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Capítulo 4

Italia, unas semanas atrás

Ruido. Odio el maldito ruido.

Escucho cómo todos discuten, incapaces de llegar a un acuerdo. Miro fijamente el vaso de whisky con hielo sobre la mesa frente a mí y decido que ya es hora de detener esto.

—Es suficiente —digo con un tono autoritario—. Discutiendo no vamos a resolver nada.

—No podemos permitir que un mexicano entre en nuestro negocio, Nathan —dice Francesco, visiblemente enojado—. Eso jamás se ha visto.

—No entiendo cómo puedes liderar una mafia si a veces eres tan estúpido, Francesco —responde Piero, negando con desaprobación.

—Hay mucho dinero en juego, Piero —replica Francesco, casi gritando—. Entiéndelo, además de que algunos no estamos de acuerdo.

—Levante la mano quien esté en desacuerdo con mi plan —propongo, desafiándolos con la mirada. Se miran entre ellos, pero nadie la levanta—. Al parecer, Francesco, eres el único en desacuerdo.

—Es que no quieren entender que... —Levanto la mano para detenerlo, acompañado de un gesto firme con mi boca que lo obliga a callar.

—Nadie perderá dinero, Francesco. Dime, en el año que llevo liderando esto, ¿alguien ha perdido un solo centavo? —Todos niegan con la cabeza—. Entonces no tienen nada de qué preocuparse. Solo les pido que apoyen este plan.

—¿Al menos podemos saber por qué tanto interés en ese mexicano? —pregunta Donato con cautela—. Es lo mínimo que podemos saber, ¿no?

—Ese maldito hijo de puta me arrebató a mi esposa hace dos años —respondo mientras me levanto de la silla y empiezo a caminar detrás de ellos—. Quiero recuperarla y, de paso, matarlo con mis propias manos por todo lo que nos hizo.

—Ninguno de ustedes lo sabe, pero antes de que él aceptara tomar el lugar de su abuelo, pasó meses en una cama de hospital, luchando por su vida —interviene Asher, a mi lado—. Su razón para levantarse de allí fue recuperar a su mujer, y cuenta con todo mi apoyo para lograrlo.

Asher ha estado en este mundo de la mafia por años. Incluso mi abuelo y él trabajaron juntos en su tiempo.

Hace tres años, mi abuelo materno murió. Como su única hija era mujer, el lugar lo debía ocupar su nieto primogénito: yo.

Nunca quise involucrarme de lleno en este mundo. Preferí alejarme e incluso me negaba a usar mi apellido materno para evitar atraer la atención. Pero cuando ese hijo de puta se llevó a mi mujercita, mi mundo se derrumbó. Desperté en la cama de un hospital cinco meses después. Cinco malditos meses sin saber nada de ella.

Ordené que la buscaran, y al enterarme de que no sería fácil rescatarla, tomé la decisión de ocupar el lugar de mi abuelo, ese puesto que tantas veces me negué a aceptar.

Pero ya no me importaba. Era algo que tarde o temprano tenía que asumir. La familia de mi madre se había dedicado a esto durante generaciones.

—Cuenta con nosotros para recuperar a tu mujer —dice Piero con firmeza. Yo asiento—. Así que tú dirás... ¿cuál es el plan?

—Bien...

(...)

Subimos al jet, y tomo asiento mientras espero que despegue. Tyler entra a la cabina, se sienta frente a mí, y el capitán anuncia que estamos listos para partir.

—¿Qué información tienes de ese hijo de puta? —le pregunto a Tyler, quien me entrega una tableta con datos.

—Lo de siempre. Sigue metido en sus asuntos de distribución de drogas —responde mientras observo algunos videos de sus movimientos. Es entonces cuando noto a la mujer a su lado.

—Me cuesta creer que sea Aysel —murmuro, viendo cómo ha cambiado físicamente.

—Ella me ha sorprendido —dice Tyler con una leve sonrisa—. Pasa al siguiente video y lo verás.

Presiono "reproducir", y lo que veo me deja atónito. Mis cejas se elevan y mis ojos se abren exageradamente.

¿Qué coño?

Aysel está golpeando a un hombre encadenado frente a ella. Lo hace con tanta rabia que me cuesta procesarlo. Luego saca un arma de su cintura y le dispara tres veces.

Mierda.

Observo cómo se gira con una sonrisa de satisfacción y ordena a sus hombres que lo suelten y se deshagan del cuerpo.

—¿Qué coño es esto, Tyler? —pregunto incrédulo mientras le devuelvo la tableta, negando con la cabeza como si eso pudiera borrar lo que acabo de ver.

—Me costó bastante averiguar lo que estaba haciendo. Tuve que comprar infiltrados para descubrir que se ha convertido en... bueno, lo que acabas de ver.

Jamás imaginé a Aysel ejecutando a alguien. Para mí, no es nada nuevo, ya que he estado en este mundo desde niño y he hecho cosas de las que no estoy orgulloso, pero siempre con un propósito. Sin embargo, verla hacer eso... hace que mi piel se erice.

—¿Sabes por qué lo ejecutó?

— Se dedicaba a la trata de blanca y a prostituir niñas —Tyler se queda pensativo —. Por lo que me han contado de ella es una mujer a las que muchos le temen. Al parecer sabe defenderse incluso del propio Peters.

Pensar que ese hombre la a podido tocar o tenerla hace que mi estómago se contraiga. La rabia me empieza a subir y aflojo el nudo de mi corbata tratando de controlarme o juro que lo primero que haré al llegar será matarlo .

—¿Qué más pudiste averiguar? —pregunto, tratando de mantener mi mente bajo control y no dejarme llevar por lo que acabo de escuchar.

—Habrá una reunión mañana a la que él asistirá. Lo más probable es que ella también esté presente.

Daría cualquier cosa por ir y verla, pero sé que eso sería un riesgo innecesario. Si ese hombre llegara a notar mi presencia, todo mi plan se iría al carajo.

—Encárgate de eso. Necesito más información —digo mientras froto mi barbilla. Tyler asiente y da por terminado el tema.

Tras casi nueve horas de vuelo, el jet aterriza en el aeropuerto de Los Ángeles. Bajamos y subimos de inmediato a unas camionetas para evitar cualquier encuentro con la prensa o personas indeseadas.

Desde que Aysel desapareció de mi vida, me convertí en un fantasma, tanto en los negocios como para la prensa. Alex es quien maneja mis empresas y mi fortuna. Bueno, más bien la mitad de ella, porque la otra mitad sigue siendo de Aysel.

Alex y Angela se mudaron a Italia hace tiempo para gestionar las empresas que compramos allá. Viven juntos desde entonces, aunque no tienen planes de casarse.

Llegamos a la casa que compré en las afueras de la ciudad, alejada tal como quería, para que no sea fácil acceder a ella.

Al entrar, Tyler comienza a dar órdenes a los hombres para que rodeen la casa y se mantengan alerta. Luego pide que le muestren el cuarto de cámaras. Me presenta a las señoras encargadas del mantenimiento de la casa durante nuestra estancia.

(...)

Observo el reloj fijamente mientras el segundero gira con lentitud. Aprieto con fuerza la pelota de hule que sostengo en la mano.

Ya son más de las diez de la noche y Tyler aún no regresa. Hoy tuvo lugar esa famosa reunión en la que estarían ese maldito y, probablemente, ella también.

Me levanto del asiento, camino hacia la ventana del despacho y veo llegar las camionetas. Salgo del despacho y me encuentro con Tyler entrando a la sala.

—¿La viste? —pregunto, ansioso. Él asiente, y una sonrisa se dibuja en mi rostro—. ¿Te vio?

—Por supuesto que sí. Aunque traté de ser lo más precavido, ella me vio desde el momento en que llegó.

Sé que mi mujer es demasiado inteligente; nos reconocería a kilómetros, aunque intentáramos cambiar nuestros atuendos.

—¿Qué sucedió? —insisto, caminando junto a él hacia el despacho.

—En un momento desapareció. La seguí hasta el baño de damas y allí me apuntó con un arma en la cabeza. Cuando se dio cuenta de que era yo, por un instante me abrazó, pero enseguida recuperó esa postura fría.

Vaya. Al parecer no soy el único que ha desarrollado ese comportamiento gélido.

—¿Qué te dijo?

—Lo primero que hizo fue preguntarme dónde estábamos, dónde nos habíamos metido, porque nos buscó y no supo nada de nosotros. Parece que ella maneja gente, al igual que el señor.

—¿Te preguntó por mí? —Él asiente. Mi pecho se aprieta.

—¿Qué le dijiste?

—Cuando estaba a punto de responderle, tocaron la puerta. Al parecer, era Carlos, el perro que le asignó Alejandro según me comentó Víctor, nuestro informante. Solo pude darle mi tarjeta para que me llame y podamos reunirnos lo antes posible.

—Necesito hablar con Víctor —digo con la mente trabajando a toda velocidad—. Necesito saber más de ese Carlos.

—Eso no será posible, señor —Tyler curva los labios en una línea fina y lo miro confundido—. Aysel ejecutó a Víctor esta tarde.

—¿Qué hizo qué? —pregunto, atónito. Él asiente con gravedad—. ¿Por qué?

—Al parecer, Víctor la insultó llamándola cualquiera. Eso bastó para que le disparara en la frente —Tyler niega con la cabeza—. Ella está... muy diferente, señor. Incluso en su mirada se nota la frialdad.

Mierda. ¿Cómo diablos se convirtió en una mujer tan fría?

—Esperemos que te llame y podamos verla pronto —respondo, exhalando con fuerza. Él asiente con un suspiro profundo.

—¿Qué más averiguaste?

—Estaba cerrando negocios de venta de droga con unos españoles —Tyler saca su tableta electrónica y me la muestra—. A su lado estaba esa mujer, la amiga de Aysel.

Observo los videos. La veo a su lado, demasiado melosa. Solo verla me dan ganas de tomarla por el cuello y estrangularla. Esa mujer es una maldita, y la mayor culpable de que Aysel no esté conmigo ahora.

—¿Qué hay de ella? —pregunto, devolviéndole el dispositivo.

—Vive con Peters. Según los rumores de sus hombres, es ella quien duerme con él, no Aysel.

Mi corazón late desenfrenadamente. Un extraño alivio me invade. Durante estos dos años me he torturado imaginando a Aysel en sus brazos, a él tocándola.

Me enfurecía pensar que otro pudiera tocar lo que es mío, porque toda ella me pertenece. Cada parte de su cuerpo, igual que su corazón, son míos... como yo lo soy de ella.

Necesito tenerla cerca. Y pronto.

                                    (...)

Maldito día el que he tenido. Odio que me pongan de mal humor tan temprano. Esto es mucho más complicado que los negocios que solía manejar.

Camino por el pasillo con Tyler y dos de nuestros hombres. Mientras avanzo, saco el arma y la cargo. Debo terminar esto, o empeorará.

Al llegar al sótano, encuentro a Piero, Asher, Francesco y Donato junto a sus hombres. Los tres observan a los tres hombres amordazados en las sillas, visiblemente cabreados, y no los culpo.

Ellos nos hicieron perder millones, al igual que a mí, y no estoy dispuesto a seguir perdiendo ni un peso por culpa de estos imbéciles.

—Buenas noches, señores —digo mientras me acerco a ellos—. ¿Alguna novedad?

—Ninguno ha querido hablar de para quién trabajan —responde Francesco, serio—. Dicen que prefieren morir antes de decirlo.

Los observo; los tres están golpeados, pero no gravemente. Camino hacia ellos y los miro fijamente antes de esbozar una ligera sonrisa.

—Bien, démosles lo que prefieren —disparo dos veces al pecho del primero, haciendo que sus compañeros se alteren y terminando con su vida—. Va el primero. ¿Quién sigue?

Pregunto con una sonrisa, pero ninguno responde. Los observo, mis acompañantes me miran con calma.

—Tienen cinco segundos antes de que vuelva a disparar a uno de ustedes dos —apunto mi arma hacia ellos—. ¿Nadie va a hablar?

Miro sus reacciones. El segundo niega con la cabeza y me mira serio, mientras el tercero suda desesperadamente, su miedo es palpable.

Sin pensarlo, alzo nuevamente mi arma y disparo directamente a su frente. Su sangre salpica al hombre a su lado, quien, incapaz de soportarlo, pega un grito aterrorizado.

—Tienes cinco segundos para decirme quién los mandó a robar nuestra mercancía —apunto su cabeza y sus labios tiemblan—. Cinco, cuatro, tres, dos...

—Bianchi. Lucas Bianchi —dice con horror, y me giro hacia mis socios, quienes asienten satisfechos.

—Buen muchacho —palmeo su hombro y guardo mi arma—. Le dirás a mis hombres dónde encontrar a tu jefe, y tú mismo los ayudarás a llegar hasta él. De lo contrario, te espera el mismo destino que tu colega.

—Debemos marcharnos —dice Asher a mi espalda—. Si queremos que todo el plan marche según lo previsto, debemos regresar a Italia.

Esta tarde se reunieron con ese maldito y con Aysel. Según lo que me contó Piero, Alejandro no está de acuerdo en que Aysel trabaje para nosotros, tal como lo imaginé. Entonces, mordió el anzuelo y aceptó dejarla al mando de los negocios aquí, mientras él se marchaba a Italia con esa perra y varios de sus hombres.

Cada uno se despide de mí con un apretón de manos, Asher es el último y me mira con una sonrisa.

—Volví a ver a tu mujer, Collins —dice con una sonrisa y niega—. Sigue viéndose igual de hermosa, pero más decidida.

—D' Amico, Asher. Recuerda que mi nombre es Alessandro D' Amico —palmeo su hombro—. ¿Hablaste con ella?

—Lo hice. Le entregué el frasco que me pediste. Pude notar en su mirada que tenía muchas preguntas, y entre esas, estabas tú. —Ahora me palmea el hombro—. Puede que seas un D' Amico, pero para mí eres Collins, el gran hombre de negocios que conocí. —Sonreímos—. Nos vemos y nos mantenemos en contacto.

Asher sale del sótano con sus hombres, y Tyler les ordena a los suyos deshacerse de los cuerpos, dejando solo al que nos ayudará a llegar hasta Bianchi.

Observo el reloj. Ya casi son las siete de la noche.

—Tyler, ¿conseguiste el número de Aysel?

—Sí, señor —saca su teléfono y me lo muestra—. Estuvo llamando, pero en ese momento estábamos reunidos con el grupo.

Guardo su número en mi teléfono, me quedo pensando unos segundos si llamarla o citarla en algún lugar.

Opto por lo segundo y la cito a la cabaña que se encuentra a las afueras de la casa que compramos. Le mando un mensaje con la dirección y salgo del sótano con Tyler.

—Necesito el doble de vigilancia en la cabaña que está dentro de la propiedad. Pídeles que sean cuidadosos y que ninguno se deje ver. Voy a estar allí, y cualquier cosa que suceda, me informas.

—Sí, señor.

Tyler llega a sus hombres y les da las instrucciones. Le pido a uno de ellos que me lleve en la camioneta hasta la cabaña, y luego le digo que se marche.

Al llegar a la cabaña, enciendo las luces un momento para asegurarme de que todo está en su lugar y no tropezar con nada. Pasan unos quince minutos cuando Tyler me llama para avisarme que una camioneta se dirige hacia la cabaña.

Apago las luces y me mantengo a un lado de la ventana, observando cómo se estaciona frente a ella. Mi corazón late con fuerza cuando la veo bajarse.

¡Mi mujercita!

Se acerca a la cabaña a pasos lentos. Escucho cómo abre la puerta cuidadosamente y entra.

Camino detrás de ella y, de repente, se detiene abruptamente. Saca su arma rápidamente, la carga y se gira, apuntando hacia mi dirección.

¡Vaya manera en que maneja un arma!

—¿Quién coño eres y qué diablos quieres? —pregunta, apuntándome con su arma.

—Te hice una pregunta y tienes tres segundos para responder antes de que jale del gatillo.

Siento unos pasos detrás de mí, escucho cómo se detienen. Sin pensarlo, saco mi arma, la cargo y me giro, encontrándome con la silueta de... ¿alguien?

—¿Quién coño eres y qué diablos quieres? —pregunta con voz autoritaria, y no puedo evitar sonreír.

—Te hice una pregunta y tienes tres segundos para responder antes de que jale del gatillo.

¡Vaya!

—Diablos, nena, esas palabras, más que asustarme, me calentaron —sonrío negando y ella queda en silencio—. Ya pasaron los tres segundos, ¿jalarás del gatillo?

Ella se queda en silencio, sin decir una palabra, como si le costara creer lo que acaba de escuchar.

—Nathan —susurra, y me acerco a ella hasta quedar frente a frente...

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