente y apagado se ahogó en su garganta, cuando aquello la penetro. Yo también hasta vi rayitos encendidos, porque la verdad me costó trabajo la invasión. Estaba más dura que la primera vez, según mi pensar en ese momento.
Y con toda la pasión que sentíamos en ese momento, le llegamos al guayabo.
Fue de manera distinta, como ya dije, con ella sentada sobre de mí, haciendo todo el trabajo. Yo, aunque hubiera querido moverme, no podía, pero la verdad es que fue exquisito.
—“¡Híjole! ¡Que nochecitas me esperan con este viejorrón!” —pensé mientras concluía aquella travesía por el cuerpo de la chava.
—¡Mamacita! Nomás me levantó, me baño y me voy de volada al pueblo a pedirle tu mano a mi padrino —le dije para animarla cuando ya estábamos con los arrumacos posteriores.
—¡No te hagas payaso! —me contesto Mireya, y fue cuando me asaltó la duda.
Alargué la mano para encender la lámpara y me fue en banda, el méndigo buró no estaba.
—¡Quihubo, se volaron la lámpara!
—Tonto, el buró está del otro lado —aclaró Mireya.,
—¡Ah, chin...! ¿A poco?
Sí, que dirijo la mano al otro lado y en seguida encontré la lampara, la encendí y me encontré con el rostro sonriente de Mireya, que esta vez se veía radiante.
Ni siquiera se me ocurrió echarle un ojo a su cuerpo en ese instante, permanecí perplejo viendo su cara.
Mireya, se acercó para volver a besarme y yo hice a un lado el “océano”, porque me volví para ver quién dormía en la otra cama y entonces descubrí que era Irene, que seguía completamente dormida.
—Ni modo, amiga, te lo gané —comentó Mireya burlona y me volvió a besar.
Yo toque su cuerpo, esta vez con duda, porque mi mente comenzaba a convertirse en una olla de grillos.
—Seguramente te diste cuenta de que me estrenaste... ¿Te casarás conmigo?
—S-sí, claro... Si, Mireya, si me has hecho pasar la mejor noche de mi vida.
Hable por hablar, sólo que, pienso que algo en mi subconsciente me guío a decir esas palabras, porque si Irene, me había emocionado, Mireya, me había embrujado con su forma tan preciosa de participar en el juego amoroso.
En ese momento no podía rechazarla y decirle que me había equivocado, que yo, con quien deseaba estar, era con Irene.
Mireya, volvió a dormirse y yo me levanté. Ya no tenía ningún problema de trastorno, estaba completamente despejado, aun así, no sabía que decidir de lo que estaba pasando. Me levanté, me metí al baño a darme un regaderazo y me pasé buen rato sin salir de allí.
Cuando volví a la habitación, Mireya se había ido porque según me comentó después, tenía que irse a chambear.
Irene estaba feliz y lo único que se le ocurrió hablar, fue del casorio.
Mireya, se me apareció por la pensión, pues ya conocía donde vivía Irene y como Mireya, trabajaba en la mañana e Irene en la tarde, tengo chance de verlas a las dos solas, por eso me las sigo comiendo y las dos creen que ellas son las únicas y a wilson quieren sacarme una fecha pal matrimonio, aunque les ando dando largas, porque la neta, no me animo a desilusionar a ninguna de las dos.
Irene es un super cuerpazo, un verdadero monumento de vieja, a la que muchos clientes del Vips le echan los perros, y me consta que ella no les hace caso porque anda re entrada conmigo, dice que está segura que ningún hombre es capaz de amarla como yo lo hago.
Yo sin ella no puedo vivir, Mireya tiene una carita preciosa, de cuerpo está bien a secas, aunque lo sabe mover como maestra, me hace unos trabajitos que me deja pal arrastre y también me quiere el resto y yo me he ido acostumbrando a ella, de tal manera que también sin ella no podría vivir.
Me la paso padrísimo con las dos, me traen meneado para darles satisfacción, sin embargo, sé que esto no puede durar mucho y mi bronca era saber por cuál de las dos decidirme y casarme con ella...
Fue por eso que decidí pensarlo bien, y llegué a las siguientes conclusiones:
Irene, me había esperado desde que fuimos novios en el pueblo, por lo que su lealtad es a toda prueba y estoy seguro que su fidelidad también.
Mireya, se entregó de buenas a primera y no creo que por intuición, como ella dice, sepa coger tan rico, además, el día que la conocí me dijo que recién había terminado con su novio, lo que quiere decir que de fidelidad, nada.
Eso me decidió, así que hablé con las dos, cada una por separado, y les dije que iría a Estados Unidos a trabajar para juntar dinero y casarnos, que en cuanto volviera, si me esperaban me casaba con ella.
Las dos aceptaron, y la verdad es que no voy a cruzar, vengo a darme una idea de cómo es todo esto, yo tengo mis ahorritos y una buena inversión en el pueblo, así que no necesito el dinero.
Me pienso estar unos tres días más aquí, voy a regresar sin avisarles y las voy a espiar, si como lo pienso, Irene, me es fiel, me casaré con ella y regresaremos al pueblo como marido y mujer a vivir felices.
Si confirmo que Mireya, no me es fiel, entonces, me la cojo por última vez, digo, como despedida y luego le reclamo su infidelidad y termino con ella para ser feliz con la mujer a la que siento amar más.
Así nos los contó Artemio y a todos nos dejó impresionados, la verdad, no era tan tonto como podía parecer, incluso, yo creo que se pasaba de listo, y la prueba de ello era el viaje que había inventado, tuvo la puntada de que Irene, lo acompañara a la Central del Norte para despedirlo, con un rico beso, un abrazo y la promesa de esperarlo toda la vida si era necesario.
Y por la tarde, Mireya, lo llevó a la misma estación de camiones, también se despidieron con un beso, un abrazo y… un apretón de nalgas, que le dio Artemio, sin que ella le dijera nada sobre esperarlo a su regreso.
En fin, cada quién sus broncas, como el buen Palemón Peniche, otro de los que esperaba con nosotros el momento ideal para cruzarse al otro lado, la historia de este personaje sí que tiene todos los ingredientes para… no se los digo, mejor léanla:
Un sacristán muy padre
Resulta que el Palemón Peniche sentía que la lumbre le llegaba a los aparejos.
Es un hombre de unos 28 años, ni chaparro, ni alto, ni gordo, ni flaco, ni guapo, ni feo, tal vez un tipo común y corriente como hay muchos en la vida.
También era de Chiapas, más concretamente a las orillas de Villahermosa, sólo que desde muy joven, como a los 18 años, se vino a la gran capital a probar fortuna.
Sólo que esta se le había negado al paso de los años y tal parecía que lo traía de encargo ya que nada le salía bien, ni le funcionaban los planes que trazaba.
Tanta crisis, tanta hambre, en fin, todas las broncas por las que pasamos todos, aunque para el pobre buey de Palemón, resultaban en verdad, cabronas.
A él lo habían corrido del trabajo hacia como dos años, y todo porque su pinche patrón no comprendió que, a Palemón, le encantaba la güeva.
Y precisamente hacia dos años que había empezado la crisis para él y no tenía para cuando parar, no se le veía una solución inmediata y mucho menos satisfactoria.
Bueno, más bien parecía que las broncas iban a aumentar a medida que pasara el tiempo a tal grado que su mujer, con la que se había casado hacía seis años, guapa, con buen cuerpo, y unas nalgas que quitaban el aliento.
Aunque era gruñona y broncuda como pocas, agarró a sus dos chavos y se fue con otro buey, tal vez porque este si le cumplió y le dio de comer, en fin, no tenía caso pensar en ello, lo cierto era que la desgraciada lo abandonó, aunque lo peor de todo es que no le dejo ni una nota de despedida.
Cuando Palemón, comprendió que ella se había ido para no volver, se sintió algo feliz, dentro de todo, su mujer, era una cosita de la fregada, aunque al paso de los días se fue sintiendo solo, abandonado como un perro, sin una rica nalguita para desahogar sus emociones y una mujer ardiente, como la de él, que saciaba todos sus gustos.
Y aquellos chamacos que siempre andaban peleando y haciendo escándalo por todos lados, ahora los extrañaba, dentro de todo eran sus hijos y no tenía tan mala leche como para no quererlos, en fin, estaba como perro de carnicería, viendo la carne y lamiéndose el chile ya que no le quedaba de otra.
Había buscado trabajo en varias ocasiones, no porque tuviera muchas ganas de sobarse el lomo o de que lo explotaran, sino porque el hambre estaba cabrona y ya no se aguantaba, dentro de todo tenía que sobrevivir y la única manera era conseguirse un empleo para sacar una lana para irla pasando, sólo que parecía tener el santo de espaldas ya que no le daban chamba ni de lava caños.
Y es que hasta de destapa caños le había entrado en su afán de ganarse una lana, no tenía el estómago blando, y se vomito varias veces limpiando esas inmundicias.
Con toda claridad, comprendía que no podía darse el lujo de quedarse echado rascándose los huevos, debía dinero por todos lados, aparte de los cinco meses de renta de su cuarto de vecindad.
Por más que le buscaba no encontraba la forma de salir de aquella situación.
En esos momentos precisamente tocaron a la puerta con cierta insistencia.
