Capítulo 2
Luego de un largo trayecto, finalmente llegamos al lugar del evento.
El salón estaba lleno de hombres trajeados, la mayoría con atuendos de dos y tres piezas, acompañados de mujeres elegantes y de actitud seductora. Sus risas y conversaciones resonaban por toda la sala, mientras el olor a licor caro impregnaba el ambiente.
Carlos, siempre atento, recorrió el lugar con la mirada hasta señalar con un leve movimiento de cabeza hacia una mesa en el fondo. Ahí estaba Alejandro, rodeado por un grupo de hombres, todos evidentemente poderosos.
Caminamos hacia él, yo liderando el grupo junto a Carlos, Tania y algunos de los hombres de confianza. Ana, como siempre, decidió adelantarse sola. Pero la fría mirada que Alejandro le lanzó cuando llegó antes que nosotros la hizo detenerse en seco.
—Señores, les presento a mi mujer —anunció Alejandro poniéndose de pie al notar mi llegada. Me tomó de la mano y con la otra saludó a los caballeros—. Además, ella es quien se encarga de mis negocios cuando mis atenciones están en otros asuntos importantes.
Uno de los hombres, ya mayor y de mirada altiva, se inclinó hacia la mesa y habló con burla:
—Una mujer no debería encargarse de los negocios de un hombre. Son débiles cuando se trata de tomar decisiones difíciles.
Me crucé de brazos y lo miré directamente a los ojos, esbozando una sonrisa fría antes de responder:
—No sé qué tipo de mujeres habrán pasado por su vida, pero puedo asegurarle que, en lo que respecta a tomar decisiones o ejecutar planes, no tengo debilidad alguna. De hecho, si se trata de ejecutar a alguien, no sólo no me tiembla la mano, sino que lo disfruto... especialmente si se trata de basura como usted describe.
El hombre frunció el ceño y bajó la vista a su copa, incapaz de responder. El resto de los hombres observó en silencio, midiendo mis palabras. Alejandro, divertido, tomó un sorbo de su bebida mientras una ligera sonrisa se dibujaba en su rostro.
Sabía que me estaba controlando. Mi paciencia con hombres machistas era mínima, y si no fuera por el contexto, sería capaz de hacerle un agujero en la cabeza al anciano de un disparo. Alejandro me lanzó una mirada de advertencia, negando sutilmente con la cabeza.
Se inclinó hacia mí y susurró al oído:
—Este es un negocio importante. Ve a la barra, toma algo y relájate.
Asentí, aunque de mala gana. Tomé a Tania del brazo y caminé con ella y Carlos hacia la barra. Pedimos unos tragos y me senté, tratando de mantener mi mente ocupada.
Sin embargo, no pude evitar desviar la mirada hacia la mesa de Alejandro. Lo vi entre risas con los otros hombres, con Ana demasiado cerca. Mi atención, sin embargo, se desvió hacia una figura al fondo del salón, en la esquina más oscura. Me acerqué más a Tania, susurrando:
—¿Puedes distraer a Carlos un momento? Necesito confirmar algo.
Ella asintió sin hacer preguntas.
—Cualquier cosa, estaré en el baño —añadí antes de levantarme y dirigirme hacia el pasillo.
Entré al baño y me encerré en uno de los cubículos. Saqué mi arma y la cargué, preparándome para lo que fuera. Escuché la puerta del baño abrirse y cerrarse con cuidado. Un leve clic me indicó que habían puesto el seguro.
Salí del cubículo con el arma en alto, apuntando directamente a la nuca del intruso.
—Voltéate —ordené con voz firme.
Él levantó las manos lentamente y se giró. Al ver su rostro, mi respiración se detuvo.
—¡Eres tú! Maldita sea, eres tú... —susurré, bajando el arma mientras la sorpresa y la emoción me invadían. Sin pensarlo, lo abracé con fuerza, y él me estrechó contra su pecho.
—Dios, Aysel... cómo has cambiado —murmuró, acariciando mi cabello—. Juro que apenas reconozco a la mujer que estoy abrazando.
Me separé de él, incapaz de contener una sonrisa. Tyler seguía igual, aunque con una mirada más endurecida. Pero ni él podría imaginar todo lo que había hecho y soportado en estos años.
—Tyler, ¿qué haces aquí? —pregunté con urgencia. Mi tono cambió, casi suplicante—. ¿Dónde está Nathan? Los busqué por todas partes, pero no supe nada de ustedes. Por favor, dime que está bien.
Tyler suspiró profundamente y se pasó una mano por el rostro. Caminó en círculos por el baño, sacó su teléfono y envió un mensaje antes de guardarlo.
—Has cambiado tanto... —dijo, mirándome de pies a cabeza. Sus ojos se detuvieron en mi arma—. Nunca pensé verte con una de esas.
—Yo tampoco, pero las circunstancias cambian a las personas —respondí mientras guardaba el arma y me acercaba al lavabo—. Ahora, dime... ¿qué pasó con Nathan?
Tyler asintió, pero su expresión se ensombreció.
—Luego del atentado, llevamos a Paul y al señor Collins al hospital. Llegamos tarde para Paul... murió en pocos minutos por la gravedad de sus heridas.
Mi corazón se hundió.
—¿Paul tenía familia? —pregunté con un nudo en la garganta.
—Estaba casado. Tenía cinco años de matrimonio y una niña de tres años. El señor Collins se aseguró de que no les faltara nada.
—¿Y Nathan? —insistí con desesperación.
—Una bala le atravesó cerca del corazón. Cayó en coma durante cinco meses... hasta que despertó. Lo primero que ordenó fue buscarte.
—¿Todo este tiempo supieron dónde estaba? —pregunté, incrédula.
—Sí. Nos aseguramos de vigilarte, protegerte sin que lo notaras.
Mi mente estaba a punto de estallar cuando la puerta del baño se sacudió con fuerza.
—¿Patrona, está ahí? —la voz de Carlos sonó al otro lado—. El señor Alejandro la requiere en la mesa.
—En un momento salgo —respondí antes de girarme hacia Tyler—. Tenemos que hablar más.
Tyler sacó una tarjeta y me la entregó.
—Llámame cuando estés lista. Aún falta lo más importante por decirte.
Me abrazó rápidamente antes de ocultarse en uno de los cubículos. Guardé la tarjeta y ajusté mi ropa, preparándome para salir y enfrentar el resto de la noche.
Arreglo mi cabello, respiro profundamente y abro la puerta del baño.
Al salir, me encuentro a Tania muy nerviosa al lado de Carlos. Él está en la entrada, mirando con cautela hacia dentro, como si buscara algo.
—¿Sucede algo, Carlos? —pregunto con serenidad.
—No, patrona —responde rápidamente, apartando la mirada—. El señor nos espera.
—Entonces, ¿qué buscas? —replico, fijando mis ojos en él.
Carlos niega con un leve movimiento de cabeza, toma a Tania de la mano y empezamos a caminar hacia la mesa de Alejandro.
Al llegar, veo que los hombres que lo rodeaban ya se están retirando. Alejandro me mira con seriedad, sus ojos reflejan un enfado que no se molesta en disimular. Lo conozco lo suficiente para saber que algo lo ha molestado profundamente.
Sin decir palabra, me toma de la mano y caminamos hacia la salida. Antes de cruzar las puertas, mi mirada se encuentra brevemente con Tyler, que está conversando con un grupo de hombres. Me lanza una última mirada rápida antes de que lo pierda de vista.
Subimos a las camionetas. Alejandro toma asiento a mi lado, pero permanece en completo silencio. Tania se recuesta en mi hombro, agotada, y acaricio su cabello mientras la veo quedarse dormida.
Después de un rato, llegamos al hotel. Despierto a Tania con suavidad y la acompaño hasta su habitación antes de regresar a la mía. Dos guardaespaldas están apostados en la puerta; me saludan con un leve movimiento de cabeza mientras me dejan pasar.
Al entrar, me encuentro con Alejandro sentado en uno de los pequeños sofás, un vaso de whisky en la mano. Su postura es relajada, pero la tensión en su mirada revela todo lo contrario. Por un instante, un recuerdo de Nathan invade mi mente, llevándome de regreso a aquella habitación de hotel donde lo vi por primera vez.
Nathan... Si supieras cuánto te necesito ahora.
—¿Me puedes decir por qué carajos mataste a uno de mis hombres de confianza? —su voz cortante interrumpe mis pensamientos.
Ruedo los ojos con desdén antes de responder:
—Porque "tu hombre" —digo con sarcasmo— desobedeció mis órdenes frente a los demás y, peor aún, me faltó al respeto.
Alejandro frunce el ceño, desconcertado.
—¿Qué te dijo?
—Se atrevió a llamarme tu puta —respondo, restándole importancia con un gesto—. Sabes que no tolero faltas de respeto, y menos de un imbécil como él.
Aunque no lo demuestro, la culpa me pesa. Sé que ese hombre era un infiltrado de Tyler y que probablemente conocía mi verdadera identidad. Aun así, no podía permitir que me insultara, mucho menos frente a los demás.
Alejandro se queda en silencio un momento antes de soltar un suspiro pesado.
—Nunca quise que te convirtieras en esto, Aysel —dice finalmente, mirándome pensativo—. Jamás quise que te volvieras tan fría.
—Fue mi decisión, Alejandro. Yo sé lo que hago —respondo con firmeza, quitándome los tacones y frotándome los pies doloridos—. Ahora, si me dejas descansar, te lo agradecería.
Se levanta, dejando su vaso vacío sobre la mesa.
—Que no se repita lo de hoy, Aysel. Con ninguno de mis hombres. —Hace una pausa y, antes de salir, agrega—: Y sé que tú fuiste quien le hizo esas marcas a Ana en el cuello. No me andes dañando la mercancía.
Levanto una ceja, incrédula.
—Entonces dile a tu "mercancía" que se limite a ser tu juguete. Que no ande dando órdenes como si fuera la dueña de esta casa, y que no se meta ni con Tania ni conmigo. Porque si lo hace, no me temblará la mano para ponerle una bala en la frente.
Alejandro da un par de pasos hacia mí, deteniéndose frente a la cama. Coloca su mano en mi cuello, ejerciendo presión suficiente para empujarme hacia el colchón. Se inclina sobre mí, sus ojos encendidos por una mezcla de deseo y rabia.
—¿Sabes? La dueña de esta casa debería ser ella —susurra sobre mis labios—. Ella es la que me complace todas las noches. Si insistes en llamarte mi mujer, tal vez deberías empezar a comportarte como tal... y satisfacer mis necesidades.
Su boca recorre mi cuello, descendiendo hacia mi pecho. Sus manos se deslizan por mi vestido, pero antes de que llegue más lejos, levanto mi rodilla con fuerza, golpeándolo en la entrepierna. Aprovecho su desconcierto para empujarlo bruscamente.
—Entonces deja que ella ocupe ese lugar —digo con frialdad, levantándome y acomodando mi ropa—. A mí no me interesa en absoluto. Pero mantén a tu "mujer" lejos de mí y de los míos, o no responderé por lo que pueda pasar.
Sin darle tiempo a replicar, camino hacia el baño, entro y cierro con seguro. Me dejo caer al suelo, recostando mi espalda contra la puerta mientras tomo mi cabeza entre las manos.
No veo la hora de que este plan llegue a su fin.
Alejandro y Ana... esos malditos van a pagar por todo el daño que me han hecho. Y cuando lo hagan, no habrá lugar en este mundo donde puedan esconderse de mi venganza.
(...)
Una noche de paz. Eso fue lo único que tuve al decidir dormir en la habitación de Tania. Después de la ducha de anoche, Alejandro ya no estaba en la habitación, lo que me dio el tiempo suficiente para tomar mis cosas y cambiarme de cuarto. No podía lidiar con su presencia un segundo más.
Esta mañana bajamos a desayunar con Carlos, quien nos informó que Alejandro había salido temprano, acompañado de Ana y sus hombres.
Mejor así. Su ausencia me trae una inesperada sensación de alivio. Saber que pasan tiempo juntos me deja libre para concentrarme en lo que realmente importa.
Mientras espero en mi habitación, saco del bolsillo la tarjeta con el número de Tyler. Tomo mi teléfono y marco. El tono suena varias veces, pero no hay respuesta. Frunzo el ceño y vuelvo a intentarlo. El resultado es el mismo: silencio.
—¿Por qué diablos no contestas? —murmuro con frustración, dejando caer el teléfono sobre la cama.
Guardo la tarjeta de nuevo, resignada, y cuando estoy a punto de salir hacia la habitación de Tania, la puerta se abre de golpe. Alejandro entra con su típica arrogancia.
Duró poco mi tranquilidad.
—¿Qué sucede? —pregunto con indiferencia, cruzándome de brazos mientras lo observo con frialdad.
—Tienes que empacar todo. Debemos regresar a la bodega para terminar el trabajo que dejaste pendiente y atender a nuestros nuevos socios.
—¿Qué nuevos socios? —replico con el ceño fruncido, sin entender a qué se refiere.
—Ya lo sabrás —responde con una sonrisa arrogante. Se acerca, rozando mi espacio personal, y planta un beso en mis labios antes de retroceder—. Apúrate, o llegaremos tarde.
Me giro, reprimiendo el impulso de responderle con una bofetada, y empiezo a guardar mis cosas en silencio. Una vez lista, tomo mi maleta.
Al salir de la habitación, uno de los hombres de Alejandro se adelanta para llevar mi equipaje. Bajamos en el ascensor y, al llegar al lobby, nos encontramos con Tania, Carlos, Ana y el resto de los hombres.
Mi mirada se cruza fugazmente con la de Ana, quien sonríe con falsa amabilidad, pero no le doy importancia. He aprendido a ahorrar energía para cosas más importantes que un enfrentamiento inútil con ella.
Subimos a las camionetas y partimos rumbo al aeropuerto.
Durante el trayecto, miro por la ventana, dejando que mis pensamientos vaguen. No dejo de preguntarme quiénes son esos "nuevos socios" y qué tan importante será este encuentro. Pero hay algo que me intriga aún más: Tyler.
¿Por qué no contesta?
No puedo evitar pensar que algo anda mal.
Lynwood, California
Llegamos retrasados. Alejandro, claramente molesto, ordena a sus hombres conducir directamente a la bodega sin perder tiempo. Su semblante endurecido es suficiente para entender que estos "nuevos socios" son más importantes de lo que había mencionado.
Al llegar, veo varias camionetas estacionadas frente a la bodega, rodeadas de hombres armados. La escena me pone alerta. Alejandro baja rápidamente del vehículo, y uno de los encargados de la bodega se acerca de inmediato.
—Señor, los nuevos socios ya están aquí.
—¿Hace cuánto? —pregunta Alejandro con tono tenso, casi apretando los dientes.
—Hace veinte minutos, señor.
Alejandro niega con la cabeza, visiblemente furioso, y entra al edificio sin perder tiempo.
Camino a paso firme junto a Tania y Carlos, pero no puedo ignorar la sensación de que algo está fuera de lugar. Tomo la mano de Tania por instinto, manteniéndola cerca, y me inclino ligeramente hacia Carlos para hablar en voz baja.
—Carlos, ¿sabes quiénes son esos "nuevos socios"? —le susurro, manteniendo mi rostro inexpresivo mientras avanzamos.
Carlos me lanza una mirada seria antes de responder.
—Pertenecen a la Mafia Italiana. Al parecer, están interesados en ciertos negocios de Alejandro.
Frunzo el ceño, confundida.
—¿Qué negocios? Alejandro nunca ha necesitado asociarse con nadie.
—Él quiere entrar en el mercado de la mafia italiana —me explica en tono discreto—. Ellos mueven mucho más dinero y controlan rutas importantes en Europa. Uno de los socios es el líder principal de todas las mafias en Italia. Si el trato se cierra, tendremos que movernos allá cuanto antes.
Mis pensamientos se agitan. ¿Por qué Alejandro no me mencionó nada de esto? Él siempre compartía cada movimiento en sus negocios conmigo. Esto no solo era extraño, sino peligroso.
Mientras seguimos avanzando hacia el interior de la bodega, la idea comienza a tomar forma en mi mente. Si Alejandro lograba aliarse con la mafia italiana, sería mucho más difícil deshacerme de él. Su poder y protección se multiplicarían exponencialmente.
Necesito actuar rápido. Saber quién está detrás de esta organización es ahora una prioridad. Si consigo acercarme a su líder, tal vez pueda ofrecerle un trato mejor que el de Alejandro.
Un trato que no pueda rechazar...
Siento el peso de la pistola bajo mi ropa y, por un instante, mi mente calcula posibles escenarios. Tal vez ellos mismos podrían ayudarme a deshacerme de Alejandro. Después de todo, no hay honor en este mundo, solo negocios.
Miro a Tania, quien parece nerviosa pero tranquila bajo mi mano. Carlos sigue a nuestro lado, siempre alerta. Tomo una decisión en ese instante: descubrir quién está al mando y acercarme lo suficiente para cambiar el rumbo de este juego.
Al entrar en la bodega, mis ojos comienzan a buscar entre las sombras y figuras del lugar. La partida apenas empieza, y yo pienso ganar...
