Capítulo 2
No sabía qué estaba haciendo, pero ya no había vuelta atrás.
Me encontraba en la habitación de un penthouse, con un desconocido al que apenas había conocido esa misma noche, un hombre que había besado en la discoteca sin saber siquiera su nombre. La imagen de Paula, seguramente enloquecida buscándome, pasó fugazmente por mi mente. ¿Qué pensaría ella cuando se enterara de esta locura?
Frente a mí, el hombre me ofreció un vaso de whisky. Lo tomé, mis manos ligeramente temblorosas, mientras trataba de ordenar mis pensamientos.
—Gracias... —dije, con la voz apenas audible, casi en un susurro.
Lo observé retirarse el saco, quedando solo con una camisa blanca que se ajustaba a su cuerpo de una manera que acentuaba su presencia. A medida que lo miraba, noté que era un hombre de unos treinta y tantos, seguro de sí mismo, con una expresión intensa que me desarmaba.
—¿Vas a quedarte ahí toda la noche? —murmuró, con una media sonrisa, mientras se acercaba lentamente hacia mí.
El aire en la habitación parecía más denso, más cargado. Sostuvo mi cintura con una seguridad que hizo que mi piel se estremeciera bajo su toque, y sentí que mi resolución se desmoronaba un poco más. Su mirada era profunda, como si estuviera tratando de leer lo que pasaba por mi mente, buscando la menor señal de duda.
No sabía si lo que me impulsaba era el orgullo herido, el deseo de venganza contra Anthony, o simplemente la necesidad de sentir algo, cualquier cosa, que me hiciera olvidar la humillación y la rabia. Antes de que pudiera pensarlo dos veces, lo besé. Fue un beso intenso, lleno de rabia y frustración, pero también de una especie de vulnerabilidad que no estaba acostumbrada a mostrar.
Él respondió a mi beso con la misma intensidad, sus labios moviéndose con una mezcla de delicadeza y hambre, como si entendiera exactamente lo que necesitaba en ese momento. Envolvió sus brazos a mi alrededor, atrayéndome hacia él, y todo lo demás desapareció: las miradas en la universidad, la decepción en los ojos de mis padres, la traición de Anthony.
La manera en que sus labios se movían sobre mi piel y sus manos me sostenían, me hizo olvidar dónde estaba. Era una mezcla de ternura y urgencia, de anhelo y furia contenida. Sentí cómo cada caricia y cada roce encendían algo dentro de mí, una chispa que nunca había sentido de esa forma, algo que iba más allá del simple deseo. Era una liberación.
—No te detengas —susurré, sin apartar mis ojos de los suyos.
Él me miró por un instante, con una intensidad que me dejó sin aliento, y en ese momento supe que había cruzado una línea invisible. Pero ya no importaba. Todo lo que había hecho hasta ahora, todos mis errores y decisiones impulsivas, me habían llevado justo a este instante.
Escucho como deja caer también el vaso que sostenía, me toma por la cintura elevándome y enrollo mis piernas sobre su cintura.
Mi cuerpo choca contra el frío cristal detrás mí, sienta mi cuerpo sobre una mesa y besa de manera demandante mi cuello hasta bajar a mis pechos donde los saca de mi vestido y los lleva a su boca chupándolos con fervor.
Mi cuerpo se arquea ante la sensación excitante que me está haciendo sentir y gemidos empiezan a salir de mi boca sin vergüenza alguna.
Sus manos se cuelan debajo de mi vestido, tomando mi tanga y zurrándola suavemente sobre mis piernas deshaciéndose de ellas.
Abre suavemente mis piernas para colarse en medio de ellas, su boca besa mi cuello de manera salvaje y arqueo mi cuerpo dejándome llevar por el momento.
Escucho como rasga algo, llevo mis manos soltando su cinturón y el botón de su pantalón. Sin ningún pudor introduzco mi mano dentro de su bóxer tomando su duro y efecto miembro sacándolo de su escondite.
Lo masajeo con mis manos haciéndolo jadear ahora a él , retira mi mano y veo como coloca un preservativo, me mira fijamente mientras humedece sus labios.
Lleva su mano detrás de mi nuca , toma mis labios son fervor y entra de golpe en mi haciéndome soltar un quejido de dolor.
Rápidamente siento como su cuerpo se tensa y antes de que se aleje lo sujeto deteniéndolo.
—No digas nada y sigue —Susurro sobre sus labios —. No quiero que pares...
Beso sus labios, me sujeta por la cintura y empieza a moverse de manera lenta y no puedo evitar sentirme completamente extasiada.
Arqueo mi cuerpo acomodándome, parece entender mi señal y empieza a moverse de manera rápida.
Toma mis piernas con ambas piernas elevándolas, dándole más acceso a mi , empiezo a gemir con más intensidad a la vez que siento como un cosquilleo se apodera de mis piernas y un cosquilleo se instala en la parte baja de mi vientre.
Suelto un último gemido dejándome llevar por completo...
***
El ruido de un móvil sonar esta haciendo que mi cabeza reviente por completo. Abro los ojos lentamente y es allí cuando a mi mente vienen todos los recuerdos de lo sucedido.
—¿Qué mierda hice?—Me levantó de golpe de la cama y es allí cuando lo veo acostado a un lado mío boca arriba con sus enormes brazos detrás de su cabeza y plácidamente dormido.
El ruido de la ciudad afuera apenas llegaba a nosotros, quedando amortiguado por las paredes gruesas del penthouse.
Enrollo en mi cuerpo la sábana, mientras mas recuerdos de lo sucedido llega a mi.
Mi cuerpo junto a el de él, mis gemidos y es cuando me obligo a cerrar las entrepiernas por la sensación extraña que siento.
El móvil vuelve a sonar, busco de dónde viene el sonido y es cuando me doy cuenta que viene de mi bolso tirado a un lado de la habitación.
Me levanto de la cama rápidamente tomándolo y sacando mi móvil contestándolo.
—¿En donde mierda has estado metida Lucrecia? —Grita del otro lado Paula —. Me tenías con el Jesús en la boca, ¿dónde coño estás ?
—¿Qué hora es? —Apenas logró susurrar.
—Son más de la cuatro de la madrugada, ¿Donde estas?
Mientras me vestía rápidamente, sentía cómo la adrenalina de la noche iba desapareciendo, dejando lugar al miedo. El miedo a lo que dirían mis padres, a cómo me miraría mi padre cuando se enterara, a las consecuencias que este acto impulsivo podría tener en mi vida.
—Debo llegar a casa antes de que amanezca.
—Lucrecia...
Cuelgo la llamada, busco por toda la habitación apenas con la poca luz qué hay mi ropa encontrándola.
Me deslicé fuera del penthouse, con el eco de mis propios pasos resonando en el pasillo del edificio. Todo se sentía tan irreal, como si esta noche hubiera sido un sueño del que aún no podía despertar. Mientras me subía al ascensor, miré mi reflejo en las puertas metálicas y apenas reconocí a la chica que me devolvía la mirada.
Al cerrar sus puertas empiezo a cuestionarme la tontería que había cometido.
—¿Qué mierda he hecho?
No era la misma Lucrecia que había salido de casa con un plan de venganza. Ahora, esa venganza me parecía pequeña y vacía comparada con todo lo que había sentido en esas últimas horas. Había buscado la forma de herir a Anthony, de demostrarle que no me afectaba, pero en el proceso, terminé enfrentándome a algo mucho más profundo: a mí misma y a mi propio caos interno.
Al salir del edificio, la brisa de la madrugada me golpeó el rostro. Me subí al primer taxi que se detuvo y cerré la puerta con un suspiro pesado, apoyando la frente en el vidrio por unos segundos.
¿Qué demonios iba a hacer ahora?
Mi padre, mi madre, Anthony, todos iban a volverse una tormenta en mi vida, y yo tendría que estar lista para enfrentarla.
Al llegar a los estacionamientos, busco rápidamente mi camioneta, subo en ella y manejo lo más rápido posible hacia casa. Mi mente da vueltas mientras pienso en cómo evitar que mi padre descubra lo que he hecho.
Al llegar, me encuentro con Nando, quien me observa con los brazos cruzados y una expresión de desaprobación.
—Por favor, no le digas a papá —susurro, juntando las manos en una súplica desesperada—. Si se entera que salí, me mata.
—Lulú, dos de los chicos están con el estómago revuelto, y sé que fue cosa tuya —responde él, alzando una ceja.
—Nada que no se arregle en unas horas. Por favor, Nando, no me delates.
Lo miro con mi mejor cara de súplica, y tras un largo suspiro, él extiende su mano.
—Iré a guardar la camioneta antes de que tu padre despierte —dice con resignación—. Anda, vete antes de que me arrepienta.
Le entrego las llaves con rapidez y me acerco para darle un beso en la mejilla.
—Gracias, viejito, eres un sol.
Entro a la casa con cuidado, subo las escaleras en silencio y finalmente, al cerrar la puerta de mi habitación, dejo escapar un suspiro de alivio. Estoy a salvo, al menos por ahora.
—¿Ahora sí me dirás dónde estuviste metida? —pregunta Paula en cuanto entro.
—Shhhh —le tapo la boca antes de que siga hablando—. Si vuelves a gritar, no te cuento nada, tonta.
Entro al cuarto de baño cambiándome de ropa rápidamente colocándome una de mis Pijama y retirando el poco maquillaje que me quedaba.
Amarro mi cabello en una cometa alta y salgo del baño encontrándome con una mirada furiosa de Paula.
—Será mejor que empieces a hablar —susurra, aún preocupada—. Me asusté mucho. Cuando volví del tocador, me encontré con Anthony, tenía un gran moretón en la cara y decía que te habías ido con un hombre. ¿Es verdad?
—Sí...
—¿Quién era el tipo?
—No lo sé.
—¿Cómo que no lo sabes?
—No lo sé, no le pregunté su nombre.
—¿Te fuiste con un hombre sin siquiera saber cómo se llamaba? —me mira con incredulidad.
—Lo peor es que me acosté con él, y ni siquiera sé quién era.
—¡¿Qué?! —exclama Paula, levantándose de la cama—. ¡Lucrecia, tuviste sexo con un hombre y ni siquiera sabes quién era ni cómo se llamaba!
—¡Ya cállate! —me levanto exasperada, sintiendo que el pánico me consume—. Me pasé con los tragos, y además la venganza me tenía cegada.
—¿Al menos usaron protección?
—Claro que sí, no soy estúpida, Paula.
—¿Y cómo estuvo, cómo era él?
—Alto, corpulento, con el cabello negro, barba y labios gruesos —suspiro, recordando—. Su voz era demandante y seductora. Era un hombre, Paula, no un niño como Anthony. Un verdadero hombre.
—Vaya...
En ese momento, la puerta de mi habitación se abre y mi madre entra, con una expresión seria en su rostro.
—Lucrecia, tu padre quiere que bajes. Necesita hablar contigo —anuncia con su voz firme.
—¿Ahora, mamá?
—Es mejor que bajes de inmediato y no lo hagas esperar. No está de buen humor.
—Será mejor que me vaya —Paula se acerca y me da un beso en la mejilla—. Te llamo luego, amiga. Adiós, señora Grace.
—Adiós, cariño —responde mi madre, sin quitarme la mirada de encima.
—Bueno... veamos qué quiere ahora papá —murmuro con resignación mientras me preparo para enfrentarme a lo que seguramente será una larga conversación.
