Librería
Español
Capítulos
Ajuste

Capítulo 3

Hace muchos años que no pisaba la Ciudad de México, pero esta vez estaba de vuelta por negocios e inversiones. Al bajar del coche, observo el bullicio de la ciudad y me pregunto cuánto ha cambiado desde la última vez que estuve aquí.

—Tengo una cita con el señor Oliveira —digo al llegar a la recepción del edificio.

—¿Es usted el señor Damián Solís? —pregunta la recepcionista, levantando la vista de su pantalla.

—Así es.

—Bienvenido, señor Solís —responde con una sonrisa, levantándose de su asiento—. Por favor, sígame.

La sigo por un largo pasillo hasta detenernos frente a una gran puerta. Justo cuando la recepcionista está a punto de tocar, la puerta se abre bruscamente, y una joven de cabellera negra sale hecha una furia.

—¡Te detesto, papá! —grita mientras pasa junto a nosotros, sin siquiera dignarse a mirarnos.

La recepcionista parece avergonzada por el incidente, pero se recompone rápidamente y me indica que pase. Entramos en la oficina, donde Carlos Oliveira se levanta de su escritorio con una sonrisa en el rostro.

—Gracias, Marta. Puedes retirarte —dice Carlos mientras se acerca para estrechar mi mano y darme un abrazo amistoso.

—Qué bueno verte de nuevo, Damián. Hace años que solo teníamos contacto por llamadas —dice, aún sonriendo.

—Era momento de reunirme en persona con un viejo amigo como tú —respondo, devolviendo la sonrisa—. Aunque parece que llegué en un mal momento.

—¿Lo dices por el espectáculo de mi hija hace un momento? —pregunta, soltando una risa amarga.

—¿Era tu hija? —digo, levantando una ceja.

—Sí, la misma pequeña que viste cuando eras un adolescente —comenta, meneando la cabeza—. Ahora es esa joven rebelde que acaba de salir por ahí hecha un huracán.

—Parece tener un carácter fuerte —observo mientras tomamos asiento.

—Fuerte es una forma elegante de decirlo —dice Carlos, suspirando—. Lulú, como la llamamos, se ha vuelto una completa dolor de cabeza. Ya no sé cómo manejarla.

—¿Cuántos años tiene ahora?

—Veinte, pero te juro que a veces se comporta como si tuviera seis —se lamenta, esbozando una sonrisa cansada—. La acaban de expulsar de la universidad y no quiere trabajar en la empresa.

—Es joven, Carlos. Apenas está comenzando a explorar la vida —trato de suavizar la situación.

—Cuando te conocí, tú eras un chiquillo de diecisiete años y ya estabas al frente de los negocios de tu padre —me recuerda, mirándome con nostalgia.

—No puedes compararnos —respondo, sacudiendo la cabeza—. Yo crecí entre campos y responsabilidades, mientras que tu hija ha vivido una vida completamente diferente. Son otros tiempos y otras circunstancias.

—Hablando de tu padre, ¿cómo está él? —pregunta Carlos, cambiando el tema.

—Falleció hace unos meses —respondo con voz controlada—. Ahora estoy a cargo de todos sus negocios, por eso estoy aquí, para cerrar algunos pendientes.

—¿Cerrar? —dice con sorpresa—. ¿A qué te refieres exactamente?

—Voy a vender y liquidar las empresas que mi padre tenía aquí. Mi enfoque principal ahora es la hacienda familiar en Panamá.

—¿La hacienda en Panamá? —repite, sorprendido—. He oído que es una de las más grandes de la región.

—Sí, he estado trabajando en ella estos últimos meses, y quiero dedicarme completamente a su desarrollo.

—El campo es un buen lugar para desconectarse de todo este caos de la ciudad —dice Carlos pensativo—. Y hablando de eso, tengo una petición que hacerte.

—¿De qué se trata? —le digo, levantando una ceja.

—Quisiera pedirte un favor, Damián. ¿Podrías darle trabajo a mi hija en tu hacienda?

—¿Qué? —miro a Carlos, sorprendido.

—Sé que ella no sabe nada de trabajar en el campo, pero creo que es lo que necesita para aprender a ganarse la vida por sí misma.

—Carlos, no sé si sea una buena idea... Tu hija parece bastante...

—Caprichosa, lo sé —me interrumpe, con una mirada de desesperación—. Pero precisamente por eso. Necesita entender que sus acciones tienen consecuencias y aprender lo que es el verdadero esfuerzo.

—¿Estás seguro de esto? —pregunto, observando su rostro lleno de preocupación.

—Completamente seguro. Te lo pido como un favor, Damián. Estoy desesperado.

Veo la angustia en su mirada, y aunque no tengo hijos, puedo comprender el deseo de un padre por ayudar a su hija a encontrar el camino correcto. Carlos fue un gran apoyo para mi familia y para mí, y siento que no puedo darle la espalda.

—Está bien, Carlos —digo finalmente, extendiéndole la mano—. Cuenta con ello.

—Gracias, Damián, no sabes cuánto te lo agradezco.

Al salir de su oficina, aún no estoy del todo seguro de haber tomado la mejor decisión, pero sé que debo intentarlo. Carlos siempre fue como un mentor para mí, y no puedo negarle esta oportunidad.

Al regresar a mi hacienda en Panamá, me siento rodeado por la paz del campo.

—Niño Damián, qué bueno que estás de regreso —me saluda mi ama de llaves.

—¿Alguna novedad? —pregunto mientras entro a mi despacho.

—Todo está en orden. José se ha encargado de que todo marche bien.

—Perfecto. Prepara dos habitaciones de huéspedes para pasado mañana; vamos a tener visitas.

—Sí, señor —responde antes de salir.

Poco después, José entra al despacho, su expresión aliviada al verme.

—Damián, es bueno tenerte de vuelta. Todo ha marchado bien, pero Sandra no dejaba de preguntar cuándo regresabas.

—José, pasado mañana llegan unas visitas. Entre ellas, una persona que estará trabajando aquí en la hacienda.

—¿Alguien con experiencia en el campo? —pregunta con curiosidad.

—En absoluto —digo con una media sonrisa—. Es una lección que su padre quiere que aprenda.

—¿Una citadina? —murmura, frunciendo el ceño.

—Exactamente. Y una bastante caprichosa, por lo que tengo entendido.

José se ríe con escepticismo. —Eso no va a durar mucho aquí.

—Lo sé, pero es un favor a un gran amigo, y haré lo posible para que funcione.

—Veremos cuánto tiempo aguanta esa chica en el campo —dice con una sonrisa irónica.

No sé cuánto tiempo soportará, pero si algo tengo claro es que no pienso dejarme vencer por una jovencita caprichosa. Aquí las cosas se hacen a mi manera, y si ella viene a aprender una lección, no seré yo quien se la haga fácil.

He realizado una mejora en los diálogos para que fluya de manera más natural y profundice en los sentimientos y pensamientos de Damián. Aquí está la versión revisada:

—¿Cómo te fue en México? —pregunta José, mirándome con curiosidad mientras nos sentamos a tomar un trago—. Te veo algo pensativo.

—Me acosté con una mujer —digo, soltando las palabras sin mucha emoción.

—Eso no es nada fuera de lo común para ti —responde con una sonrisa pícara—. Pero hay algo diferente en esta historia, ¿verdad?

—Era una chiquilla —respondo después de una pausa—. Y para colmo, era virgen.

José casi se atraganta con su trago. —¿Qué? ¿Una virgen? —me mira con los ojos muy abiertos.

—Sí —asiento, recordando el momento—. Nunca antes había sentido atracción por una mujer tan joven, pero ella era... distinta. Lucía atrevida, decidida, y fue ella quien dio el primer paso al besarme. No pude evitar seguirle el juego.

—¿Cuántos años tenía esta jovencita de la que hablas? —pregunta José, frunciendo el ceño.

—No estoy seguro, supongo que unos veintidós, tal vez menos —digo, encogiéndome de hombros.

—¿Y cómo se llamaba? —insiste, ahora más interesado.

—No lo sé. Nunca llegué a preguntarle su nombre —respondo con una leve frustración en mi voz—. Cuando desperté al día siguiente, ya no estaba en la habitación. Se fue como si nada hubiera pasado.

José me observa en silencio por un momento y luego dice: —Damián, puede que ella se haya ido, pero claramente no te dejó indiferente.

—No es nada —respondo rápidamente, desviando la mirada hacia la ventana—. Solo es que... me hubiera gustado saber su nombre, aunque fuera solo eso.

José suelta una carcajada y sacude la cabeza. —Amigo, por lo que veo, esa chiquilla te dejó más que pensativo. No sé si es que te atrae lo difícil o qué, pero hay algo en ella que te sigue rondando la cabeza.

—Tal vez tengas razón —admito con un suspiro, cruzando los brazos—. Pero no hay nada que hacer. Fue un momento, un error, y ya pasó.

José me observa con una mezcla de escepticismo y burla. —Sí, seguro que "ya pasó" —dice con una sonrisa burlona—. Lo veremos, Damián, lo veremos.

Intento restarle importancia, pero incluso yo sé que no he dejado de pensar en esos ojos oscuros y desafiantes de la joven. Una parte de mí se siente intranquila, como si hubiera algo más detrás de ese encuentro fortuito que aún no logro comprender.

Descarga la aplicación ahora para recibir recompensas
Escanea el código QR para descargar la aplicación Hinovel.