Capítulo 1
No puedo creerlo. Mi papá está gritando como si el mundo se estuviera acabando. Su voz retumba por toda la sala, y solo puedo pensar en lo ridículo que se ve con esa vena hinchada en la frente.
—¡Mira nada más hasta dónde has llegado, Lucrecia, por tu inmadurez! —me grita, su cara roja de la rabia—. Terminar en la cárcel por alterar el orden público es lo último que esperaba de ti, y no te lo voy a perdonar.
Yo ruedo los ojos. Honestamente, esto es tan exagerado que me dan ganas de reírme.
—No exageres, papá, solo fue un malentendido —respondo con desdén, cruzando los brazos—. No fue nuestra culpa, esa bola de nacos empezó todo.
Mi papá se queda mirándome como si no pudiera creer lo que acabo de decir. Sé que está furioso, y puedo ver cómo su paciencia se está agotando.
—¿Que no exagere? —su voz tiembla de incredulidad—. Estás en todas las páginas de chismes de la ciudad, ¡Por Dios, Lucrecia! Eres mi hija, la hija de uno de los empresarios más importantes de la Ciudad de México. Lo que haces me afecta a mí y a mis negocios, ¿todavía no lo entiendes?
¿Negocios? ¿En serio? O sea, todo se trata de él y su imagen, como siempre.
—O sea, papá, ¿de verdad? —le digo, tratando de contener mi fastidio—. Para con tus regaños a esta hora. Estás heavy si crees que voy a dejar de salir con mis amigos solo porque tú lo dices.
Veo cómo se endurece su expresión, y en ese instante sé que esto va a terminar mal para mí.
—Claro que lo harás, niña ingrata —responde con una frialdad que me atraviesa como un cuchillo—. Tus tarjetas de crédito quedan canceladas, lo mismo tus automóviles, y pondré un guardaespaldas que te vigile día y noche si es necesario.
—¡Papá! —grito, sintiendo un nudo en la garganta y un fuego en el pecho—. ¡No puedes hacerme esto! ¡Soy tu princesa!
—Y también mi mayor dolor de cabeza, Lucrecia —responde, suspirando con un cansancio que parece pesarle más de lo que debería—. Pero pronto encontraré una manera de solucionar esto, antes de que sea demasiado tarde.
Y con eso, se da la vuelta y sube las escaleras, dejándome plantada en el centro de la sala, en medio de mi berrinche. Se fue, y ni siquiera me dio una última mirada. Ni siquiera me dejó la opción de discutir. ¿Así es como va a ser todo ahora?
Sabía que mi papá hablaba en serio. Cuando él decía algo, no había fuerza en el mundo que lo hiciera cambiar de opinión, ni siquiera mi mamá. Esa realidad me golpea como una ola de frío y rabia que no sé cómo controlar.
Subo a mi habitación, pateando la puerta al cerrarla. ¿En serio todo esto por un simple arresto de unas horas? Sus abogados arreglaron todo en minutos, y ahora hace un drama como si yo hubiera cometido el crimen del siglo.
Lanzo mi bolso sobre la cama, me quito los tacones con un movimiento brusco y los tiro a una esquina del cuarto. Me quito la ropa como si fuera la responsable de mis problemas y entro en mi baño privado, buscando un poco de calma bajo el agua caliente.
Al salir, me pongo una pijama cómoda y las pantuflas. Agarro mi MacBook, buscando distraerme, y justo entonces entra una videollamada de Paula.
—¿Qué tal te fue con tu padre? —pregunta con una sonrisa expectante—. Dime que lo convenciste como las otras veces y que todo quedó olvidado.
—Esta vez no fue así, amiga —le respondo, sintiéndome más derrotada de lo que me gusta admitir—. Canceló mis tarjetas, me prohibió usar los autos y quiere ponerme un guardaespaldas para vigilarme.
—¡Vaya! El tío Carlos está realmente molesto entonces. ¿Qué piensas hacer al respecto?
—No lo sé aún, pero ya se me ocurrirá algo —digo, fingiendo una confianza que no siento.
—¿Vas a volver con Anthony?
—Ni loca. Ese idiota se puede quedar con esa tipa. No voy a regresar con un imbécil que me estaba viendo la cara con quien creía mi amiga.
Me odio por el nudo en mi garganta al pensar en Anthony. Yo era todo lo que él decía que odiaba: caprichosa, inmadura, fiestera y provocativa. Pero seguía siendo virgen, y eso era algo que él nunca aceptó. Sabía que en cualquier momento me iba a fallar, pero jamás imaginé que lo haría con alguien a quien consideraba una amiga.
—Es un imbécil, y Laura una traidora —me dice Paula, su voz llena de rabia—. No pierdas más tiempo con ellos, Lulú.
—Voy a vengarme, Paula. Voy a darle a Anthony donde más le duele —mi voz suena más fría y calculadora de lo que esperaba.
—¿Qué estás planeando, Lulú?
—Esta noche Anthony celebrará su cumpleaños en su discoteca favorita, y nosotras vamos a ir.
—¿Hacer qué? —me pregunta, sorprendida.
Escucho el sonido de tacones acercándose a mi puerta, y sé que no tengo más tiempo.
—Alístate para esta noche. Nos vemos allá, tengo que colgar.
—Está bien —contesta, y su expresión me dice que está lista para lo que venga.
Cuelgo la llamada y me dejo caer en la cama, bufando. Tengo que encontrar la manera de hacer que mi papá cambie de opinión, o mi vida social se verá terriblemente afectada. Pero, mientras tanto, tengo un plan que llevar a cabo, y nada ni nadie va a detenerme hasta que me las cobre todas.
Me levanto de la cama, voy hacia mi armario y busco el vestido más corto y provocativo que tengo. Al encontrarlo, elijo unos zapatos a juego y un bolso. Me miro en el espejo, pensando qué peinado usar para esta noche.
Sonrío con satisfacción. Esta noche será mía, y ni Anthony ni mi papá sabrán lo que les espera.
—Será una noche inolvidable —susurro para mí misma, mientras el reloj marca las ocho y mi día apenas comienza.
Al bajar al comedor, ya lista, veo a mamá y a Brianna sentadas en la mesa. Mi hermanita me sonríe apenas me ve.
—Buenos días, enana —le digo, dejándole un beso en la cabeza—. Estás bellísima.
—Tengo clases de ballet —responde orgullosa, con esa inocencia que me hace querer protegerla de todo.
—Buen día, mami —saludo, dándole un beso en la mejilla, pero ella no me sonríe. Me mira con una expresión seria, decepcionada, y siento que me clava una daga en el pecho—. ¿Tú también estás molesta?
—¿Te parece poco, Lucrecia? —responde con esa calma que es peor que cualquier grito.
Me muestra la portada de tres revistas y un periódico, todos con mi cara y la de mis amigos, como si fuéramos los protagonistas del último escándalo.
—Solo fue una pequeña confusión, mami —trato de suavizar mi tono y junto las manos en forma de súplica—. Porfa, ayúdame a que papá me levante el castigo.
—Lo siento, Lucrecia, pero tu padre no piensa cambiar de opinión, y yo lo apoyo.
—¡Mamá! —protesto, sintiendo que el suelo se hunde bajo mis pies.
—Suficiente, hija. La única niña pequeña en esta casa es Brianna, pero a veces me haces creer que tú tienes seis años —me dice con esa mezcla de tristeza y firmeza que me hace odiar sentirme tan infantil.
—Mami, por favor —insisto, con la voz rota—. Te prometo que no volverá a pasar.
—Tu padre no piensa ceder, y yo menos —dice mientras se levanta de la mesa, dándome la espalda. Se va dejándome allí, con el corazón latiéndome en los oídos y la rabia en el pecho.
Tomo un sorbo de mi jugo, dejo un beso en la cabeza de Brianna y me voy hacia la camioneta, abordándola con el chofer que me espera en silencio.
Al llegar a la universidad, siento todas las miradas clavadas en mí. Cada paso que doy es un recordatorio de lo mucho que mi vida se ha desmoronado en las últimas horas. Antes de que pueda llegar a mi aula, un inspector me detiene.
—Señorita Oliveira, el rector solicita su presencia en su oficina ahora mismo —dice con voz seria.
—¿Ahora qué? —respondo, fastidiada y tratando de ocultar mi nerviosismo.
Lo sigo hasta la oficina del rector. Al llegar, él me abre la puerta, y entro. El rector está allí, esperándome con una expresión de desaprobación.
—Señorita Oliveira, tome asiento, por favor —me dice, y yo me siento con los brazos cruzados, intentando mostrar indiferencia.
—¿Ahora qué sucede, rector? —pregunto, pero mi voz tiembla un poco.
—Dado a los últimos acontecimientos, sus faltas a clases y su falta de interés por la carrera, la universidad ha tomado la decisión de suspenderla definitivamente —me entrega un documento mientras siento como si el mundo se derrumbara a mi alrededor.
—¿Qué? —Me levanto de golpe—. ¡No pueden hacerme esto!
—Claro que podemos, señorita Oliveira. Que tenga una excelente tarde —me dice con un tono que deja claro que la conversación ha terminado.
Ahora sí que mi papá me va a matar...
Paula no puede creer lo que está leyendo cuando le paso el documento de suspensión.
—¿Hablas en serio? —pregunta, y su voz suena tan desesperada como me siento—. Mierda, Lulú, ahora sí que el tío Carlos te encerrará de por vida.
—Soy mujer muerta —admito, con una mezcla de rabia y miedo—. Pero antes de que papá me encierre, voy a vengarme de Anthony.
—¿Cómo vas a ir a tu casa y arreglarte sin que tus papás se den cuenta de que planeas salir?
—Eso es pan comido —le digo con una sonrisa torcida—. Nos vemos en un rato.
De vuelta a casa, entro casi de puntillas. No hay rastro de mis padres, así que me dirijo a la cocina. Le pido a una de las cocineras que prepare una jarra de café y se la lleve a mi habitación.
Cuando está lista, añado una pequeña infusión en el café antes de que se lo lleve al chofer y al guardia de la entrada. Solo es cuestión de minutos para que la mezcla haga efecto. Subo a mi cuarto y me alisto rápidamente.
Elijo el vestido más provocativo que tengo, uno que grita "problemas" a kilómetros. Me maquillo con precisión, tomo mi bolso y los tacones en la mano para no hacer ruido mientras me coloco una americana sobre los hombros.
Al salir de la casa, el guardia de la entrada ya está medio dormido, y no veo al chofer por ningún lado. Consigo las llaves de una de las camionetas del garaje y salgo de la casa con una sonrisa satisfecha.
Al llegar al club, paso entre la multitud, buscando a Paula. La veo en el área VIP, nerviosa y tamborileando los dedos en la mesa.
—Siento que fue una mala idea venir, Lulú —me dice, mordiéndose el labio.
—Relájate —le digo con un tono despreocupado mientras mis ojos buscan al objetivo de mi venganza—. La noche apenas empieza.
Tomo un trago de los que lleva un mesero y finalmente lo veo: Anthony, riendo y besándose con la traidora de Laura. La sangre me hierve, pero no me voy a dejar vencer por mis emociones.
—Lulú, de verdad, vámonos —susurra Paula, cada vez más ansiosa.
—Por supuesto que no —le digo con una sonrisa helada—. Esto apenas empieza.
Me acerco a la barra y pido un tequila. Uno tras otro, dejo que el alcohol me entibie la garganta, cada trago borrando un poco más de la culpa y el miedo. Siento una presencia a mi lado y una voz profunda me saca de mis pensamientos.
—Demasiado alcohol para una noche tan joven, ¿no crees? —dice un hombre con una voz grave y seductora.
Lo miro. Es alto, moreno, con una ligera barba y unos ojos que parecen ver más allá de la fachada que pongo. Hay algo en su mirada que me hace dudar, pero hoy no me importa.
—Entre más alcohol, mejor —le digo, saboreando el tequila—. No le temo al alcohol ni a sus consecuencias.
—¿Segura? —pregunta con un tono retador.
—Completamente...
De repente, Anthony se acerca, interrumpiendo el momento. Su arrogancia me golpea como una bofetada.
—Pensé que no vendrías esta noche —dice con una sonrisa de suficiencia—. ¿Me extrañabas tanto?
—Eres patético si piensas que estoy aquí por ti —le escupo las palabras con desprecio—. No me importas en lo absoluto.
—Si me hubieras dado la oportunidad, sabrías lo que es estar con un hombre de verdad —insiste Anthony, sin darse cuenta de que acaba de firmar su sentencia—. Serías tú la que me estaría disfrutando.
Lo miro a los ojos y me acerco al hombre desconocido a mi lado. Sin pensarlo dos veces, tomo sus labios con los míos en un beso que arde. Él responde sin dudar, sus manos se enredan en mi cintura y siento una electricidad que nunca había sentido antes.
Nos separamos solo por la falta de aire, y noto cómo los labios de él están rojos e hinchados. Entonces, Anthony me agarra del brazo, pero antes de que pueda reaccionar, el hombre que acabo de besar le da un puñetazo que lo deja en el suelo.
El lugar se queda en silencio, todos mirando la escena. El hombre toma mi mano y me saca del club con una seguridad que hace que me olvide del caos a mi alrededor.
No sé qué estoy haciendo, pero, por primera vez en mucho tiempo, siento que el control está en mis manos.
¿Qué demonios estoy haciendo?
